tag:blogger.com,1999:blog-37561662302408499462024-03-19T09:47:22.029+01:00El pájaro verdeBlog de reseñas literariasLorena Álvarez Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/12912455925584013270noreply@blogger.comBlogger479125tag:blogger.com,1999:blog-3756166230240849946.post-86148516488066579282024-03-18T08:00:00.001+01:002024-03-18T08:00:00.153+01:00Moby Dick o La Ballena - Herman Melville<p style="text-align: justify;"></p><blockquote><p style="text-align: right;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;">«Pero, ya se sabe, el mundo está lleno de perseguidores de la totalidad, algunos de una valía y valor incalculables, como Herman Melville, que es en quien pienso cuando me paseo por el mundo de los rastreadores del Todo. Siempre he pensado que en <i>Moby Dick</i> trazó una inmensa metáfora de la inmensidad, de la inmensidad de nuestra oscuridad».</span></p><p style="text-align: right;"><span style="font-family: georgia; font-size: x-small;"><i>Montevideo</i>, Enrique Vila-Matas</span></p></blockquote><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Llamadme Ismael. Hace unos años —no importa exactamente cuántos—, teniendo poco o ningún dinero en mi bolsa y nada especial que me interesara en tierra, pensé navegar un poco y ver la parte acuática del mundo. Es una manera que tengo de ahuyentar el hastío y regular la circulación. Siempre que se me empieza a mal torcer la boca; siempre que en mi alma es un desolado y lloviznoso noviembre; siempre que me descubro a mí mismo deteniéndome involuntariamente ante las funerarias y yendo a la cola de todos los entierros con los que me tropiezo; y, en especial, siempre que mi neurastenia me ataca de tal modo que se requiere un fuerte principio moral para evitar que intencionadamente salte a la calle y metódicamente le quite a la gente el sombrero de la cabeza… entonces es cuando considero que ha llegado el momento apropiado para hacerme a la mar lo antes posible. Éste es mi sustitutivo de la bala y la pistola. Con filosófica floritura, Catón se deja caer sobre su espada; yo, tranquilamente, me embarco. No hay nada sorprendente en ello. Aunque ni siquiera se den cuenta, casi todos los hombres, a su modo, en uno u otro momento, albergan poco más o menos los mismos sentimientos hacia el océano que yo».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Casi todos los hombres, a su modo, en uno u otro momento, albergan poco más o menos los mismos sentimientos hacia el océano que —llamémosle— Ismael. Para ilustrar esta idea, nuestro narrador de bíblico nombre —abundantes serán en esta novela que hoy os traigo tanto las referencias como los nombres bíblicos, no en vano su autor, bautizado en el calvinismo, fue un gran conocedor de la Biblia debido al severo protestantismo que profesaba su familia—, para ilustrar esa idea —como iba diciendo— ese narrador pasa a continuación de esas palabras a recrearse en el comportamiento de centinela u oteador del mar que todos, incluso los hombres y mujeres de tierra adentro, llevamos dentro. Y es que no hace falta ser un aguerrido marinero para intuir el peligro de las profundidades marinas, para empequeñecernos ante la ira de la superficie oceánica, para dejar perderse la vista en el horizonte e intentar escrutar el abisal piélago. Tampoco es necesario ostentar esa condición para imbuirnos de la calma que las llanuras oceánicas transmiten, pero concedamos que los que habitan esa isla que es toda embarcación que ha cortado todo amarre a tierra viven en primera persona lo que para otros solo es espejismo. No obstante, <span style="font-family: georgia;"><i>«para un hombre meditativo y soñador, es delicioso. Allí estás, a cien pies sobre las silenciosas cubiertas, avanzando a grandes pasos sobre las profundidades, como si los mástiles fueran zancos gigantes, mientras por debajo de ti y, como si dijéramos, entre tus piernas, nadan los mayores monstruos del mar de la misma manera que una vez navegaron los barcos entre las botas del famoso Coloso de la antigua Rodas. Allí estás, perdido en la infinita secuencia del mar, nada hay rugoso salvo las olas. El barco adormilado se mece, indolente; soplan los somnolientos vientos alisios; todo incita a la molicie. En esta vida ballenera del trópico, una sublime monotonía te arropa durante la mayor parte del tiempo: no oyes noticias; no lees gacetas; los números extraordinarios con alarmantes informes de vulgaridades nunca te inducen a emociones innecesarias; no oyes hablar de aflicciones domésticas, ni de seguros de quiebra, ni de caída de valores; nunca te preocupa la idea de qué tendrás para cenar… Pues todas las comidas de los próximos tres años, y más, están adecuadamente almacenadas en barriles, y la factura de tu alimentación es inmutable».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Lo que sí es mutable, sin embargo, es el mar en sí mismo. Bien lo saben los marineros. Un barco en alta mar no parece, pues, buen lugar para hombres meditativos y soñadores. No, no parece un ballenero como el <i>Pequod</i> lugar adecuado para fantasear y obviar los monstruos marinos que nadan bajo uno. Más bien se me antoja un lugar para hombres más de acción que reflexivos y donde sin duda ha de hacer falta valentía, que no temeridad, pues <span style="font-family: georgia;"><i>«la valentía más fiable y útil es la que surge de la correcta estimación del peligro encontrado»</i></span>, mientras <span style="font-family: georgia;"><i>«que un hombre temerario en grado sumo es un camarada mucho más peligroso que un cobarde».</i></span> No es de extrañar, pues, escuchar en esta novela a Starbuck, primer oficial del <i>Pequod</i>, decir: <span style="font-family: georgia;"><i>«No llevaré hombre en mi lancha [...] que no tenga miedo a una ballena».</i></span></p><p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgcutfT9bevusHXxOvrCzqJqL0ZD3EWBlbZtrT7iTz0pSsmhj5Q98sxgl5e3tB-Fr_EkYU-F3baoIMl9yMpr3vVxnQLb3eke_umneofZ63iOwNUuhbvAvLcZuyE2vYzz6vwWwRBr7Np2fcEPVWnsIj0o_pilwB-rUmCcZVe9cRmXA9cao4tAVqYTaqjjgaS/s2127/Moby%20Dick.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2127" data-original-width="1414" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgcutfT9bevusHXxOvrCzqJqL0ZD3EWBlbZtrT7iTz0pSsmhj5Q98sxgl5e3tB-Fr_EkYU-F3baoIMl9yMpr3vVxnQLb3eke_umneofZ63iOwNUuhbvAvLcZuyE2vYzz6vwWwRBr7Np2fcEPVWnsIj0o_pilwB-rUmCcZVe9cRmXA9cao4tAVqYTaqjjgaS/w266-h400/Moby%20Dick.jpg" width="266" /></a></div><div style="text-align: justify;">Pero no me digáis que Ismael, que precisamente es en el <i>Pequod</i> donde está próximo a embarcarse, no parece, a tenor de su propia presentación, un hombre meditativo y soñador. Lo que sí os digo yo es que a mí Ismael se me antoja un <i>alter ego</i> de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Herman%20Melville" target="_blank">Herman Melville</a>, autor de la novela de la que me dispongo a hablaros, pero ese es otro tema en el que no voy a indagar para no encallar esta reseña. Lo que sí os digo en su lugar es que en un barco —y más en un ballenero del siglo XIX— entre muchas cosas que hacer, también ha de haber mucho tiempo para reflexionar, y de entre las muchas vivencias buenas y malas que ha de proporcionar el mar, serán muchas las que han de constituir carne de reflexión. Os digo, pues, que entre los marineros, con toda su habitual fama de hombres rudos, se esconden muchos poetas y filósofos. Y me acuerdo al escribir esto de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Nikos%20Kavad%C3%ADas" target="_blank">Nikos Kavadías</a>. Y pienso, en relación a todos aquellos que por no adentrarnos en el mar estamos abocados a colmar nuestra fascinación por él sumergiéndonos en las páginas de grandes y pequeños libros, en obras más o menos conocidas en las que he dado en fondear. Así, a bote pronto, pienso en <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2021/06/la-guardia-nikos-kavadias.html" target="_blank">La guardia</a></i>, pienso en <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2019/05/oceano-mar-alessandro-baricco.html" target="_blank">Océano Mar</a></i>, pienso en <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2022/05/el-mar-indemostrable-ce-santiago.html" target="_blank">El mar indemostrable</a></i>, pienso en <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search?q=lord+jim" target="_blank">Lord Jim</a></i>. Pero lo que también pienso es que aun con los pies en tierra y la vista en ese otro horizonte que es la línea negra sobre el papel blanco no nos queda otra que terminar de vérnoslas a solas con el mar, pues, como escribe Herman Melville en esta otra novela que nos ocupa ahora, <span style="font-family: georgia;"><i>«el hecho es que vosotros, libros, debéis saber cuál es vuestro lugar. Nos dais las palabras y los hechos desnudos, pero nosotros venimos a aportar los pensamientos».</i></span> Allá, pues, cada cual con sus pensamientos. Allá cada cual con lo que venga a aportar a esta novela. Allá cada cual con lo que haga con esa ballena blanca llamémosla Moby Dick. Allá cada cual con su leviatán y <span style="font-family: georgia;"><i>«que Dios os ayude, [...], vuestros pensamientos han creado una criatura en vos y de aquel cuyo intenso pensar de ese modo hace de él un Prometeo, un buitre se alimenta por siempre de su corazón; ese buitre es la propia criatura que él crea».</i></span></div><p></p><p style="text-align: justify;">Pero, tranquilos, aún quedan páginas para vernos cara a cara con el buitre, con ese monstruo marino cuyo resople es un canto de sirenas con reminiscencias a criatura ancestral, a mito universal, a epopeya legendaria. Aún quedan mares y océanos que surcar. Tened paciencia, oh, intrépidos marineros, y no tengáis prisa por culminar tamaña gesta, <span style="font-family: georgia;"><i>«pues todos los hombres trágicamente grandes llegan a serlo por una cierta morbidez. Convenceos de esto, oh, joven ambición, toda mortal grandeza no es sino enfermedad».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Por el momento, estamos aún al inicio de esta novela, con un Ismael a punto de embarcarse rumbo a una larga travesía ballenera. Pero no ha de iniciar nuestro narrador la aventura en cualquier parte, no, sino que no está dispuesto a partir de otro lugar que no sea Nantucket, en donde se encuentra el puerto ballenero por excelencia. Es mientras se dirige allí que conoce a Queequeg, un caníbal de allende los mares que se encuentra en un mundo en las antípodas del suyo porque quiso conocer a los cristianos y aprender de ellos para hacer así a su gente todavía más feliz y mejor de lo que era y terminó, sin embargo, por descubrir que el mundo <span style="font-family: georgia;"><i>«es un mundo perverso en todos los meridianos».</i></span></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Easy_Street,_c._1900._(3349307370).jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="408" data-original-width="512" height="510" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi74WSrkmQ6wjR4vaUBCwzBwYoUZhdk2IJ3supcWgDGSyC2b6Sf0t5gIAp_9NYP72sCBpGKp0VBiHPOMKbCocIlO0FZhTrXBNNToZKwWg9XwK1xs_OnionkOLTx84cZMhhInyU_r0X2k8aNhLfrg-D_AzovFs84iFtEI85I1bxSZuN0YdZXR9VzM0iERVxR/w640-h510/Easy_Street,_c._1900._(3349307370).jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Easy_Street,_c._1900._(3349307370).jpg" target="_blank">Nantucket, Massachusetts, alrededor de 1896-1901</a>. Fotografía de <a href="https://www.flickr.com/people/34101160@N07" target="_blank">nha.library</a> sin restricciones conocidas de derechos de autor.</span></td></tr></tbody></table><p></p><p style="text-align: justify;">La inesperada amistad que se forja entre Ismael y Queequeg es entrañable, así como cómica es la situación en la que entablan conocimiento uno del otro. La comicidad es algo con lo que Herman Melville nos irá obsequiando en esta obra, y las alusiones al hermanamiento entre hombres de diferentes culturas y religiones será también una constante a lo largo de toda ella, no en vano en la tripulación del <i>Pequod</i>, el navío en el que están a punto de embarcar tanto Ismael como Queequeg, tal y como suele ocurrir con <span style="font-family: georgia;"><i>«los muchos miles de hombres a proa de mástil empleados en la pesquería de la ballena americana, no hay uno de dos nacido en América, aunque prácticamente todos los oficiales lo son. En esto ocurre lo mismo tanto en la pesquería de ballena americana como en el ejército americano, y en la armada y en la marina mercante americanas, y en los destacamentos de ingeniería empleados en la construcción de los canales y ferrocarriles americanos. Lo mismo, digo, porque en todos estos casos los americanos nativos aportan con largueza el cerebro, proporcionando los músculos el resto del mundo con la misma generosidad».</i></span> Lo cual, obviamente, no ha de significar que ese resto del mundo que no es ese trozo de América que se ha erigido a sí mismo en beneficiario del gentilicio de todo un continente no tenga cerebro con el que contribuir con largueza a cualquier hazaña. Permitámosle, pues, a Melville lo que, más que un alarde de chovinismo, considero una irónica constatación de una realidad de su tiempo que me temo no se distancia en demasía —y aquí podría sustituirse esa porción de América en la que nació el autor por muchos otros países occidentales— de la realidad actual. Perdonémosle también las veces que alardea de la superioridad de la pesca ballenera estadounidense, especialmente respecto a la inglesa, y tengamos en cuenta que, tal y como explica Fernando Velasco Garrido, que además de traductor corre a cargo de la introducción de la edición que de esta novela he leído, el buque insignia de la producción literaria de Herman Melville nació auspiciado por el propósito de <span style="font-family: georgia;"><i>«escribir una obra que expresara la nueva cultura propia y original de los Estados Unidos de América. [...]. Era ésta una idea que parecía justificada por la pujanza y la originalidad que la nación había mostrado en prácticamente todos los campos de la actividad humana. Sólo la creación artística había permanecido anclada en un mezquino provincialismo respecto a Europa, sin reflejar aún —casi setenta y cinco años después de su constitución— el espíritu de la»</i></span> nueva nación cuyo proceso de formación <span style="font-family: georgia;"><i>«era considerado por gran parte de sus habitantes como poco menos que un nuevo inicio en la historia de la humanidad».</i></span> Agradezcámosle, por tanto, a Herman Melville no su ambición, que bien podría haberse quedado en un quien mucho abarca poco aprieta, sino la amplitud de miras con que la llevó a cabo y el fruto de ello resultante. Y permitidme a mí darle la vuelta al dicho y aventurar que, precisamente por no apretar cada una de las varillas del gran abanico que muestra en esta novela y que ahora mismo se me antojan varillas de corsé de esas que antaño tenían su origen en barbas de ballena, por no apretar esas varillas —digo— sino expandirlas en todo su esplendor y dimensión, consigue abarcar un espectro diametral.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Uno a menudo oye hablar de escritores que se enaltecen y se hinchan con su tema, aunque pueda parecer un tema meramente vulgar. ¿Qué, entonces, ocurrirá conmigo, al escribir sobre este leviatán? Inconscientemente mi caligrafía se expande a mayúsculas de cartel. ¡Dadme la pluma de un cóndor! ¡Dadme el cráter del Vesubio como tintero! ¡Amigos, sujetadme los brazos! Pues en el mero acto de poner sobre el papel mis pensamientos sobre este leviatán, éstos me agotan, y me hacen desfallecer con su rebosante abarcabilidad de ámbito, como si incluyeran el círculo total de las ciencias, y todas las generaciones de ballenas, y hombres, y mastodontes, pasados, presentes y por venir, junto con todos los giratorios panoramas de dominio sobre la tierra, y a través de todo el universo, sin excluir sus suburbios. ¡Tal y tan engrandecedora es la virtud de un magno y expansivo tema! Nos dilatamos hasta su mole. Para producir un libro colosal, debes elegir un colosal asunto. Jamás podrá escribirse un volumen grandioso y perdurable sobre la mosca, aunque muchos haya que lo han intentado».</span></blockquote><p style="text-align: justify;">Permitidme, también, discrepar con Herman Melville respecto a que una mosca no pueda ser asunto colosal que inspire un colosal libro.</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Essex_photo_03_b.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="539" data-original-width="700" height="492" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiwDgYDRDfvVIwN86cVzDOcZoMWmO0-N8nKHud77EX6AM25cukt9E3pzIPWN6NFigPc415wlDZtO0BDDlJ6k4n6ZWKbeLE_DySsezbbOlOA6c-UvhSyu3bf6RYu5f4FbrUqre7h5Lu9D0IYmPm308YgzkYo6AURVCYlktQ1yn1YoS57dEjlFPMnwIMXjCWA/w640-h492/Essex_photo_03_b.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Essex_photo_03_b.jpg" target="_blank">El Essex fue un ballenero de Nantucket que fue embestido y hundido por un cachalote en el océano Pacífico en 1820.</a><br />Herman Melville se inspiró en este suceso para escribir su conocida novela.<br />El dibujo, en dominio público, es obra de <a href="https://en.wikipedia.org/wiki/Thomas_Nickerson" target="_blank">Thomas Nickerson</a>.</span></td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;">Llamadme Isamel, reza el mítico comienzo de <i>Moby Dick o La ballena</i>, pero, sin embargo, no es ese el comienzo de tan colosal libro. Que levante la mano quien haya leído <i>Moby Dick</i> y no se haya saltado las páginas de epígrafes balleneros que anteceden el inicio de esta novela, quien no haya resoplado cual cachalote ante los extractos aportados por un ayudante de ayudante de bibliotecario. <span style="font-family: georgia;"><i>«Se verá»</i></span> —nos advierte el autor ante los mismos— <span style="font-family: georgia;"><i>«que este simple esforzado escarbador y hormiga, pobre diablo de ayudante de ayudante, parece haber recorrido los largos vaticanos y los puestos callejeros de la Tierra, escogiendo cualesquiera aleatorias alusiones a ballenas que de todo modo pudiera encontrar en cualquier libro que fuese, ya fuera sagrado o profano».</i></span> Se verá —concluyo yo tras dar cuenta de mi travesía en pos de la ballena blanca— que Herman Melville es, como me pronosticó hace un año <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Enrique%20Vila-Matas" target="_blank">Enrique Vila-Matas</a> en <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2023/03/montevideo-enrique-vila-matas.html" target="_blank">Montevideo</a></i>, un rastreador del Todo. Se verá que entre esos perseguidores de la totalidad de los que el mundo está lleno Herman Melville pertenece a los de una valía y valor incalculables.</div><p></p><p style="text-align: justify;">Herman Melville es, pues, al igual que mi idolatrado <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Mircea%20C%C4%83rt%C4%83rescu" target="_blank">Mircea <span style="background-color: white; font-family: Lora, serif; font-size: 16px;">Cărtărescu</span></a>, un escritor del Todo. Y, al igual que al leer <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2023/05/nostalgia-mircea-cartarescu.html" target="_blank">Nostalgia</a></i> esta que aquí escribe se declaró lectora del Todo, vuelvo nuevamente a hacerlo tras haber leído <i>Moby Dick</i>. Reconozco, además, que, a menudo, y apelando a vuestras paciencias, que para leerme han de ser mayores que —ya que estamos hablando de una obra plagada de referencias bíblicas— las del santo Job, me vengo arriba y aspiro a ser reseñadora del Todo. Cómo no va por tanto esta insignificante técnica auxiliar de biblioteca con contrato relevo con fecha de caducidad a simpatizar con ese ayudante de ayudante de bibliotecario. Imaginaréis, pues, que no puedo levantar mi mano. Sospecharéis —y haréis bien en hacerlo— que he leído religiosamente todos y cada uno de los epígrafes balleneros sin saltarme ni una página y sin soltar ni un solo resoplido.</p><div style="text-align: justify;">Quienes esperen, pues, encontrar en <i>Moby Dick</i> una novela de aventuras se descubrirán en cambio pensando a menudo que en lo que se han aventurado es en un tratado de cetología. Quienes, a tenor de lo leído en los primeros capítulos, hayan identificado a Ismael como protagonista de la aventura tendrán, una vez que el <i>Pequod</i> haya soltado amarras, que conformarse con un personaje que apenas aparece anecdóticamente y cuya principal función es hacer de narrador. Y, aunque no negaré haber echado de menos al Ismael de las primeras páginas, así como sus correrías con el bueno de Queequeg, he de decir que ese conformarse no es poco porque esa voz narrativa es mucho.</div><p></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="float: right; margin-left: 1em; text-align: right;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://wellcomecollection.org/works/eg5x9rcv" target="_blank"><img border="0" data-original-height="3262" data-original-width="2356" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhAKENsDlDIitt9GhumkdPoU13htkI8IpPybzH-6KPL99UDaGqGu-tyHTvk4I7uKg5KcOf0p5c9TnuszkpVFiwj4rO6e95pRezo65sVTnN2cGeIFg_8Z6fPnN5G_nSmCmHqNdN63aJrCKARI4YEhdxZ_uqHNOrrlkuADYiGPDRKZoen3jz438nEd4U2ODpd/w289-h400/default%20(1).jpg" width="289" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://wellcomecollection.org/works/eg5x9rcv" target="_blank">Vishnu in his incarnation as Matsya (fish) to save the sacred<br />books.</a> Gouache painting on mica by an Indian artist.<br /><a href="https://wellcomecollection.org/" target="_blank">Wellcome Collection</a>. <a href="https://creativecommons.org/publicdomain/mark/1.0/" target="_blank">Public Domain Mark</a>.<br /></span></td></tr></tbody></table><div style="text-align: justify;">Una vez a bordo del <i>Pequod</i>, la trama que es su travesía avanza lentamente; tanto que casi parece haberse detenido. Las olas que surcamos podrían resultar arduas si no fuera porque el patrón que nos guía es experto en instrumentos de navegación y, recurriendo a ese signo de puntación tan actualmente en desuso que casi parece estar en vía de extinción que es el punto y coma, consigue convertir en transitable lo que podría haber dado en convertirse en una enrevesada narración encumbrada sobre largas frases de endiablada sintaxis, y en la que lo que, a mi entender, más puede echar por la borda al lector, amén de ese ya mencionado lento avance de la trama durante gran parte de la novela, son las numerosas y variadas (y no solo bíblicas) referencias en muchos casos me temo que no captables para un lector actual no erudito, entre los cuales me incluyo, aunque no por ellas ni la historia ni lo que su autor pretende decir dejan de ser comprensibles. Por lo demás, ahí estamos, los músculos ya marcados y la piel tostada y disfrutando de ese nada despreciable semi reposo en cubierta cuando, alcanzado aproximadamente el cuarto final de esta novela, avanzamos ya por fin viento en popa a toda vela arrastrados por la aún no mencionada venganza del aún no mencionado Ajab, el huraño, furibundo y oscuro capitán del <i>Pequod</i>. Hasta ese momento, la estancia en el ballenero se ocupa mayoritariamente, aun siendo salpicada aquí y acullá por lo que va sucediendo en la embarcación y con la tripulación, de capítulos dedicados al insondable arte de la pesca ballenera y, especialmente, a las aún más impenetrables especies de cetáceos que desde tiempos inmemoriales surcan los mares con protagonismo estelar —como no podía ser de otra manera— del cachalote —que, <span style="font-family: georgia;"><i>«científico o poético, no vive entero en publicación alguna. Muy por encima de todas las otras ballenas cazadas, la suya es una vida no escrita» </i></span>y parece que por ello Herman Melville la pretendiera escribir—, pues no a otra especie sino a la del cachalote pertenece ese leviatán albino, ese monstruo marino cercenador de hombres que es Moby Dick.</div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia;"><i>«Ya que he asumido ocuparme de este leviatán, me corresponde mostrarme omniscientemente exhaustivo en la tarea»</i></span>, leo en esta novela, y no seré yo quien ose negarle exhaustividad a ese llamémosle alter ego de Herman Melville que nos ilustra sobre tal magnífica —y no solo por tamaño— criatura que es la ballena. Anatomía, fisiología, paleontología, mitología y representaciones artísticas balleneras se pasean por este libro. Pareciera que el autor hubiera querido alcanzar en él todo el saber enciclopédico en torno a las ballenas. Si la CDU —permitidme el guiño a ese ayudante de ayudante de bibliotecario— abarca el conocimiento universal, el saber ballenero contenido en esta novela bien podría distribuirse por sus nueve clases ocupadas. Si la clasificación bibliográfica que es la Clasificación Decimal Universal, aun con su carácter decimal, facetado, jerárquico y sintético y con las posibilidades combinatorias que le infieren sus signos auxiliares de adición, extensión y relación, deja vacante una de sus diez clases en previsión de que esta pueda albergar nuevas ramas del saber que puedan surgir en un futuro, igualmente nuestro narrador deja su <span style="font-family: georgia;"><i>«sistema cetológico así inacabado ahora, lo mismo que quedó la gran catedral de Colonia, con la grúa todavía alzada sobre la cumbre de la incompleta torre. Pues las pequeñas erecciones pueden ser terminadas por sus primeros arquitectos; las grandiosas, auténticas, siempre dejan el sillar de la clave a la posteridad. Dios me guarde de completar nunca nada. Este libro sólo es un bosquejo… No, sólo es el bosquejo de un bosquejo. ¡Oh, tiempo, fortaleza, dinero, y paciencia!»</i></span> Para ser perseguidor del Todo hay que ser consciente de que ese Todo no se puede abarcar en su totalidad o al menos barruntar que una sola vida y un solo hombre no bastan para tamaña empresa.</p><div style="text-align: justify;">No me duelen prendas admitir que así como eché de menos a Ismael como protagonista igualmente añoré después el abandono de tanta erudición ballenera; en fin, toda ganancia ha de tener aparejada una pérdida y todo avance ha de dejar algo atrás. Tampoco reniego de confesar que me he encontrado en más ocasiones de las que debería —so riesgo de no terminar nunca esta lectura— buscando imágenes o intentando confirmar informaciones o anécdotas balleneras. Llamadme loca, llamadme friqui, pero toda lectora del Todo que se precie de serlo ha de tener un punto de curiosidad y dispersión. Además, no estoy sola en mi <i>friquismo</i>. Buscando las imágenes correspondientes a las representaciones artísticas balleneras citadas en cierto capítulo de <i>Moby Dick</i>, hete aquí que me encontré con algo que me facilitó mucho la tarea y que, por si hay algún friki más en la sala, os dejo <a href="https://frodorock.blogspot.com/2013/09/el-gran-capitulo-lv-de-moby-dick.html?sc=1708703467924#c3997759485901799658" target="_blank">aquí</a>.</div><p></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:La_peche_a_la_baleine.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="340" data-original-width="512" height="426" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjcq1TKlEWl-yb1ooTJKxTyjsRIa-e0OxLtUyEo4mEDG7unlbpTA2bQgi_yJwPCOR46TuV8K7JiVqHyiM3bPpB9tl5I0HlVhNlofMBgeB-E6ARh8whuhpEiZ5FNehUVFmPckC3X0mNoLnP03ws9XeTROprl7Mc3b4F4B4JXkOqcEBF7K8XfgOHvhHNdSBz5/w640-h426/La_peche_a_la_baleine.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:La_peche_a_la_baleine.jpg" target="_blank">Pintura de Ambroise Louis Garneray representando una escena de la pesca de una ballena.</a><br />Fotografía de Szilas in Nantes History Museum bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0/" target="_blank">CC BY-SA 4.0 DEED</a>.</span></td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;">Cabe recordar que <i>Moby Dick</i> se publicó por primera vez en 1851 y que, obviamente, los relatos acerca de las <span style="font-family: georgia;"><i>«investigaciones en las historias leviatánicas»</i></span> en ella contenticos atienden a las creencias y conocimientos naturalistas de la época, aunque también a las muy particulares apetencias del autor de esta novela por boca de su narrador. Pero, qué queréis, la hace décadas estudiante de Biología que aquí escribe (tengo curriculum variopinto, como podéis observar; qué menos esperar de una lectora de la totalidad como yo) a un rastreador del Todo como Herman Melville le perdona hasta que mande a paseo a Linneo, el cual, <span style="font-family: georgia;"><i>«en su </i>Sistema de la Naturaleza<i>, 1776 d.C., [...] afirma: «Por la presente separo las ballenas de los peces»».</i></span> Pues bien, por la presente novela que inspira esta reseña <span style="font-family: georgia;"><i>«una ballena es un </i>pez de cola horizontal que lanza un chorro<i>. Ahí la tenéis. Por muy compendiada que sea, esa definición es el resultado de una amplia meditación».</i></span> Ahí me la como (la definición, que no el <i>pez</i>, pues menuda indigestión). Ahí me como también una nueva clasificación taxonómica de las especies del infraorden de los cetáceos basada exclusivamente en su tamaño. Me lo como porque esto es una novela y, como le he leído hace escasos días a <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/%C3%81lvaro%20Enrigue" target="_blank">Álvaro Enrigue</a> —el cual tardará muy poco en volver a asomar por este blog—, <span style="font-family: georgia;"><i>«en las novelas [...] todo, hasta la ortografía, sirve al relato».</i></span> Pues bien, en esta novela que nos ocupa hasta las incorrecciones científicas juegan a favor de obra, y, además, hay que hacer notar que quien las comete no es por ignorancia o negligencia, así como que no esconde su intencionado error.</div><p></p><p style="text-align: justify;">Algún día —y si vuelve a venir a cuento— tal vez escriba sobre los cladogramas, esa representación de los árboles filogenéticos que bien podrían compartir características con la CDU y que si bien no clasifican como esta el saber universal sí hacen lo propio con los seres vivos, entendiéndose aquí por vivo todo lo que ha tenido vida en alguna de las eras del tiempo geológico. Por el momento, quede aquí constancia de mi reciente veneración y fascinación por las ballenas en general y por el cachalote en particular. Y, ahora, viremos rumbo hacia lo que espero termine por ser destino final de esta reseña. Allá en el lejano horizonte lo diviso. Tenedme paciencia, marineros.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«¡Sí, sí! Fue esa maldita ballena blanca la que me cercenó; ¡hizo de mí un pobre hombre apuntalado por siempre jamás! [...] Y antes que renunciar a ella la perseguiré más allá de Buena Esperanza, y más allá de Hornos, y más allá del Maelstrom de Noruega, y más allá de las llamas de la perdición. ¡Y para esto es para lo que habéis embarcado, marineros! Para cazar a esa ballena blanca a ambos lados de tierra, y por todas las partes del mundo, hasta que su chorrear sea negra sangre y voltee la aleta fuera. ¿Qué decís, marineros, ayustaréis por ello ahora las manos? Creo que tenéis aspecto valiente».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="float: right; margin-left: 1em; text-align: right;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Moby_Dick_final_chase.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="805" data-original-width="512" height="452" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEisOnRc0jse3gvh7oDrqwFFwPi7m7UBJgNW2HEApQwMKylJYL99l_euqSAIO5VsmJp1WuvcAnr4sEJw05qbAK-iV8Suerpuzks0ZC8RZOoxWELGXnxBtLAtQyEgSM23Eoy97SF33RRkeeKyx0csirhShjvIGHOCTIIb_qs5UPEc2sGbVbRCTsMJTwO8VZOn/w288-h452/512px-Moby_Dick_final_chase.jpg" width="288" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Moby_Dick_final_chase.jpg" target="_blank">Ilustración de I. W. Taber para la edición de Charles<br />Scribner's Sons de <i>Moby Dick</i>.</a> Trabajo en dominio público.</span></td></tr></tbody></table><div style="text-align: justify;">Sí, yo también lo creo. Y espero que así sea, pues para eso hemos embarcado, marineros; para dar caza a esa ballena blanca, pues ella, Moby Dick, es, tal y como rezan los alternativos títulos de esta novela, la auténtica protagonista de esta aventura. La tarea es ardua; los peligros, grandes; los presagios, funestos. Jamás ha habido en los libros o fuera de ellos lucha más titánica que la del hombre contra sí mismo. Así, pues, os presento a los dos contrincantes: a un lado del cuadrilátero, el capitán Ajab, con su ponzoñosa alma oscura: del otro, la inmortal ballena blanca cuyo nombre puebla las historias y pesadillas de los balleneros. El uno y la otra positivo y negativo de una misma radiografía humana. Y es que, por mucho que Herman Melville concibiera esta historia como una novela que habría de abrir el camino a una literatura estadounidense con entidad propia, la misma no hubiera llegado a lo que hoy es de no ser por su cualidad de universal. No faltan en ella, por tanto, variadas alusiones a la condición humana. En lo que respecta a Ajab, su alma oscura no es sino un alma atormentada, y la fortaleza con la que envuelve su tosco carácter y su inquebrantable propósito de dar caza a la ballena no esconde sino la fragilidad que nace del dolor y de la obsesión. No es de extrañar, por tanto, la insólita conexión que se dará entre Ajab y el pobre Pip, uno de los miembros de la tripulación del <i>Quepod</i> y que se revelará como un negativo fotográfico del alma de Ajab. No en vano, de esa extraña pareja otro de los tripulantes llegará a comentar: <span style="font-family: georgia;"><i>«Ahí van ahora dos enajenados [...]. Uno enajenado de vigor, el otro enajenado de debilidad».</i></span> Y es que Ajab, aun con todo su vigor, vive preso, y ese compañero de celda que es también muro y que él mismo ha creado le carcome él corazón. Como él mismo se explica: <span style="font-family: georgia;"><i>«¿Cómo puede el prisionero llegar al exterior, sino atravesando la pared por la fuerza? Para mí, la ballena blanca es esa pared, acercada a empujones hasta mí».</i></span> Sí, no hay nada como una obra universal para revelarnos los claroscuros del alma humana, nuestros soles, nuestras brumas, nuestras profundidades oceánicas, nuestros descensos, hundimientos y, con suerte, nuestras resurrecciones y mantenimientos a flote.</div><p></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Sin embargo, el sol no oculta la Ciénaga Siniestra de Virginia, ni tampoco la aborrecible Campagna romana, ni el vasto Sahara, ni todos los millones de millas de desiertos y de pesares bajo la luna. El sol no oculta el océano, que es el lado oscuro de esta tierra, y que constituye dos terceras partes de esta tierra. Así es, por tanto, que el mortal que albergue en sí más alegría que pena, ese mortal no puede ser sincero… no es sincero o es retrasado. Con los libros sucede lo mismo. El más sincero de todos los hombres fue el varón de dolores, y el más sincero de todos los libros, el de Salomón, y el Eclesiastés es el fino acero batido del dolor. «Todo es vanidad.» Todo. Este pertinaz mundo no ha asimilado todavía la sabiduría del pagano Salomón. Pero aquel que evita hospitales y cárceles, y que anda deprisa al cruzar los cementerios, y prefiere hablar de ópera que del Infierno; el que llama a Cowper, Young, Pascal, Rousseau, pobres diablos todos, hombres enfermos; y a lo largo de una vida sin preocupaciones invoca a Rabelais como extremadamente listo y, por tanto, jocoso… Ese hombre no es apto para sentarse en lápidas mortuorias y traspasar el verde y húmedo musgo junto al insondablemente extraordinario Salomón.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Mas incluso Salomón dice: «El hombre que se aparte del camino de la comprensión permanecerá (i. e., mientras aún vivo) en la congregación de los muertos». No cedáis entonces ante el fuego, no sea que os haga virar, que os consuma, como entonces me hizo a mí. Hay una sabiduría que es desdicha; pero hay una desdicha que es locura. Y en algunas almas hay un águila de las montañas Catskill que igual puede descender hasta las más negras quebradas que surgir de ellas de nuevo y hacerse invisible en el soleado espacio. E incluso aunque por siempre vuele dentro de la quebrada, esa quebrada está en las montañas; de manera que aun en su más bajo vuelo, el águila de montaña todavía está más alta que otros pájaros en la planicie, incluso cuando se remontan a lo alto».</span></div></blockquote><div style="text-align: justify;"><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="float: right; margin-left: 1em; text-align: right;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Basilosaurus1DB.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="644" data-original-width="512" height="367" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi9P4yQESWp4tKFVFvn2oQJo6wWhkvgWYs73uaA_GYZc0AJ6iH1AajqT4NZXTuKwZ7ZRET1xuf5y8F7BX-exfRnYrSuWal4FnFsShqLpFIwpEoyxug_tzgni4O5iOkImoYFtocq4kleg0c5_Tk0GOWs1PRKStXJMHnfyk3i7OsI7bn7MN1PRcV9nLkfc5qf/w290-h367/512px-Basilosaurus1DB.jpg" width="290" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><i><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Basilosaurus1DB.jpg" target="_blank">Basilosaurus cetoides</a></i>, ilustración de <a href="https://www.wikidata.org/wiki/Q39957193" target="_blank">Dmitri Bogdanov</a> bajo<br />licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by/3.0/deed.en" target="_blank">CC BY 3.0 DEED</a>. El <i>Basilosaurus</i> es un<br />género extinto de cetáceos arqueocetos. Es el primer<br />cetáceo grande en aparecer en el registro fósil y una<br />pieza clave en el estudio de su evolución.</span></td></tr></tbody></table>En cuanto a la ballena, mucho sobre ella se ha escrito en este libro. Por su aceite no pocos hombres han muerto para alumbrar a otros muchos. No pocas ballenas se han matado en aras del beneficio y comodidad humana. Tal vez, la temible y mítica Moby Dick, más que un mortífero leviatán, no sea sino un animal defendiéndose, superviviendo, luchando, en fin —y como, inhalación a inhalación o resoplido a resoplido, hacemos todos—, por sobrevivir. Pero, ah, Moby Dick no es un ser marino cualquiera. <span style="font-family: georgia;"><i>«Era la blancura de la ballena lo que me aterraba por encima de todas las cosas»</i></span>, confiesa Ismael al rememorar esta historia. Sí, esa misma blancura que tantas veces es sinónimo de belleza y pureza puede dar pavor y apelar a nuestros instintos más atávicos. Esa blancura que denota la totalidad del color se revela en ocasiones, nuevamente por negatividad fotográfica, como la absoluta ausencia del mismo y el más, por tanto, grotesco de los vacíos. Con tal irracional aversión por algo tan aparentemente cándido resulta que <span style="font-family: georgia;"><i>«aún no hemos resuelto el encantamiento de esta blancura, ni aprendido por qué con tanta fuerza apela al alma; y más extraño y mucho más portentoso… por qué, como hemos visto, es a la vez el símbolo más significativo de los asuntos espirituales, [...] y, sin embargo, ha de ser, como es, el agente intensificador en las cuestiones más terroríficas para la humanidad. [...] cuando consideramos esa otra teoría de los filósofos naturales, que todas las tonalidades terrenales —cada elegante o encantador ornato—, las dulces veladuras de los cielos y los bosques vespertinos, sí, y los metalizados terciopelos de las mariposas, y las mejillas de mariposa de las muchachas, todo ello no es sino sutil engaño, no inherente en realidad a la sustancia, sino sólo aplicado desde fuera; de manera que la entera deificada naturaleza se pinta toda ella como una mujerzuela cuyos encantos nada cubren salvo el osario que hay dentro; y cuando profundizamos y consideramos que el cosmético místico que produce cada una de sus tonalidades, el gran principio de la luz, permanece por siempre blanco o carente de color en sí, y que si operara sobre la materia sin nada que mediara, tocaría todos los objetos, incluso los tulipanes y las rosas, con su propio matiz vacío… ponderando todo esto, el universo paralizado yace ante nosotros como un apestado; y como los obstinados viajeros que en Laponia se niegan a llevar gafas coloreadas y coloreantes sobre sus ojos, así el miserable infiel mira el monumental sudario blanco que envuelve todo porvenir a su alrededor, hasta quedarse ciego. Y de todas estas cosas la ballena albina era el símbolo. ¿Os sorprendéis aún de la feroz cacería?»</i></span></div><p></p><p style="text-align: justify;">¿Os sorprendéis aún del temor que inspira Moby Dick? Marineros de todo el mundo dicen de él que <span style="font-family: georgia;"><i>«era ubicuo; [...] que en verdad se le había visto en latitudes opuestas en un solo y mismo instante de tiempo». «No puede ser motivo grande de sorpresa que algunos balleneros fueran aún más lejos en sus supersticiones; declarando a Moby Dick no sólo ubicuo, sino inmortal (pues la inmortalidad sólo es la ubicuidad en el tiempo)».</i></span> Como si la ballena blanca fuera una deidad: más vieja que el tiempo, más longeva que el último de nuestros descendientes. Tan pequeños e insignificantes somos. Ese es el hombre. Eso somos los hombres. ¡Oh, pobres seres mortales que no representamos más que una gota en el inmenso océano del tiempo!</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Lo_scheletro_del_capodoglio,_ricomposto,_a_Maglie.JPG" target="_blank"><img border="0" data-original-height="189" data-original-width="512" height="236" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjtrlMY8cv5LBBlUGqgvVu3tKPtzqS3v8NsMlH86LT5e1Jh36TCPM66ZtrDp8JXeWkwYAQ3WhkyY1gcwDsoG2f6ab9zcEDdxFLjRLlDyUNt29nHhbLj3DZ1TIyUn-mpVZJCEksUTGjja_1WzKhEDwjI_m8LkMNnDlse1C-0jcmk0oQw-aYiTjb0Ua7CBOCY/w640-h236/Lo_scheletro_del_capodoglio,_ricomposto,_a_Maglie.JPG" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Lo_scheletro_del_capodoglio,_ricomposto,_a_Maglie.JPG" target="_blank">El geólogo y paleontólogo Liborio Salomi en 1903 con el esqueleto recompuesto de un cachalote.</a><br />Fotografía en dominio público. Fuente: Archivo de la familia Salomi.</span></td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;">No vivió Herman Melville para disfrutar —siquiera llegar a saber— de la ubicuidad temporal de su ballena. En vida del autor, <i>Moby Dick</i> tan solo conoció cierta acogida en Reino Unido años después de su publicación. Tendría que pasar más tiempo para que Estados Unidos —el país natal de un escritor cuya literatura quiso elevar— reconociera la magnitud de esta obra. Herman Melville murió en 1891 a los setenta y dos años de edad siendo un escritor olvidado, hermanándose, por tanto, con ese ayudante de ayudante de bibliotecario que él mismo había creado y sobre el cual había escrito, cual si de un presagio se tratase: <span style="font-family: georgia;"><i>«adiós, pobre diablo de ayudante de ayudante, cuyo comentador yo soy. Vos pertenecéis a esa pálida y desahuciada estirpe que ningún vino de este mundo confortará jamás; y para la que incluso el jerez pálido resultaría demasiado rojizo y fuerte; mas con la cual a veces a uno le agrada sentarse, y sentirse pobre diablo también; y solidarizarse entre lágrimas; y decirles simple y llanamente, con ojos cargados y vasos vacíos, y con tristeza no del todo desagradable… ¡Abandonad, ayudantes de ayudantes! ¡Pues cuantas más y mayores molestias os toméis para agradar al mundo, tanto más y mayormente quedaréis por siempre sin agradecimiento!»</i></span></div><p></p><p style="text-align: justify;">La ballena de Herman Melville volvió a resoplar tras la muerte de su creador y a expulsar aire por su espiráculo. Desde entonces, son muchos los marineros de tierra adentro que, desde todos los puntos cardinales, la han divisado, incluso en latitudes opuestas en un solo y mismo instante de tiempo, dando así fe de su ubicuidad. En cuanto a su inmortalidad, me temo que no podemos augurarle nada más allá del tiempo humano en la Tierra. Lo que sí le podemos vaticinar es que mientras el hombre siga luchando consigo mismo, mientras siga rebelándose contra su sino, contra esa incomprensible e inasible omnipotencia que nos ningunea y que algunos llaman Dios y otros no sabemos cómo llamar, no faltará quien, cual marinero vigía en su tope, grite el temido, conocido y a la vez buscado <span style="font-family: georgia;"><i>«¡allí resopla!»</i></span> despertando nuestras más atávicas alarmas, pero permitiéndonos también contemplar el mundo y la vida en toda su majestad. </p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Dado lo cual, por todos estos motivos, consideramos la ballena inmortal en su especie, por muy perecedera que sea en su individualidad. Nadó en los mares antes de que los continentes partieran las aguas; en un tiempo nadó sobre el emplazamiento de las Tullerías, y el del castillo de Windsor, y el del Kremlin. En el Diluvio de Noé despreció el Arca; y si alguna vez el mundo vuelve a ser inundado, lo mismo que los Países Bajos, para matar a sus ratas, entonces la ballena eterna aún sobrevivirá y, alzándose sobre la cresta más alta del torrente ecuatorial, lanzará el chorro de su espumoso desafío a los cielos».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://collections.lacma.org/node/243894" target="_blank"><img border="0" data-original-height="2100" data-original-width="1721" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjNxl3XIYbW3oHXI9HDdL6PkyDvdpUTRaIXXIngJCDAF-YTFnDli5Tf_Dgls-O0U_u63LxllLYH5ZwVcjqz0tEQke_q3WrKj1bGTV9dhDtThQcYLy70amhXYpL-CihSzltoOylhEsDZ6XEp58ZkIewKzHvUOvd0ePfBn1bTGAu9TwMuAc_dpDoLMxpWJLLY/w524-h640/ma-53451.jpg" width="524" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://collections.lacma.org/node/243894" target="_blank">Jonás escupido por la ballena</a>, grabado de <a href="https://collections.lacma.org/node/167668" target="_blank">Johannes Sadeler I</a>.<br />Trabajo en dominio público. Fuente: <a href="https://collections.lacma.org/" target="_blank">LACMA Collections</a>.</span></td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;"><u>Ficha del libro:</u></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Título: <a href="https://www.akal.com/libro/moby-dick-o-la-ballena_34532/" target="_blank">Moby Dick o La Ballena</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Autor: <a href="https://www.akal.com/autor/herman-melville/" target="_blank">Herman Melville</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Traductor: Fernando Velasco Garrido</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Editorial: Akal</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Año de publicación: 2012 (1851)</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Nº de páginas: 752</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">ISBN: 978-84-460-3124-6</span></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Si te ha gustado...</div><div style="text-align: justify;">¿Compartes?</div><div style="text-align: justify;"> ↓</div>Lorena Álvarez Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/12912455925584013270noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-3756166230240849946.post-57648395539281637202024-03-08T08:00:00.001+01:002024-03-08T08:00:00.443+01:00El descenso - Anna Kavan<p style="text-align: justify;"><u>Lo que sé de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Anna%20Kavan" target="_blank">Anna Kavan</a>:</u><br />Nació en Cannes en 1901 como Helen Emily Woods.<br />Hija única de una familia británica adinerada, creció entre Europa y Estados Unidos.<br />Su padre se suicidó en 1911.<br />Fue interna en un par de escuelas en reino Unido. Recordaba su infancia como solitaria.<br />Su madre no la dejó estudiar en Oxford y la forzó a casarse con quien había sido su propio amante.<br />Escribió sus primeras obras literarias como Helen Ferguson, su nombre de casada.<br />Se casó y divorció dos veces. Con su primer marido tuvo un hijo; lo perdió en la Segunda Guerra Mundial. Con el segundo tuvo una hija que murió poco después del parto; el matrimonio adoptó posteriormente una niña.<br />Sufrió depresión, intentó suicidarse tres veces y fue adicta a la heroína. Pasó largas temporadas en hospitales psiquiátricos tanto en Suiza como en Inglaterra, la primera de ellas tras el fracaso de su segundo matrimonio.<br />Tras su primer ingreso psiquiátrico, comenzó a escribir como Anna Kavan, nombre con el que había bautizado a las protagonistas de sus novelas <i>Let me alone</i>, inspirada en su primera experiencia matrimonial, y <i>A stranger still</i>. No se trató tan solo de un seudónimo, sino que cambió su nombre legalmente.<br />Su estilo narrativo cambió radicalmente bajo su nuevo nombre. Se tornó mucho más simbólico. Se la suele comparar por ello con <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Franz%20Kafka" target="_blank">Franz Kafka</a><br />Cultivó otras disciplinas artísticas, como la pintura.<br />Viajó y vivió en lugares como Nueva York, California, Birmania, Nueva Zelanda o Sudáfrica.<br /><i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2022/04/hielo-anna-kavan.html" target="_blank">Hielo</a></i>, la última obra que escribió, es su trabajo más conocido.<br />Murió en Londres en 1968 de un ataque cardíaco, aunque es habitual leer que la causa de su muerte fue una sobredosis.</p><p style="text-align: justify;"><u></u></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><u><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjrVus72D7XQTt4lTeRM0dJA1-m35SRNLe3fyFPUdlCx7toQ7NzDiu8nWPDv4WNI3JYWtTmdkakky494Zvq2zU72lELJ_9IJaE5cqLJ8cd_tMF-mAsf160suGO6lCke6QGvNZkhGt7QOH93KfGULm0WKcefd8YDB2sTzq64iYyAtCrKbXfoOSKemTHNYAdV/s299/El%20descenso.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="299" data-original-width="195" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjrVus72D7XQTt4lTeRM0dJA1-m35SRNLe3fyFPUdlCx7toQ7NzDiu8nWPDv4WNI3JYWtTmdkakky494Zvq2zU72lELJ_9IJaE5cqLJ8cd_tMF-mAsf160suGO6lCke6QGvNZkhGt7QOH93KfGULm0WKcefd8YDB2sTzq64iYyAtCrKbXfoOSKemTHNYAdV/w261-h400/El%20descenso.jpg" width="261" /></a></u></div><div style="text-align: justify;"><u><u>Lo que sabía de <i>El descenso</i> antes de leerlo:</u></u></div><div style="text-align: justify;">Es la primera obra que escribió Anna Kavan como Anna Kavan.</div><div style="text-align: justify;">Es una colección de relatos mayoritariamente interrelacionados y con un gran componente autobiográfico.</div><div style="text-align: justify;">Narra el descenso emocional y el progresivo desequilibro mental que conducen a la narradora hasta una clínica en Suiza.</div><div style="text-align: justify;">Se dice de ella que recuerda a <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2022/04/el-proceso-franz-kafka.html" target="_blank">El proceso</a></i> de Franz Kafka.</div><p></p><p style="text-align: justify;"><u>Lo que puedo decir de <i>El descenso</i> ahora que lo he leído:</u><br />La siento como una novela. No al uso. Fragmentaria.<br />La mayoría de los relatos/capítulos están narrados en primera persona. No se menciona el nombre de la narradora y protagonista. Para mí es Anna Kavan, aunque sé que esa realidad retorcida que he leído es ficción. Mentalmente la llamo Ella.<br />Es <i>El descenso</i>, el relato más largo y que está dividido en varios capítulos, el que, a excepción del primero de estos, está narrado en tercera persona. Cada uno de esos capítulos está dedicado a alguno de los pacientes ingresados en una clínica de Suiza. Muchos de ellos tienen nombre, pero, igualmente, íntimamente los llamo Ellos: los compañeros de Anna Kavan, sus hermanos en el desamparo.<br />A excepción de Ellos, la mayoría del resto de los pocos personajes que aparecen a lo largo del libro son nombrados tan solo por una inicial. Si es que se trata de personajes reales, ¿intentaba Anna Kavan protegerlos de algún modo o preservar su anonimato? ¿O pretendía quizás personalizar a sus hermanos en el dolor y despersonalizar, en cambio, a los que voy a llamar Los otros?<br />Los primeros relatos los siento más cuentos, protagonizados por una Ella-niña y por la que creo una Ella-joven. Del resto, de los de la Ella-mujer, muchos casi me parecen entradas de diario o fragmentos de memorias.<br />Por el laberinto sin salida que supone la burocracia, la impotencia, el sentirse acusada sin saber la causa, la despersonalización, la paranoia creciente, la obsesión que lo absorbe todo y la desconexión de la realidad entiendo que por qué recuerda a <i>El proceso</i>. Personalmente, me recuerda mucho más a <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2023/02/rostros-en-el-agua-janet-frame.html" target="_blank">Rostros en el agua</a></i>, de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Janet%20Frame" target="_blank">Janet Frame</a>.<br />La narración es diáfana. Me resulta una lectura mucho más asequible que <i>Hielo</i>, a la que califiqué como una novela rara rara rara. Es muy simbólica. Anna Kavan crea en ella imágenes tan bellas como desoladoras.</p><p style="text-align: justify;"><u>Las imágenes:</u><br />La marca de nacimiento de una compañera de internado. Como una rosa de venas bajo la piel traslúcida. <span style="font-family: georgia;"><i>««¿Has visto algo así en alguna otra parte?», me preguntó; y se me pasó por la cabeza que ella esperaba que yo tuviese una marca similar».</i></span><br />La misma marca años después. En una fortaleza en un país extranjero. En el brazo de un prisionero o prisionera tras una reja en el subsuelo.<br />El lugar húmedo y frío y el ascensor al sol.<br />La casa en la que Ella, que bien podría ser uno de <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2020/09/los-errantes-olga-tokarczuk.html" target="_blank">Los errantes</a></i> de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Olga%20Tokarczuk" target="_blank">Olga Tokarczuk</a>, vivió durante siete años. Una casa que bien podría estar sacada de un cuento de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Patricia%20Esteban%20Erl%C3%A9s" target="_blank">Patricia Esteban Erlés</a>. Es una casa que es mitad vieja y mitad nueva. <span style="font-family: georgia;"><i>«Paradójicamente, la parte vieja se ha añadido hace poco. Cuando vine a vivir aquí era una casa completamente nueva —es decir, no llevaba en pie más de diez o quince años—. Ahora, al menos la mitad de ella debió de haberse construido muchos siglos atrás. Es la parte vieja la que ha crecido durante mi estancia, a la que más temo y de la que más desconfío».</i></span><br />El azul pálido de los formularios, impresos, sobres, de los documentos oficiales.<br />Los pájaros. Los pájaros como salvación. Los pájaros como anclaje. Los pájaros que tal vez solo ve Ella. Los pájaros ajenos a su existencia y que, por tanto, no pueden hacerle daño. Tampoco las cosas inanimadas pueden herir.<br />La maquinaria. ¿Dentro de su cabeza? ¿La del engranaje institucional? ¿La de la rutina hospitalaria?<br /><span style="text-align: left;"></span></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="float: right; margin-left: 1em; text-align: right;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Anna_Kavan.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="322" data-original-width="512" height="201" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiHbMCuH53unyKp3fxpzrY2RdfU6szftEPiZQ8Wn6_Wktssbsw9RFWSYuQjFaGTqdo4bQunj9xLU42Gel4R6VtSbFWy_g4q94678gIcT_Qx8hjlhTDeHi_W2lfgu7MeCnuR-H-ZYX_DALCYxod_MaY-KrPVexNVmLwlsuBmI73j4wmok9oRS9eYV9ukSeKI/s320/Anna_Kavan.jpg" width="320" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Anna_Kavan.jpg" target="_blank">Anna Kavan</a>, fotografía de autor desconocido<br />bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0/deed.en" target="_blank">CC BY-SA 4.0 DEED</a></span></td></tr></tbody></table><div style="text-align: justify;">En la clínica. En el exterior. Personas que parecen en suspenso, sin rumbo, como a la espera de que alguien les diga qué tiene que hacer. Destacan una mujer y un hombre: una enfermera y el Profesor. Destacan por su autoridad. Surgen desde una puerta tres siluetas. Su apariencia es furtiva, como si hubieran escapado de la autoridad. Se asemejan entre sí. Vacilan al ver al Profesor, pero este parece mostrarse indulgente. <span style="font-family: georgia;"><i>«De repente, una bandada de palomas llega volando desde el lago y da vueltas alrededor de la terraza con sus brillantes, centelleantes, alas. De pronto, como si la visión de esos aleteos les hubiese devuelto a la vida, los tres se levantan del escalón profiriendo un lamentable grito simultáneo. Es entonces cuando puede verse claramente en qué se basa el horroroso parecido que comparten. Lo que parecía ser una elegancia fina se revela ahora como delgadez extrema; las caderas sobresalen espantosamente por entre las ropas y los huesos de los pómulos se han abierto paso empujando la carne reticente. Tiran de sus miembros largos, débiles, igualmente delgados, y los mecanismos de sus alargadas articulaciones obedecen y responden con tristeza a los hilos del Profesor que, como si de un sonriente maestro de marionetas se tratase, toma rápidamente el control. Y desde detrás de los tres pares de gafas de sol se deslizan grandes lágrimas sobre las mejillas de la marioneta pintada, que gotean lentamente sobre la terraza de piedra».</i></span> La imagen duele. Esos huesos obedeciendo telepáticamente al Profesor y resquebrajando la piel. Recuerdo otra escena. Una mujer que al abrazar a Edna Pontellier, la protagonista de <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2017/01/el-despertar-kate-chopin.html" target="_blank">El despertar</a></i> de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Kate%20Chopin" target="_blank">Kate Chopin</a>, le toca la paletilla para comprobar si sus alas son fuertes. <span style="font-family: georgia;"><i>«</i></span><span><span><span style="background-color: white; font-family: georgia;"><i>El pájaro que quiere remontarse por encima del nivel ordinario de la tradición y los prejuicios debe tener las alas fuertes»</i></span><span style="background-color: white; font-family: inherit;">, le dice. </span><span style="font-family: georgia;"><i><span style="background-color: white;">«Es un triste espectáculo ver a los débiles, magullados y agotados cómo aletean de vuelta a tierra».</span></i></span></span></span></div><span style="text-align: left;"><div style="text-align: justify;">Las gallinas picoteando los trozos del telegrama que Hans, anhelando una respuesta tranquilizadora a sus inquietudes, quería enviar y que el jefe de correos ha roto y tirado por la ventana. Las gallinas que, al darse cuenta de que los trozos de papel no son comestibles, los abandonan con desprecio en busca de algo más provechoso.</div></span><span style="text-align: left;"><div style="text-align: justify;">El motor del coche al arrancar.</div></span><span style="text-align: left;"><div style="text-align: justify;">Las manos de Freda <span style="font-family: georgia;"><i>«como golondrinas».</i></span> Las manos de Freda golpeando a su marido al percatarse de que vuelve a abandonarla en la clínica. Esas manos. Revoloteando. Con desesperación.</div></span><span style="text-align: left;"><div style="text-align: justify;">Freda instantes después: ha visto a las enfermeras acudir prestas a sujetarla. Se deja vencer sin oponer resistencia, como «<span style="font-family: georgia;"><i>si al ver a la autoridad hubiese perdido, automáticamente, toda esperanza, ya ha cesado de protestar, ha dejado de agredirle y está en una esquina, acurrucada, sumisa, blanda como una muñeca, mientras las lágrimas le corren por las mejillas».</i></span></div></span><span style="text-align: left;"><div style="text-align: justify;">El jardín sin pájaros como un cementerio de almas. </div></span><p></p><p></p><p style="text-align: justify;"><u></u></p><div style="text-align: justify;"><u><u>Ella:</u></u></div><div style="text-align: justify;">Se siente perseguida, tratada injustamente. La acusan y no sabe de qué. Es una mujer que espera y la espera es terrible. <span style="font-family: georgia;"><i>«Esperar sin tener a quién confiarle tus dudas, tus miedos, tus esperanzas incansables. [...] Esperar, simplemente esperar, carente incluso de la última y piadosa privación de toda esperanza».</i></span> Espera la condena. Consideraría esa condena un alivio, pues significaría el final de la espera, si no fuera porque sabe que lo que la espera tras la espera es aún peor.</div><div style="text-align: justify;">Ve a un mendigo y se le pasa por la cabeza <span style="font-family: georgia;"><i>«que quizá yo, algún día, incapaz de seguir trabajando, habiendo consumido mi pequeña fortuna, con mis amigos irreparablemente alejados, estaría en la misma situación que él».</i></span></div><div style="text-align: justify;">Ella tuvo un amigo, un amante. <span style="font-family: georgia;"><i>«Pero ahora estoy acostada en una cama solitaria. Estoy débil y confusa. Mis músculos no me obedecen, mis pensamientos fluyen erráticamente, como hacen los animales pequeños cuando los arrinconan. Me han olvidado y estoy perdida. Fue él quien me trajo a este lugar. Me llevó de la mano. [...] Luego me dijeron que se había ido. Durante mucho tiempo no lo creí. Pero el tiempo pasa y no llegan las palabras. No puedo engañarme por más tiempo. Se ha ido, me ha dejado y no va a volver. Estaré siempre sola en esta habitación en la que la luz está toda la noche encendida, donde las caras de desconocidos profesionales, sin calor ni piedad, me miran a través de la puerta entreabierta. Espero, espero, entre la pared y la amarga medicina del vaso». «Tuve un amigo, un amante. ¿O acaso lo soñé?»</i></span></div><p></p><p style="text-align: justify;"><u></u></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:PAVILLON_of_PAIN.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="341" data-original-width="512" height="426" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj99bG4dd_xr__g-fnygvVh2tgWiEPtf94x0HIDY18ojh5Y3nQ0u6xehMP5uaVEVZ9VVGGYP0FFYRZTr7Uv41og_3JVtIr1n8-syYJaG4tiW7_mxw0wx6POnuEf_fabzo7gHv4dETtIC8Yz9pxNuBqEkNJBM35TRTTb9OkhiMLoD2CY_5dKfwZKmkXM3eu0/w640-h426/PAVILLON_of_PAIN.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:PAVILLON_of_PAIN.jpg" target="_blank">Pabellón de cristal del sanatorio Bellevue</a> (hospital psiquiátrico en Kreuzlingen, Suiza, entre 1857 y 1980 dirigido<br />por varias generaciones de Binswanger). Fotografía de ARTKLINIC bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0/deed.en" target="_blank">CC BY-SA 4.0 DEED</a>.</span></td></tr></tbody></table><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><u></u></div><u><br /><div style="text-align: justify;"><u>El enemigo:</u></div></u><div style="text-align: justify;">El enemigo la persigue. Es impío, implacable. Su presencia es constante. No le da tregua. Si ya ha conseguido lo que quería; si ya tiene su condena, ¿por qué no la deja en paz? Siempre lo ha sentido como un enemigo externo, pero <span style="font-family: georgia;"><i>«últimamente me ha sobrevenido la idea —lo suficientemente fantástica, lo admito— de que después de todo, probablemente, no sea mi enemigo personal sino una especie de proyección de mi persona, una personificación de mí misma con la crueldad y destructividad del mundo. ¿En un planeta en el que hay tanto conflicto natural no sería posible que existiese, en algunos individuos, una arrolladora afinidad entre la frustración y la muerte?»</i></span></div><p></p><p style="text-align: justify;"><u>La rebeldía, el castigo, la sumisión, la desobediencia a la autoridad:</u><br />Ella en la fortaleza del país extranjero. Pregunta por los soldados armados que están montando guardia en el patio. El guía se muestra evasivo. Los otros turistas parecen rechazar su curiosidad. Ella se rinde y se calla. Más tarde. Ha descubierto la celda subterránea y los guardias la sorprenden. Quiere, una vez más, preguntar, pero le falta valor. Las armas y el aspecto de los guardias la intimidan.<br />Ella. Abajo. Triste y sola entre la niebla y el frío. Se arma de valor y sube en ascensor a ver a sus patronos. Llega a una habitación cálida. Busca clemencia, compasión, un poco de empatía, unos rayitos de sol. Su patrona la recibe y le dice: <span style="font-family: georgia;"><i>«su mal comportamiento nos ha causado mucha tristeza y ansiedad. Nunca nos ha consultado en absoluto sino que ha hecho lo que ha querido obstinadamente. Solo cuando tiene un problema viene a pedirnos que cuidemos de usted».</i></span><br /><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Qué sentido tiene apelar a una maquinaria insensible? Los engranajes se están moviendo, los motores se están calentando, incluso ahora se puede percibir un discreto zumbido. Qué bien reconozco cada sonido, cada temblor del laborioso comienzo. La peor parte es la repugnante familiaridad de la rutina, intolerable e inevitable al mismo tiempo, como una enfermedad en la sangre. Esta mañana me incita a la rebelión, a la locura; quiero golpearme la cabeza contra las paredes, volarme la cabeza a balazos, hacer añicos las máquinas y reducirlas, junto con mi calavera, a cenizas».</i></span><br />Las siluetas convertidas en marionetas.<br />Freda. Blanda como una muñeca. Sus manos, golondrinas muertas.</p><p style="text-align: justify;"><u>Ella y sus hermanas:</u><br /><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2022/04/hielo-anna-kavan.html" target="_blank">Istina Mavet-Janet Frame</a> que solo quiso tumbarse a dormir y que «<i style="background-color: white; font-family: georgia; font-size: 16px;">eso habría hecho de no haber aparecido los extraños con tijeras y bolsas de tela llenas de piojos y frascos de veneno con etiqueta roja, y otros peligros en los que no había reparado antes [...]. Y los extraños, sin pronunciar palabra, levantaron tiendas de lona circulares y acamparon conmigo y me rodearon con su mercancía peligrosa».</i><span style="background-color: white; font-size: 16px;"><span style="font-family: inherit;"> Ella-Anna Kavan que sabe que </span><span style="font-family: georgia;"><i>«c</i></span></span><span style="font-family: georgia;"><i>uando vengan a por mí será probablemente de noche. No habrá revólveres ni esposas; todo transcurrirá de forma tranquila y ordenada, con dos o tres hombres de uniforme o con chaquetas blancas, y uno de ellos llevará una jeringuilla hipodérmica. Así ocurrirá conmigo. Sé que estoy condenada y no voy a luchar contra mi destino. Solamente estoy escribiéndolo para que, cuando no me veas más, sepas que el enemigo, finalmente, ha triunfado».</i></span><br /><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2020/04/la-campana-de-cristal-sylvia-plath.html" target="_blank">Esther Greenwood-Sylvia Plath</a> que ve en los ojos cerrados de una muchacha muerta cuya fotografía aparece en el periódico el mismo vacío que en sus propios ojos abiertos de la instantánea que se ha tomado esa mañana. Ella-Anna Kavan que ve en el joven asesino que la mira amenazante desde el periódico el mismo rostro que el de su tutor oficial.<br /><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2023/06/trilogia-de-copenhague-tove-ditlevsen.html" target="_blank">Tove Ditlevsen</a> que, sumergida por su tercer marido en el descenso de la espiral de la drogadicción, es incapaz de levantarse de la cama, escribir y cuidar de sus hijos. Tove Ditlevsen, de cuyo estado solo sabe la bondadosa mujer que se ocupa de su casa, cuida a sus hijos y se preocupa calladamente de ella. Ella-Anna Kavan y <span style="font-family: georgia;"><i>«la mujer que cuida de mí»</i></span>, esa <span style="font-family: georgia;"><i>«alma cándida que me ha servido muy bien durante muchos años, pero en las últimas semanas una sensibilidad macabra ha hecho que me resulte cada vez más difícil mirarle a la cara»</i></span>, esa sirvienta de la que a veces cree <span style="font-family: georgia;"><i>«que no sabe nada; pero, seguramente, pese a lo poco observadora que es, ha debido de percibir un cambio en mí. Y a veces tengo la sensación de que se complica la vida para proporcionarme en las comidas pequeñas exquisiteces, que prepara mi sustento con un cuidado especial, como intentando tentarme para que coma; me gusta entrever en su anciano rostro una expresión que bien podría ser de pena».</i></span><br /><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2018/07/el-vestido-azul-michele-desbordes.html" target="_blank">Mi Camille</a>, la Camille Claudel que <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Mich%C3%A8le%20Desbordes" target="_blank">Michèle Desbordes</a> me regaló. Camille y su vestido blanco, Camille y su silla en el jardín. Camille y su eterna espera. Ella-Anna Kavan tuvo un amigo. Ella-Anna Kavan tuvo un amante.</p><u><div style="text-align: justify;"><u>Ellos:</u></div></u><div style="text-align: justify;">Las marionetas de piel resquebrajada</div><div style="text-align: justify;">Hans. La sospecha. El no querer irse. La preocupación. El cómo seguir pagando.</div><div style="text-align: justify;">Mademoiselle Zèlie. La madre que quiere ver a su hija. El médico que dice que es mejor que la hija no tenga visitas por el momento. El padre que aduce que es mejor hacerle caso al médico. La madre que hace lo que dice el marido. La hija que se entera de que su madre ha estado en la clínica y piensa que se ha ido sin querer verla.</div><div style="text-align: justify;">Una mujer joven que acude con un hombre joven. Una mujer que no quiere quedarse en la clínica. Una mujer que es dejada allí.</div><div style="text-align: justify;">La elegante mujer que llora de cara a la ventana.</div><div style="text-align: justify;">Un hombre francés. Casa a un lago de distancia. Un bote sin encadenar.</div><div style="text-align: justify;">Freda y la señorita Swanson.</div><p></p><p style="text-align: justify;"><u></u></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="http://doi.org/10.3932/ethz-a-000079155" target="_blank"><img border="0" data-original-height="480" data-original-width="601" height="512" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiljYjX8rbx_QRH6VXnUI9D4nzZ_8QCWL6Yv3D4EBCtiOHS3HZsiUaKGFxdKettH0lSM5uZHfglDylv5tMkeScP4E7R17cmq-qNcxvvAq6VeFajNWAJjj6kYus0iRWBNx-Usi71JZrtYTg8MTDNFahlIo__P5ihBRP3un4WemMZYr3OVSSXXC3Vkeu56Io5/w640-h512/Dia_247-05332.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="http://doi.org/10.3932/ethz-a-000079155" target="_blank">Lago Lemán, también conocido como lago de Ginebra, en 1930</a>. Situado al norte de los Alpes entre Francia y Suiza.<br />ETH-Bibliothek Zürich, Bildarchiv / Fotograf: Wehrli, Leo / Dia_247-05332 / <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0/deed.es" target="_blank">CC BY-SA 4.0</a></span></td></tr></tbody></table><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><u></u></div><u><br /><div style="text-align: justify;"><u>El abandono:</u></div></u><div style="text-align: justify;">El francés. Piensa en su mujer, que es quien paga la clínica. Sospecha y no quiere sospechar.</div><div style="text-align: justify;">La mujer joven. Llega con el hombre joven. Una vez instalada en la habitación, el hombre la besa y se dirige hacia la puerta. <span style="font-family: georgia;"><i>««¿Te vas?», le pregunta decepcionada. Él murmura algo mirando hacia otra parte. «Pero ¿volverás pronto?» «Sí, por supuesto. Cuando estés acostada».</i></span> Al rato. La mujer escucha el motor de un coche. Desde la ventana, reconoce el mismo automóvil que la ha llevado hasta allí. En el asiento trasero, el hombre. A su lado, una maleta: la misma que ella le regaló hace unos años. La mujer comprende. <span style="font-family: georgia;"><i>««Me deja aquí. Se va… Sin decírmelo… Sin decirme siquiera una palabra. Cuando me besó era un adiós»».</i></span></div><div style="text-align: justify;">Las manos de golondrina de Freda.</div><div style="text-align: justify;">Ella tuvo un amigo, un amante.</div><p></p><p style="text-align: justify;"><u>La higuera de Sylvia Plath:</u><br />Las opciones. Las decisiones. La parálisis.<br /><span style="font-family: georgia;"><i>«Tu problema»</i></span>, le dice a Ella su tutor oficial, <span style="font-family: georgia;"><i>«es que estás siempre evitando las responsabilidades. Este es un caso en el que debes actuar bajo tu propia iniciativa. Lo lamento si parezco poco amable pero debes creerme cuando te digo que si lo analizas tú sola, en vez de seguir ciegamente consejos externos, tanto si son míos como de cualquier otro, te irá mucho mejor a largo plazo».</i></span><br />Hans. ¿Qué ponerse cada mañana? El mismo traje todos lo días.<br />El lago. El bote. La otra orilla. <span style="font-family: georgia;"><i>«¿Qué es lo que le impide saltar a tierra? ¿Qué es lo que le dice que es más seguro no pensar, permanecer confuso, no darse cuenta de nada? Débilmente, a través de una bruma de irrealidad, se imagina a los gendarmes, las preguntas, sus miradas significativas. Pero todas esas cosas son muy lejanas, muy remotas, imprecisas. Mejor no pensar en ellas, mejor no ponerlas a prueba, mucho mejor no arriesgarse a realizar alguna».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><u>Los otros:</u><br />El marido de Freda, <span style="font-family: georgia;"><i>«aunque es de naturaleza fría e insensible, no es un hombre particularmente desagradable y no le desea ningún mal a su mujer; simplemente, es incapaz de mostrar empatía o tolerancia hacia ella. Su amargura se debe al destino, que lo ha utilizado de un modo tremendamente malvado. No entiende por qué se le inflige este castigo tan desproporcionado por haberse enamorado en su momento de una cara bonita. «Pero ¿quién podía imaginar que terminaría así?», recapacita, agotado. Se alegra de que la cena haya terminado y de que el largo y complicado día llegue a su fin, de que sea la hora de devolverla al cuidado del médico».</i></span><br />Los otros=Nosotros.</p><p style="text-align: justify;"><u>Los escenarios:</u><br /><span style="font-family: georgia;"><i>«No saben cómo es la niebla; para ellos no es más que una palabra. No saben lo que significa estar triste y sola en una habitación fría en la que el sol no brilla nunca». «No puedo evitar pensar que hay algún tipo de conexión entre el frío implacable y mi propio sufrimiento».</i></span><br />El sol, el calor y la naturaleza como un despertar; como la emersión hacia la realidad.<br />En la clínica: todo muy cuidado, pero absolutamente impersonal. <span style="font-family: georgia;"><i>«Solo un observador muy sensible podría percibir en aquel lugar un aire casi indescriptible, no exactamente triste sino privado de algo, del toque del afecto individual, como un niño criado en una institución eficiente en vez de en casa». «La habitación es bastante grande, tiene suelo de parqué y muebles de madera pálida de buen tamaño; aunque no podría describirse como lujosa, sin duda es cómoda y agradable. De cualquier forma, hay algo un tanto extraño, un tanto inquietante en ella. Sería difícil dilucidar el origen de esa impresión, quizá tenga algo que ver con el hecho de que no haya ningún gancho en ningún sitio, con que todas las paredes estén desnudas, lisas, y la lámpara eléctrica esté protegida por una pantalla de alambre. La gran ventana también está cubierta por una verja de hierro forjado que, si bien es decorativa, de algún modo sugiere un propósito funcional».</i></span> De algún modo pienso en <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Marina%20Tsviet%C3%A1ieva" target="_blank"><i>mi</i> Marina</a>. Marina pensando en la muerte. Sus ojos en busca de un gancho.<br />La <i>Pinéde</i>. Se llama así por los pinos cercanos. Allí se alojan los casos más graves.<br />Fortalezas. Jardines rodeados por muros. <span style="font-family: georgia;"><i>«Por muy extraño que parezca, en este lugar hay ventanas sin rejas y puertas que ni siquiera están cerradas. Al parecer, no hay nada que me impida salir cuando quiera, si en algún momento lo siento así. Pero aunque no haya una barrera visible, sé muy bien que estoy rodeada de paredes invisibles e infranqueables que se elevan hasta las más altas cúpulas del cénit, y que se hunden muchos kilómetros por debajo de la superficie de la tierra».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><u>La petición de auxilio inaudible:</u><br /><span style="font-family: georgia;"><i>«Nadie puede trabajar tantas horas con tan pocas horas de sueño. ¿Nadie sabe o a nadie le importa que me esté muriendo entre estas palancas y ruedas? ¿Puede alguien salvarme?»</i></span></p><p style="text-align: justify;"><u></u></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://www.flickr.com/photos/magicattic88/17593340272/" target="_blank"><img border="0" data-original-height="593" data-original-width="800" height="474" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjDbEzkN0f-eoF2imbZTjDYapP4lnLVrVRe4kCksE-BoaH3czYmXf0evWpfyKoULgTPc3fVjMf2n65tk-kK8X6Ww_bkiDd8S01UqTMANgEJsS5kUj8PjLmZ_FUj-nYNMgDfRYgsDFbHyKgfWtdxQCWVZ1_VsJVX-tn2-suTCiaLotfKAA3yHpg3c-2pO57f/w640-h474/17593340272_b208ebd6ee_c.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://www.flickr.com/photos/magicattic88/17593340272/" target="_blank">Sitting on top of the world</a>, fotografía de <a href="https://www.flickr.com/photos/magicattic88/" target="_blank">Feathering the Nest</a> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by/2.0/" target="_blank">CC BY 2.0 DEED</a></span></td></tr></tbody></table><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><u></u></div><u><br /><div style="text-align: justify;"><u>El abrazo:</u></div></u><div style="text-align: justify;">Una joven campesina. Apenas unos dieciocho o diecinueve años. Habla romanche. Viene de los Grisones. Trabaja en la clínica.</div><div style="text-align: justify;">Es fuerte. Poco agraciada. Algo torpe, pero eficiente. Rebosa vitalidad. Tararea algo mientras hace sus tareas. Instintivamente, me cae bien.</div><div style="text-align: justify;">Entra en la habitación. Tiene que limpiar. En el interior, una mujer que, mirando a la ventana, le da la espalda.</div><div style="text-align: justify;">La joven observa admirada a la mujer. Le envidia el porte, la elegancia, la delicada y larga bata, el cabello cayéndole tan brillante. Le dice algo, pero la mujer, abstraída como está, no contesta.</div><div style="text-align: justify;">A la muchacha le da algo de rabia. Se acerca a ella. Como pretexto le pide solícita a la mujer que se aleje de la ventana, que se va a resfriar.</div><div style="text-align: justify;">Es entonces cuando descubre que la mujer está llorando. Le pregunta insegura qué le ocurre y, sin ser plenamente consciente de lo que hace, la toca y la aleja de la ventana.</div><div style="text-align: justify;">La mujer se deja llevar. Es como un niño chico sin voluntad. Las lágrimas siguen cayendo silenciosamente por su rastro.</div><span style="font-family: georgia;"><div style="text-align: justify;"><i>«De repente, se tropieza con el dobladillo de su larga bata, y se hubiese caído de no haber sido por los fuertes y jóvenes brazos que la sujetan al borde de la cama. Esta patética pérdida de dignidad en alguien tan lejano, tan perfecto, es demasiado para la joven campesina, que ya estaba emocionada por esas lágrimas incongruentes. Ignorando la diferencia de estrato social, dejando a un lado la posibilidad de que la vean, olvidándose incluso de su trabajo, abraza a ese ser infeliz como abrazaría a un niño herido en su pueblo natal, al tiempo que le murmura inarticulados sonidos de consuelo. La otra, que hasta ahora había permanecido testaruda, enfrentándose a sus iguales con una cara de desdén inmutable, puede permitirse relajarse un poco en ese tosco abrazo. Es como si encontrase consuelo en una empatía infrahumana, en las silenciosas caricias de un perro cariñoso».</i></div></span><div style="text-align: justify;">La muchacha le pide que no llore. <span style="font-family: georgia;"><i>«No sea tan infeliz. No se está tan mal aquí… Y saldrá pronto y volverá a su casa. ¿No puede considerar su estancia como unas pequeñas vacaciones?»</i></span></div><div style="text-align: justify;">La mujer: <span style="font-family: georgia;"><i>«Estoy aterrorizada… muy sola… y tan lejos de todo».</i></span></div><div style="text-align: justify;">Se oyen voces. Una de las compañeras de la muchacha la reclama.</div><div style="text-align: justify;">La joven <span style="font-family: georgia;"><i>«se pone en pie pero antes de cruzar, torpe y rápidamente la habitación y desaparecer por el pasillo, se agacha y le planta un cálido beso campesino en la húmeda mejilla».</i></span></div><div style="text-align: justify;">La mujer <span style="font-family: georgia;"><i>«se sienta en la misma posición, sola. Ha dejado prácticamente de llorar y ahora, por primera vez en muchos días, aparece en su rostro el difícil comienzo de una sonrisa».</i></span></div><p></p><p style="text-align: justify;"><u>El otro abrazo:</u><br />Una dama inglesa de aspecto cuidado y algo cómico. Vive en la <i>Pinéde</i>. Es la señorita Swanson. Le ha tomado cariño a Freda. <span style="font-family: georgia;"><i>«Un instinto maternal frustrado en ella se ha aferrado a esa chica, su compatriota, que como ella está en el exilio, prácticamente una prisionera en ese lugar tan infeliz. Se siente posesiva y protectora respecto a Freda; siente celos de todo aquel que se interponga entre ellas».</i></span><br />Una mañana. Freda entusiasmada. Su marido viene a verla. Seguro que se queda en el hotel junto al lago.<br />La señorita Swanson le advierte. Mejor no ilusionarse. Asimismo, cuando se queda un momento a solas con el marido de Freda le pide <span style="font-family: georgia;"><i>«encarecidamente que considere muy cuidadosamente si este es el lugar adecuado para ella, si no sería mejor llevársela de aquí, un ambiente en el que siempre se siente sola y triste, donde está abocada a ver y a escuchar cosas que le resultarían traumáticas a cualquier chica joven, y mucho más a una chica tan sensible y tan nerviosa como ella. Si cuando se marche la deja aquí, tengo miedo de lo que le pueda pasar. Tengo miedo de que se le rompa el corazón».</i></span><br />Freda. Pasa el día con su marido y regresa a la clínica. Baja del coche con su alegría anulada y sus golondrinas muertas. Las enfermeras la esperan el estado de alerta. <span style="font-family: georgia;"><i>«En la entrada, que está vagamente iluminada, alguien aparece de entre las sombras y se acerca al grupo. Es la señorita Swanson, que [...] se acerca a la joven, ignorando por completo a las enfermeras, y la envuelve en un abrazo compasivo y triunfante».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><u>Y La pregunta. Otra vez la <i>misma</i> pregunta:</u><br />Si los sentimientos de Ella y de Ellos me son tan reconocible; si su sufrimiento, su soledad, su desvalimiento, su nulidad me son tan palpables, ¿cuál es ese clic detonador que los condena? ¿dónde está el borde invisible hacia el abismo? ¿qué es lo que nos sostiene a Nosotros, a Los otros, a los que somos capaces de deshelar nuestro frío al sol?<br /><span style="font-family: georgia;"><i>«¿Quién describirá el lento y lamentable enfriamiento del corazón? ¿Qué día observas por primera vez la pequeñísima grieta que termina convirtiéndose en un abismo más profundo que el infierno?<br />Los años pasaron como los escalones de una escalera que lo único que hace es descender y descender».</i></span></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEij_1fakiedvyla3lZMIhKyW_f5uMNFAn4xWlJXY0Fvgv8dcSlqpkqsJu1MI17haGOO_wRGdFJx8KhuscwrVuyghGzSTj1doNNFSAjq8E1O5fCPilLtgsOuVg9rLD8PMg1Xe9bkx7txhDBUVmgRnQBP8BOxxEO3Q6ju0-7mn5X70eyETqdePux5EdMjcbOY/s800/16067163108_d1d24fb780_c.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="531" data-original-width="800" height="424" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEij_1fakiedvyla3lZMIhKyW_f5uMNFAn4xWlJXY0Fvgv8dcSlqpkqsJu1MI17haGOO_wRGdFJx8KhuscwrVuyghGzSTj1doNNFSAjq8E1O5fCPilLtgsOuVg9rLD8PMg1Xe9bkx7txhDBUVmgRnQBP8BOxxEO3Q6ju0-7mn5X70eyETqdePux5EdMjcbOY/w640-h424/16067163108_d1d24fb780_c.jpg" width="640" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://www.flickr.com/photos/celine181/16067163108/" target="_blank">Poço iniciatico</a>, Sintra, Lisboa, Portugal. Fotografía de <a href="https://www.flickr.com/photos/celine181/" target="_blank">Céline Colin</a> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-nd/2.0/" target="_blank">CC BY-ND 2.0 DEED</a></span></td></tr></tbody></table><br /><br /><div><br /></div><div><br /></div><div><u><br /></u></div><div><span style="font-family: courier;"><u>Ficha del libro:</u></span><div><span style="font-family: courier;">Título: <a href="https://www.navonaed.com/libro/el-descenso_105284/" target="_blank">El descenso</a></span></div><div><span style="font-family: courier;">Autora: <a href="https://www.navonaed.com/autor/anna-kavan/" target="_blank">Anna Kavan</a></span></div><div><span style="font-family: courier;">Traductora: Ainize Salaberri</span></div><div><span style="font-family: courier;">Editorial: Navona</span></div><div><span style="font-family: courier;">Año de publicación: 2019 (1940)</span></div><div><span style="font-family: courier;">Nº de páginas: 192</span></div><div><span style="font-family: courier;">ISBN: 978-84-17181-99-4</span></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div>Si te ha gustado...</div><div>¿Compartes?</div><div> ↓</div></div>Lorena Álvarez Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/12912455925584013270noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-3756166230240849946.post-5455130407947454982024-02-28T08:00:00.001+01:002024-02-28T08:00:00.245+01:00Que diez años sí es mucho<p style="text-align: justify;">Fue un 28 de febrero cuando <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2014/02/" target="_blank">este blog alzó el vuelo por primera vez</a>. Era el año 2014. <i>El pájaro verde</i> batía sus alas como una necesidad cada vez más creciente de su autora de compartir lo que le transmitían los libros que leía. Lo hizo tímidamente. Por aquel entonces, la que aquí escribe no tenía perfil o cuenta en ninguna red social. Es más, ni siquiera escribía bajo mi nombre, sino que utilizaba el nombre del blog. Reconozco, además, que de no haber sido porque dos personas de mi entorno más cercano echaron a andar por aquella época sus respectivos blogs —ambos de temática ajena a la literatura— jamás me hubiera animado a comenzar esta aventura. Esos blogs tuvieron un recorrido de apenas unos meses; sin embargo, diez años después, aquí sigue el mío. Y sí, diez años pasan volando, pero no es menos cierto que diez años dan para mucho. Así, no soy la misma lectora que era allá por 2014. Obviamente, el desarrollo y madurez personal han influido en ello, pero, personalmente, pienso que la mayor reflexión sobre lo leído a la que lleva escribir sobre ello, la retroalimentación por parte de otros lectores, así como los títulos y autores que, de no haber sido por otros blogs, comentarios y perfiles de redes sociales, no hubiera descubierto han tenido un mayor peso en mi evolución como lectora.</p><p style="text-align: justify;">Han sido —sin contar esta— 476 las entradas publicadas en este blog, lo cual significa que han sido casi 476 las lecturas que he traído a este espacio. Sin embargo, han sido algunos más los libros leídos. Aunque al principio reseñaba todo lo que leía, con el tiempo algo de ello fue quedándose en el tintero (o más bien en las redes sociales, pues al menos en los últimos años he querido dejar de alguna manera constancia de todo lo que voy leyendo y de mis impresiones, aunque sea a modo de breve comentario). Echando la vista atrás a esas lecturas no reseñadas, no solo he podido comprobar que son bastantes más de las que tenía en mente, sino que me ha estado rondando por la cabeza la idea de traerlas de alguna manera al blog sin más propósito de que quede aquí un registro de ellas para que así este sea realmente, tal y como dice su cabecera, un diario de lecturas.</p><p style="text-align: justify;">Además de diario de lecturas, <i>El pájaro verde</i> siempre ha sido un proyecto personal y una extensión de mí misma. Así lo concebí en sus inicios, los cuales se dieron en la que fue una mala época para mí. No puedo por tanto obviar en esta entrada conmemorativa el anclaje que este pajarraco ha sido para la que aquí escribe, así como la fuente de felicidad que, a pesar del creciente esfuerzo y sacrificio que conlleva mantenerlo volando, así como de sus cada vez más arduos vuelos, sigue siendo.</p><p style="text-align: justify;">No suelo celebrar cumpleblogs (que es como sé que muchos llaman a los aniversarios de sus bitácoras). Pensé en redactar una entrada parecida a esta cuando el blog cumplió cinco años, pues me parecía algo así como su mayoría de edad. Sin embargo, por uno o por otro, se pasó la fecha y lo dejé correr. Pero los diez años no quería que llegaran sin más, pues me parece algo así como ingresar en el club no sé si de los veteranos o de los rematadamente locos, así que aquí estamos dejando constancia de ello.</p><p style="text-align: justify;">Aquí estamos y sobre todo aquí seguimos. No negaré que no he estado dándole vueltas a la idea de que este décimo aniversario sería un buen momento para cerrar esta etapa y dejar al pájaro descansar, pero me temo que ya no sé leer (al menos algunos libros) sin volver sobre lo leído e ir incluso más allá y hacer algo con todo ello; me temo que los viejos blogueros nunca mueren, aunque renqueen. Así, pues, dejaré que los pájaros de mi cabeza sigan volando sin hoja de ruta y con un futuro incierto.</p><p style="text-align: justify;">He dicho al inicio de esta entrada que este blog nació para compartir lo que me transmiten los libros que leo. Según el diccionario de la Real Academia Española compartir es hacer a otra persona partícipe de algo que es suyo o tener con otra persona algo en común. No podría, por tanto, haber llegado sola hasta aquí. Hoy no cumple años tan solo <i>El pájaro verde</i>. Hoy cumplís conmigo todos los que en algún momento durante estos diez años habéis sido de algún modo partícipes de este proyecto o habéis tenido algo en común conmigo, todos los que habéis querido compartir. Hoy estamos todos de celebración porque la vida es el tiempo que pasa y la vida siempre hay que celebrarla. Así, pues, felicidades y gracias por formar parte de mi camino. Soplad las velas conmigo.</p><p style="text-align: justify;"><br /></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi95jnc3p7H4UYlQu5eb-M-ZPMc9Lb55X1Ee85UHW5q2ux-5qjvAzA8AndOpCxGLla3OQRs3oBm3jor8Kud3H0eBnQJV4bMDJ3wDIasokLjgaRXkbbD1Lgih_yU6NAebZi_xQ3a2jegZ5nXktdP405s9mPX9Y17MRC1mKORSQfNJBMV7zh00d1XbuPYG_Ds/s1248/CumpleBlogCopia.png" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1240" data-original-width="1248" height="636" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi95jnc3p7H4UYlQu5eb-M-ZPMc9Lb55X1Ee85UHW5q2ux-5qjvAzA8AndOpCxGLla3OQRs3oBm3jor8Kud3H0eBnQJV4bMDJ3wDIasokLjgaRXkbbD1Lgih_yU6NAebZi_xQ3a2jegZ5nXktdP405s9mPX9Y17MRC1mKORSQfNJBMV7zh00d1XbuPYG_Ds/w640-h636/CumpleBlogCopia.png" width="640" /></a></div><p><br /></p>Lorena Álvarez Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/12912455925584013270noreply@blogger.com14tag:blogger.com,1999:blog-3756166230240849946.post-14348696176393716212024-02-19T08:00:00.001+01:002024-02-19T08:00:00.212+01:00El cuarteto de Alejandría - Lawrence Durrell<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Monedas que caen en las escudillas de latón de los mendigos. Jirones de todas las lenguas: armenio, griego, etíope, marroquí; judíos de Asia Menor, de Turquía, de Grecia, de Georgia; madres nacidas en colonias griegas del Mar Negro; comunidades tronchadas como ramas de árboles privadas de un tronco central, soñando con el Edén. Así son los barrios pobres de la ciudad blanca; nada tienen en común con las hermosas calles trazadas y decoradas por los extranjeros, donde los corredores de cambios se instalan a saborear el diario de la mañana. Ni siquiera el puerto existe para nosotros. Una que otra vez, en invierno, oímos el mugido de una sirena, pero es algo que viene de otro mundo. ¡Ah, la miseria de los puertos y los nombres que evocan cuando no se tiene parte alguna adonde ir! Es como una muerte, la muerte del propio ser cada vez que se repite la palabra Alejandría, Alejandría».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia;"><i>«Somos hijos de nuestro paisaje; nos dicta nuestra conducta e incluso nuestros pensamientos en la medida en que armonizamos con él. No concibo una identificación mejor»</i></span>, leo en <i>Justine</i>. Así, Justine es Alejandría. Lo es la mujer que responde a ese nombre (<span style="font-family: georgia;"><i>«una hija auténtica de Alejandría, es decir, ni griega, ni siria, ni egipcia, sino un híbrido, una ensambladura»</i></span>). Lo es la novela así titulada, primera de las cuatro del cuarteto que os traigo hoy. Lo son las otras tres que junto con ella orquestan las cuatro dimensiones de la indefinible obra que es ese cuarteto. Lo es, pues, <i>Balthazar</i>. Lo es <i>Mountolive</i>. Lo es <i>Clea</i>. Lo son con la salvedad de que <i>Mountolive</i> es un poco menos Alejandría porque se abre un poco más espacialmente para ser un poco más Egipto, así como también abarca una horquilla temporal más amplia por además de contemplar el mismo (y veremos que diferente) presente que las dos novelas que la preceden retrotraerse hacia el pasado.</p><p style="text-align: justify;">Espacio y tiempo. Cuatro vértices. Cuatro dimensiones. Así explicaba el propio Lawrence Durrell, compositor y director de este cuarteto, lo que pretendió con el mismo:</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Como la literatura moderna no nos ofrece Unidades me he vuelto hacia la ciencia para realizar una novela como un navío de cuatro puentes cuya forma se basa en el principio de la relatividad. Tres lados de espacio y uno de tiempo constituyen la receta para cocinar un continuo. Las cuatro novelas siguen este esquema. Sin embargo, las tres primeras partes se despliegan en el espacio (de ahí que las considere hermanas, no sucesoras una de otra) y no constituyen una serie. Se interponen, se entretejen en una relación puramente espacial. El tiempo está en suspenso. Sólo la última parte representa el tiempo y es una verdadera sucesora».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia;"><i>«Nuestro tema, Hermano Asno, es el mismo, siempre e irremediablemente el mismo; te deletreo la palabra: a-m-o-r. Cuatro letras, cada letra un volumen»</i></span>. Esto, entre otras muchas y grandiosas cosas, leemos el Hermano Asno y yo en el cuaderno de notas de Pursewarden, uno de los personajes de estas cuatro novelas. Esto es otro intento de explicar las mismas.</p><p style="text-align: justify;">El Hermano Asno es Darley. Olvidémonos, pues, del, aunque parezca lo contrario, cariñoso epíteto con el que lo designa Pursewarden en su fuero íntimo, es decir, en la parte de ese cuaderno que además no leeremos hasta llegar a la última de estas cuatro novelas. Quedémonos de momento con Darley. Al principio, ni siquiera sé su nombre. Para mí tan solo es una voz, una memoria, unos recuerdos. Es un extranjero adoptado por Alejandría. Es un hombre aceptado, devorado, regurgitado y rechazado por ella. Por Alejandría. Por Justine.</p><p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgJ2qHHN2_lO3iZBgK6FlM4e1pTcSAmJi89g9DlmEVGuM2_auDoqQu8ZXCLUg7rKbtUWRj0KJZUGKcbhZFPwduN7SuhnfURLYLWlPYUh8b8YvKOBZV6oFGjGzR4SE0kbN5f1tFA0oGFefXa3uju7Y0Zlxkozu1iLAJpZlDJPo4x9XupJyrrddKBrw5GAGL7/s1436/El%20cuarteto%20de%20Alejandr%C3%ADa.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1436" data-original-width="956" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgJ2qHHN2_lO3iZBgK6FlM4e1pTcSAmJi89g9DlmEVGuM2_auDoqQu8ZXCLUg7rKbtUWRj0KJZUGKcbhZFPwduN7SuhnfURLYLWlPYUh8b8YvKOBZV6oFGjGzR4SE0kbN5f1tFA0oGFefXa3uju7Y0Zlxkozu1iLAJpZlDJPo4x9XupJyrrddKBrw5GAGL7/w266-h400/El%20cuarteto%20de%20Alejandr%C3%ADa.jpg" width="266" /></a></div><div style="text-align: justify;">Lo conozco —a Darley— lamiéndose las heridas en una isla griega. Vive bastante aislado, haciéndose cargo de una niña que no es suya. Escribe: sobre Alejandría, sobre los amigos que dejó allí, sobre su relación Justine. Al principio, sus evocaciones son desordenadas. Tardo algo en ubicarme, pero la prosa de Darley-Durrell es profusa, embriagadora. Me envuelve, me marea, no me deja escapar. Toda la mezcla de olores y sabores desprendidos de la exuberante prodigalidad de razas, culturas, etnias, religiones, estratos sociales y económicos de Alejandría están en esa prosa. Cada una de sus piedras que mentalmente piso a medida que leo resuena como un verso del poeta (léase Kaváfis por poeta). Las calles de los extranjeros se adentran en los barrios pobres a los que hace alusión la cita inaugural de esta entrada, mostrándole así a la extranjera recién llegada a Alejandría que soy <span style="font-family: georgia;"><i>«cuán vacío es el conocer al lado del comprender».</i></span></div><p></p><p style="text-align: justify;">El pasado reciente de Darley se me hace así presente. Allí está él, profesor británico que aspira a ser escritor, a, tal vez, emular a su admirado compatriota y autor consagrado Pursewarden. Allí está, el tímido y sensible novio de la comprensiva Melissa. Allí también está el hombre que se deja arrastrar por esa pasión que lleva por nombre Justine. Y allí también el hombre que se hace amigo de Nessim, el copto y acaudalado esposo de esta. Y es allí también donde asisto a lo que podría parecer una historia de amor, infidelidades y traición, pero que es mucho más que una historia de amor, infidelidades y traición. Y es allí, en donde las descripciones, las situaciones y la siempre presente ciudad de Alejandría me embotan los sentidos y la lectura hasta el punto de hacerme pensar que a la trama le falta algo para que acabe de arrancar, que de repente ese algo emerge, me rapta y me pega a la trama con profundo y sincero interés y curiosidad hasta el final. Hasta el final de la primera de las novelas de este cuarteto, quiero decir. Mi interés y curiosidad, mi creciente admiración, habría de renovarse una y otra vez a lo largo de esta sinfonía literaria.</p><p style="text-align: justify;">Darley escribe un libro que probablemente jamás vea la luz a través de la publicación, pero que sí la ve a través de los ojos de su amigo Balthazar, a quien se lo envía. No son los ojos de este último, pero sí su entendimiento, su diferente conocimiento y las diferentes experiencias y situaciones vividas respecto a los hechos narrados por su amigo Darley los que alumbran una nueva novela. Lo que la primera versión de esta ha alumbrado en el médico judío ha sido, en cambio, incredulidad y extrañeza. Le responde a Darley y le envía de vuelta su libro, pero matizado con sus correcciones y anotaciones. Se disculpa. Le escribe explicándole que, aun a riesgo de perder su amistad, ha decidido abrirle los ojos a una nueva realidad de los acontecimientos y de su historia con Justine. Pero la realidad contada por Balthazar, al igual que la de Darley, no es sino otra ficción más. La verdad es difícil de alcanzar porque <span><i style="font-family: georgia;">«no hay nada que, con el tiempo, se contradiga más»</i><span style="font-family: inherit;">. </span><i style="font-family: georgia;">«Vivimos vidas que se basan en una selección de hechos imaginarios».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><i>Balthazar</i> narra, pues, la misma historia que <i>Justine</i> y, sin embargo, es una novela distinta que alberga una historia diferente. Darley vuelve a oficiar de narrador, aunque en ocasiones cede el papel a Balthazar a través de las matizaciones de este sobre el libro que el primero ha escrito. Igualmente, tampoco había sido Darley el único narrador de la novela inaugural de este cuarteto, pues a veces tomaba en ella el relevo la propia Justine, a través de fragmentos de su diario íntimo o Arnauti, primer marido de la alejandrina, además de también escritor, a través de algunos pasajes de su novela <i>Moeurs</i>, de la cual se rumorea por toda Alejandría que la protagonista no es otra sino Justine.</p><p style="text-align: justify;">Volvemos a encontrarnos en esta segunda novela con los personajes principales de la primera. Se incorporan otros nuevos como Leila y Naruz, madre y hermano de Nessim. Asimismo, los sempiternos secundarios, como el diplomático francés de vida disoluta Pombal, compañero de apartamento de Darley, o el cómico, absurdo y entrañable policía Scobie, vuelven a sazonar y seguirán sazonando en las posteriores novelas tanto la trama como el escenario.</p><p style="text-align: justify;">Los personajes cobran mayor o menor protagonismo a lo largo de las cuatro novelas y no todos aparecen en todas ellas. Lo mismo ocurre con algunos acontecimientos. Así, y por ejemplo, esa cacería de patos que en <i>Justine</i> casi podría decirse es el clímax de la trama, en <i>Balthazar</i> apenas es mencionada. Por el contrario, la noche y la fiesta de Carnaval, que en <i>Justine</i> más parece una anécdota que algo relevante, en <i>Balthaza</i>r ocupa, para deleite de los lectores, un buen número de páginas.</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:%D8%A8%D8%AD%D9%8A%D8%B1%D8%A9_%D9%85%D8%B1%D9%8A%D9%88%D8%B7_(Mariout_lake).jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="356" data-original-width="512" height="446" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjIVBzxfSe7m_4Ptdk9MfxwvJGC2TyraPh5XGQS31aLKMSjhda2bZlpcU6U3R6bwOme0NnzH_Y2e_1fyDVYS4sfV5p6xm1QYAAAxa5p63yW3-RgRQFo2m8dYmcKzjHuIGrr8LkDSS4JKn7IFBLOcej1ZXxW-Px_6gGLbU1bFgQjROF5mzIeuLXzVVCvFPX3/w640-h446/%D8%A8%D8%AD%D9%8A%D8%B1%D8%A9_%D9%85%D8%B1%D9%8A%D9%88%D8%B7_(Mariout_lake).jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:%D8%A8%D8%AD%D9%8A%D8%B1%D8%A9_%D9%85%D8%B1%D9%8A%D9%88%D8%B7_(Mariout_lake).jpg" target="_blank">Lago Mariout, Alejandría.</a> Fotografía de </span><span style="background-color: white; color: black; font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/User:%D8%B9%D8%A8%D8%A7%D8%AF_%D8%AF%D9%8A%D8%B1%D8%A7%D9%86%D9%8A%D8%A9" target="_blank">عباد ديرانية</a> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/deed.en" target="_blank">CC BY-SA 3.0 DEED</a>.</span></td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;">Lo mismo ocurre con las muertes de algunos de los personajes. En las cuatro novelas acontece alguna. En <i>Mountolive,</i> además, el paroxismo con el que el pueblo egipcio vive en el mundo rural la despedida de un convecino de la vida terrenal nos regala nuevamente el despliegue del virtuosismo literario de Lawrence Durrell. Ocurre a lo largo de este cuarteto que una misma muerte se menciona o no, o cobra un mayor o menor protagonismo según la novela que nos encontremos leyendo. Hay muertes violentas. Las hay que cobran diferente significado en cada libro y van revelando algo distinto a lo largo de los mismos. Hay alguna incluso que nos creemos y después resulta ser ficticia. Las hay trágicas. De hecho, las tramas de las cuatro novelas parecen ríos sinuosos cuyo destino es desembocar en tragedia. Y es que, como si fuesen otros cuatro vértices sobre los que sustentar su cuarteto, Durrell combina con maestría la ambientación exótica, la riqueza de la prosa, un moderno enfoque literario y un punto de tragedia clásica.</div><p></p><p style="text-align: justify;">Otro tanto podemos decir de algunas escenas. No es que se repitan, aunque sea bajo distinto punto de vista, sino que en ocasiones hay escenas que recuerdan a otras vividas en otra novela por otro personaje. En casi todas las novelas hay un momento en el que alguno de los protagonistas deja perder sus pasos en lo que podríamos llamar la Alejandría profunda. La prosa de Lawrence Durrell brilla en estas escenas en todo su esplendor y la idiosincrasia del lugar y de sus habitantes anónimos se alía de tal manera con las sensaciones más íntimas del personaje en cuestión que la amalgama resultante es sumamente embriagadora.</p><p style="text-align: justify;">Sí que recuerdo una escena de <i>Justine</i> que tiene su réplica, su hermana o su imagen especular en <i>Balthazar</i>. En ella Darley deja perder sus pasos por el barrio indígena de Alejandria hasta penetrar en una barraca. Allí sorprende a un hombre y una prostituta realizando el acto sexual. Ese hombre, que es completamente anónimo y desconocido en <i>Justine</i>, adquiere nombre propio en <i>Balthazar</i>, pudiendo entonces los lectores asistir desde dentro a la misma escena que en la primera de las novelas habíamos vivido desde afuera. Os presto por un momento los ojos y pensamientos de Darley para que podáis echar un vistazo al interior de esa barraca:</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Yacían allí, como las víctimas de un terrible accidente, torpemente ensamblados, como si de una manera incoherente, experimental, fueran la primera pareja de la historia humana que ensayara ese medio especial de comunicación. Su postura, tan ridícula y grotesca, parecía el resultado de una primera tentativa que quizá, después de siglos de experiencias y ensayos, evolucionaría hacia una actitud de los cuerpos tan maravillosa y armónica como un paso de ballet. Y sin embargo yo sabía que esa postura, la trágica y ridícula postura de la penetración, había sido fijada para siempre, inmutablemente. De ella surgían todos los aspectos del amor que el ingenio de los poetas y los locos había utilizado para destilar las sutiles distinciones de sus filosofías. De ella surgían los enfermos y los maniáticos, de ella también el asco y el desaliento de los viejos cónyuges, atados espalda contra espalda, por así decirlo, como perros que no consiguen separarse después de la cópula».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"><i></i></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Fouad_Street_-_ALEXANDRIA.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="341" data-original-width="512" height="426" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjnSmZj-y9fEZi7iUj1u0jVORlGft-CV5MS1f23NWxGoFu-HM-jk4Xmrx7qAMdwPCXcF4dHbe3BobpGiadjKRz4aOl-Je8qmovovxOt3UO6Y6tkHZaoB6vIHuplmHKMlps17PEvS73UMDcU8GqHmC3aEG8w31aJNctYpw0KpeRYDEgd-JY9gbSF52N0gRcA/w640-h426/Fouad_Street_-_ALEXANDRIA.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Fouad_Street_-_ALEXANDRIA.jpg" target="_blank">Rue Fuad, Alejandría.</a> Fotografía de Hoba offendum bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0/deed.en">CC BY-SA 4.0 DEED</a>.</span></td></tr></tbody></table><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><i></i></div><br /><div style="text-align: justify;"><i>Mountolive</i>, aunque tercera pata espacial de este cuarteto, aparca la subjetividad de las dos novelas que la preceden. Asimismo, rompe con la ilusoria armonía multirracial, multicultural y multirreligiosa que se presume en estas. Darley se convierte en ella en un personaje apenas secundario y es relegado de su papel de narrador por un narrador omnisciente, lo cual dota a esta novela de una objetividad y amplitud de la que carece el resto del cuarteto. La escenografía se abre y Alejandría, ciudad de <span style="font-family: georgia;"><i>«cinco razas, cinco lenguas, una docena de religiones»</i></span>, amén de la más europea y cosmopolita de las ciudades egipcias, comparte hegemonía con El Cairo y con el desierto y la zona rural —los dos últimos ya presentes en Balthazar como entorno de las propiedades de la familia de Nessim—. El contexto geopolítico de Oriente Medio, inexistente en las otras novelas, cobra vital importancia en la trama. De esta, uno de los principales protagonistas es David Mountolive, personaje inexistente en <i>Justine</i> y que en <i>Balthazar</i> aparece tan solo de pasada.</div><p></p><p style="text-align: justify;">Mountolive es un joven diplomático británico la primera vez que se establece en Egipto. Allí crea fuertes vínculos con algunos de los personajes más relevantes de este cuarteto. Tras años de ausencia, regresa a la que fuera colonia británica y tierra de sus afectos. Nos situamos entonces en el tiempo presente en el que se desarrollan las novelas <i>Justine</i> y <i>Balthazar</i>, en las que ya se podía oler la proximidad de la Segunda Guerra Mundial.</p><p style="text-align: justify;">En <i>Mountolive</i> conocemos también a Liza, la hermana de Pursewarden, personaje que, aunque no aparece hasta esta tercera novela, tiene un papel clave en el conjunto del cuarteto. Asimismo, la novela que comparte nombre con el diplomático me permite desentrañar la verdadera naturaleza de la relación que mantienen Nessim y Justine. El suyo era un matrimonio cuyo código había resultado hasta entonces para mí un tanto indescifrable.</p><p style="text-align: justify;">Si <i>Justine</i> y <i>Balthazar</i> me dejaron muy buen sabor de boca, <i>Mountolive</i> es toda una confirmación de que la experiencia literaria acumulativa que tengo entre manos es algo muy grande. Si las dos primeras novelas obran en mí una lenta fascinación, esta tercera me rinde presa de admiración. La fama y los elogios de esta obra cuatridimensional son bien merecidos. No obstante, pendiente estaba aún para mí entonces su culminación y, por tanto, mi veredicto final.</p><p style="text-align: justify;">Clea es pintora e integrante del grupo de amigos alejandrinos. Es un personaje que aparece en las cuatro novelas, por lo que puede parecer curioso que no lo haya mencionado hasta ahora. Clea es también el título de la novela que pone el broche final a <i>El cuarteto de Alejandría</i>. En ella comienzo a vislumbrar a este personaje, a conocer a esta artista que, hasta entonces, más que mujer con identidad propia se me antojaba figurante y opinadora.</p><p style="text-align: justify;">En <i>Clea</i> Darley recobra el rol de narrador, así como la narración la subjetividad. En <i>Clea</i> Darley regresa a una Alejandría con un tentáculo de la Segunda Guerra Mundial instalado en el puerto de la ciudad. <span style="font-family: georgia;"><i>«El hombre es tan sólo una extensión del espíritu del lugar»</i></span>, pero ni el hombre que vuelve a Alejandría es el mismo que se fue años atrás ni la ciudad que abandonó es la misma que encuentra a su regreso. <span style="font-family: georgia;"><i>«En cuanto a mí»</i></span>, se expresa Darley respecto a Alejandría, <span style="font-family: georgia;"><i>«había llegado a verla como sin duda había sido siempre: un sórdido puerto de mar edificado sobre un arrecife de arena, un remanso moribundo, sin espíritu. No cabía duda de que aquel elemento desconocido, la «guerra», la había envuelto en algo así como un hálito de modernismo, pero aquello pertenecía al invisible mundo de la estrategia y de los ejércitos, no a nosotros, los habitantes».</i></span></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="float: right; margin-left: 1em; text-align: justify;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://www.clevelandart.org/art/1925.1097"><img border="0" data-original-height="3400" data-original-width="2539" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiJ70mJ2mpvlisLqm2XpPK5stlGUDbfw2rh8uRMU9lnatLY-l6lmU3VRFqb1U4a5KDCYNa3zUZmaJozSf8kLvfMqqp6SeXeJvXbizzte9GttbqhkYrioVMHS5sO6y5HBl_3-OTo-HmglnjT2eEYJmDXYDESr7T0D1ae0q_xFpaFlziVbGPsQBfullkp2DE3/w299-h400/1925.1097_print.jpg" width="299" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://www.clevelandart.org/art/1925.1097">Mujeres en Carnaval ataviadas con el dominó.</a><br />Trabajo en dominio público.<br />title=Carnaval|url=<a href="https://www.clevelandart.org/art/1925.1097">https://www.clevelandart.org/art/1925.1097</a><br />|author=<a href="https://www.clevelandart.org/art/collection/search?artists=Paul%20Gavarni" target="_blank">Paul Gavarni</a>|year=null|access-date=16 February 2024<br />|publisher=<a href="https://www.clevelandart.org/" target="_blank">Cleveland Museum of Art</a></span></td></tr></tbody></table><div style="text-align: justify;">Releo la cita inmediata sobre estas líneas y pienso que con ella Darley lo mismo podía estar refiriéndose a Alejandría que a Justine. Pienso que el hombre, más que ser esa extensión del espíritu del lugar, como pude leer en <i>Justine</i>, podría ser la extensión del objeto de su amor. Cuando el amor se desvanece el ser que fuera amado se ve diferente a ojos de quien fuera ser amante. Lo que la mirada de este último capta ahora es una ciudad sin brillo, es una mujer avejentada que en quien antes despertaba pasión tan solo es capaz de provocar conmiseración.</div><p></p><p style="text-align: justify;">Pero ese amor que —recordemos— es tema de estas cuatro novelas, es el amor épico, el amor considerado con mayúsculas, la pasión que mueve voluntades. Es un océano inmenso y bravo, y cuando una ola abandona a su víctima tras arrollarla, bien puede otra alcanzar la orilla de ese incauto. Paisajes que se creían muertos recobran entonces vida y muestran esplendorosos su nueva topografía. La extensión del espíritu de ese lugar inerme invade nuevamente al hombre y es así como <span style="font-family: georgia;"><i>«una ciudad se convierte en un mundo cuando se ama a uno de sus habitantes».</i></span> Es así como para Darley <span style="font-family: georgia;"><i>«toda una nueva geografía de Alejandría»</i></span> nace <span style="font-family: georgia;"><i>«a través de Clea, recreando sus antiguos significados, renovando atmósferas semiolvidadas, arrastrando el aluvión multicolor de una nueva historia, una nueva biografía».</i></span></p><p style="text-align: justify;">En Alejandría Darley se reencuentra con sus viejos amigos. Sabrá qué fue de ellos durante sus años de ausencia. Asistirá a nuevas relaciones entre ellos, pues Darley no es el único al que el tsunami amoroso le da la vuelta en estas novelas, y, en <i>Clea</i>, hasta el bueno y mujeriego de Pombal se enamora. Conocerá —y los lectores con él—lo que será de ellos al término de su definitiva estancia en Alejandría. Terminaremos también los lectores de atar algún cabo acerca del pasado. </p><p style="text-align: justify;"><i>El cuarteto de Alejandria</i> es una obra muy rica, lo cual convierte esta entrada en una reseña bastante pobre. Circunscribir este cuarteto a un libro (o cuatro) sobre el amor, por inabarcable y eterno que sea el tema, es minusvalorarlo. Entre la narración, las profusas descripciones y la trama que aquí apenas he esbozado, Lawrence Durrell nos regala reflexiones maravillosas y frases que son para enmarcar y no solo sobre el amor, aunque las que a este tema se refieren bien podrían formar parte de un tratado filosófico-amoroso que entendiera el amor como ilusión y conocimiento de uno mismo.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">««¿Y si la criatura humana fuese una ilusión? ¿Si, como dice la biología, cada célula de nuestro cuerpo es reemplazada por otra cada siete años? En el mejor de los casos, tengo entre mis brazos una fuente de carne, un juego incesante; y mi mente es un arco iris de polvo». Entonces, desde otro punto del compás, oía la voz agria de Pursewarden que decía: «No existe el Otro; sólo existe uno afrontando eternamente el problema del descubrimiento de sí mismo»».</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Al principio [...], tratamos de complementar el vacío de nuestra individualidad por medio del amor, y por un breve instante tenemos la ilusión de la plenitud. Pero es sólo una ilusión. Pues esa criatura extraña que creímos nos uniría al cuerpo del universo, consigue al final separarnos aun más de él. El amor une, luego separa. ¿Cómo, si no, podríamos desarrollarnos?»</span></p></blockquote><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><p style="text-align: justify;">Descubrimiento, desarrollo. En eso consisten los periplos a lo largo de estas cuatro novelas de todos los personajes que he ido nombrando en esta reseña. En eso consisten nuestras cuitas a lo largo de nuestras vidas. Como llega a exclamar Scobie ya no recuerdo en cuál de los cuatro libros, quien, entre patadas al diccionario y anécdotas surrealistas suelta alguna que otra perla de sabiduría: <span style="font-family: georgia;"><i>«Ánimo, chico, crecer lleva toda una vida».</i></span></p><p style="text-align: justify;">A Lawrence Durrell se le suele considerar escritor británico. Sin embargo, como hijo de colonos británicos, nació en la India en 1912. A los once años se trasladó a Inglaterra, pero nunca terminó de sentirso a gusto en ese país y eso derivó en su fracaso universitario. Tras obtener cierta aceptación como escritor, se trasladó a Corfú con su madre, hermanos y la primera de las cuatro esposas que tuvo. Sobre su estancia en la isla griega y posteriormente en Alejandría, ciudad a la que huye tras la caída de Grecia durante la Segunda Guerra Mundial, me contó <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Mar%C3%ADa%20Belmonte" target="_blank">María Belmonte</a> en su sugerente y hermoso libro <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2022/05/peregrinos-de-la-belleza-maria-belmonte.html" target="_blank">Peregrinos de la belleza</a></i>. Vivió casi toda su vida en enclaves mediterráneos y murió en Sommières, Francia, en 1990.</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="float: right; margin-left: 1em; text-align: justify;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Farouk-King-.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="671" data-original-width="512" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgIMSc2l-h9dKYYxSE58j4VDLo4X4QOSW0AXweltegcD6nOZVQF5NfCAwvrhgwFx5viWZRFLSPPA_BJpr7sinh4TCEgzbgUPQO3_ENlkNmI0vn08HVxLq0Q5L3u6D3DgMYobLJF3Ldt0PMp6LP_GYYILnkpSEQUzAsonPUZ8fKiW5IgviQrFfF1KSj2YNSg/w305-h400/Farouk-King-.jpg" width="305" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Farouk-King-.jpg" target="_blank">Faruk I, rey de Egipto</a> en la época en la que trascurren<br />las novelas de <i>El cuarteto de Alejandría</i>.<br />Fotografía en dominio público de autor desconocido.</span></td></tr></tbody></table><div style="text-align: justify;">No parece, a tenor de esta breve reseña biográfica, que Durrell tuviera un fuerte lazo de unión con la que suele considerarse su patria. No me parece, personalmente y tras haber dado cuenta de este cuarteto de novelas, que el escritor tuviera demasiada estima hacia al que ha sido considerado su país, así como tampoco hacia quienes han sido considerados sus compatriotas. No quiero decir con esto que sintiera animadversión hacia ellos, pero casi podría asegurar que no se sentía identificado con la idiosincrasia inglesa. Como muestra de cómo creo que veía el autor a los británicos y del despertar de los sentidos que para él era la cultura mediterránea, comparto a continuación la descripción que de un joven David Mountovile recién llegado a Alejandría hiciera el escritor en la tercera novela de este cuarteto:</div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Lo habían educado seriamente en Inglaterra, educado para que no deseara sentir. Todas las otras lecciones valiosas ya las había dominado a pesar de su juventud: afrontar con sangre fría los problemas de la sala y de la calle; pero a las emociones personales sólo podía oponerles el silencio nervioso de una sensibilidad nacional anestesiada hasta convertirse casi en una torpe taciturnidad: una educación en reticencias y vergüenzas seleccionadas. Rara vez marchan juntas la crianza y la sensibilidad, aunque la brecha puede disfrazarse fácilmente en códigos de maneras, formas de dirigirse al mundo. Había oído y leído de la pasión, pero mirándola como algo que nunca lo iba a asaltar; y allí estaba esa pasión, irrumpiendo en la vida secreta que él, como todo colegial excesivamente crecido seguía viviendo autónomamente detrás de la pantalla indulgente de las maneras y transacciones cotidianas, de la charla y afectos de todos los días. El hombre social dentro de él estaba sobremaduro antes de que el hombre interior hubiese llegado a ser adulto. Leila lo había dado vuelta como uno puede dar vuelta a un baúl viejo, revolviéndolo todo. Ahora sospechaba no ser más que un adolescente, fastidiosamente sentimental e implume, con las reservas agotadas. Casi indignado, advertía que allí por fin había algo por lo cual estaba dispuesto hasta a morir, algo cuya misma crudeza llevaba consigo un alado mensaje que penetraba hasta lo vivo de su mente. Aun en la oscuridad se sentía queriendo enrojecer. Algo absurdo. Amar era absurdo, cómo lo es un objeto arrancado de su sitio en la repisa del hogar».</span></blockquote><p style="text-align: justify;">No quiero decir con lo anterior que <i>El cuarteto de Alejandría</i> sea una obra con siquiera cierto contenido autobiográfico, pues se trata sin duda alguna de una obra de ficción, pero sí que pienso que son varios los pensamientos y sentimientos del autor los que en ella están presentes y que este da voz a los mismos a través de la figura del <i>alter ego</i>.</p><p style="text-align: justify;">En cuanto comencé <i>Justine</i>, ese hombre del que aún tardaría novelas en saber que respondería al nombre de Darley se materializó para mí en el <i>alter ego</i> de Lawrence Durrell. Cierto es que sabía por María Belmonte que el personaje de Justine está inspirado en la que se convertiría en segunda mujer del escritor. Cierto también que supe de la hijita de este con su primera esposa y con la que convivió siendo esta muy pequeña en Corfú en <i>Peregrinos de la belleza</i> y que, por tanto, era fácil que la niñita que Darley cuida en la isla griega desde la que escribe me la recordara. Pero, independientemente de lo poco conocido acerca de Lawrence Durrell con lo que llegué a la lectura de <i>Justine</i>, todo lo que iba sabiendo sobre Darley me lo hacía sentir así, como el <i>alter ego</i> de su creador. No en vano, Darley es un escritor en búsqueda de su identidad y Durrell, aunque ya había publicado algo, aún tenía entonces por escribir lo mejor de su producción literaria.</p><p style="text-align: justify;">Pero Darley no es el único escritor que aparece en estas novelas, que no solo hablan de amor sino también —y mucho— del concepto de arte y literatura. Recordemos a Arnauti, el escritor francés que fuera marido de Justine antes de Nessim y que escribiera esa novela titulada <i>Moeurs</i> con la que puso a Justine en boca de toda Alejandría. Recordemos, especialmente, a Pursewarden.</p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Alexandria_Map_teste.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="1979" data-original-width="3235" height="392" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgZ4m2bPWXJ9wjmjrP9WRKCFjoER5Dkf6UjxClS3ekesdERN8sUwvR2pgcEe2U2kvYMgBrXxC2GKb-RFMy1KSHVuopEtMYXg8XZ-jZWBvoYc2uz3F0LeCxgHAV4ApFPXAfjmnMDy5Hz8eObE_B_BDRy2HORTy8jXLlgkMBqndmw0D-zM8Y1ZIM5DLW8EiZm/w640-h392/Alexandria_Map_teste%20(1).jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Alexandria_Map_teste.jpg" style="font-family: times;" target="_blank">Alejandría, tal y como era al final del reinado de Cleopatra</a><span style="font-family: times;">, recreación de Igor Merit Santos bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0/deed.en" target="_blank">CC BY-SA 4.0 DEED</a>.<br />La zona en la que se encontraba Antirrhodos, isla en el puerto oriental sobre la que se erigía el palacio de Cleopatra, y el Timonium, lugar en el que Marco Antonio encargó construir el inacabado refugioen el que pretendía refugiarse tras su derrota en la batalla de Accio, se encuentra actualmente sumergida. En su novela homónima Clea fantasea con la idea de que la isla que ella y Darley descubren sea Timonius, la isla a la que <i>«dieron el nombre de un famoso recluso y misántropo ¿tal vez filósofo? llamado Timón. Aquí ha de haber pasado</i> [Marco Antonio] <i>sus días de ocio, aquí, Darley, rememorando su vida una y otra vez. ¡Aquella mujer y los extraños sortilegios que podía provocar! ¡Y luego el advenimiento del Dios, y todo aquello instándolo a decir adiós a Alejandría, a todo un mundo!»</i></span></td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;">Pursewarden es uno de los personajes más contradictorios y complejos del cuarteto. Todo lo que directa o indirectamente sale por su boca o por su pluma no tiene desperdicio. Cierto es que la coraza bajo la que se oculta le hace a veces parecer un poco petulante e inaccesible. No he podido en ocasiones evitar acordarme de <span style="background-color: white; font-family: Lora, serif; font-size: 16px;">Lodovico Settembrini, personaje de <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2023/05/la-montana-magica-thomas-mann.html" target="_blank">La montaña mágica</a></i>, así como también a veces, al leer algún pasaje en concreto de alguna de estas cuatro novelas, me he acordado de esa cumbre literaria de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Thomas%20Mann" target="_blank">Thomas Mann</a>. Y es que, por más que Lawrence Durrell encadene párrafos y páginas de prosa que raptan al lector, no es menos cierto que leer su cuarteto supone cierto esfuerzo por parte de este. El comienzo de algunos capítulos es arduo, en el sentido en el que el lector emerge del capítulo precedente y tarda varias páginas en sumergirse en el actual. En todo caso, si alguien ha comenzado el ascenso a <i>La montaña mágica</i> y sucumbido en el intento, que no tema adentrase en las calles de Alejandría. El camino es mucho menos árido o —por ser acordes con las respectivas escenografías— gélido.</span></div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="background-color: white; font-family: Lora, serif; font-size: 16px;">Uno de esos capítulos de inicio tortuoso es aquel de <i>Clea</i> en el que Darley lee el pasaje titulado </span><i>Mis conversaciones con el Hermano Asno</i> del cuaderno de notas de Pursewarden. No obstante, pronto ese capítulo se convierte en oro puro, constituyendo —a mi entender— el núcleo duro de las cuatro novelas. Pursewarden ya se me venía presentando como el auténtico <i>alter ego</i> de Durrell, pero en esas revelaciones que como escritor quisiera hacerle a Darley pero que solo se hace así mismo termina de confirmarse mi intuición. De hecho, es de Pursewarden de quien surge una idea sospechosamente parecida a este cuarteto al querer decirle a Darley: <span style="font-family: georgia;"><i>«pero en serio, si quisieras ser, no digo original sino tan sólo contemporáneo, podrías ensayar un juego con cuatro cartas en forma de novela; atravesando cuatro historias con un eje común, por así decir, y dedicando cada una de ellas a los cuatro vientos. Un </i>continuum<i>, por cierto, que comprendiera no sólo un temps </i>retrouvé<i> sino también un </i>temps délivré<i>. La misma curvatura espacial te proporcionaría el relato estereoscópico, mientras que la personalidad humana vista a través de un continuum ¿podría tal vez tornarse más prismática? Quién puede saberlo. Yo te regalo la idea».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Si bien pienso que, en realidad, Darley y Pursewarden comparten figura como <i>alter ego</i> de Durrell, cierto es que es Pursewarden quien, a lo largo de las cuatro novelas, pero especialmente en este capítulo, nos regala la concepción que de la literatura tenía Lawrence Durrell como escritor. El contraste entre occidente y la cultura bañada por el Mediterráneo más oriental surge como conflicto y como escollo insalvable para los escritores. Pursewarden siente el puritanismo inglés y las cadenas que son las religiones y culturas occidentales como grilletes para la literatura. La libertad que, en cambio, otorga la laxa moralidad sexual de lugares como Alejandría, será lo que lleve a esta a su máxima expresión y esplendor. (Nótese, por cierto, que el título de la ficitica novela <i>Moeurs</i> significa en español moralidad; téngase en cuenta, también, que la moral es un concepto cultural que varía de un lugar a otro, así como de una época a otra). No voy a recurrir a citas al respecto de ese capítulo para ilustrar esta idea de Pursewarden. Prefiero, en su lugar, mostraros un nuevo juego de escenas.</p><p style="text-align: justify;">En un punto de su novela homónima Mountolive se halla una noche <span style="font-family: georgia;"><i>«frente a frente con el significado del amor y del tiempo».</i></span> Decide recuperar el Egipto que ha perdido junto con el desvanecimiento de ese amor desterrando su flema inglesa y cambiando la reconocible indumentaria que lo señala como diplomático por el anónimato. Es así como, ebrio de un entusiasta redescubrimiento de Alejandría, se deja guiar por un anciano desconocido hasta una inmunda barraca. Sube tras él sorteando las ratas que le salen al paso hasta llegar a una habitación en la que es encerrado en la más absoluta obscuridad. Poco a poco, ve por aquí y por allá encenderse pequeñas luces portadas por pequeñas figuras humanas. Es entonces atacado por un ejército de prostitutas-niñas que le imploran con palabras como <span style="font-family: georgia;"><i>«Oh, effendi, protector de los pobres, remedio para nuestra aflicción…»</i></span> Las pequeñas prostitulas lo enganchan, se agarran a él, se afanan en someterlo mientras que él se esfuerza sin éxito en soltarse. Os juro que mientras asisto a esta escena no puedo evitar pensar en Mountolive como Gulliver y en las pequeñas prostitutas como un ejército de liliputienses. Y es justo venírseme esa idea a la cabeza cuando Mountolive siente que se va a desvanecer hasta que <span style="font-family: georgia;"><i>«de repente, todo se despejó —como si se hubiera corrido una cortina— y se vio sentado al lado de su madre, frente a un fuego rugiente, con un libro de figuras abierto sobre las rodillas. Ella leía en alta voz y él trataba de seguir las palabras, pero su atención siempre se desviaba hacia la gran lámina en colores que mostraba a Gulliver caído en manos de los liliputienses. El héroe de pesadas piernas yacía donde había caído, sujeto por una verdadera telaraña de cuerdas, clavado al suelo, mientras el pueblo-hormiga pululaba sobre su cuerpo enorme, atando y asegurando más sogas, de modo que todo forcejeo del coloso hubiera sido en vano. Había allí una maligna precisión científica: tobillos, muñecas y cuello inmovilizados; estacas entre los dedos de la enorme mano para retener individualmente cada dedo. Las coletas habían sido cuidadosamente arrolladas en torno a pequeñas espigas, clavadas en el suelo. Hasta los faldones del sobretodo, hábilmente prendidos al suelo, por los pliegues. Yacía allí, mirando al cielo con un asombro inexpresivo, los azules ojos muy abiertos, los labios fruncidos. El ejército de liliputienses avanzaba, caminaba por encima de él, con carretillas y ganchos, y más cordeles; sus actitudes sugerían un frenesí de hormigas febriles. Y todo ese tiempo Gulliver yacía allí, sobre la hierba verde de Liliput, en un valle de flores microscópicas, como un globo cautivo…»</i></span></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Sea_Of_Alex.JPG" target="_blank"><img border="0" data-original-height="327" data-original-width="512" height="408" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjohuQORItHRvlwhbxiiVHDpNI3M3R0RZCE1jl2EytobhjYLNXmAbRB2NTxdeRSZiH9OvqrhDTx-iFOhyphenhyphenAOMx1t0CcSQuXOTXp0x2osoc8-nI2NzZc_giVh7mr0qJIAj56eFBzmo3Zk8TekD6bnQxXkQ2TFHEkhv8dDyYeLLesy6eptuzxBZ9KBL3exhWfW/w640-h408/Sea_Of_Alex.JPG" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Sea_Of_Alex.JPG" target="_blank">Alejandría vista desde el mar.</a> Fotografía de Ahmed Photographer bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0/deed.en" target="_blank">CC BY-SA 4.0 DEED</a>.</span></td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;">En <i>Clea</i>, en ese mismo capítulo de <i>Mis conversaciones con el Hermano Asno</i>, Pursewarden, además de hermanarse con Darley hablándole de escritor a escritor, le cuenta sobre una vez que acudió con Justine al lugar en el que está sufrió de muy jovencita un suceso que la marcaría de por vida. Llegan a la que no puede sino ser otra que la misma barraca de las niñas-prostitutas de <i>Mountolive</i>. Cómo si no Justine y Pursewarden pueden pasar entre las que no pueden sino ser otras que las mismas ratas entre las que pasó el diplomático, llegar a la que no puede sino ser otra que la misma habitación a la que llegó Mountolive y entrar en la que no puede sino ser otra que la misma oscuridad en la que entró él para encontrarse con las que no pueden sino ser otras que las mismas chiquillas con sus voces de hormiguitas que aparecen desde todos los rincones para empezar —esta vez— a rodear y adular a Pursewarden, que se agobia y se quiere ir. Pero entonces, Justine, reconvertida de repente en una inesperada Sherezade, convoca a las hormiguitas, las reúne, les pide que traigan sus luces y comienza a contarles una historia. <span style="font-family: georgia;"><i>«El efecto fue electrizante»</i></span>, cuenta Pursewarden. <span style="font-family: georgia;"><i>«Como un montón de hojas muertas arrastradas por una ráfaga de viento, las niñas se aproximaron, la rodearon. Algunas treparon al viejo sofá, entre risas y codazos de deleite. Con la misma voz rica y triunfante, saturada de lágrimas contenidas, Justine empezó a hablar de nuevo como un juglar profesional [...] Era un relato de salvaje poesía adecuado al lugar y al momento; el pequeño círculo de rostros mustios, el diván, la luz incierta y temblorosa; la extraña fascinación del canturreo árabe con sus imágenes damasquinadas y suntuosas, el espeso brocado de repeticiones aliterativas, el acento nasal, todo contribuía a dar a la historia un esplendor secular que me hacía llorar, llorar con lágrimas hambrientas. ¡Qué alimento potente para el alma! Pensé en la magra ración que nosotros, los modernos, ofrecemos a nuestros ávidos lectores. Aquel cuento tenía contornos épicos. Sentía envidia. ¡Qué ricas eran aquellas pequeñas mendigas! Y también le envidié el auditorio. Como plomadas, las niñas se sumergían en las imágenes de la historia. Podía ver sus verdaderas almas, deslizándose como ratones, asomando a hurtadillas por detrás de las máscaras pintarrajeadas, en súbitas expresiones de asombro, de suspenso, de alegría. En el macilento crepúsculo, aquellas expresiones reflejaban una verdad terrible. Se las veía como habrían de ser en la edad madura: la bruja, la buena esposa, la chismosa, la arpía. La poesía de aquel cuento las desnudaba hasta los huesos, permitía florecer la verdad de cada una de ellas, en rostros que retrataban con fidelidad sus pequeños espíritus frustrados. No pude menos que admirar a Justine, porque me proporcionaba uno de los momentos más significativos y memorables en mi vida de escritor. Rodeé sus hombros con mi brazo y me senté, tan extasiado como cualquiera de las niñas, siguiendo las curvas largas y sinuosas de la historia inmortal que desplegaba ante nuestros ojos».</i></span></div><p></p><p style="text-align: justify;">Si Justine le proporciona a Pursewarden con ese relato uno de los momentos más significativos y memorables en su vida de escritor, este hace lo propio con Darley a través de sus cartas más íntimas a las que este último tiene acceso por mediación de la hermana del primero. Es tras leer esas cartas que Darley comprende <span style="font-family: georgia;"><i>«que nosotros, los artistas, formamos una de esas patéticas cadenas humanas que los hombres organizan para pasarse baldes de agua durante un incendio, o para llevar hasta la playa un bote salvavidas. Una ininterrumpida cadena de humanidades para explorar los tesoros ocultos de la vida solitaria, y ofrecerlos a una comunidad indiferente, incapaz de perdonar; unidos todos, maniatados por la gracia».</i></span> Es tras leer <i>El cuarteto de Alejandría</i> que yo comprendo que acabo de asistir a una obra orquestada por un Lawrence Durrell en estado de gracia merecedor de ser un ilustre eslabón de esa cadena de extraordinarios escritores que exploran los tesoros ocultos de la vida solitaria para ofrecerlos a esa comunidad en la que, de tanto en tano, alguien deja de ser indiferente y se deja, agradecido, bañar por su gracia.</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://www.nli.org.il/en/images/NNL_ARCHIVE_AL997009326813605171/NLI#$FL159513498" target="_blank"><img border="0" data-original-height="515" data-original-width="512" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhmH766K4VItenYR74FACkLnupUIFjgwQF8s3ai3LQWAJAiQOgVoTE_gQwT0yGGGrufV7HSxwK04mH913EYYy5jg5oNQzD0PtVOfQ_JK36gnv4Ij5cq1XHzN6SYU8l_qYjs4CFiVKjXHVei3Q3LBoItoy55h2ndThouuxn95BUdHGcbw40UROmdGySK0SO2/w636-h640/Lawrence_Durrell_visit_to_Israel_(997009326813605171).jpg" width="636" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://www.nli.org.il/en/images/NNL_ARCHIVE_AL997009326813605171/NLI#$FL159513498" target="_blank">Lawrence Durrell durante su visita a Israel en 1962.</a> Fotografía de <a href="https://merhav.nli.org.il/primo-explore/search?query=creator,contains,Karmi,%20Boris&vid=NLI&lang=en_US&_gl=1*mq1u6t*_ga*MjEzODQ5MDM2LjE3MDgxMDEzOTk.*_ga_8P5PPG5E6Z*MTcwODEwMTM5OS4xLjEuMTcwODEwMjY2MC41Ni4wLjA.*_ga_4207HLQSXF*MTcwODEwMTM5OS4xLjEuMTcwODEwMjY2MC41Ni4wLjA.*_ga_8PQRSYT854*MTcwODEwMTM5OS4xLjEuMTcwODEwMjY2MC41Ni4wLjA." target="_blank">Boris Carmi</a> en dominio público. Fuente: <a href="https://www.nli.org.il/en/discover/photos/collections/meitar-collection" target="_blank">Meitar Collection</a>, <a href="https://www.nli.org.il/en/discover/photos/collections" target="_blank">The Pritzker Family National Photography Collection</a>, <a href="https://www.nli.org.il/en" target="_blank">The National Library of Israel</a>. Digital ID: <a href="https://www.nli.org.il/en/images/NNL_ARCHIVE_AL997009326813605171/NLI#$FL159513498" target="_blank">997009326813605171</a>.</span></td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;"><u>Ficha del libro:</u></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Título: <a href="https://www.edhasa.es/libros/119/el-cuarteto-de-alejandria-estuche-obra-completa" target="_blank">El cuarteto de Alejandría</a>: <a href="https://www.edhasa.es/libros/112/1-justine" target="_blank">Justine</a>, <a href="https://www.edhasa.es/libros/150/2-balthazar" target="_blank">Balthazar</a>, <a href="https://www.edhasa.es/libros/151/3-mountolive" target="_blank">Mountolive</a>, <a href="https://www.edhasa.es/libros/152/4-clea" target="_blank">Clea</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Autor: <a href="https://www.buscabiografias.com/biografia/verDetalle/1036/Lawrence%20Durrell" target="_blank">Lawrence Durrell</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Traductor/a: Aurora Bernárdez / Aurora Bernárdez / Santiago Ferrari / Matilde Horne</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Año de publicación: 2011(1957) / 2004(1958) / 2004(1958) / 2004(1960)</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Nº de páginas: 360 / 360 / 504 / 432</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">ISBN: 978-84-350-0933-1 (978-84-350-0904-1 / 978-84-350-0905-8 / 978-84-350-0906-5 / 978-84-350-0907-2)</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Comienza a leer <a href="https://www.edhasa.es/view/pdf/1269" target="_blank">aquí</a> / <a href="https://www.edhasa.es/view/pdf/1310" target="_blank">aquí</a> / <a href="https://www.edhasa.es/view/pdf/1272" target="_blank">aquí</a> / <a href="https://www.edhasa.es/view/pdf/1276" target="_blank">aquí</a></span></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Si te ha gustado...</div><div style="text-align: justify;">¿Compartes?</div><div style="text-align: justify;"> ↓</div>Lorena Álvarez Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/12912455925584013270noreply@blogger.com10tag:blogger.com,1999:blog-3756166230240849946.post-89283102405181987302024-02-05T08:00:00.001+01:002024-02-05T08:00:00.256+01:00Otra vuelta de tuerca, La figura de la alfombra y El banco de la desolación - Henry James<p style="text-align: justify;">4 de enero de 1945. <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Carson%20McCullers" target="_blank">Carson McCullers</a> escribe a James Reeves McCullers, quien fuera y volvería a ser, tras la Segunda Guerra Mundial, su marido. Es una de las tantas cartas que la pareja se intercambia durante el conflicto bélico y que, por expreso deseo de la escritora, se incluirían en sus memorias <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2022/01/iluminacion-y-fulgor-nocturno-carson.html" target="_blank">Iluminación y fulgor nocturno</a></i>. No sé si fue un día cuatro, pero sí que fue enero el mes en que yo leí esa misiva, pues <i>Iluminación y fulgor nocturno</i> fue mi primera lectura de 2022. En ella pude leer lo siguiente: <span style="font-family: georgia;"><i>«Hoy vuelve a hacer un día pálido y helado, atardece. Rita le dio a mamá una colección de siete novelas cortas de Henry James y las he estado leyendo. Demasiado inquieta como para ponerme a trabajar, pero estas obras de James son realmente buenas, valen la pena. Sobre todo, una que deseo compartir contigo»</i></span>, pero cuyo título no comparte entonces ni con Reeves ni conmigo. Cuatro días tarda la escritora estadounidense en desvelar ese título para cuyo conocimiento afortunadamente yo solo tuve que esperar varias páginas. Es 8 de enero del mismo año cuando McCullers le escribe a Reeves lo que sigue: <span style="font-family: georgia;"><i>«Cariño: Es un día de enero blanco y gris, deprimente, y yo he estado bebiendo una taza de té caliente tras otra, y leyendo a Henry James. No me había dado cuenta de lo realmente bueno que es. Uno está dispuesto a </i>tragarse<i> páginas de ambigüedades a cambio de esas sorpresivas, exquisitas líneas, esas revelaciones casi inesperadas. No me había dado cuenta de la profunda influencia que ha ejercido en los poetas de hoy: Eliot, Auden, etcétera. Deseo que leamos juntos </i>The Beast in the Jungle<i>».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Ni que decir tiene que no cupo para mí duda alguna de que <i>The Beast in the Jungle</i> era, de las siete novelas cortas de Henry James que habían caído en manos de Carson McCullers, aquella que deseaba leer con su por entonces exmarido. Mi curiosidad acerca de la obra en concreto de que se trataba estaba, pues, satisfecha; no así todo lo demás en torno al objeto de mi interés. Fue por ello por lo que rápidamente me puse investigar. Los resultados de mis pesquisas fueron que en España se había traducido su título literalmente como <i>La bestia en la jungla</i>, que no existía de ella en nuestro país ninguna edición reciente —aunque sí varias añejas habitualmente contenedoras de otras obras del autor—, y que su argumento era para mí más que tentador. Previa comprobación de que podría conseguir la deseada nouvelle en alguna de las bibliotecas públicas a mi alcance, así como del rescate de mi lista de pendientes de viejos deseos, irremediablemente comencé a perfilar en mi mente un reencuentro con el siempre y más que aconsejable <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Henry%20James" target="_blank">Henry James</a>.</p><p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjeBcB3NAJxafF7DECiq0n5Luc3d56gO2uzqRgkzQXyBFPihYj5ZcaDGMvOd_ff4D2ZCWuv4Ra3XaenWfdNF5ppKs4kk6hAfyHAGOz-Zvg9GFyTjbqtI3sTQ21J5vzzgLYL_WkGCNCwJNGbtTHs9R8mT032l1Skz4h3d7O0SWJLHnSN1OIEU9LODu_JBXTt/s755/OtraVueltaTuerca.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="755" data-original-width="486" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjeBcB3NAJxafF7DECiq0n5Luc3d56gO2uzqRgkzQXyBFPihYj5ZcaDGMvOd_ff4D2ZCWuv4Ra3XaenWfdNF5ppKs4kk6hAfyHAGOz-Zvg9GFyTjbqtI3sTQ21J5vzzgLYL_WkGCNCwJNGbtTHs9R8mT032l1Skz4h3d7O0SWJLHnSN1OIEU9LODu_JBXTt/w258-h400/OtraVueltaTuerca.jpg" width="258" /></a></div><div style="text-align: justify;">Mi primer encuentro con el escritor estadounidense nacionalizado británico se había producido seis años antes de esta insospechada recomendación por parte de mi admirada Carson McCullers, allá por la primavera de 2016. Fue <i>Los papeles de Aspern</i> la obra elegida para la ocasión, aunque, por puro azar y tal y como conté en su día, acabaron sumándose a esta <i>La lección del maestro</i> y <i>La vida privada</i>, reuniéndose el trío de historias bajo el título de <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2016/04/los-papeles-de-aspern-y-otras-historias.html" target="_blank">Los papeles de Aspern y otras historias de escritores</a></i>. Pues bien, salí tan satisfecha y admirada del encuentro que no tardé en añadir a mi lista de pendientes una de las obras más populares del autor, la cual no es otra que <i>Otra vuelta de tuerca</i>, a la que poco después sumé <i>La figura en el tapiz</i> por <a href="https://elblogdelafabula.blogspot.com/2016/10/la-figura-en-el-tapiz-henry-james.html" target="_blank">la reseña que en su día hiciera de ella Rosa Berros en su blog</a>, de la cual, trascurrido tanto tiempo, ya ni me acuerdo qué fue lo que llamó mi atención. Pero el azar, siempre caprichoso, quiso que pocos años después me tocara en un sorteo un ejemplar de <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2019/04/nueva-york-henry-james.html" target="_blank">Nueva York</a></i>, selección de obras de Henry James ambientadas en la ciudad de origen del escritor, que desbancó en intenciones a los dos títulos mencionados y de la que di buena cuenta en 2019. Tenía, pues, claro, a principios de 2022 y recién descubierta la existencia de <i>La bestia en la jungla</i>, que junto con esta quería leer <i>Otra vuelta de tuerca</i> y <i>La figura en el tapiz</i>.</div><p></p><p style="text-align: justify;">Sí, lo tenía bien claro a principios de 2022, pero ya veis que estamos a principios de 2024. Y no, no es que me hubiera olvidado ni de Henry James ni de mis intenciones, sino más bien que mis intenciones lectoras son demasiadas. Faltaba, pues, un último empujón, y ese empujón me lo dio a finales del año pasado la persona más insospechada: <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2023/12/prometeo-americano-kai-bird-y-martin-j.html" target="_blank">J. Robert Oppenheimer</a>.</p><p style="text-align: justify;">Cuentan <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Kai%20Bird" target="_blank">Kai Bird</a> y <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Martin%20J.%20Sherwin" target="_blank">Martin J. Sherwin</a>, autores de esa brillante e inmensa biografía sobre el padre de la bomba atómica titulada <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2023/12/prometeo-americano-kai-bird-y-martin-j.html" target="_blank">Prometeo americano</a></i>, que Oppenheimer leyó <i>La bestia en la jungla</i> en 1940 y que <span style="font-family: georgia;"><i>«quedó impresionado por esa narración obsesiva de egolatría atormentada en la que al protagonista lo persigue la premonición de que «algo raro y extraordinario, posiblemente prodigioso y terrible, le sucedería tarde o temprano». Fuera lo que fuera, estaba seguro de que lo «arrollaría»».</i></span> Lo mencionan en el prefacio y vuelven a incidir en ello bastante más adelante en un capítulo que, precisamente, lleva por título <i>La bestia en la jungla</i>. Dejando aparte la bestia particular que acechaba a Oppenheimer, así como lo que de ególatra, extraordinario, prodigioso y terrible tiene su biografía, no podía dejar pasar por alto lo que para mí era una señal. Y es que cuando un autor o una obra me van dejando miguitas de pan hacia él o ella a través de los libros ajenos a ellos que voy leyendo, yo sigo embelesada el sinuoso camino que me marcan. Había, pues, llegado el momento de leer <i>Otra vuelta de tuerca</i>, <i>La figura en el tapiz</i> y <i>La bestia en la jungla</i>. Hago aquí un inciso para señalar que el segundo de estos dos títulos también se ha traducido en ocasiones al español como <i>La figura de la alfombra</i> —así, por ejemplo, lo ha hecho <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Impedimenta" target="_blank">Impedimenta</a>, cuya edición es la que yo he leído—, así como para indicar que a <i>La bestia en la jungla</i> la acompañan en la edición que pude conseguir otras dos nouvelles: <i>El rincón de la dicha</i> y <i>El banco de la desolación</i>, título este último que toma prestado el volumen que las reúne. No formaba parte de mis pretensiones leer estas dos obras, pero Antonio Marí, que casualmente firma el prólogo tanto a <i>La figura de la alfombra</i> como a <i>El banco de la desolación</i>, me picó la curiosidad respecto a ellas y lo que inicialmente iba a ser un trío de lecturas terminó convirtiéndose en un quinteto.</p><p style="text-align: justify;">Si en mi primer encuentro con Henry James lo que tenían en común —simplificando mucho— las obras leídas es el estar protagonizadas por escritores y en el segundo la ciudad de Nueva York, en este tercero podría decirse —y simplificando, además, bastante menos que en las anteriores ocasiones— que el denominador común a todas ellas son los fantasmas que acechan a sus protagonistas. De hecho, el profesor David Bromwich afirma respecto a Henry James en el epílogo de <i>Otra vuelta de tuerca</i> recogido en la edición de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Penguin%20Cl%C3%A1sicos" target="_blank">Penguin Clásicos</a> que de esa obra he leído que <span style="font-family: georgia;"><i>«parece probable que creyera en fantasmas. Que creyera en ellos como una cuestión de experiencia, y no como una verdad metafísica; un tipo de experiencia que él no alegaba haber tenido, pero que resultaba interesante en la ficción por la luz que podía arrojar sobre el que la experimentaba».</i></span> Y el ya mencionado Antonio Marí no nos habla de fantasmas al analizar la obra de James, pero sí explica en el prólogo a <i>El banco de la desolación</i> que <span style="font-family: georgia;"><i>«Esta concepción de la experiencia, que duda de la manifestación sensible de las cosas, que desconfía de la realidad que se ofrece a los sentidos y que postula que el mundo no es más que apariencia; esta concepción de la experiencia, se muestra y se actualiza en toda su obra».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Es la experiencia de la institutriz a la que tenemos acceso en <i>Otra vuelta de tuerca</i>. Son sus percepciones las que nos hace llegar. Es ella quien nos cuenta la historia, esa historia en la que llega a una casa apartada a hacerse cargo de dos hermanos —niño y niña—. Desde la primera noche, hay algo que la inquieta. Sin embargo, es a plena luz del día cuando se le aparece un antiguo sirviente de la propiedad y, poco después, la joven que fuera su predecesora. Ambos son seres abyectos que ya no pertenecen al mundo de los vivos. La institutriz desconoce en un principio sus identidades; es hablando con la señora Grove, la bonachona sirvienta que cuida de la casa en ausencia del amo y tío de los niños, que, al facilitarle sus descripciones, conviene junto con ella que ha de tratarse de ellos. Los diálogos entre ambas mujeres abundan en la trama y están constituidos por frases sin terminar, por ideas esbozadas que tanto la interlocutora de turno como el lector completan en su mente. Frente a lo que podría pensarse, la joven institutriz, lejos de dejarse vencer por el miedo ante tales apariciones fantasmales, se arma de una férrea voluntad. Está convencida (o quizás se convence a sí misma) de que ella ha de ser la pantalla que impida a los fantasmas hacerse con la voluntad de los niños, así como de que estos llevan una especie de existencia paralela y oculta a los ojos de su cuidadora. Los pequeños, tal y como los percibo a través de las palabras de la institutriz, se me antojan tan perfectos tanto en físico como en conducta que casi me parecen irreales. Representan para mí una mezcla entre angelical y fantasmal, produciéndome lo angelical de esa mezcla más zozobra que placidez. La historia avanza y el lector cada vez tiene menos claro si lo inquietante de esta historia está en lo que sucede o en lo que percibe la institutriz. El clímax llega con la escena final, que nos deja aún más interrogantes de como habíamos llegado allí. Sin duda, de entre todas las obras de Henry James que he leído hasta la fecha, <i>Otra vuelta de tuerca</i> es la más desconcertante.</p><p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiSmpWT8G-7G0CwvmLThHPys2GCu8X5zRraaqNJZzlnbnN-IJ_gEfXE-F6iq2vZZMXyKmh5i-5K6Egj4W0RC7Se49O97OVIyPCJOhNh3ZVy3Fm5F3XwWYVAMkzNkdf7N9ApqHKg2PiBGU2zauDqtd8prTpTHyAfPOFHDmejM2Y2WGtL8UHb7L_PqF1prCMe/s911/La%20figura%20en%20la%20alfombra.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="911" data-original-width="600" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiSmpWT8G-7G0CwvmLThHPys2GCu8X5zRraaqNJZzlnbnN-IJ_gEfXE-F6iq2vZZMXyKmh5i-5K6Egj4W0RC7Se49O97OVIyPCJOhNh3ZVy3Fm5F3XwWYVAMkzNkdf7N9ApqHKg2PiBGU2zauDqtd8prTpTHyAfPOFHDmejM2Y2WGtL8UHb7L_PqF1prCMe/w264-h400/La%20figura%20en%20la%20alfombra.jpg" width="264" /></a></div><div style="text-align: justify;">No es un ente fantasmal lo que persigue al protagonista de <i>La figura en la alfombra</i>, pero sí un fantasma, si entendemos como tales las obsesiones. Al joven y aún algo inmaduro escritor y crítico protagonista le es encomendada la redacción de la reseña de la más reciente novela de un reputado escritor. Satisfecho con el resultado, poco espera que cuando al poco tiene la oportunidad de conocer al escritor en cuestión este le haga partícipe de que ni él ni ningún otro crítico ha conseguido nunca llegar a la verdad de sus libros, encontrar <span style="font-family: georgia;"><i>«el esquema fundamental de su obra, algo parecido a esas complicadas figuras que adornan las alfombras persas».</i></span> Y a eso será, precisamente, a lo que a partir de ese momento aspirará el más joven de los escritores, a desentrañar la figura de esa alfombra que es la obra del escritor de culto. Para ello, embarcará en el empeño a un amigo también escritor, crítico y admirador del afamado autor, además de más perspicaz que nuestro protagonista. </div><p></p><p style="text-align: justify;">En <i>La figura de la alfombra</i> la excelsa prosa de Henry James brilla en todo su esplendor. Tiene, además, especialmente en su inicio, cierto tono cómico e irónico que le da a la narración un toque delicioso. En cuanto a la búsqueda infructuosa y condenada al fracaso de la inasible esencia en su obra de ese escritor de culto, no he podido evitar que me haya recordado a la de Diégane tras T. C. Elimane en la maravillosa <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2023/10/la-mas-recondita-memoria-de-los-hombres.html" target="_blank">La más recóndita memoria de los hombres</a></i> de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Mohamed%20Mbougar%20Sarr" target="_blank">Mohamed Mbougar Sarr</a>. Así, si cualquiera de los personajes de esta obrita de Henry James hubiera osado denigrar la literatura poniendo en palabras la figura de la alfombra, me hubiera visto tentada a proferir lo que el propio protagonista de esta estuvo <span style="font-family: georgia;"><i>«a punto de exclamar: «¡Oh, por favor, no me lo diga: por mi honor, por el honor de la literatura, no lo haga!»»</i></span> Y es que soy como una de <span style="font-family: georgia;"><i>«las pocas personas, sean anormales o no, con quienes mi anécdota se relaciona, la literatura era un juego de habilidad, y habilidad significaba para ellas valentía, y valentía significaba honor, y honor significaba pasión, significaba vida. La apuesta que había sobre la mesa estaba hecha de una sustancia especial y nuestra ruleta no era sino la mente dando vueltas, pero el interés con que nos sentábamos alrededor de la verde mesa era tan elevado como el de los sombríos jugadores de Montecarlo».</i></span> El juego está en la búsqueda, objetivo y meta en sí misma. Que nadie, pues, ose estropearnos tan venerable divertimento.</p><p style="text-align: justify;"><i>La figura de la alfombra</i>, por la ocupación y cuitas de sus personajes, podría perfectamente formar parte de <i>Los papeles de Aspern y otras historias de escritores</i>. Asimismo, <i>El rincón de la dicha</i> —nouvelle de James que leo a continuación— bien podría incluirse en <i>Nueva York</i>. De hecho, es comenzarla y trasladarme inmediatamente a esa lectura de hace cinco años. Es más, a las pocas páginas de haberla comenzado llego a preguntarme si quizás no es una de las piezas incluidas en ese libro. La idea me persigue tanto que interrumpo la lectura y voy en busca de mi ejemplar de <i>Nueva York</i> para revisar el índice pensando que tal vez me hubiera olvidado de haber leído por entonces <i>El rincón de la dicha</i>. No encuentro coincidencia y regreso, por tanto, a la lectura entonces presente. La sensación de revisita, sin embargo, me sigue acompañando. Intento desprenderme de ella pensando que es normal que una obra a cuyo protagonista se le <span style="font-family: georgia;"><i>«ocurre la idea de que, en algún lugar, muy dentro de mí, había un extraño álter ego, como la flor madura está contenida en el pequeño capullo apretado, y que precisamente, al tomar el camino que tomé, trasplanté mi otro yo a un clima que lo marchitó para siempre»</i></span>, una obra cuyo protagonista, al igual que Henry James, nace y pasa gran parte de su infancia en Nueva York, se establece luego al otro lado del océano Atlántico y regresa a su ciudad natal años después no pudiendo evitar con el regreso la cuestión de <span style="font-family: georgia;"><i>«qué habría sido de él como individuo, qué vida habría llevado y qué habría «llegado a ser» si no hubiera renunciado a vivir allí como lo hizo desde un principio»</i></span>, una obra así irremediablemente debía retrotraerme a alguno de los posos que me había dejado la lectura de ese voluminoso libro que lleva por título <i>Nueva York</i>. Pero esa bestia en la que se alía mi a la vez buena y mala memoria no me da tregua. Se me ocurre entonces que, tal vez, como ha sucedido con <i>La figura en la alfombra</i>, el título original de la obra que en ese momento me ocupa ha podido tener diferentes traducciones. Vuelvo al índice de <i>Nueva York</i> y le presto ahora una mayor atención. La séptima de las nueve obras que contiene se titula <i>El alegre rincón</i>. La sospecha se abre paso de inmediato. Busco rápidamente la página 569 en que ese relato da comienzo y leo el inicio del mismo. Sospecha confirmada: misma obra con distinta traducción. Por curiosidad, busco a cargo de quién estuvo la traducción de <i>Nueva York</i>. Me encuentro con la sorpresa de que los responsables de la misma fueron Teresa Barba y Andrés Barba. La sorpresa es grata porque <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Andr%C3%A9s%20Barba" target="_blank">Andrés Barba</a>, con su novela <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2023/06/el-ultimo-dia-de-la-vida-anterior.html" target="_blank">El último día de la vida anterior</a></i> —que cuenta, además, con su propio fantasma—, fue uno de mis grandes descubrimientos literarios de 2023. El fantasma en forma de revisita literaria que me acechaba se ha, pues, desvanecido; no así el del protagonista de ese alegre rincón reconvertido en rincón de la dicha, el cual aún había de regresar <span style="font-family: georgia;"><i>«del lugar más lejano al que hombre alguno, excepto él, hubiera viajado jamás; y sin embargo, era curioso cómo, teniendo esta sensación, le parecía que en realidad había regresado a lo fundamental, y como si el fin último de su prodigioso viaje hubiera sido el de regresar».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><i>El rincón de la dicha</i>, <i>La bestia y la jungla</i> y <i>El banco de la desolación</i> son, en palabras del ya recurrente Antonio Marí, <span style="font-family: georgia;"><i>«tres piezas maestras de la narrativa de Henry James. En ellas, este mundo de presencias veladas y de tangibles ausencias, de remordimientos por lo que se dejó de hacer y de la nostalgia por lo que se pudo haber sido, se manifiesta en toda su potencia determinante y persuasiva».</i></span> Las tres, al igual que <i>La figura de la alfombra</i>, están contadas desde el punto de vista de sus protagonistas, aunque, al contrario que <i>Otra vuelta de tuerca</i>, es la tercera y no la primera persona la que se hace cargo de la narración. En las tres, sus respectivos protagonistas cuentan con una compañera que, con diferente grado de amistad, a mayor o menor distancia, velan de alguna manera por ellos. Son estas mujeres más suspicaces y agudas respecto a las percepciones de sus <i>partenaires</i> masculinos que ellos mismos, los cuales, respecto a ellas, en ocasiones son egoístas o, tal vez sería más correcto decir, egocéntricos.</p><p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEheLyFKUX0DOoUbePiswjdYyLK53c_nnLdI4v9AyQ2RGmaD8bsFvE1ULbgQhG3M1vpCe98Mh1tWfHDCjPKQcItwAQ0WJKWxd2jclmEkYecGwkoOl8GXtdBLEJtfNfywx4rVXOtdqxHx6P5yej2cMWqpJZIk4AhiTQcNjsg7X2EsNwq7NCzngHtArROY2UGT/s594/El%20banco%20de%20la%20desolaci%C3%B3n.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="594" data-original-width="374" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEheLyFKUX0DOoUbePiswjdYyLK53c_nnLdI4v9AyQ2RGmaD8bsFvE1ULbgQhG3M1vpCe98Mh1tWfHDCjPKQcItwAQ0WJKWxd2jclmEkYecGwkoOl8GXtdBLEJtfNfywx4rVXOtdqxHx6P5yej2cMWqpJZIk4AhiTQcNjsg7X2EsNwq7NCzngHtArROY2UGT/w251-h400/El%20banco%20de%20la%20desolaci%C3%B3n.jpg" width="251" /></a></div><div style="text-align: justify;">Si en <i>El rincón de la dicha</i> los remordimientos del protagonista por lo que dejó de hacer y la nostalgia por lo que pudo haber sido hacen referencia a la persona en la que se hubiera convertido de haber continuado viviendo en Nueva York, su homónimo en <i>La bestia en la jungla</i>, que <span style="font-family: georgia;"><i>«desde muy temprana edad había tenido la profunda convicción de estar predestinado para algo excepcional e insólito, con seguridad prodigioso y terrible, que tarde o temprano le sucedería; que lo presentía en lo más hondo de su ser y estaba convencido de ello, y que tal vez aquello le aplastaría»</i></span>, sustenta lo que dejó de hacer y lo que podría haber sido en la espera de eso prodigioso y terrible que está por acontecerle y aplastarle. Vive para esa hora de la verdad cuando la verdad es que el tiempo pasa y que lo que no termina de pasar es su destino, perdiendo así ese hombre <span style="font-family: georgia;"><i>«la capacidad de ser distinto; las cosas que veía no podían ser sino comunes puesto que quien las miraba se había convertido en un ser común. Ahora era solo uno de ellos, cubierto del mismo polvo, sin una excusa que marcara la diferencia».</i></span> Ha despertado <span style="font-family: georgia;"><i>«a la sensación de no ser ya joven, que era con exactitud la sensación de ser viejo, y a la vez, del mismo modo, a la sensación de ser débil [...], por consiguiente, las posibilidades mismas habían envejecido, [...], tal vez incluso se había evaporado, aquello y solo aquello era el fracaso. No habría sido el fracaso estar arruinado, deshonrado, puesto en la picota o ahorcado; el fracaso era no ser nada». «Había visto, desde </i>fuera<i> de su propia vida, y no aprendido desde dentro». «El conocimiento no le había llegado de mano de la experiencia, le había rozado, empujado, tumbado, con la desconsideración de la casualidad, con la insolencia de un accidente. Sin embargo, ahora que la iluminación había comenzado, resplandecía en su apogeo, y lo que en aquel momento estaba allí mirando con asombro era la profunda vacuidad de su vida. Miraba con asombro, tomaba aliento con dolor; se revolvía desalentado y, al darse la vuelta, vio ante sí, escrita en caracteres más definidos que nunca, la página abierta de su historia».</i></span></div><p></p><p style="text-align: justify;">El protagonista de <i>El banco de la desolación</i>, en cambio, vive bajo la sombra de una mujer de su pasado. <span style="font-family: georgia;"><i>«En verdad, ¡qué mente más diabólica y qué naturaleza tan asombrosa»</i></span> la de esa mujer! La vida de ese hombre se ha supeditado a la resolución tomada por la fuerte voluntad de quien fuera su prometida y no puede evitar formularse <span style="font-family: georgia;"><i>«en su oído la eterna pregunta, la pregunta a la que [...] había llegado [...] como [...] la revelación de una afrenta ultrajante, una afrenta que además tenía su origen en la actuación de Herbert más que en cualquier otro lado. «¡Y pensar que no te aseguraste de lo que ella podía hacerte, que no te aseguraste porque estabas demasiado asustado!»»</i></span> La mujer, en cambio, <span style="font-family: georgia;"><i>«había alcanzado el tesoro oculto de los propios motivos de Herbert»</i></span>, tal es el nombre de nuestro protagonista. Lo que oculta es que su vida ha estado determinada no solo por la crueldad y violencia de la decisión pasada de la mujer, sino también por su cobardía y pasividad. En ese balcón de la desolación en el que gusta de recrearse en la placidez que le otorga el lamento respecto a su suerte, el pasado llegará a su encuentro para ofrecerle un futuro quizás más halagüeño del que se ha procurado. Al igual que en el caso de sus compañeros de libro, lo que ha dejado de ser por lo que ha aspirado a ser forma parte de la identidad de la persona que realmente es. Como escribe Antonio Marí en el prólogo de ese libro, <span><i style="font-family: georgia;">«el pasado es una construcción de la imaginación, es una idealización de la existencia y una proyección de sí mismo. El pasado es una búsqueda de la propia identidad proyectándose hacia atrás, y que en lugar de halagar la identidad que el propio yo ha adquirido con la experiencia y la cultura [...], muestra con cruda evidencia, que esta identidad, tan sabiamente cultivada en Henry James, es producto del engaño, del error, del subterfugio o de la incapacidad de ordenar correctamente los datos de la experiencia». «Esta concepción de la experiencia»</i><span style="font-family: inherit;">, como ya hemos dicho, </span><i style="font-family: georgia;">«que duda de la manifestación sensible de las cosas, que desconfía de la realidad que se ofrece a los sentidos y que postula que el mundo no es más que apariencia; esta concepción de la experiencia, se muestra y se actualiza en toda su obra».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Lo que también se muestra en toda la obra de Henry James —amén de su ya mencionada excelsa prosa y de lo insinuante de sus diálogos— es su aguda perspicacia respecto a la naturaleza humana. La suya —y continúo haciendo uso de las palabras de Antonio Marí en ese prólogo, pues me declaro incapaz de expresarlo mejor con las mías— <span style="font-family: georgia;"><i>«es una voz que avanza, implacable y sinuosa, por aquellos caminos de la mente que raramente se transitan, y que conducen a aquellos parajes donde la conciencia desciende al origen de sí misma y revela sus mecanismos, así como su incompetencia y sus limitaciones».</i></span> Maestro de la introspección psicológica, el autor nos sumerge <span style="font-family: georgia;"><i>«en una construcción de la realidad que es resultado de la combinación y la síntesis de las experiencias y de las reflexiones de sus protagonistas y donde los acontecimientos parecen suceder en la mente del lector». «Posiblemente sea ésta una de las razones por las que la obra de James ejerce esa profunda fascinación y esa poderosa e ineludible persuasión; porque la voz del narrador penetra en lo más recóndito de la mente de sus protagonistas y nos da a conocer sus ideas, sus propósitos, sus dudas y sus certezas, y sobre todo sus temores, su perplejidad y sus limitaciones. Y entra y sale de ellos y los ve ver, y pensar y sentir; como también nos ve a nosotros, y nos ve pensar y nos exhorta con frecuencia a no tomar por reales las apariencias. Y penetra, también, en el corazón opaco de las cosas y los objetos con que los personajes se arropan, se esconden o se identifican».</i></span></p><p style="text-align: justify;">En el prólogo a <i>La figura de la alfombra</i> lo que escribe Antonio Marí, en cambio, es que <span style="font-family: georgia;"><i>«en los cuentos y en las novelas de Henry James siempre hay un secreto».</i></span> Llámese secreto. Llámese fantasma. Llámese presencia (que en ocasiones no es otra cosa que la revelación de una ausencia), sombra, obsesión. Llámese bestia que acecha en la jungla de los anhelos que forman o deforman nuestra identidad, una bestia que no tiene por qué ser grandiosa ni de apariencia monstruosa, sino que bien puede ser como el corrosivo y molesto zumbido de un a priori insignificante insecto o la acuciante y casi invisible picadura que bien nos estimula, bien nos adormece.</p><p style="text-align: justify;">Estimulada y abstraída por lo leído, lo que me ha vuelto a quedar claro es que la sombra de la obra de Henry James es alargada y que por tanto ha de tener presencia entre las lecturas de todo buen lector. Es por ello por lo que si este autor ha de insinuarme nuevamente el camino hacia él con migas de pan, estaré presta a dejarme persuadir y seré como una bestia al acecho; una bestia ni voraz ni hambrienta, pero sí de fino paladar y con gusto por la digestión lenta.</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:The-Turn-of-the-Screw-Collier%27s-1B.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="749" data-original-width="512" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjovVclTSvO3pCJN4Xt2mfFuLHoZW32t5oSBPULygRGA8qJJNWVlonQCeTLAxjVDZsajTJIwKDmf30tRlOco11LA5lgqHAhihVF9P8sNsIHHqP5GT1S2uw4fQTMl3DkSR33I7RH7-UQ6SLO9E2Jhp57EPvauLFk7I0hijZNmkLoN7SsIsfHPJnMLEylRbDg/s16000/The-Turn-of-the-Screw-Collier's-1B.jpg" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:The-Turn-of-the-Screw-Collier%27s-1B.jpg" target="_blank">Douglas comienza a leer a sus invitados el manuscrito de la institutriz al inicio de <i>Otra vuelta de tuerca</i>.</a><br /> Ilustración de Eric Pape para la publicación original por entregas de <i>The Turn of the Screw</i> en <i>Collier's Weekly</i> en 1898.<br />Fuente: <a href="https://collections.library.yale.edu/catalog/2020710" target="_blank">Beinecke Rare Book & Manuscript Library, Yale University</a>. Trabajo en dominio público.</span></td></tr></tbody></table><br /><p></p><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;"><u>Ficha del libro:</u></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Título: <a href="https://www.penguinlibros.com/es/libros-clasicos/36621-libro-otra-vuelta-de-tuerca-9788491050827" target="_blank">Otra vuelta de tuerca</a> / <a href="https://impedimenta.es/producto/la-figura-de-la-alfombra" target="_blank">La figura en la alfombra</a> / El banco de la desolación</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Autor: <a href="https://impedimenta.es/archivos/9562" target="_blank">Henry James</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Traductor: Antonio J. Desmonts Gutiérrez / Antonio Marí / Olivia de Miguel</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Presentación por parte de: Henry James / Antonio Marí / Antonio Marí</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Epílogo de: David Bromwich</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Año de publicación: 2015 (1898) / 2008 (1896) / 1990 (<i>The joly corner</i>, 1908; <i>The Beast in the jungle</i>, 1903; <i>The Bench of desolation</i>, 1910)</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Nº de páginas: 280 / 120 / 221</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">ISBN: 978-84-91050827 / 978-84-936550-8-2 / 84-233-1908-3</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Comienza a leer <a href="https://www.penguinlibros.com/es/libros-clasicos/36621-libro-otra-vuelta-de-tuerca-9788491050827/fragmento" target="_blank">aquí</a> / <a href="https://impedimenta.es/wp-content/uploads/libros/capitulosPDF/9788493655082.pdf" target="_blank">aquí</a> / ---</span></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Si te ha gustado...</div><div style="text-align: justify;">¿Compartes?</div><div style="text-align: justify;"> ↓</div><p></p>Lorena Álvarez Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/12912455925584013270noreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-3756166230240849946.post-5879037151139496902024-01-26T08:00:00.001+01:002024-01-26T08:00:00.279+01:00No y yo - Delphine de Vigan<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Existe esa ciudad invisible, en el mismo corazón de la ciudad. Esa mujer duerme cada noche en el mismo sitio, con su edredón y sus bolsas. En la misma acera. Esas personas bajo los puentes, en las estaciones, esa gente acostada sobre cartones o acurrucada en un banco. Un día, empezamos a verlos. En la calle, en el metro. No sólo a los que piden limosna. A los que se esconden. Descubrimos sus pasos, su chaqueta deformada, su jersey agujereado. Un día nos encariñamos con una silueta, con una persona, hacemos preguntas, intentamos encontrar razones, explicaciones. Y después contamos. A los demás, miles. Como el síntoma de nuestro mundo enfermo. <i>Las cosas son como son</i>. Pero yo creo que hay que mantener los ojos bien abiertos. Para empezar».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Lou mantiene los ojos abiertos porque no puede cerrarlos, porque no puede para de pensar. <span style="font-family: georgia;"><i>«Desde que miramos a nuestro alrededor, nos planteamos preguntas. Yo miro a mi alrededor, eso es todo»</i></span>, dice Lou. Pero no, eso no es todo porque Lou no se conforma con cualquier respuesta, y es que aprendió demasiado pronto que <span style="font-family: georgia;"><i>«las primeras respuestas son siempre esquivas». «A menudo puedo ver lo que le pasa a la gente por la cabeza»</i></span>, nos cuenta, <span style="font-family: georgia;"><i>«como un juego de pistas, un hilo negro que basta con hacer deslizar entre los dedos, frágil, un hilo que conduce a la verdad del mundo, la que nunca será revelada. Mi padre me dijo un día que eso le daba miedo, que no había que jugar a eso, que había que saber bajar la vista para conservar la mirada infantil. Pero yo no consigo cerrar los ojos, están completamente abiertos, y a veces pongo las manos delante para no ver».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Pero Lou ve. Las respuestas puede que sean esquivas, pero quien no esquiva la mirada es Lou. Le gusta acudir a la estación de Austerlitz tras salir de clase. Acude allí porque le gusta advertir la emoción de la gente y qué mejor lugar para ello que una estación de tren; qué mejores circunstancias que las despedidas y los reencuentros de los seres queridos. </p><p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgcijITgy4WfLGq1cshliTj7UbLy5rUw9NUSpHIT5b9nHtYfsZzJ5IvlL2yxevSepALTvLQFKTWiiUQuFZggNHM1bZUgBoaz3OE5zH4zahFU5B8jgjYKBxWfCFeM7zTIcnpnj-RWnq97MmyJk9T-MuJOryZTKgpL0nmIPl4CTxPNggZBXgNTHjk-BuvKP89/s2421/No%20y%20yo.jpeg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2421" data-original-width="1619" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgcijITgy4WfLGq1cshliTj7UbLy5rUw9NUSpHIT5b9nHtYfsZzJ5IvlL2yxevSepALTvLQFKTWiiUQuFZggNHM1bZUgBoaz3OE5zH4zahFU5B8jgjYKBxWfCFeM7zTIcnpnj-RWnq97MmyJk9T-MuJOryZTKgpL0nmIPl4CTxPNggZBXgNTHjk-BuvKP89/w268-h400/No%20y%20yo.jpeg" width="268" /></a></div><div style="text-align: justify;">Es en esa estación de tren donde Lou conoce a No. Esta última ya la había visto más veces por allí. Nunca se había acercado ni habían hablado, pero ese día No aborda a Lou y le pregunta si tiene un cigarrillo.</div><p></p><p style="text-align: justify;">Lou tiene trece años y No dieciocho. Lou ya va al instituto y No no ha terminado la secundaria. Lou vive con una madre ausente que no sale de casa y con un padre que llora en el cuarto de baño y que sale del aseo con una sonrisa sostenida en los labios, mientras que No vive en la calle, duerme donde puede y la mayoría de los días se despierta sin saber dónde va a pasar la noche.</p><p style="text-align: justify;">Es extraño. Lou se siente bien hablando con No. Habitualmente se siente fuera de los grupos y de las conversaciones. Con No, en cambio, siente que podría hablar de cualquier cosa, incluso de ese caos que es su cabeza y que nunca comparte con nade. A ojos de No no se ve como la extraña que es a ojos de los demás. Además, en ese primer encuentro le había parecido que No <span style="font-family: georgia;"><i>«conocía de verdad la vida, o más bien que conocía algo de la vida que daba miedo».</i></span></p><p style="text-align: justify;">La madre de Lou también <span style="font-family: georgia;"><i>«sabe algo que no deberíamos saber. Por eso no es apta para trabajar, está escrito en los papeles de la seguridad social, sabe algo que le impide vivir, algo que sólo debería saberse cuando se es muy viejo». </i></span></p><p style="text-align: justify;">Lou, en cambio, es muy joven. Sin embargo, demuestra para su edad una madurez inquietante. Eso le dijo a su padre una psicóloga cuando Lou estaba en quinto de primaria.</p><p style="text-align: justify;">Lo que le ocurre a Lou es que es intelectualmente precoz. Superdotada, si se quiere. Por eso está dos cursos más avanzada de lo que le correspondería por su edad. Por eso tiene <span style="font-family: georgia;"><i>«una gran capacidad para conceptualizar, para comprender el mundo»</i></span>, pero a la vez puede estar indefensa frente a situaciones simples. Toda esa inteligencia y a veces a Lou le parece que en ella hay algún <span style="font-family: georgia;"><i>«defecto, un cable invertido, una pieza defectuosa, un error de fabricación, no algo de más, como podría creerse, sino algo que me falta».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Lou puede dar una repuesta correcta en clase a una pregunta que ninguno de sus compañeros dos años mayores que ella sabe responder, pero es incapaz de atarse los cordones de sus Converse. Lou es capaz de descifrar las emociones de los rostros anónimos de los usuarios de la estación de Austerlitz, pero rechaza las invitaciones de cumpleaños de sus compañeros porque frente a ellos se siente pequeñita, diminuta, tan poca cosa que casi podría decirse invisible.</p><p style="text-align: justify;">Para Lucas, Lou no es invisible. También es extraña esa conexión: la más pequeñita y el más grandullón de la clase.</p><p style="text-align: justify;">Lucas ha repetido dos cursos y por ende tiene dos años más que sus compañeros de quince. También sabe algo que los demás no saben o que no debería saber a su edad. Sin embargo, al contrario de lo que ocurre con Lou, la inseguridad no domina el comportamiento de Lucas. Es descarado, va por ahí pavoneándose, conoce a todo el mundo y las chicas lo idolatran.</p><p style="text-align: justify;">Lucas le dijo una vez a Lou que era un hada. Eso fue antes de que Lou se convirtiera en una especie de hada para No. Lo que ocurre es que Lou y No no están en un cuento de hadas. El mundo que habitan es muy real y en la vida real los príncipes no se mezclan con la plebe y los zorros no se domestican. (<i style="font-family: georgia;">«Yo no soy de tu familia, Lou. Eso es lo que tienes que entender, nunca seré de tu familia»</i><span style="font-family: inherit;">).</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«No sé por qué pensé en el Principito, ayer al acostarme. En el zorro, más concretamente. El zorro pide al Principito que lo domestique. Pero el Principito ignora lo que eso significa. Entonces el zorro se lo explica, me conozco la escena de memoria, <i>tú no eres para mí todavía más que un niño idéntico a otros cien mil niños y no te necesito para nada. Yo no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo</i>.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Quizás sólo importe eso, quizás baste con encontrar a alguien a quien domar».</span></div></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Lucas bromea constantemente en el aula, habla por lo bajo, pasa notitas disimuladamente. En clase de lengua, en cambio, se queda callado. Sabe que es la favorita de Lou. Sabe que adora la gramática porque <span style="font-family: georgia;"><i>«revela el sentido oculto de la historia, disimula el desorden y el abandono, enlaza elementos, aproxima a los contrarios, la gramática es un método formidable de organizar el mundo como querríamos que fuese».</i></span></p><p style="text-align: justify;">El mundo, sin embargo, no responde a nuestros deseos. Las cosas son como son, le repite incansablemente a Lou su padre. Así es como suenan tantos de esos machacones comentarios rebosantes de esa adultez que para Lou está más cercana de lo que se cree. (<span style="font-family: georgia;"><i>«Algo acababa de pasarme que me había hecho crecer»</i></span>).</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Los perros pueden llevarse a casa, pero a los sin techo no. Yo pensé que si cada uno de nosotros acogiera a un sin techo, si cada uno de nosotros decidiera ocuparse de una persona, una sola, ayudarla, acompañarla, quizás habría menos en las calles. Mi padre respondió que no era posible. Las cosas son siempre más complicadas de lo que parecen. <i>Las cosas son como son</i>, hay muchas de ellas contra las que no se puede hacer nada. Eso es sin duda lo que hay que admitir para convertirse en adulto.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Somos capaces de enviar aviones supersónicos y cohetes al espacio, de identificar a un criminal a partir de un pelo o de una minúscula partícula de piel, de crear un tomate que se conserva tres semanas en el frigorífico sin una arruga, de guardar en un chip microscópico miles de millones de informaciones. Somos capaces de dejar morir a gente en la calle».</span></div></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Las cosas son como son. Dos y dos son cuatro. Uno más uno es dos. Solo que en la ecuación de la vida cada uno tiene diferente valor. <span style="font-family: georgia;"><i>«No deberían hacer creer a la gente que pueden ser iguales ni aquí ni en cualquier otro sitio».</i></span> No deberían cuando el balance global del mundo es una mierda que apartamos en una realidad paralela porque apesta y no queremos impregnarnos con su olor. </p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://www.flickr.com/photos/qwghlm/2080767065/" target="_blank"><img border="0" data-original-height="600" data-original-width="800" height="480" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgv6fALviSKrz5HpdBKHdjNGYwdDc_1NtZxR1xqPeobVXXLrYcpz_gxlzDVefk0iWgvBD_WzN2MhePaLMylPdyUgVhgaFx5gMfix06-fqeo4WhWytgrwCMtoM9a-2IzED2fTxrInxV5EOv9qsolkErgFDMxnYD4aZuXrnpOMJiBxgSeU977MlYB3XlChHgL/w640-h480/2080767065_96d1d437db_c.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://www.flickr.com/photos/qwghlm/2080767065/" target="_blank">Gare d'Austerlitz, Paris</a>, fotografía de <a href="https://www.flickr.com/photos/qwghlm/" target="_blank">Chris Applegate</a> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/2.0/" target="_blank">CC BY-NC-SA 2.0 DEED</a></span></td></tr></tbody></table><br /><p></p><div style="text-align: justify;">La gramática, pues, no basta; las palabras, tampoco. Se <span style="font-family: georgia;"><i>«escapan, se ocultan, se dispersan; no es una cuestión de vocabulario ni de definición, porque en cuestión de palabras conozco muchas, pero en el momento de decirlas se desvanecen, se disgregan, por eso evito los relatos y los discursos, me conformo con responder a las preguntas que me hacen, me guardo para mí el excedente, la exuberancia, esas palabras que multiplico en silencio para acercarme a la verdad».</i></span> Y es que <span style="font-family: georgia;"><i>«las palabras no podían expresar ni la necesidad ni el miedo».</i></span> Tampoco la omisión ni la ausencia. Para esto último recurrimos al truco de las matemáticas, pero <span style="font-family: georgia;"><i>«el hecho de expresar la ausencia de cantidad con un número no es evidente en sí mismo. [...]. Los números no dejan de ser una abstracción y el cero no expresa ni la ausencia ni el dolor».</i></span></div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia;"><i>«No entiendo la ecuación del mundo, la división del sueño y la realidad, no entiendo por qué </i>las cosas<i> basculan, se invierten, desaparecen, por qué la vida no cumple sus promesas»</i></span>, se lamenta Lou. <span style="font-family: georgia;"><i>«Pienso en la igualdad, en la fraternidad, en todas esas cosas que nos enseñan en el colegio y que no existen».</i></span> Piensa en esos peros que no enseñan en el colegio pero que la vida bien se encarga que cosamos a esas bonitas palabras de igualdad y fraternidad. Piensa que <span style="font-family: georgia;"><i>«el problema son los </i>peros<i>, precisamente, pero con los </i>peros<i> no se hace nunca nada».</i></span> Piensa en por qué no se puede llevar a casa un zorro sin hogar como se lleva a un perro abandonado. Aunque no se pueda domesticar al zorro. Aunque el zorro nunca vaya a ser un perro. Pero al menos el zorro ya no estaría solo. Al menos el zorro sería único en el mundo para alguien. <span style="font-family: georgia;"><i>«Antes nadie en el mundo se preocupaba de saber dónde dormía y si tenía qué comer. Antes nadie en el mundo se preocupaba de si había vuelto. [...]. Esa es la diferencia. Quizás no cambie el curso de </i>las cosas<i>, pero es la diferencia». </i></span>Y, como si el vocabulario que tantas veces se le escapa se llenara de repente de contenido y se aliara con unas nuevas reglas de la aritmética, Lou quiere que, por una vez, la diferencia no reste sino que sume.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«A mí me importa un comino que haya varios mundos en el mismo mundo y que haya que quedarse cada uno en el suyo. No quiero que mi mundo sea un subconjunto A que no posea ninguna intersección con otros (B, C o D), que mi mundo sea una patata estanca trazada sobre una pizarra, un conjunto vacío. Yo preferiría estar en otro lado, seguir una recta que me llevara a un sitio donde los mundos se comunicasen entre ellos, se comunicaran, donde los bordes fueran permeables, donde la vida fuera lineal, sin ruptura, donde las cosas no se detuvieran brutalmente, sin razón, [...]».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">No es de lengua ni de mates, sin embargo, de lo que da clases Pierre Marin. El señor Marin es el profe de Ciencias económicas y sociales y quien le recuerda a Lou al principio de esta novela que os traigo hoy que aún no ha escogido tema para la exposición oral que todos los alumnos tienen que realizar. Con esa alergia y poca fe que tiene Lou en los discursos y los relatos y con ese miedo escénico que la invade al imaginarse allí, ella, la cerebrito, tan pequeñita y tan poca cosa frente a sus compañeros tan resueltos y con esos cuerpos en pleno desarrollo, improvisa algo sobre <span style="font-family: georgia;"><i>«hacer un retrato del itinerario de una joven sin techo, de su vida, esto…, de su historia. Quiero decir…, cómo es que se encuentra en la calle». «Un…, un testimonio. Voy a entrevistar a una joven sin techo. La conocí ayer, y ha aceptado».</i></span> Y cierto es que Lou ha conocido a No el día anterior, pero lo que aún tiene que conseguir es que No acepte a ser entrevistada, a hablar, a compartir con Lou eso que muchos dudarían antes de denominar vida.</p><p style="text-align: justify;">Lou invita a No a tomar algo. No acepta probablemente más tentada por la perspectiva de guarecerse en un sitio caliente y de la bebida que por entablar conversación con Lou. En cualquier caso, los encuentros entre ambas jóvenes van sucediéndose. El ambiente de la cafetería caliente los huesos de No y las cervezas y el vodka calientan ilusoriamente su estómago y su soledad. No comienza a ofrecerle a Lou <span style="font-family: georgia;"><i>«un regalo que modifica los colores del mundo, un regalo que pone en cuestión todas las teorías».</i></span> Responde a las preguntas de Lou a veces con evasivas; otras, con sinceridad. En ocasiones se estable entre ellas el silencio, un silencio que <span style="font-family: georgia;"><i>«está cargado de toda la impotencia del mundo, nuestro silencio es como una vuelta al origen de las cosas, a su verdad»</i></span>; un silencio que sustituye a esas palabras que se escapan, se ocultan y se dispersan porque <span style="font-family: georgia;"><i>«la violencia también está en el silencio, que a veces es invisible a la simple mirada. La violencia es ese tiempo que cubre las heridas, el encadenamiento irreductible de los días, esa imposible vuelta atrás. La violencia es aquello que se nos escapa, calla, no se muestra, la violencia es aquello para lo que no hay explicación, eso que permanecerá opaco para siempre».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Quizás por primera vez desde que su madre vive encerrada en su tristeza, Lou se siente única en el mundo para alguien con No, con esa adolescente que arrastra tras de sí su maleta, que se vería guapa con un buen baño y con ropa no agujereada, que a leguas se ve que vive en la calle y que despierta en quien la ve una mezcla de rechazo y conmiseración. En esa intersección entre dos mundos en las antípodas que han creado ambas jóvenes, Lou deja de ser una adolescente minúscula e insignificante y No una de tantos de esos indigentes integrantes de una legión invisible y cada vez mayor que constituye el efecto secundario de un mundo enfermo que se automedica con indiferencia.</p><p style="text-align: justify;">Cuando se comparte la intersección es tentador querer derribar compartimentos estancos, soñar con eliminar las líneas divisorias que encierran esas burbujas que son los conjuntos A y B de los que provienen Lou y No, esas caras A y B de todas las ciudades que, como el París de esta novela, pertenecen al mundo desarrollado o primer mundo. El cambio de mundo, sin embargo, no es tan fácil como sustraer un 1 a B para sumárselo a A, sino más cercano a que suceda que ese 1 <span style="font-family: georgia;"><i>«ya no pertenece a ese mundo y tampoco al nuestro, no está ni fuera ni dentro, está entre los dos, allí donde no hay nada».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><i>No y yo</i> es una de las primeras novelas de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Delphine%20de%20Vigan" target="_blank">Delphine de Vigan</a> (y la quinta que yo leo de ella tras <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2016/06/nada-se-opone-la-noche-delphine-de-vigan.html" target="_blank">Nada se opone a la noche</a></i>, <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2017/06/dias-sin-hambre-delphine-de-vigan.html" target="_blank">Días sin Hambre</a></i>, <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2018/10/basada-en-hechos-reales-delphine-de.html" target="_blank"><i>Basada en hechos reales</i></a> y <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2019/11/las-lealtades-delphine-de-vigan.html" target="_blank">Las lealtades</a></i>). Publicada en España por primera vez en 2009 por <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Suma%20de%20letras" target="_blank">Suma de Letras</a> es recuperada por <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Anagrama" target="_blank">Anagrama</a></i>, el sello editor habitual de la autora en nuestro país, en 2021. En ella la escritora francesa hace gala de la conciencia social con la que habitualmente impregna sus novelas (especialmente las que se alejan del tinte autobiográfico). Vuelve a deleitarnos con una prosa de esas que fluyen con absoluta normalidad, que te cogen desde la primera frase y no te sueltan hasta el final. Nos regala en esta ocasión, además, una protagonista —Lou— a la que es imposible no querer, una adolescente vulnerable que ha despertado en mí una empatía a la altura de las que me provocaron la Amaia de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Edurne%20Portela" target="_blank">Edurne Portela</a> en <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2018/07/mejor-la-ausencia-edurne-portela.html" target="_blank">Mejor la ausencia</a></i> y la Miriam de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Cristina%20Ara%C3%BAjo%20G%C3%A1mir" target="_blank">Cristina Araújo Gámir</a> en <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2023/05/mira-esa-chica-cristina-araujo-gamir.html" target="_blank">Mira esa chica</a></i>. De Vigan podía haber optado para esta historia por una deriva a modo de cuento de hadas moderno, por —ya que leí este libro en los días previos a la Navidad pasada— abogar por ese espíritu de fraternidad e igualdad tan identitario del país en el que trascurre y que a todos nos gusta pensar que enarbolamos. Opta, en cambio y sabiamente, por un desenlace justo, medido y realista. Nadie como la diestra y maravillosa Delphine de Vigan para recordarnos que nada mejor que la literatura para hacernos visible la cara B y permitirnos habitar, aunque tan solo sea durante el tiempo de lectura de esta novela, la intersección, esa intersección que es <span style="font-family: georgia;"><i>«compartirlo todo, incluso lo que no podemos comprender, incluso lo más oscuro».</i></span> Nadie como ella para hacernos reconocer que por mucho que admiremos a Lou no somos como ella, que acostumbramos a evitar las preguntas incómodas o a responderlas de manera esquiva y que en los tenues límites que circuncidan nuestra burbuja de comodidad preferimos la opacidad a la visibilidad, blindar nuestra cara A individual frente a la sonrojante B que se aferra a que las cosas son como son: tan complejas y enredadas en los peros que se nos mezcla el no saber con el no querer desenredarlas.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«[...] no os importa nada porque estáis bien protegidos, porque os molesta tener alguien que bebe delante de vosotros, alguien que no va bien, porque eso desequilibra el cuadro, [...]».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://www.flickr.com/photos/97920898@N06/29424669522/" target="_blank"><img border="0" data-original-height="533" data-original-width="799" height="426" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh44_iai-H1E6QQtXod3MXXTHBRVbdZBaX-U0V6T3IvLlcEOqPJC4hpBirDf44f1QNJgxlCr3K5gXfYC9YXTXcK7UF469FMen5w0rEs5d2wbitL0_ru9c3qeQQffTZyj2c7505pCOkwZKQB-A4CV2RKSffTGkv-LzAlg9MA4oWR7HXuD1PmeLCmUDEk2LWx/w640-h426/29424669522_948f86f2bb_c.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://www.flickr.com/photos/97920898@N06/29424669522/" target="_blank">Street Dreams</a>, fotografía de <a href="https://www.flickr.com/photos/97920898@N06/" target="_blank">Danny Roberts</a> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-nd/2.0/" target="_blank">CC BY-ND 2.0 DEED</a></span></td></tr></tbody></table><br /><p></p><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;"><u>Ficha del libro:</u></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Título: <a href="https://www.anagrama-ed.es/libro/compactos/no-y-yo/9788433960795/CM_756" target="_blank">No y yo</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Autora: <a href="https://www.anagrama-ed.es/autor/vigan-delphine-de-1296" target="_blank">Delphine de Vigan</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Traductor: Juan Carlos Durán</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Editorial: Anagrama</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Año de publicación: 2021 (2007)</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Nº de páginas: 224</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">ISBN: 978-84-339-6079-5</span></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Si te ha gustado...</div><div style="text-align: justify;">¿Compartes?</div><div style="text-align: justify;"> ↓</div><p></p>Lorena Álvarez Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/12912455925584013270noreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-3756166230240849946.post-2898198755271253572024-01-17T08:00:00.001+01:002024-01-17T08:00:00.134+01:00De bestias y aves - Pilar Adón<p style="text-align: right;"><span style="font-family: georgia; font-size: x-small;"></span></p><blockquote><p style="text-align: right;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;">«Los zorros tienen guaridas, y las aves de los cielos tienen nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza».</span></p><p style="text-align: right;"><span style="font-family: georgia; font-size: x-small;">Mateo 8:20</span></p></blockquote><p style="text-align: right;"><span style="font-family: georgia; font-size: x-small;"></span></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgR9PFR1ysUz1oaFQMCq9FtcsH4Q0QYi0qBvmj6DKTQ6le44FBS5UxyQMvXbbeZIoRUJS_nX4ObiEqkcsyScyGKat5BnOHQ40MZagdLiFDqa7-J4LyRoYrbQcWM2CFNj__xPNnvstdYyGhkC0TBgQFa4loj1OdBE1pfYwgehAjxk8Xa93IVS6cuHBWmK8HL/s688/De%20bestias%20y%20aves.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="688" data-original-width="416" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgR9PFR1ysUz1oaFQMCq9FtcsH4Q0QYi0qBvmj6DKTQ6le44FBS5UxyQMvXbbeZIoRUJS_nX4ObiEqkcsyScyGKat5BnOHQ40MZagdLiFDqa7-J4LyRoYrbQcWM2CFNj__xPNnvstdYyGhkC0TBgQFa4loj1OdBE1pfYwgehAjxk8Xa93IVS6cuHBWmK8HL/w241-h400/De%20bestias%20y%20aves.jpg" width="241" /></a></div><div style="text-align: justify;">Será porque Coro no tiene donde reposar la cabeza que sale de casa una noche sin casi pensar y sin apenas lo puesto. Se diría que actúa como por impulso: ella, tan instalada en la constancia, la firmeza, la perseverancia, la disciplina, en el hacer las cosas bien; ella, tan necesitada desde siempre de orden, armonía y equilibrio. <span style="font-family: georgia;"><i>«En la que fue su última muestra pública se había presentado habitada por la gracia, pero nadie pareció darse cuenta. Los pigmentos ocres de piedra habían empezado a manifestársele en la piel, tal vez porque llevaba días sin ducharse. Aunque una ducha tampoco le habría servido de mucho. Lavarse los dientes. Lavarse el pelo. Suavizarse el pelo. Teñirse el pelo. Cambiarse de ropa. Los demás dirían que se había paseado por allí, entre ellos y ante ellos, como una bestia, en un estado salvaje, como una criatura primitiva. Con un aspecto innecesariamente desarreglado que venía a evidenciar que no estaba bien. Que había renunciado a hacerse cargo de su propia conducta. Que necesitaba ayuda pero seguía negándose a admitirlo. Y eso que todavía no había metido los cuadros en el maletero. Y eso que aún no llevaba el saco de algodón con bolsillos que ahora tenía puesto, tan fácil de hacer como de deshacer. Y eso que aún no se había dejado el móvil en casa ni había empezado a conducir por la autopista a 130 kilómetros por hora. 90 por las carreteras secundarias. Absorbiendo semillas, raíces, insectos, hojas de plantas y bayas. Resultaba más sencillo gozar de fortaleza mental cuando se estaba descansada, cuando se comía de forma adecuada. Cuando la cabeza no le repetía todo el tiempo que su cordura dependía de su firmeza a la hora de deshacerse de unos retratos que ella misma había pintado. Le era más fácil entonces no tener miedo de los lienzos ni de las historias que contaba en los lienzos».</i></span></div><p></p><p style="text-align: justify;">Será porque Coro no tiene ese lugar en el mundo que conduce sin rumbo y termina por perderse cuando la gasolina está a punto de agotarse. Será por ello que, desesperada, termina frente a esa verja tras la cual aún no sabe que está la casa, la poza, la roca, el lago y las mujeres. Será por ello que se deja conducir al interior por unas mujeres que, entre amables y hostiles, la reciben. Será que <span style="font-family: georgia;"><i>«aquel podía ser su lugar. A veces sucedía que se encontraba el espacio propio, el predestinado para cada persona. El rincón de tierra, barro y árboles en el que dejarse llevar».</i></span> O no. O ese lugar no existía. Cómo se puede tener un cobijo propio cuando todo es y está en perpetuo cambio; cuando un día nunca es igual a otro; cuando <span style="font-family: georgia;"><i>«todo era temporal y, no obstante, la suma de las transitoriedades hacía que la vida se mantuviera continua. Casi eterna»</i></span>; cuando <span style="font-family: georgia;"><i>«para mí este sitio no representa lo mismo que para usted. Un lugar no es idéntico para dos personas, aunque las dos acaben de llegar o aunque las dos lleven toda la vida en él»</i></span>; cuando <span style="font-family: georgia;"><i>«su manera de entender la realidad era radicalmente opuesta a la de esas mujeres».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Será porque Coro no tiene su lugar que quiere irse, volver a resguardarse en ese<span style="font-family: georgia;"><i> «grupo robusto que la había protegido y en el que se había mantenido a flote. Compuesto por la familia, los compañeros, los otros creadores con los que había compartido rutinas, métodos, propósitos y vivencias en un espacio trazado y montado para ella y para los que eran como ella. Una manera de actuar y congregarse. Igual que las hormigas. En torno a un trozo de pan. Los restos de un escarabajo. A lo largo de muchos años de servidumbre voluntaria, cuando se encontraba tan afianzada en su burbuja de esclavitud diaria que ni siquiera se percataba de la existencia real de la burbuja real. También ella había sido una hormiga marrón integrando junto a otras hormigas marrones su propia balsa. Amparada por esa reunión de seres afines. Participando de su modo de verse en el mundo cuando vagaba por el interior de su cámara sellada, arrastrando tras de sí un pañuelo de hilo que se iba moviendo al ritmo de sus pasos. También ella había estado en una comunidad que se basaba en unas reglas no escritas, pero incuestionables. Y ahora estaba en otra».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Será porque ese lugar al que Coro quiere regresar tampoco es el suyo que asiste a la quiebra de su voluntad y a la docilidad con la que inusitadamente se deja guiar por las mujeres y por esa <span style="font-family: georgia;"><i>«niña que conocía una sola realidad»</i></span> que habitan Betania, nombre por el que todas ellas llaman a ese <span style="font-family: georgia;"><i>«lugar que les correspondía porque era allí donde vivían. Donde llevaban años viviendo. El lugar que cuidaban y que les daba protección. El mismo [...] al que [...] creían tener derecho».</i></span></p><blockquote><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«¿Encerrarla? ¿Quién quiere encerrarla? [...] ¿Es que no ve que la puerta está abierta?»</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«¿Cómo vamos a secuestrarla en un sitio tan bonito? Aquí la tratamos bien».</span></p></blockquote><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></div><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«—Ustedes no saben quién soy —dijo—. No me conocen.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">[...]</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">—Se equivoca. La conocemos perfectamente. Por eso está aquí».</span></div></blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></div><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«—Cambiar no es malo, [...]</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">—Y de eso se trata, [...]. De sobrevivir».</span></div></blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></div><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></div><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Lo que sí le puedo sugerir, mi mejor consejo, es que se acostumbre. No es tan horrible. Si se pone mala, la cuidan. Si le entra una rabieta, la abrazan».</span><p></p><p style="text-align: left;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="float: right; margin-left: 1em; text-align: right;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Seraphine_grappes_de_raisin.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="662" data-original-width="512" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg_SfbG0524Nz-DXBOulGWcvkZc2QUS6X3eWnQC2aBjvLlibU2Y_YdpL_6SeLxm1Vdb4iDaANR_AgqwYpKR8sxLH5g9_ianqhA72ZahVGsJOheaBXd715XSOQIFSkUmytGc7NbdkX3V_SgP3jTJz71vpfigbD5CU8lPUYh_CI_7D28sClw2W0PPhfoeOIg6/s320/Seraphine_grappes_de_raisin.jpg" width="247" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><i><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Seraphine_grappes_de_raisin.jpg" target="_blank">Les Grappes de raisin</a></i>, de <a href="https://es.wikipedia.org/wiki/S%C3%A9raphine_Louis" target="_blank">Séraphine Louis</a><br />Trabajo en dominio público</span></td></tr></tbody></table><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«No imagina lo mucho que nos cuidan. [...] nos vigilan y vigilan a los que nos rodean. La vigilan a usted. Y nos cuidan a todas».</span><p></p><p style="text-align: justify;"></p><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></div><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«—¿Por qué no me lo explican de una vez?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">—No hay nada que explicar. ¿No ha oído hablar de la vida en comunidad? ¿De la simbiosis?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">—La simbiosis se da entre especies diferentes. Y puede acabar en parasitismo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">—Aquí no. Aquí nadie parasita a nadie. Por eso tiene que ponerse a trabajar. Todo participa de un mismo impulso vital. Y estamos seguras de que su llegada nos traerá prosperidad. No es ninguna casualidad que haya llegado a nuestra puerta justo ahora, cuando necesitábamos renovación».</span></div></blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></div><p></p></blockquote><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><p style="text-align: justify;">Por eso tiene que ponerse a trabajar. Poque una comunidad es como un ecosistema. Cada uno tiene su función.</p><p style="text-align: justify;">Coro, Coro Mag, Coro Mae (con tal coro de nombres con que la condenaron sus padres cómo va a reposar Coro la cabeza) es pintora. Pinta miniaturas botánicas. <span style="font-family: georgia;"><i>««Si sabes dibujar una hoja, sabes dibujar el mundo», había escrito John Ruskin. Y ella sabía dibujar hojas». «Ella podía pasar días y semanas captando las sacudidas de las plantas en un día de viento. Las oscilaciones de las hojas en un día de viento. Los movimientos de las ramas. Observar y contrastar tonalidades, brillos y medidas. Pero no tenía ni idea de cómo interpretar la actitud de esas mujeres a las que no sabría clasificar ni definir. Como si no tuvieran rostro». «Quizá se tratara [...] De la imposibilidad de comunicarse».</i></span> El <span style="font-family: georgia;"><i>«lenguaje, las palabras no expresan nada. El gemido de un perro transmite más que todas nuestras palabras juntas». «En el fondo, como le sucedía a todo el mundo, solo necesitaba a los demás cuando tenía miedo».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Coro es pintora de miniaturas botánicas, pero es con los retratos en formato reducido que ha pintado de su hermana ahogada con los que sale a la noche escapando de esa burbuja de protección que la asfixia. <span style="font-family: georgia;"><i>«Como si la pintura pudiera recomponer algo. Como si pudiera reincorporarla a ese otro organismo que ya no estaba».</i></span> Es algo que conoce bien, la sensación de asfixia. La siente desde que de dos pasó a ser una, desde <span style="font-family: georgia;"><i>«cuando una se había ido y la otra no».</i></span> Solo que, ahora, sentir la misma asfixia que sintió su hermana cuando se ahogó <span style="font-family: georgia;"><i>«actuaba como un bálsamo para la tensión en la que había vivido siempre, desde la niñez, cuando descubrió el alcance de la palabra fin y el alcance de la palabra muerte, sus implicaciones».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Coro sabe dibujar hojas, así como supongo que también insectos. Pero también sabe que <span style="font-family: georgia;"><i>«el dibujo de una mariposa era la imagen de una mariposa y no la propia mariposa».</i></span> O quizás ese conocimiento lo esté adquiriendo ahora. Ahora que el lago en Betania es reflejo del cielo en Betania. Ahora que una de las mujeres, cuando le muestra la poza, le dice que <span style="font-family: georgia;"><i>«A veces pienso que todo esto no es más que la estructura de un mimoide [...]. Un paisaje que refleja otro. No siempre me parece real».</i></span> No siempre se puede interpretar el mundo de forma inequívoca. Quizás no se pueda nunca. No hay dos ojos que miren igual. No hay dos cuadros iguales que recreen un mismo paisaje. Ahora que Coro se encuentra <span style="font-family: georgia;"><i>«preguntándose dónde estaba la vida. ¿En su trabajo? ¿En el mundo al que tanto había querido regresar? ¿En sus cuadros? ¿O en el espacio irreal pero balsámico de la poza, [...]?»</i></span></p><p style="text-align: justify;">El epígrafe que preludia esta reseña de este <i>De bestias y aves</i> lo saco de esta misma novela de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Pilar%20Ad%C3%B3n" target="_blank">Pilar Adón</a>. Sin embargo, ese «Los zorros tienen guaridas, y las aves de los cielos tienen nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza» no lo ha escrito ella. Lo sé porque me lo encuentro entrecomillado. Lo subrayo, no obstante, como tantas otras cosas que he subrayado durante esta lectura. Es tras terminar esta y volver a esa especie de relectura parcial que son los subrayados que acudo a Google, ese océano artificioso de mimoides, para saciar mi curiosidad respecto a esa cita. <i>Mimoides</i>, por cierto, es un género de mariposas. Cuenta con especies que recurren al mimetismo Batesiano como mecanismo de defensa o estrategia de supervivencia, es decir, que imitan la coloración o patrones de diseño de otras especies de mariposas que por su alimentación resultan venenosas o tóxicas. Creo, sin embargo, que el mimoide de una de las citas que he utilizado en el párrafo inmediatamente anterior a este a lo que hace referencia es a las complejas formaciones de extraordinaria capacidad mimética de la novela de <span style="background-color: white;"><span style="font-family: inherit;">Stanisław Lem <i>Solaris</i>. Pero lo que yo andaba buscando era esa frase entrecomillada y así fue cómo descubrí que se trata de una cita bíblica. También me llamó la atención uno de los primeros resultados que me ofreció el buscador. Se trata de un foro de <i><a href="https://es.quora.com/" target="_blank">Quora</a></i>. El cebo <a href="https://es.quora.com/Qu%C3%A9-quiso-decir-Jes%C3%BAs-cuando-dijo-Los-zorros-tienen-agujeros-y-las-aves-del-aire-tienen-nidos-pero-el-Hijo-del-Hombre-no-tiene-d%C3%B3nde-recostar-la-cabeza" target="_blank">¿Qué quiso decir Jesús cuando dijo la frase de marras?</a> cumplió su función y allí que fui a sumergirme. Me llamó la atención una respuesta de un tal <a href="https://es.quora.com/profile/Jose-Miguel-Santana-Mu%C3%B1oz" target="_blank">Jose Miguel Muñoz Santana</a>. Explica que los animales, al no ser esclavos de su mente, están en total conexión con su ser y por tanto en estado de reposo. Los humanos, en cambio, tenemos capacidad de razonar, lo cual nos lleva a desvincularnos de nuestra condición animal y de nuestra pertenencia a la naturaleza. Nuestra mente, además, crea sus propias formas de entender la realidad, estando estas muy influenciadas por el ambiente y la sociedad.</span></span></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="float: right; margin-left: 1em; text-align: right;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Duroia_eriopila_by_Merian.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="751" data-original-width="512" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhQBQy5XOuVtOhPPcKikup7NKDKHCaZhvWCcqzkj07kD3T2u5VuR5RD1wFQnyWbzK8XfJwU440jdr_rIPqUk8ka_3cnsZoOe9zdtYRW34-BzLmIQqUxca986TPkUiTj05nDse0Lm38jpcxTe0MsZhWqwaWiHqJMcXyFzKR5A4QXmvAIPTfwu3p0tukOx-Ij/w273-h400/Duroia_eriopila_by_Merian.jpg" width="273" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Duroia_eriopila_by_Merian.jpg" target="_blank">Ilustración del </a><i><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Duroia_eriopila_by_Merian.jpg" target="_blank">Metamorfosis insectorum Surinamensium</a><br /></i>de <a href="https://es.wikipedia.org/wiki/Maria_Sibylla_Merian" target="_blank">Maria Sibylla Merian</a> (<i>Duroia eriopila</i>, lámina XLIII).<br />Trabajo en dominio público.</span></td></tr></tbody></table>Hablar de cualquier obra de Pilar Adón es tarea compleja. Sus historias no son complacientes. Sus motivos y los de sus personajes no son cristalinos. Su universo, en cambio, es muy reconocible: cabañas, bosques, naturaleza viva (o muerta, o descompuesta, porque la descomposición y la muerte son parte del ciclo de la vida), espacios abiertos que se sienten opresivos, amenazantes, violentos. Vuelvo a encontrarme con ese delicado equilibrio entre la dominación y el sometimiento o la sumisión, entre el afecto y la manipulación, entre el instinto de protección y el egoísmo; vuelvo a encontrarme con una pareja de hermanas (en el caso que nos ocupa con dos); reparo en que sea precisamente <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Le%C3%B3n%20Tolst%C3%B3i" target="_blank">Tolstói</a> el escritor del que esa niña de extrañas certezas por conocer únicamente la realidad de Betania le dice a Coro que todas en la casa lo han leído todo de él. Sé del amor del escritor ruso por la naturaleza y la vida sencilla. <span style="font-family: georgia;"><i>«Debemos desprendernos de lo que no nos es útil. Renunciar a ello. De lo contrario, terminaríamos todas a empujones y a codazos. Nos odiaríamos»</i></span>, leo en <i>De bestias y aves</i>. Lo que no recordaba haber leído era otra referencia al autor de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2022/09/guerra-y-paz-liev-tolstoi.html" target="_blank">Guerra y paz</a> en otra obra de la madrileña. Lo redescubro cuando me topo con una fotografía de la escuela de Yásnaia Poliana en mi reseña de <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2018/10/la-vida-sumergida-pilar-adon.html" target="_blank">La vida sumergida</a></i>. Y es que uno de los cuentos de ese volumen constituye una especie de homenaje a la escuela que fundó el ruso para desarrollar en ella un método pedagógico más libre que el entonces imperante.<p></p><p style="text-align: justify;">Siento durante la lectura de <i>De bestias y aves</i> que este libro me gusta menos que los otros que he leído de su autora. Lo leo, sin embargo, con gusto y admiración. Pilar Adón escribe muy bien. Me encanta su prosa poética-biológica, las breves conversaciones de doble filo que establece entre sus personajes. Me falta en este caso, sin embargo, más adhesión no sé si a la trama, si a la protagonista o si al resto de personajes. La consigo plenamente en el tramo final de la novela. Cierto es que tanto en la ya mencionada <i>La vida sumergida</i> como en <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2017/05/el-mes-mas-cruel-pilar-adon.html" target="_blank">El mes más cruel</a></i>, por tratarse ambos de libros de cuentos, lógicamente la adhesión es variable dependiendo del relato (pero valoro, obviamente, el conjunto). Con su novela <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2016/06/las-efimeras-pilar-adon.html" target="_blank">Las efímeras</a></i>, sin embargo, la anhelada adhesión la sentí desde el principio.</p><p style="text-align: justify;">Pero los libros de Pilar Adón no son para voltear su última página y pasar sin dilación a la siguiente lectura. Los libros de Pilar Adón son para rumiarlos, para perderse en su bosque, enredarse en sus ramas, sumergirnos en su musgo, rascarnos las picaduras de sus insectos y pelearnos con sus telas de arañas. Acudo, pues, a la subjetividad consciente y a la inconsciente lectura que son mis subrayados. Mi curiosidad y los caprichosos algoritmos a los que recurre el gigante Google me traen, además, las ideas y conocimientos de ese internauta llamado Santana Muñoz. Y, como si de una reacción química se tratase, todos los componentes comienzan a encajar y todo lo leído se fusiona en una suerte de catálisis. Me adhiero al duelo sin curar de Coro y me confundo ante el laberinto de espejos distorsionadores que muestran los diferentes prismas de la realidad. Como si de las raíces de diferentes especies de árboles se tratasen, lo que no estaba cohesionado en esta novela se une <span style="font-family: georgia;"><i>«estableciendo sus relaciones simbióticas con los hongos en un intercambio interesado de minerales para el árbol y azúcares para el hongo. En una labor de justicia natural. O tal vez como resultado de un hecho fortuito en el que no había ni equidad ni grandeza, solo azar. Y, sin embargo, se comunicaban. Y, sin embargo, creaban suelo».</i></span> Creaban novela. No del todo descifrable, cierto es, como por otra parte nunca lo es del todo ese milagro que llamamos vida. Pero creaban novela, sí. Creaban una novela que tras su conclusión estaba incluso más viva que mientras estaba siendo leída. Más viva que los anteriores libros de la autora que había leído. Cierto es que la lectura de este libro la tengo mucho más reciente (cinco años hacía que no leía a Pilar Adón). Me estoy en cierto modo contradiciendo, lo sé. Qué queréis, los seres humanos somos creadores de realidades contradictorias.</p><p style="text-align: justify;">Los epígrafes que preludian esta novela de Pilar Adón son tres. El primero es otra cita bíblica: <span style="font-family: georgia;"><i>«Es ya hora de despertarnos del sueño»</i></span> (Romanos 13:11). El tercero es una frase célebre del filósofo griego Epicuro que dice: <span style="font-family: georgia;"><i>«Vive oculto».</i></span> Se me ocurre, ahora que las conexiones sinápticas de mi cerebro son un ramaje de raíces, que esto podría interpretarse como: vive agazapado en tu madriguera, como un zorro en su guarida, como un ave en su nido, como un animal en su placentero estado de reposo. El segundo —y que he dejado a propósito para el final— es un verso de Emily Dickinson que reza: <span style="font-family: georgia;"><i>«Somos los pájaros que se quedan».</i></span> Lo leo y es en esas palabras donde me quedo, colgada de una belleza cuya terrible verdad no soy capaz de contradecir. Ahí me quedo, conocedora de la estrecha vinculación de la poesía de Dickinson con la naturaleza y sabedora de la voluntaria reclusión de la poeta norteamericana. Ahí me quedo, pues, en lo que me gustaría decir que es un vuelo suspendido ante la inminencia de la lectura a punto de comenzar pero que sin embargo presiento un descenso en picado, una caída libre. Ahí se quedó Coro, pájaro solitario de una bandada de dos. Así me queda esta lectura, así pienso que permanecerá en mí. Como el agua de una poza que actúa a modo de líquido amniótico, único lugar en el mundo —se me antoja— donde ese animal de mente bulliciosa e inquieta, creador de refugios mentales que son como <span style="font-family: georgia;"><i>«un espacio al que acudir para mantenerse en la realidad y, a la vez, al margen»</i></span>, hacedor de entelequias tales como la razón y la ética, y que gusta de llamarse humano puede reposar la cabeza. Como el mimoide que es la superficie de un lago que, cual mariposa, imita el color del cielo, dándose así el prodigioso acoplamiento de dos realidades iguales por opuestas en el que un ave <span style="font-family: georgia;"><i>«no podía volar, pero sí podía hundirse».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Toda una vida de formación, lecciones y trabajo para llegar a su edad y descubrir que lo único que importaba en el mundo era el agua, vivir en ella. Generar oxígeno».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Delaroche,_Paul_-_A_Christian_Martyr_Drowned_in_the_Tiber_During_the_Reign_of_Diocletian_-_1855_(detail).jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="412" data-original-width="849" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEignMadXKjzH3kJDYIYCWjFZjJ3GVFyIwlKRkHCULBAqK2-g03MYAGx-bJPX1hUgG_pwmF9vDXQw8rItYm5gT1x0joILLpWUlEb2kfEvYQuybuuTFP06FDJA1Q0FxlvaW0c9FhkwmwJ2L8_eehCcgJd55pa4Z-jbFh64R5vuqjkga3xkT-iFScuqRF-YKTL/s16000/Delaroche,_Paul_-_A_Christian_Martyr_Drowned_in_the_Tiber_During_the_Reign_of_Diocletian_-_1855_(detail).jpg" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Delaroche,_Paul_-_A_Christian_Martyr_Drowned_in_the_Tiber_During_the_Reign_of_Diocletian_-_1855_(detail).jpg" target="_blank">Detalle de <i>La joven mártir</i></a>, óleo de <a href="https://en.wikipedia.org/wiki/Paul_Delaroche" target="_blank">Paul Delaroche</a>. Fuente: <a href="https://www.wga.hu/frames-e.html?/html/d/delaroch/9delaroc.html" target="_blank">Web Gallery of Art</a>. Trabajo en dominio público.</span></td></tr></tbody></table><br /><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><span style="font-family: courier;"><u>Ficha del libro:</u></span></div><div><span style="font-family: courier;">Título: <a href="https://www.galaxiagutenberg.com/producto/de-bestias-y-aves/" target="_blank">De bestias y aves</a></span></div><div><span style="font-family: courier;">Autora: <a href="https://www.galaxiagutenberg.com/ficha-autor/adon-pilar/" target="_blank">Pilar Adón</a></span></div><div><span style="font-family: courier;">Editorial: Galaxia Gutenberg</span></div><div><span style="font-family: courier;">Año de publicación: 2022</span></div><div><span style="font-family: courier;">Nº de páginas: 208</span></div><div><span style="font-family: courier;">ISBN: 978-84-19075-45-1</span></div><div><span style="font-family: courier;">Comienza a leer <a href="https://www.galaxiagutenberg.com/wp-content/uploads/2022/06/De-bestias-y-aves_web.pdf" target="_blank">aquí</a></span></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div>Si te ha gustado...</div><div>¿Compartes?</div><div> ↓</div>Lorena Álvarez Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/12912455925584013270noreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-3756166230240849946.post-85996860945607015282024-01-08T08:00:00.001+01:002024-01-08T08:00:00.213+01:00Un incendio invisible - Sara Mesa<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«—Parece que este sitio se resiste al hundimiento.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">—No sé de qué hundimiento me habla, jefe.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">—Justo a ese al que nadie quiere referirse. Es curioso. <i>Curiosísimo</i>».</span></div></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"></p><div style="text-align: justify;">Es curiosa esta historia que firma <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Sara%20Mesa" target="_blank">Sara Mesa</a> y que os traigo hoy. Publicada originariamente en 2011, es una de las primeras novelas de la sevillana. Me acerco por ello a ella sin expectativas y con cautela, si bien con ganas (porque yo siempre estoy hambrienta de Sara Mesa). Y conste que no siempre estoy de acuerdo con señalar las primeras obras de un autor o autora de inmaduras, pues en ocasiones he leído obras tempranas e incluso operas primas extraordinarias, pero no es menos cierto que en el caso de Sara Mesa, de todo lo que había leído antes de aventurarme en este <i>Un incendio invisible</i> —cinco novelas y un libro de relatos—, fue precisamente <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2017/05/cuatro-por-cuatro-sara-mesa.html" target="_blank">Cuatro por cuatro</a></i>, lo más tempranamente escrito de ese todo además de novela inmediata a esta que nos ocupa, lo único que no me convenció plenamente y que, aun gustándome, lo hizo con reservas.</div><p></p><p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgL_9AlQENuM4wHBcDp0JXOAESDMfduD01vzHMmAoSve2xJq-C4zRBzYFtNS0vO33t5vVn8vP5g4PrI0EJOJTt93DBDU3qKnE4xoL4TMj2szAY02EF-0ggd3YMRT4X8ktUBhoqtIGMDOT9jqWA2Gt9gB7v9HBfnqD6MGuI2Q9JcF1E5-_QuNy2jPhMzkXqq/s2598/Un%20incendio%20invisible.jpeg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2598" data-original-width="1653" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgL_9AlQENuM4wHBcDp0JXOAESDMfduD01vzHMmAoSve2xJq-C4zRBzYFtNS0vO33t5vVn8vP5g4PrI0EJOJTt93DBDU3qKnE4xoL4TMj2szAY02EF-0ggd3YMRT4X8ktUBhoqtIGMDOT9jqWA2Gt9gB7v9HBfnqD6MGuI2Q9JcF1E5-_QuNy2jPhMzkXqq/w255-h400/Un%20incendio%20invisible.jpeg" width="255" /></a></div><div style="text-align: justify;">De decir he que este <i>Un incendio invisible</i> que he leído y del que os vengo a hablar no es el original de 2011, sino una edición revisada por la propia autora con la que <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Anagrama" target="_blank">Anagrama</a> —editorial habitual de la escritora desde que, allá por 2012, fuera finalista del <i>Premio Herralde</i> con la mencionada <i>Cuatro por cuatro</i>— rescató en 2017 esta por entonces prácticamente desconocida obra. Según cuenta la propia Sara Mesa en la nota que precede a esta nueva edición los cambios efectuados en ella <span style="font-family: georgia;"><i>«—probablemente imperceptibles para el lector, pero no para mí—, [...] no alteran en lo más mínimo el espíritu de la novela, su sentido, sus personajes, su estructura ni su lenguaje».</i></span> No obstante, quiero detenerme en algunas de las cosas que la autora comenta acerca de esos cambios, pues son toda una declaración de intenciones acerca de su identidad como escritora, amén de reflejar mis necesidades como lectora.</div><p></p><p style="text-align: justify;">Lo primero que advierte Mesa es que su evolución como escritora a lo largo de los cinco años trascurridos entre ambas ediciones no ha de entenderse necesariamente como progreso, pues <span style="font-family: georgia;"><i>«cada libro es una estampa fija que refleja el momento en que se escribió y esta estampa es, o debe ser, por su naturaleza, inamovible».</i></span> No conviene olvidar, pues, que nos encontramos ante una novela concebida en plena crisis económica durante la cual la burbuja inmobiliaria explotó ante las narices de muchos. Así, Vado, ese lugar ficticio (colindante al también ficticio y viejo conocido Cárdenas) y coprotagonista de esta novela, contaba con ostentosos edificios: suntuosos hoteles, como el Madison Lenox; cafeterías donde se codeaba la gente importante, como el Esturión; altos edificios de viviendas cual lujosas colmenas, como la Torre Grady; apartamentos diminutos de diseño exclusivo, como los Doda3 —<span style="font-family: georgia;"><i>«ni siquiera un nombre normal para aquellas cajitas de zapatos: incitación al divorcio, al asesinato y a la locura, arquitectura de la claustrofobia»</i></span>—; numerosos centros comerciales en los que materializar los sueños y malgastar el tiempo de ocio, como el Sunrise; o centros geriátricos con los últimos equipamientos y terapias en los que aparcar abuelos y malas conciencias, como el New Life. Así, Vado, esa ciudad que se resiste a ese hundimiento al que nadie quiere referirse, cuando el doctor Tejada, coprotagonista de esta novela, llega a ella no es más que una localidad otrora pudiente de la que la población huye sin mirar atrás, un sálvese quien pueda en el que reina el abandono, <span style="font-family: georgia;"><i>«una ciudad tras la guerra pero sin guerra».</i></span> Sin embargo, leemos ahora y asistimos por tanto a ese invisible incendio de Vado una década después de prenderse su fuego y no nos causa extrañeza. Lo extraño, quizás, es no saber situarnos entre aquellos que han huido sin mirar atrás o entre aquellos otros que se esconden tras sus ruinas como si referirse al hundimiento de Vado fuera sinónimo de aceptar irremediablemente el propio.</p><p style="text-align: justify;">También nos cuenta Sara Mesa que en la nueva edición de esta novela ha eliminado o mitigado ciertos rasgos físicos con los que había pretendido acentuar las cualidades negativas de sus personajes. Lo ha hecho así porque piensa (y sin conocer la versión original no puedo estar más de acuerdo) <span style="font-family: georgia;"><i>«que la degradación y la excentricidad de la ciudad de Vado y de las criaturas que la habitan han de emanar de una raíz de normalidad, aunque esta normalidad sea [...] terrible y desconcertante».</i></span> De la misma manera, <span style="font-family: georgia;"><i>«el feísmo y la crueldad de ciertos momentos de la trama han sido suavizados [...] debido a [...] la mayor compasión que siento ahora por mis personajes, en el convencimiento además de que tratarlos con respeto los hace más humanos y, quizá, más creíbles».</i></span> Nuevamente (y nuevamente sin poder comparar ambas versiones) no puedo más que aplaudir esta declaración de intenciones por parte de la autora. Confirmo también que los personajes de esta novela, aun en muchos casos excéntricos, son humanos y creíbles, así como, hasta los que más rechazo nos provocan —como es el caso del egoísta doctor Tejada—, por mostrarnos sus miserias de forma aséptica e imparcial, son también dignos de compasión. Son humanos y creíbles el Viejo y la Clueca, con sus desvaríos y paranoias seniles. Lo es la patética y resistente recepcionista del Madison Lenox. También el entrañable Rachid Benmoussa, investigador del <i>Institute for the Research of Urban Evolutions</i> que barrunta una conspiración ante cada silencio obtenido como respuesta a sus pesquisas. Lo es la tenaz y cumplidora del deber Ariché. O esa niña que crece a pasos agigantados y que encarna el último reducto de inocencia —si bien a punto de expirar— en un mundo de corrupción. Hasta el no humano por canino Tifón es creíble, ese despojo de perro tan llamativo entre los cada vez menos infrecuentes animales salvajes que se pasean por la ciudad. Animales foráneos recorren <span style="font-family: georgia;"><i>«Vado sin control, los depredadores se convertían en depredados y viceversa».</i></span> Foráneo también es el curtido en mil tretas de alimaña y recién llegado doctor Tejada, <span style="font-family: georgia;"><i>«rápido, [...] intuitivo. Como los animales que mejor resisten, los rastreros, los sucios».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Pero la contención no solo es una declaración de intenciones por parte de la autora sino marca de la casa Sara Mesa. Es uno de sus rasgos más destacados como escritora y que más admiro. Y no lo es solo en cuanto a caracterización de personajes y a sucesos en las tramas, sino que la contención es marca característica de su prosa: seca, precisa como un bisturí, inequívoca. En este caso, sin embargo, la autora confiesa que ha <span style="font-family: georgia;"><i>«pulido —tratando de no modificar el estilo inicial— algunos excesos retóricos».</i></span> Cierto es que la prosa de <i>Un incendio invisible</i> no es tan desnuda como la de las últimas novelas de la escritora. Mentiría, no obstante, si dijera que la he encontrado recargada o alambicada. Es más, he disfrutado mucho de la belleza de sus descripciones, las cuales contribuyen al que es uno de los principales fuertes de esta novela: su magnífica ambientación.</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="float: right; margin-left: 1em; text-align: right;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: justify;"><a href="https://wellcomecollection.org/works/y7rkhqyh" target="_blank"><img border="0" data-original-height="662" data-original-width="512" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgrujshApZQr_n_S_dhZtZxlyI2pV9eavcmM0-v7HLBKUtrIraKFvTsjqWHZAfSQOkdCoqiGy4sFpmsurfzWMpx_NSfuwUR18L8ORib5KoDz2Latmg6FnlW1NMPzqgOpVh_mcQMYYtWw94XB0vrrahlkd5WwWds3nF7JX4aQBd92_ONmtHlubB34EpN7XDz/w309-h400/512px-Blaise_Pascal,_seated_at_his_desk._Line_engraving_by_J._Bein_Wellcome_V0004515.jpg" width="309" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="text-align: justify;"><span style="font-family: times;">«Por lo demás, se trata de alcanzar la alienación total. La habitación<br />de Pascal y todo eso, ya me entiendes. Me gustan los finales<br />dilatados. Me gusta ver cómo agonizan las cosas».<br />En la imagen: <a href="https://wellcomecollection.org/works/y7rkhqyh" target="_blank">el matemático, físico y filósofo Blaise Pascal<br />sentado en su escritorio</a>. Grabado de J. Bein según obra original<br />de HippolyteFlandrin. Trabajo en <a href="https://creativecommons.org/publicdomain/mark/1.0/" target="_blank">dominio público</a>.<br /></span></span></td></tr></tbody></table><div style="text-align: justify;">Me he acordado mucho de <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2023/01/lo-que-pasa-de-noche-peter-cameron.html" target="_blank">Lo que pasa de noche</a></i> leyendo este libro. Es más, me he sentido trasladada en ocasiones a esa novela de <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Peter%20Cameron" target="_blank">Peter Cameron</a></i>. Casi he podido sentir su atmósfera gélida a mi alrededor y la nieve bajo mis pies, y eso que el calor en Vado es inclemente y asfixiante. Lo cierto es que ambas novelas comparten una escenografía similar. Un otrora lujoso hotel es uno de los principales centros de operaciones en ambas historias. Si en la novela de Mesa tenemos una residencia geriátrica, en la de Cameron contamos con un orfanato. Ya no hay servicio de bar en el Madison Lenox, pero, a pocos metros, aún resiste el Esturión con su impertérrito camarero sin el que el local hostelero no se entendería (como tampoco se entiende el bar del hotel de <i>Lo que pasa de noche</i> sin el suyo). Si un tren nos lleva y nos saca de ese lugar en el fin del mundo en el que trascurre <i>Lo que pasa de noche</i>, otro cruza ese lugar que es el fin de un mundo que se resiste al hundimiento (porque hace frío en el exterior de la burbuja) en el que se ambienta <i>Un incendio invisible</i>: a un lado de las vías, en las afueras, el New Life, con ya solo un puñado de viejos entre sus residentes cuyas familias han dejado de pagar y una exigua plantilla que lleva meses sin cobrar; del otro, la zona urbana de Vado; transitando entre ambos, un impasible doctor Tejada. Personajes extravagantes pueblan las páginas de ambas novelas, las cuales, asimismo, se encuentran aderezadas por conversaciones que se presumen nimias pero parecen responder a un código secreto, como si se hablara de una cosa cuando en realidad se está hablando de otra. Sin embargo, el frío y la nieve envuelven <i>Lo que pasa de noche</i> de un aura de cuento, mientras que el calor de <i>Un incendio invisible</i> parece secarlo todo y volverlo más desesperanzador. Asimismo, esa decadencia que en la novela de Peter Cameron es una metamorfosis de la suntuosidad y alberga cierto punto romántico se convierte en la de Sara Mesa en una decrepitud que nace de lo que ya es o está pútrido en origen. Finalmente, por ambos escenarios deambula un hombre perdido al que seguimos con delectación.</div><p></p><p style="text-align: justify;">El hombre al que sigo por la ciudad de Sara Mesa, como ya os imaginaréis, es el doctor Tejada. No llega a Vado, sino que huye de donde quiera que venga. En cada pose, en cada palabra, en cada omisión rezuma indolencia y cinismo. Le asquea todo porque siente asco de sí mismo. Llega oficialmente a hacerse cargo del New Life, pero en la práctica lo más que hace en el triste inmueble es dormitar en la silla del despacho del director. <span style="font-family: georgia;"><i>«La pereza es el refugio de los cobardes»</i></span> y su objetivo íntimo es que lo dejen estar <span style="font-family: georgia;"><i>«en eso que algunos confundían con la paz: el paso del tiempo sin sobresaltos, sin interrupciones, la sensación de continuidad, el orgullo intacto, sin fisuras».</i></span> Que nada lo toque, pues. Que nadie lo interpele. <span style="font-family: georgia;"><i>«No me gusta comentar. No he comentado nunca nada con nadie, ni siquiera cuando era chico. Me vine aquí para no comentar nada, para que nadie me pida que comente nada ni espere mis comentarios a nada. ¿Comentar para qué? ¿Para estar de acuerdo en todo?»</i></span> Si <span style="font-family: georgia;"><i>«antes de indagar en los detalles, la sociedad ya le pone la soga al cuello a los violentos. Aunque habría que preguntarse qué entienden por violencia. Confunden el impulso con el resultado. Quizá es un veneno destilado en las venas».</i></span> Que nada toque al doctor Tejada, pues. Estéril deseo para alguien que ha terminado por recalar en un lugar cuya principal afección es la <span style="font-family: georgia;"><i>«dermatitis. Cada día se nos cae un pedazo de piel». «Tejada removió el polvo con las manos. Recordó que Elena le había dicho una vez que ahí también estaban las escamas de nuestra piel. Nos descamamos y nos quedamos suspendidos en el aire, pensó. ¿Y después? ¿Cómo se recompone uno después?»</i></span> Tal vez con las escamas de otros que nos trae ese aire en suspensión, se me ocurre. Tal vez con las cenizas desprendidas de ese incendio al que nadie se refiere pero que todos han contribuido a prender. <span style="font-family: georgia;"><i>«Uno prospera al tiempo que se pudre»</i></span>, escucho confesar a Tejada en sueños, y, sinceramente, pienso que esa sentencia puede aplicarse perfectamente a Vado o a muchos de sus habitantes, de los que, por cierto, el doctor no se diferencia tanto. Mire adonde mire solo veo abandono, soledad e incomunicación, los restos de un naufragio cuyos náufragos se encargaron ellos mismos de sobrecargar y magnificar esa embarcación de un recreo que presumían eterno. Llegados a ese punto solo queda continuar tocando impertérrito como los músicos del <i>Titanic</i>, lamerse las heridas, expiar los pecados o abrazar una vez más el oportunismo y abandonar el barco escapando como las ratas.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia;"><i>«Sin yo ser consciente de ello, he comprobado que en esta novela anida la semilla de los temas que desarrollaría más tarde, motivos recurrentes en mis obras que aparecieron aquí por vez primera»</i></span>, comenta la sevillana en esa nota a esta nueva edición de esta novela. Y pasa a continuación a enumerar esos temas recurrentes que constituyen su ADN literario (los paréntesis y sus contenidos son míos): <span style="font-family: georgia;"><i>«la ciudad de Cárdenas</i></span> (<i>Cuatro por cuatro</i> y <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2015/10/cicatriz-sara-mesa.html" target="_blank">Cicatriz</a></i>)<span style="font-family: georgia;"><i>, la llegada de un foráneo a un mundo desconocido y hermético</i></span> (<i>Cuatro por cuatro</i> y <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2021/01/un-amor-sara-mesa.html" target="_blank">Un amor</a></i>)<span style="font-family: georgia;"><i>, la salvación —o pérdida— de un perr</i></span><i><span style="font-family: georgia;">o</span></i> (<i>Un amor</i>)<span style="font-family: georgia;"><i>, la paternidad —o maternidad— encarnada en un maniquí </i></span>(uno de los cuentos de <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2016/10/mala-letra-sara-mesa.html" target="_blank">Mala letra</a></i>)<span style="font-family: georgia;"><i>, los centros comerciales como representación del caos </i></span>(<i>Cicatriz</i>)<span style="font-family: georgia;"><i>, el amor desigual y perverso </i></span>(<i>Cicatriz</i>, <i>Un amor</i>, <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2022/11/la-familia-sara-mesa.html" target="_blank">La familia</a></i>)<span style="font-family: georgia;"><i>, la ambigüedad de las relaciones entre adultos y niños </i></span>(<i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2022/02/cara-de-pan-sara-mesa.html" target="_blank">Cara de pan</a></i>)<span style="font-family: georgia;"><i>, el poder y sus abusos </i></span>(<i>Cuatro por cuatro</i>, <i>Cicatriz</i>, <i>La familia</i>)<span style="font-family: georgia;"><i>»</i></span>. Por tanto, es esta de Sara Mesa una novela temprana precursora de muchas de las cosas que la sevillana nos ofrecería después, que me ha convencido y sobre la que me manifiesto sin reservas y que, aun en camino de encontrar esa marca definitoria de su autora, no desmerece a la sombra de los más pulidos últimos trabajos de la que en mi opinión es una de las mejores escritoras del panorama narrativo actual.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Asomado a la ventana, de espaldas al sillón, miraba hacia el Madison Lenox, una mole arcaica, oscura, respetable, mucho más baja y pesada que la Torre, que se alzaba con la insólita fragilidad de los dictadores que están a punto de ser derrocados. Desde allí se distinguía la azotea y todas sus antenas; las habitaciones quedaban bastante más abajo. Cuando localizó el balconcillo de la que había sido su <i>suite</i> se sintió investido de un extraño poder: el de ser capaz de mirarse desde fuera. El viento caliente arremolinó sus escasos cabellos y le entró por los ojos cargado de las escamas de aquellos otros seres que quizá le habían estado observando todo el tiempo, y que ahora ya no estaban. Entonces se vio a sí mismo enfrente, en el Madison Lenox, fantasmal, aferrado a la barandilla como una rapaz a su roca, desnudo y solo, mirando hacia la Torre con ansiedad y sin futuro».</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Vado podría ser un ejemplo para otras ciudades. En realidad… Vado podría ser un ejemplo para todo».</span></p></blockquote><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://www.flickr.com/photos/domiguel/12920764023/" target="_blank"><img border="0" data-original-height="507" data-original-width="799" height="406" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiA2DX3pXefVlGX2g1iK89Xp9MuocRYQI9OrFi2YcfHLpKRKRN3t7lXwYmZfYZsPl-oPb6O4IHkhi8uwDHQR3XBQKfdDWl2yHfrine55wDqS20r97hGMiZ7mqh0P6ORroWEJiG-Mc91VIZ4z4eNfCLE1Y5wXDmdSq8JclfFFPzdnAMCjltmstzA7B6GwXNo/w640-h406/12920764023_6e9ccc40d4_c.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://www.flickr.com/photos/domiguel/12920764023/" target="_blank">Fotografía</a> de <a href="https://www.flickr.com/photos/domiguel/" target="_blank">Dorian Miguel Ospino Caro</a> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-nd/2.0/" target="_blank">CC BY-ND 2.0 DEED</a></span></td></tr></tbody></table><br /><br /><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><span style="font-family: courier;"><u>Ficha del libro:</u></span><div><span style="font-family: courier;">Título: <a href="https://www.anagrama-ed.es/libro/narrativas-hispanicas/un-incendio-invisible/9788433998286/NH_579" target="_blank">Un incendio invisible</a></span></div><div><span style="font-family: courier;">Autora: <a href="https://www.anagrama-ed.es/autor/mesa-sara-1309" target="_blank">Sara Mesa</a></span></div><div><span style="font-family: courier;">Editorial: Anagrama</span></div><div><span style="font-family: courier;">Año de publicación: 2017 (2011)</span></div><div><span style="font-family: courier;">Nº de páginas: 240</span></div><div><span style="font-family: courier;">ISBN: 978-84-339-9828-6</span></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div>Si te ha gustado...</div><div>¿Compartes?</div><div> ↓</div></div>Lorena Álvarez Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/12912455925584013270noreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-3756166230240849946.post-65497074704172340512023-12-28T08:00:00.001+01:002023-12-28T08:00:00.247+01:00Prometeo americano - Kai Bird y Martin J. Sherwin<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Robert estaba echado boca abajo justo en el exterior del búnker de control, situado a nueve kilómetros al sur de la zona cero. Cuando la cuenta atrás anunció que faltaban dos minutos, murmuró: «Señor, estas cosas son muy duras para el alma». Un general del ejército lo observó de cerca mientras sonaba la cuenta atrás: «El doctor Oppenheimer […] fue poniéndose más tenso a medida que corrían los segundos. Apenas respiraba.[…] Los últimos segundos miró directamente hacia delante y, cuando se oyó el “¡Ya!” y apareció aquel estallido increíble de luz, seguido enseguida por el profundo rugido del estampido, la cara se le distendió en una expresión de alivio inmenso».</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">No sabemos, obviamente, qué le pasaría por la cabeza en aquel momento crucial. Su hermano recordaba: «Creo que solo dijimos: “Ha explotado”».</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Después, Rabi vio a Robert desde lejos. Algo en su manera de andar, el porte despreocupado de quien está al mando de su destino, le puso la piel de gallina: «Nunca olvidaré cómo caminaba, nunca olvidaré el modo en que salió del coche. […] Estaba en su apogeo, […] caminaba como dándose aires. Lo había conseguido»».</span></div></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Lo que había conseguido J. Robert Oppenheimer (Nueva York, 1904-Princeton, Nueva Jersey, 1967) es que la Trinity, la primera prueba de un arma nuclear realizada por los Estados Unidos, fuera un éxito y se convirtiera en la primera explosión nuclear realizada por el hombre. Fue un éxito para Oppenheimer, director del Proyecto Manhattan. Fue un éxito para el equipo de científicos que trabajaron contrarreloj para que el proyecto se materializara. Fue un éxito para los Estados Unidos. Personalmente, lo siento como un fracaso de la humanidad, así como me siento más cercana al lamento de Isidor Rabi, el cual había rechazado formar parte del proyecto aduciendo <span style="font-family: georgia;"><i>«que no quería que «la culminación de tres siglos de física» fuera un arma de destrucción masiva».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Cielo brillante, bola de fuego, calor alarmante, un color violeta que se asemejaba a una aurora boreal. Así recuerdo las impresiones de los asistentes a la prueba recogidas en el libro que os traigo hoy. William L. Laurence, el periodista de <i>The New York Times</i> escogido para cubrir el acontecimiento, describió así la explosión: <span style="font-family: georgia;"><i>«El gran estallido llegó unos cien segundos después del gran relámpago, el primer llanto de un mundo recién nacido».</i></span> Cabría preguntarse qué nuevo mundo era (es) ese. Cabría —casi ochenta años trascurridos desde ese 16 de julio de 1945 que no auguró nada bueno— comenzar a esbozar alguna respuesta. No en vano, y tal y como comentan los autores en el prefacio a esta biografía, <span style="font-family: georgia;"><i>«la historia de Oppenheimer nos recuerda también que nuestra identidad como pueblo sigue conectada íntimamente con la cultura de lo nuclear»</i></span>, la cual ha moldeado nuestra forma de entender el mundo. Y es que <span style="font-family: georgia;"><i>«¿cómo podemos suponer que algo tan poderoso, tan monstruoso, no va a conformar después de [...] años nuestra identidad?»</i></span></p><p style="text-align: justify;">A la zona escogida para detonar la primera bomba atómica de la historia, a casi cien kilómetros al noroeste de Alamogordo, Nuevo México, los españoles la habían llamado la Jornada del Muerto. <span style="font-family: georgia;"><i>«Oppenheimer llamó al lugar de la prueba «Trinity», aunque años después no sabía muy bien por qué escogió ese nombre. Recordaba vagamente tener en la cabeza el poema de John Donne que empieza: «Golpea mi corazón, Dios trino». Sin embargo, esto sugiere también que pudo haberlo sacado del </i>Bhagavad Guitá<i>; al fin y al cabo, el hinduismo tiene su trinidad en Brahma, el creador; Vishnu, el protector, y Shiva, el destructor».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Como podéis observar, Oppenheimer contaba con una vasta cultura más allá de la científica. Fue un gran humanista y lector. Había leído el <i>Bhagavad Guitá</i> en su sánscrito original. Tenía facilidad para aprender idiomas. Tal y como lo aclamaron en 1966 en la ceremonia de graduación de Princeton al recibir un título honorífico, fue <span style="font-family: georgia;"><i>«físico y marinero, filósofo y jinete, lingüista y cocinero, amante del buen vino y todavía mejor poesía».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Tras esa explosión que tiñó kilómetros de mundo de violeta a la que siguió el primer llanto de un mundo recién nacido a J. Robert Oppenheimer comenzó a llamársele el padre de la bomba atómica. El tiempo de juegos y pruebas había terminado. El 6 de agosto de 1945 Estados Unidos lanzó una bomba atómica sobre Hiroshima. Tres días después repitió atrocidad sobre Nagasaki. La criatura de Oppie —así es como lo llamaban sus allegados— había cobrado vida. Una vida sobre la que él ya no tenía ningún control.</p><p style="text-align: justify;">No sabemos si Estados Unidos hubiese logrado culminar el desarrollo de la bomba atómica durante la Segunda Guerra Mundial de no haber sido Oppenheimer el director del proyecto Manhattan. De no haber sido él, otro habría sido el líder. Indudablemente, él solo no lo habría conseguido. Pero es a él a quien tenemos. Es él, con sus luces, sombras y su infinita gama de grises, quien encarna la paternidad de la bomba atómica. Lo otro son conjeturas. Él y todo lo que orbita en torno a su figura y lo que representa es historia. Es historia no como algo pasado sino como parte de lo que somos.</p><p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj5Q0Al9w5VjGrtIRSewmtUhQ5W599JdJdRGHmMehkCQDe4dhvA1koxljUKyfMEi4JoO6lY8LjP7w5UdVTl-u5eoJavFfpNqXpmqxOAoNT8y0hlTN7sFl-LSC7gfEE7LhQXtq9BMU_bFEFzrwZQLIv8tKAqsOS8ioAAfsaUL77ZVhY8eYWfpVrZ-E3yKaiW/s1698/prometeo-americano.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1698" data-original-width="1100" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj5Q0Al9w5VjGrtIRSewmtUhQ5W599JdJdRGHmMehkCQDe4dhvA1koxljUKyfMEi4JoO6lY8LjP7w5UdVTl-u5eoJavFfpNqXpmqxOAoNT8y0hlTN7sFl-LSC7gfEE7LhQXtq9BMU_bFEFzrwZQLIv8tKAqsOS8ioAAfsaUL77ZVhY8eYWfpVrZ-E3yKaiW/w259-h400/prometeo-americano.jpg" width="259" /></a></div><div style="text-align: justify;">La pregunta es: ¿qué lleva a un hombre a construir un arma de destrucción masiva, un arma —como él mismo calificó después— genocida? La respuesta es muy antigua y sigue y seguirá gozando de plena vigencia: el miedo. En este caso, miedo a que la Alemania nazi consiguiera construir una bomba atómica antes que Estados Unidos. Me gustaría poder añadir que, además de antigua, la respuesta es muy simple, pero no fue alivio lo que su amigo Isidor Rabi detectó en los ufanos pasos de Oppenhaimer tras la detonación de Trinity. «Estaba en su apogeo, […] caminaba como dándose aires», recordemos que relató. Personalmente, me atrevería a hablar de vanidad.</div><p></p><p style="text-align: justify;">La pregunta o las preguntas son: ¿qué lleva a un grupo de brillantes científicos a perseverar en la construcción de la bomba atómica cuando el enemigo a adelantar (Alemania) ya estaba vencido? ¿qué lleva a un hombre tan elocuente como Oppenheimer y que había dado muestras de estar comprometido con la justicia social (y no solo en su país) no solo al mutismo ante la decisión del gobierno estadounidense de atacar de manera atroz e indiscriminada a un Japón a punto de rendirse sino también a colaborar en la planificación de los ataques? No tengo respuestas.</p><p style="text-align: justify;">Por simplificar el argumento que podría ofrecer Oppenheimer como respuesta a mi última pregunta, a tenor de lo leído en este libro diría que el físico abrazaba la idea de que la demostración de lo que podía hacer la bomba atómica concluiría en un futuro sin guerras. Objeción uno: la bomba que se sabía innecesaria para ganar una guerra que ya se sabía ganada inició lo que se conocería como la Guerra Fría contra la Unión Soviética. Objeción dos: aunque es cierto que ningún país ha vuelto a atreverse a usar un arma nuclear, no veo el futuro de Robert Oppenheimer, que es el panorama internacional actual, muy libre de guerras ni de esa otra forma de guerra que llamamos terrorismo. Reconozco que a toro pasado es muy fácil poner objeciones, pero, aun así, no ha dejado de pasmarme por momentos la ingenuidad del inteligentísimo y brillante doctor Oppenheimer.</p><p style="text-align: justify;">Por aliñar de algún modo la simplificación del argumento que acabo de esbozar, haré referencia al profundo amor que J. Robert Oppenheimer sentía por su país. Cabría aquí desligar un país de su gobierno. Cabría dudar de que Oppie se planteara esa disociación en alguna ocasión (personalmente, no creo que lo hiciera). Cabría preguntarse si la lealtad a un país ha de estar necesariamente supeditada a la lealtad al gobierno de la nación en cuestión. </p><p style="text-align: justify;">Muchas preguntas y mucho debate ético, como habréis podido observar, son los que me ha planteado esta lectura. <i>Prometeo americano</i> es una biografía exhaustiva de un personaje muy controvertido. Es 'la' <span style="font-family: georgia;"><i>«biografía de Robert Oppenheimer, físico, fundador en los años treinta de la escuela de física teórica más importante de Estados Unidos, antiguo activista político, «padre de la bomba atómica», destacado consejero del Gobierno, director del Instituto de Estudios Avanzados, intelectual público y la víctima más prominente de la era McCarthy».</i></span> Como toda biografía, más allá de las peripecias vitales de la persona biografiada es interesante por el fresco que ofrece del contexto histórico, cultural y social en que se desarrollaron estas. En el caso de J. Robert Oppenheimer, no es solo que él mismo participase de forma activa en ese contexto sino que este —como ya he comentado— forma parte de nuestra identidad cultural y de nuestra forma de entender el mundo. Hemos crecido al albor de ese nuevo mundo creado por el poder destructor de la bomba atómica, escuchando hablar de la Guerra Fría, de la caza de brujas que fue el macartismo. Tal vez por ello, por haber sido acunados con ese runrún constante, no le hemos prestado demasiada atención ni nos hemos interesado lo suficiente por conocer sus entresijos, por saber lo que se coció entre bambalinas y cómo se coció, por detectar la herrumbre de sus cimientos, por bucear en detalle entre los muchas veces cuestionables motivos que alumbran (o más bien oscurecen) las decisiones tomadas por unos pocos pero que afectan a unos muchos. Para todo esto el monumental trabajo que han llevado a cabo Kai Bird y Martin J. Sherwin para llevar a buen puerto esta biografía es una oportunidad única. Así, <i>Prometeo americano</i> es, fundamentalmente, un libro político. También (o quizás probablemente por ello) es una lectura fascinante y perturbadora.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: x-large;"></span></p><blockquote><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">««No adoptábamos abiertamente ninguna postura política», recordaba Melba Phillips. Oppie le comentó una vez a Leo Nedelsky: «Conozco a tres personas interesadas en política. Dime, ¿qué tiene que ver la política con la verdad, la bondad y la belleza?». Sin embargo, a partir de enero de 1933, cuando Adolf Hitler ascendió al poder, la política empezó a colarse en la vida de Oppenheimer».</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Hacia finales de 1936 —relataría Oppenheimer a sus interrogadores en 1954— empezaron a cambiar mis intereses. […] Hacía tiempo que sentía una ira feroz por el trato que se daba a los judíos en Alemania. Tenía familiares allí [una tía y varios primos], y más adelante los ayudaría a salir del país y traerlos aquí. Veía los efectos que la Depresión causaba en mis alumnos. Les costaba mucho encontrar trabajo, y, cuando lo encontraban, este dejaba mucho que desear. Observándolos empecé a entender hasta qué punto los hechos políticos y económicos afectan la vida de las personas. Comencé a sentir la necesidad de participar de forma más activa en la comunidad».</span></p></blockquote><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="«Mis dos grandes amores son la física y Nuevo México. Qué lástima que no puedan combinarse»" target="_blank"><img border="0" data-original-height="406" data-original-width="512" height="508" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhnZiYV_zr9qsLClwx8akV3tSRSIU-kSSat42Eq7DGt8Eia-i-3oMzdR55h3leXFPlFZ3VEKh5Q_cBkCyUilsIuBVQ2eCCXfanMGjDR5-KMn8uGtF-dgaT6KLOylYplO-ymGAndqiSQNSHPAfhpD4vZv98QWsv_zZW8smhyphenhyphenRvaZImkeIBpKrNFnHD3ULOvn/w640-h508/HD.4G.009_(10405624174).jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;">«Mis dos grandes amores son la física y Nuevo México. Qué lástima que no puedan combinarse», escribió un joven Robert Oppenheimer a un amigo sin sospechar por entonces que su deseo se haría realizar. Perro Caliente, el rancho que no tardaría en tener en Nuevo México y al que acostumbraba a invitar a sus amistades, se convirtió en su refugio durante muchos años. Sobre el estado de Nuevo México se levantaría más tarde el Laboratorio Nacional de Los Álamos. En la fotografía, que data de los años treinta, <a href="https://www.flickr.com/photos/departmentofenergy/10405624174/" target="_blank">el físico posa en Perro Caliente junto a su colega Ernest Lawrence</a>, el químico nuclear que inventó y desarrolló el ciclotrón (un tipo de acelerador de partículas). Se hicieron amigos en Berkeley, aunque su amistad se enfrió tiempo después. Lawrence estuvo de acuerdo con la fabricación de la bomba de hidrógeno y mostró su apoyo a Edward Teller, el físico al que puede considerarse padre de la bomba H. Oppenheimer, en cambio, no fue partidario del desarrollo de esta arma termonuclear. Imagen de <a href="https://www.flickr.com/people/37916456@N02" target="_blank">Energy.gov</a> en dominio público. Fuente: <a href="https://www.flickr.com/photos/departmentofenergy/10405624174/" target="_blank">HD.4G.009</a>.</span></td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;">No es de extrañar que la situación de la época en Alemania preocupara especialmente a alguien de ascendencia alemana y judía como era Oppenheimer. La ayuda que prestó para salir de ese país se hizo extensible de sus familiares a físicos alemanes, algunos de los cuales conocía de su época de estudiante en la Universidad de Gotinga. Además, como profesor universitario en Berkeley vivió de cerca los estragos que la Gran Depresión, que se cebó especialmente con el estado de California, causó en la población de esta ciudad. Se interesó por la constitución de sindicatos. Se preocupó por la situación de los migrantes que llegaban del suroeste del país arrastrados por las tormentas de polvo (que tan extraordinariamente retrató, por cierto, <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/John%20Steinbeck" target="_blank">John Stenbeick</a> en <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2022/07/las-uvas-de-la-ira-john-steinbeck.html" target="_blank">La uvas de la ira</a></i>). Estuvo a favor de la igualdad racial. Apoyó la causa republicana durante la Guerra Civil Española. Simpatizó con el Partido Comunista, contó con amigos dentro del partido y las ayudas económicas a varias de las causas que apoyó las realizó a través del mismo. Nada, pues, que deba escandalizar a cualquiera que tenga un mínimo de conciencia social. Nada que debería haber escandalizado a un país —Estados Unidos— que enarbola como ninguno la bandera de la libertad. ¿O sí?</div><p></p><p style="text-align: justify;">Aunque todo es ambiguo en torno a la figura de Oppenheimer, no hay ninguna prueba fidedigna de que en algún momento hubiera estado afiliado al Partido Comunista. No obstante, sus coqueteos con el mismo alimentaron la sospecha continua y la paranoia malsana de algunos. Si sumamos a esto una conversación que pudo haberse quedado en mera anécdota, pero que debido a las múltiples versiones sobre la misma alcanzó coutas de confusión legendarias, así como la animadversión que nuestro protagonista sembró en ciertas personas (especialmente en una) y alimentó con la arrogancia de la que hacía gala en ocasiones y la torpeza que lo invadía en ciertos momentos más que inoportunos, las cuales le aseguraron un enemigo tenaz, paciente, sibilino y de largos y poderosos tentáculos, el resultado es que, a la larga, Robert Oppenheimer tendría la oportunidad de comprobar en primera persona que la política nada tiene que ver con la verdad, la bondad y la belleza, así como de entender hasta qué punto los hechos políticos afectan la vida de las personas. En este caso la vida que se vería afectada sería la suya.</p><p style="text-align: justify;">En 1954 la CEA (Comisión de Energía Atómica de los Estados Unidos) celebró una audiencia de seguridad que se prolongó durante cuatro semanas con el objetivo de decidir si debían renovarse las credenciales de seguridad al notable físico. Aquello, más que una audiencia, pareció un juicio. Esto último no tendría demasiada importancia si no fuera porque el juicio fue injusto de principio a fin. Más allá de lo humillante que debió de ser tal episodio en la vida del padre de la bomba atómica, para un hombre como J. Robert Oppenheimer supuso un duro golpe que le afectó profundamente.</p><p style="text-align: justify;">La pregunta es: ¿cómo era ese hombre llamado J. Robert Oppenheimer? Centenares y centenares de páginas leídas de este libro y no sé cómo responder. Si vuelvo a simplificar (no se me ocurre otra manera que afrontar la infructosa tarea de hablar sobre esta biografía que simplificar y mucho), me animo a aventurar que Oppie encarna la ambigüedad humana. Admito también que lo anterior me lo ha inspirado el escritor Edmun Wilson, el cual asistió a las charlas William James que el físico impartió en 1957 invitado por los departamentos de Filosofía y Psicología de la Universidad de Harvard. El escritor anotó sus impresiones en su diario. Según cuentan los autores de esta biografía, aun admitiendo la inspiradora elocuencia y el poder de convicción del orador Wilson <span style="font-family: georgia;"><i>«salió de allí con una sensación de desasosiego ante las frágiles ambigüedades del hombre».</i></span></p><div style="text-align: justify;">La elocuencia fue uno de los rasgos más destacables de Robert Oppenheimer. Sus discursos, habitualmente improvisados, fascinaban y convencían a la audiencia. Fue un gran sintetizador de ideas. Sus alumnos, a los que supo alentar, inspirar y encauzar, lo copiaban e idolatraban. Como físico teórico, abrió muchos caminos que otros transitaron y que fructificaron en grandes descubrimientos ajenos. Fue paciente e incluso bondadoso con quienes presumía sensibles, impaciente con los ignorantes, quizás fatalmente consciente de su superioridad intelectual sobre la mayoría. El físico Freeman Dyson manifestó sobre él <span style="font-family: georgia;"><i>«que era una persona cuya peor tentación era «conquistar al diablo y luego salvar a la humanidad».</i></span> Ciertamente, conquistó la energía atómica, la convirtió en fuego infernal y después se erigió (con escaso éxito, todo hay que decirlo) en consejero gubernamental que abogó por la supresión del secretismo militar y por un compromiso internacional que garantizara la renuncia al uso de armas nucleares.</div><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="float: right; margin-left: 1em; text-align: right;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Trinity_Test_-_Oppenheimer_and_Groves_at_Ground_Zero_002.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="663" data-original-width="512" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiZjig6T5EuooWNzDPH1lXY-8G9hFtJSsILj3GCD7EW07GaoHE9qqSY5JvM0yda7FBdYbcv_83hZGS6hDJDeBUJimAfaIi0GZFpyk8iL76jRwseT6xXz45xKe2hWWnIF0YI9VYT7lADBOOl64NEnlund1Z0yBOXlCdpithcDN-trHXD2BBVySCObIBowhBg/w247-h320/Trinity_Test_-_Oppenheimer_and_Groves_at_Ground_Zero_002.jpg" width="247" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;">El General Leslie R. Groves estuvo al cargo del<br />proyecto Manhattan en representación del<br />ejército de los Estados Unidos. A pesar de sus<br />diferencias con J. Robert Oppenheimer, ambos<br />hombres colaboraron estrechamente y llegaron<br />a respetarse y admirarse mutuamente.<br />En la imagen: <a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Trinity_Test_-_Oppenheimer_and_Groves_at_Ground_Zero_002.jpg" target="_blank">Oppenheimer y Groves en el lugar<br />de la prueba Trinity en septiembre de 1945</a>.<br />Fotografía de U.S. Army Corps of Engeneers<br />en dominio público.<br />Fuente: <a href="https://lanl.photoshelter.com/search/result/I0000tfE14nvcjJw?terms=General%20Leslie%20Groves%20and%20J.%20Robert%20Oppenheimer&" target="_blank">Laboratorio Nacional de Los Álamos</a>.</span></td></tr></tbody></table>«En medio de todo ese debate congresual, Oppenheimer dimitió formalmente como director de Los Álamos. El 16 de octubre de 1945, en una entrega de premios para celebrar la ocasión, miles de personas, prácticamente toda la población de El Monte, concurrieron a despedirse de su líder, que entonces contaba con cuarenta y un años. Dorothy McKibbin lo saludó justo antes de que subiera a la tarima para dar el discurso de despedida. Oppie no llevaba nada preparado, y McKibbin advirtió que «tenía los ojos vidriosos, como cuando estaba inmerso en sus pensamientos. Después me di cuenta de que, en aquel breve momento, Robert se estaba preparando el discurso de agradecimiento». Al cabo de unos minutos, sentado en la tarima bajo el abrasador sol de Nuevo México, Oppenheimer se levantó para aceptar un rollo de papel de manos del general Groves: era un diploma de reconocimiento. En voz baja y sosegada, expresó que abrigaba la esperanza de que, en los años venideros, todas las personas que habían trabajado en el laboratorio pudieran echar la vista atrás y sentirse orgullosas de sus logros. No obstante, añadió una nota circunspecta: «Hoy debemos atemperar este orgullo con una profunda preocupación. Si las bombas atómicas se suman, en calidad de armas nuevas, a los arsenales de un mundo en guerra o a los arsenales de naciones que se preparan para la guerra, entonces llegará el momento en que la humanidad maldiga los nombres de Los Álamos e Hiroshima».</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Prosiguió: «Los pueblos de este mundo deben unirse; si no, perecerán. Esta guerra, que ha hecho estragos en tantos lugares de la tierra, ha escrito esas palabras. La bomba atómica las ha deletreado para que las comprendan todos los hombres. Otros las pronunciaron, en otros tiempos, de otras guerras y de otras armas. Pero no prevalecieron. Hay quien sostiene, extraviado por un falso sentido de la historia, que hoy no prevalecerán. No debemos creerlo. Estamos comprometidos por nuestro trabajo, nos comprometemos por un mundo unido, ante este peligro común, por la ley y por la humanidad»».</span></div></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">No me digáis que no hay cierto toque mesiánico en el último tramo del anterior fragmento. No me digáis que no se desprende también de esas palabras cierta ingenuidad. No deja de sorprenderme esa ingenuidad en un hombre tan inteligente y polifacético que en ocasiones también dio muestras de brillantez en el análisis político. Sorprende asimismo la sumisión e inhibición que mostró en ciertos momentos ante el gobierno de los Estados Unidos. Cuando la situación le sobrepasaba, Oppie, un hombre tan aparentemente seguro de sí mismo, respondía con comportamientos irracionales, algunos de los cuales resultarían ser nefastos para él.</p><p style="text-align: justify;">No es objeto de esta reseña juzgar a J. Robert Oppenheimer. Además, como nos advierten los autores de su biografía, para aspirar a comprender el comportamiento de un hombre no nos podemos detener en determinados acontecimientos sino que hay que intentar abarcar la totalidad de su trayectoria vital, así como el contexto más íntimo en el que esta se desarrolla. Cierto es que, dada la extensión y complejidad tanto de biografía como de biografiado, lo que yo estoy haciendo es precisamente detenerme en ciertos acontecimientos. Sin embargo, el que se anime a adentrarse en este libro podrá también saber de la infancia de Oppie, de su adolescencia, de sus tempranos años de juventud bajo la sombra de la enfermedad mental, de sus amores, su matrimonio y paternidad, de sus amigos, de sus solaces de paz en este incierto mundo, ... Podrá, entre otras cosas, saber cómo era vivir en El Monte —como los nuevos habitantes de la meseta sobre la que se alzó el Laboratorio Nacional de Los Álamos en el que se gestó la bomba atómica se aprestaron a llamar a esta—; descubrir esa singular rama del judaísmo tan alejada del sionismo que era la Sociedad por la Cultura Ética que tanto impacto tendría en la formación de los valores de nuestro protagonista y en cuya escuela, que alentaba <span style="font-family: georgia;"><i>«a los estudiantes a desarrollar «imaginación ética», a ver «las cosas no tal como son, sino tal como podrían ser»»</i></span>, se educó un pequeño Robert Oppenheimer; o echar un ojo a ese proyecto de paraíso en la tierra para los científicos que era el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton al que uno de sus cofundadores, Abraham Flexner, ya me había invitado a entrar en el ensayo que tan acertadamente Nuccio Ordine incluyó en su manifiesto <i><a href="https://www.instagram.com/p/CzUIDoyLDmr/" target="_blank">La utilidad de lo inútil</a></i>. Podrá también sentir sus filias y sus fobias por los diferentes personajes y personalidades que pueblan las páginas de esta biografía, muchos de ellos ilustres físicos como su protagonista. No en vano, <i>Prometeo Americano</i> es el resultado de nada más y nada menos que veinticinco años de minucioso trabajo. Merecidísimo es, entre otros, el Premio Pulitzer de Biografía que se le otorgó en 2006. Casi veinte años, pues, son los que hemos tenido que esperar los lectores españoles para poder disfrutar de esta apasionante lectura. Supongo que debemos su publicación a principios de este año que está a punto de expirar al avecinado por entonces estreno del <i>biopic</i> basado en este libro.</p><p style="text-align: justify;"><i></i></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Eisenhower_and_Strauss.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="405" data-original-width="512" height="506" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh84MGYsEmYtX2AxwYaLiTvXKrIGfO560zdzrO58juPQ1FzyHs73wE68AiLAO3sx7HLLKwBts-1V_nlXJaPHI8HxQX3Te5SNPe3U1eJc_bmV-i768bXvFsfNRvhgBN380tpVfUToveGkcKZJc_C5K7PHyYDSYXXBtThUr_dwT70ZrYxjwNHfL-b4n0t0Nip/w640-h506/Eisenhower_and_Strauss.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;">Dwight D. Eisenhower era el Presidente de los Estados Unidos cuando se celebró la audiencia de seguridad de Robert Oppenheimer. Su dejadez y conformidad ante la misma fue interesada e influenciada. Lewis Strauss era el presidente de la CEA y también miembro del Consejo de Administración del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. Fue la bestia negra de Oppenheimer.<br />En la fotografía,<a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Eisenhower_and_Strauss.jpg" target="_blank"> Eisenhower recibe el 30 de marzo de 1954 un informe de Strauss sobre las pruebas de la bomba de Hidrógeno en el pacífico</a>.<br />Fotografía de NARA photograph en dominio público. Fuente: <a href="http://eisenhowerlibrary.gov" target="_blank">eisenhowerlibrary.gov</a>.</span></td></tr></tbody></table><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><i></i></div><br /><div style="text-align: justify;"><i>Prometeo americano</i> tiene, pues, tantas capas como su protagonista. Personalmente, recelo de las personalidades tan complejas como la de Robert Oppenheimer. En concreto, las personas tan cautivadoras, arrolladoras y con tanta capacidad de persuasión y de generar adeptos hacen despertar en mí cierta alerta ante un potencial peligro. No soy tan ingenua como para creerme inmune a ellas, pero no puedo evitar que me inspiren cierta distancia y cautela. Prefiero personalidades que respondan a lo poquito que he podido conocer de Albert Einstein en este libro o como la de Frank Oppenheimer, hermano de nuestro protagonista y también físico. De ambos hermanos sus conocidos comentaban que <span style="font-family: georgia;"><i>«se parecían y no se parecían. Frank Oppenheimer caía bien a todo el mundo. Era como Oppie, pero sin mordacidad, estaba dotado de mucha de su agudeza y nada de su aspereza». «[...] el propio Robert diría de su hermano: «Como persona, es mucho mejor que yo»».</i></span></div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia;"><i>«Hoy debemos atemperar este orgullo con una profunda preocupación»</i></span>, hemos leído más arriba como parte del discurso de agradecimiento del padre de la bomba atómica en esa entrega de premios en la que ya se conocía su dimisión como director de Los Álamos. Cabe preguntarse si cabe (valga la redundancia) orgullo en quienes participaron en la construcción de un artefacto que sesgó de manera indiscriminada tantísimos miles de vida y contaminó radioactivamente a tantos miles más. Cabe no ignorar el poder de jugar a ser Dios que ofrece la ciencia. Cabe comprender ese prurito intelectual y científico y esa pequeña dosis de vanidad muchas veces legítima. Cabe admitir que la pasión y amor por la ciencia ciega muchas veces —especialmente en la juventud (y jóvenes eran en su mayoría los hombres de los Álamos)— ante las consecuencias de la aplicación de esta. Cabe no obviar el miedo a que fuera una bomba atómica alemana la arrojada sobre los Estados Unidos. ¿Cabe? eludir responsabilidades en decisiones que no habrían de tomar científicos sino militares y políticos. Cabe recordar que la ciencia debería estar al servicio del progreso y de la mejora de las condiciones de vida humana. Cabe incidir en que no estamos ante el caso de un descubrimiento científico que se usó posteriormente con aplicaciones nefastas, como recuerdo que eran la mayoría de los que <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Benjam%C3%ADn%20Labatut" target="_blank">Bejamín Labatut</a> ficcionó tan maravillosa y fascinantemente en <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2021/05/un-verdor-terrible-benjamin-labatut.html" target="_blank">Un verdor terrible</a></i> (por cierto que el chileno tiene nuevo libro del que espero dar cuenta el próximo 2024), sino ante algo que ya se concibió con un fin determinado y destructor. Cabe argumentar que la misma tecnología desarrollada con fines armamentísticos puede a posteriori relevarse beneficiosa en campos insospechados. Cabe aceptar que históricamente los períodos bélicos coinciden con los períodos en los que más avances científicos se producen (e implícitamente con los que más se invierte económicamente en ciencia). Cabe también dejar constancia de que, aunque al principio lo que reinó fue el entusiasmo entre los científicos de Los Álamos, al final hubo dudas. No faltó quien abandonara el barco, quien ni siquiera aceptara embarcarse, quien se mostró crítico y finalmente se sintió asolado por la culpa.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«No me arrepiento —dijo con calma— de haber contribuido al éxito técnico de la bomba atómica. No es que no me sienta mal; es que no me siento peor esta noche que la noche pasada».</span></blockquote><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="float: right; margin-left: 1em; text-align: right;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Katherine_(Kitty)_Oppenheimer_ID_badge_photo_original.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="689" data-original-width="512" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjyWy0pbb8ZbTBbzDJH61HzB6q_5D4azdhZfsQsJnUvo0U7-lnrEgCNYnxZSNMrSPF0p-Vg3fiOumlzk_3XZwA3NW5vNy35vn51wHmCl7vlzhJLOZMeDDLYa2y-OycnY_gN9bP6y2TtKkPbx4hENMUjom7hsqed7ouVhTfip7zLkqF-RY0iVt9hZWM_qBHU/s320/Katherine_(Kitty)_Oppenheimer_ID_badge_photo_original.jpg" width="238" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;">El carácter de Katherine (Kitty) Oppenheimer y<br />su relación matrimonial siguen siendo un<br />misterio para mí tras lo mucho que he leído<br />sobre ella. Lo que sí me ha quedado claro es la<br />lealtad hacia su esposo, así como la sensación de<br />que debió de ser una mujer compleja e infeliz. Se<br />casó con Robert en 1940 y tuvieron dos hijos: Peter<br />y Katherine (Toni). La imagen es la foto de Kitty<br />para la tarjeta de identificación de Los Álamos.<br />El Monte llegó a ser como una pequeña ciudad.<br />Los científicos y el resto del personal se<br />establecieron allí y los que estaban casados<br />llevaron con ellos a sus familias. Muchas de<br />sus mujeres trabajaron en el área técnica.<br />Kitty, bióloga de formación y apasionada<br />de la botánica, trabajó durante un año como<br />técnico de laboratorio a tiempo parcial bajo<br />la supervisión del doctor Hempelmann, cuyo<br />cometido era el estudio de los efectos de la<br /> radiación sobre la salud. Fotografía del<br /><a href="https://lanl.photoshelter.com/search/result/I0000FDXGXdOj0SM?terms=oppenheimer&" target="_blank">Laboratorio Nacional de Los Álamos</a>.<br />Uso permitido.</span></td></tr></tbody></table><div style="text-align: justify;">Las anteriores palabras constituyen la repuesta a una de las tantas preguntas que le hicieron a J. Robert Oppenheimer a su llegada a Tokio en 1960. Como figura relevante en el panorama internacional en que Oppenheimer se convirtió, la capital nipona fue una de tantas ciudades que visitó por aquellos años. Nótese nuevamente la ambigüedad del padre de la bomba atómica. Claro queda que nunca se arrepintió de haber contribuido a la construcción de la bomba atómica y de haber liderado el equipo científico que la materializó, pero ¿quién podría, a tenor de tal declaración, discernir si sintió culpa por el daño que infligió su criatura? Cabe también poner el foco entre la muchas veces sutil diferencia entre la culpa y la responsabilidad.</div><p></p><p style="text-align: justify;">En un viaje de juventud con amigos Robert Oppenheimer, del que ya he comentado que fue un gran lector, leyó a Marcel Proust. <span style="font-family: georgia;"><i>«Leerlo por las noches a la luz de la linterna durante su andadura por Córcega fue una de las experiencias más significativas de su vida. Lo arrancó de la depresión. La obra de Proust es un clásico de la introspección, y dejó en nuestro protagonista una impresión honda y permanente».</i></span> <i>En busca del tiempo perdido</i> es <span style="font-family: georgia;"><i>«un texto místico y existencialista que habló directamente al alma atormentada de Oppenheimer»</i></span> (recordemos, como he comentado muy por encima, la precaria salud mental de Oppie por aquel entonces). Una década después de haberlo leído, dejó ojiplático a su amigo Haakon Chevalier (quien fuera coprotagonista de esa conversación que tanta repercusión tuvo en las investigaciones sobre la lealtad de Oppenheimer) al citar de memoria un fragmento de esa obra que habla sobre la crueldad y que dice así: <span style="font-family: georgia;"><i>«Tal vez si hubiese sabido discernir en sí misma, como en todo el mundo, esa indiferencia a los sufrimientos que causamos y que, sean cuales fueren sus otras denominaciones, es la forma terrible y permanente de la crueldad, no habría pensado que el mal fuera un estado tan poco común, tan extraordinario, tan exótico y que procurara tanto descanso a quienes emigraban a él». «El joven Robert, en Córcega, sin duda memorizó esas palabras precisamente porque percibió en sí mismo cierta indiferencia hacia el sufrimiento que causaba a los demás. Fue una verdad dolorosa. Uno solo puede especular acerca de la vida interior de una persona, pero quizá ver impreso un reflejo de sus propios pensamientos, oscuros y gravados de culpabilidad, lo aligeró de su carga psicológica. Tuvo que ser reconfortante saber que no estaba solo, que aquel peso era parte de la condición humana. Podía dejar de despreciarse a sí mismo; podía amar. Y tal vez fue también tranquilizador, en particular por su condición de intelectual, poder decirse a sí mismo que había sido un libro, y no un psiquiatra, el que lo había ayudado a salir del pozo de la depresión»</i></span>, matizan sus biógrafos. Esta lección aprendida al leer a Proust probablemente fue tan perenne como profunda. <span style="font-family: georgia;"><i>«[...] «la indiferencia ante el sufrimiento que uno causa […] es una forma de crueldad terrible y permanente». Lejos de ser indiferente, Oppenheimer era muy consciente del sufrimiento que había causado a otros en su vida, y aun así no se permitiría sucumbir a la culpa. Aceptaría la responsabilidad; nunca había intentado negarla».</i></span></p><p style="text-align: justify;">La audiencia de seguridad de la CEA y su veredicto tocó a Oppie, pero no lo hundió. Cierto es que lo convirtieron en un paria político, pero no menos cierto es que en su lugar se hizo un hueco como figura intelectual respetada tanto nacional como internacionalmente. Tampoco deja de serlo que desde entonces en ocasiones <span style="font-family: georgia;"><i>«parecía haber perdido la capacidad o la motivación para luchar contra la «crueldad» de la indiferencia».</i></span></p><p style="text-align: justify;">No sería hasta 1963, con la era Kennedy, que, aunque de modo simbólico, obtuvo la rehabilitación política. El carismático presidente anunció la intención de otorgarle <span style="font-family: georgia;"><i>«el prestigioso galardón Enrico Fermi, un premio de cincuenta mil dólares en metálico libres de impuestos y una medalla por los servicios prestados a la comunidad».</i></span> El inesperado asesinato del joven mandatario impidió que este le entregara el reconocimiento. Fue su sucesor en la Casa Blanca, Lyndon B. Johnson, quien ofició la ceremonia de entrega del Premio Fermi.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«En el discurso de agradecimiento, Oppenheimer mencionó que un presidente anterior, Thomas Jefferson, «escribía a menudo sobre “el espíritu de hermandad de la ciencia”. […] Sé que no siempre hemos dado prueba de ese espíritu, pero no es porque carezcamos de intereses científicos vitales comunes o confluentes. Es en parte porque, junto con incontables hombres y mujeres, participamos en esta gran empresa de nuestros tiempos en la que probamos si el hombre puede preservar y ampliar la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, y vivir sin que la guerra sea el gran árbitro de la historia». Entonces se dirigió a Johnson y dijo: «Creo que es posible, señor presidente, que haya necesitado un poco de caridad y de valor para otorgar hoy este galardón, lo cual me parecería un buen augurio para todos nuestros futuros»».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Sin duda nuestros futuros —los de toda la humanidad—, más que de augurios, precisan de un mucho de caridad y de otro tanto de valor.</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Oppenheimer_beach.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="501" data-original-width="1045" height="306" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgNeSp4K59XcRaYECY6oYOkS9kdgwjr8ykDY1qa_yGdE47eR_xtiQLRNI73ygBFn8i83QUcXbAyya0l-jTaLnLVB6ZyyOdQCNmqG_LdmoOVDEIJbxa6zBavbtEJ7e7NW0rbUwAJOPtw7wqll5yitSSSbIpaFbXieNRI3ezSDo602YsvTrDTQwsAQU1-JUN1/w640-h306/Oppenheimer_beach.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;">En 1957 Oppenheimer compró un terreno en la bahía de Hawksnest en Saint John, en las Islas Vírgenes de los Estados Unidos, y se hizo construir allí una casa espartana. Fue su refugio en sus últimos años. Allí terminaría sus días su hija Toni. La casa ya no existe, pues se la llevó un huracán, pero en el lugar hay una casa comunitaria. La playa a la que se abría la casa de Oppenheimer es la de la imagen y actualmente se la conoce como <a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Oppenheimer_beach.jpg" target="_blank">Oppenheimer Beach</a>. Fotografía bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/deed.en" target="_blank">CC BY-SA 3.0 DEED</a>.</span></td></tr></tbody></table><br /><br /><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><span style="font-family: courier;"><u>Ficha del libro:</u></span><div><span style="font-family: courier;">Título: <a href="https://www.penguinlibros.com/es/biografias/314084-libro-prometeo-americano-9788418967986" target="_blank">Prometeo americano: el triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer</a></span></div><div><span style="font-family: courier;">Autores: <a href="https://www.penguinlibros.com/es/207670-kai-bird" target="_blank">Kai Bird</a> y <a href="https://www.penguinlibros.com/es/207671-martin-j-sherwin" target="_blank">Martin J. Sherwin</a></span></div><div><span style="font-family: courier;">Traductora: Raquel Marqués García</span></div><div><span style="font-family: courier;">Editorial: Debate</span></div><div><span style="font-family: courier;">Año de publicación: 2023 (2006)</span></div><div><span style="font-family: courier;">Nº de páginas: 864</span></div><div><span style="font-family: courier;">ISBN: 978-84-18967-98-6</span></div><div><span style="font-family: courier;">Comienza a leer aquí</span></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div>Si te ha gustado...</div><div>¿Compartes?</div><div> ↓</div></div>Lorena Álvarez Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/12912455925584013270noreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-3756166230240849946.post-20264759985160722842023-12-22T08:00:00.001+01:002023-12-22T08:00:00.352+01:00A Merry Christmas and a Happy New Year to you<p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:ColeXmascard.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="320" data-original-width="512" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjYzOL0TW4pP4IvIx9In25zN_TxN_4vLwb8Bj_YB3PFQT8kI5kci3WJvgpwcgCKxV7MyE6fFtTQJSLKVHNsznwRmb9HHOAV4Qr-cGQa7Qv3HDy8c35iJ4Tu75I0avdabLSjqEosvfBmZShxT42-vk_vPbgqum4zprvWENTzrM-UBi-HTmRgutfYY26qdMZo/w640-h400/ColeXmascard.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:ColeXmascard.jpg" target="_blank">Henry Cole's Christmas Card</a>. Ilustración de John Callcott Horsley en dominio público. Fuente: <a href="https://www.vam.ac.uk/articles/the-first-christmas-card" target="_blank">V&A</a>.</span></td></tr></tbody></table><br /><p></p><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: inherit;">La que veis sobre estas líneas es la que se considera la primera tarjeta de Navidad de la historia, aunque supongo que lo correcto sería decir que se la considera la primera tarjeta de Navidad impresa de la historia. Incido en lo de que se considera porque, al menos, y según cuentan <a href="https://www.bne.es/es/blog/blog-bne/post-57" target="_blank">desde la Biblioteca Nacional de España, en nuestro país se tiene constancia de una primera felicitación navideña impresa en 1831</a>. Fue idea de un grupo de trabajadores del <i>Diario de Barcelona</i> cuyo propósito era que los repartidores del diario la entregaran a los suscriptores de este, los cuales responderían al detalle con la entrega de un aguinaldo al trabajador. Esta idea se hizo muy popular en nuestro país y fueron varios los colectivos de trabajadores que, a partir de mediados del siglo XIX, adoptaron esta costumbre. No he podido localizar la imagen de esa primera tarjeta navideña impresa española de la cual se tiene noticia, pero nuevamente es la Biblioteca Nacional la que pone a nuestra disposición una recopilación de esas felicitaciones de Navidad de oficios que se popularizaron en el siglo XX que, si os interesa, podéis ver e incluso descargar <a href="https://www.bne.es/es/galeria-imagenes/felicitacionesnavidadoficios" target="_blank">aquí</a>.</span></div><p></p><p style="text-align: justify;">El origen de la imagen que os ofrezco en su lugar y que ha alcanzado esa especie de consenso como primera tarjeta navideña es británico. La felicitación data del mismo año en que Charles Dickens publicó su tan navideña obra <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2022/12/cuentos-de-navidad-vv-aa.html" target="_blank">Canción de Navidad</a>, es decir, de 1843. Sin embargo, más que ese espíritu navideño tan caracteríticamente dickensiano que tanto ha calado en la cultura popular fue el sentido práctico lo que inspiró su impresión y distribución. Fue el funcionario y polifacético diseñador inglés Henry Cole quien, preocupado por la ingente cantidad de tarjetas que tenía que escribir y enviar para que llegaran a sus numerosas amistades antes de Navidad, le pidió a su amigo el pintor John Callcott Horsley que diseñara e ilustrara una tarjeta con una escena familiar típica de estas fiestas y un mensaje genérico. El pintor tuvo además el detalle de incluir dos espacios para escribir —uno en la parte superior de la tarjeta y otro en la inferior— precedidos de un 'Para:' y de un 'De:'. De esa manera, además de facilitarle el trabajo a su amigo —pues este tan solo tendría que escribir los nombres de destinatario y remitente—, le daba la oportunidad de personalizar las felicitaciones. La imagen que comparto corresponde en concreto a la felicitación que el propio Horsley personalizó para Cole. En lugar de la firma del pintor puede apreciarse en la parte inferior de la tarjeta el dibujo de un simpático autorretrato. Así lo cuentan desde el <i>Victoria and Albert</i>, el Museo Nacional de Arte y Diseño del que Henry Cole fuera su director fundador. Tanto a Cole como a Horsley la idea de realizar copias de la tarjeta les pareció tan buena más allá del uso personal que, adelantándose a su tiempo, decidieron comercializarla. Encargaron la impresión de 1000 tarjetas que pusieron a la venta por un chelín. La empresa no fructificó como esperaban, quizás —entre otras cosas— porque el precio era algo elevado para la época. No obstante, no habría que esperar demasiado para que la comercialización de la tarjeta de Navidad, actualmente tan en desuso, se hiciera una realidad. Respecto a la de Henry Cole, os cuento a modo de cotilleo que la imagen que la ilustra no estuvo exenta de cierta polémica por figurar en ella un niño bebiendo lo que supuestamente es una bebida alcohólica.</p><p style="text-align: justify;">Bueno, curiosidades y anécdotas aparte y teniendo en cuenta que no por manido deja el mensaje de ser sincero, hago mías las palabras de tan precursora tarjeta. Os deseo, pues, una feliz Navidad y —aunque muy probablemente vuelva a asomar por aquí antes de que venza este 2023— un feliz año nuevo.</p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjqyyePalDQo3gYbkEJIJDEDOxkr4w7Ne48GoDS9pO-xYmN0yf0ON_T0HkT1-awMAhWpzCN-5jJ03tBhiRlfVh1sZrmIeb9-y5QmrkqQO3uWRkXzSH6oULmUeuRtZMqsNr6IACfxjNlS2bfTppMuQE8basfMTb9-O-Yi2mRCRzU4E5SQkGtgqs2rk_ke_wu/s640/flowers-5810563_640.png" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="328" data-original-width="640" height="164" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjqyyePalDQo3gYbkEJIJDEDOxkr4w7Ne48GoDS9pO-xYmN0yf0ON_T0HkT1-awMAhWpzCN-5jJ03tBhiRlfVh1sZrmIeb9-y5QmrkqQO3uWRkXzSH6oULmUeuRtZMqsNr6IACfxjNlS2bfTppMuQE8basfMTb9-O-Yi2mRCRzU4E5SQkGtgqs2rk_ke_wu/s320/flowers-5810563_640.png" width="320" /></a></div>Lorena Álvarez Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/12912455925584013270noreply@blogger.com12tag:blogger.com,1999:blog-3756166230240849946.post-68419081266325808802023-12-11T08:00:00.001+01:002023-12-11T08:00:00.265+01:00Lo raro es vivir - Carmen Martín Gaite<p style="text-align: justify;"></p><blockquote><p style="text-align: justify;"></p><div style="text-align: right;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;">«Te crea confusiones</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;">tu falso imaginar, </span><span style="font-family: georgia;"><span style="font-size: medium;">y no estás viendo</span></span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-family: georgia; font-size: medium;">lo que verías libre de ilusiones».</span></div><p></p><p style="text-align: right;"><span style="font-family: georgia; font-size: x-small;">Dante Alighieri, <i>La Divina Comedia</i></span></p></blockquote><p style="text-align: justify;"></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Tengo que confesaros algo. A mí, las historias de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Carmen%20Mart%C3%ADn%20Gaite" target="_blank">Carmen Martín Gaite</a> me parecen en cierto modo irreales. Hay en las situaciones que provoca, en las reacciones de sus personajes algo inverosímil. Sin embargo, consigue siempre envolverme con ellas. Crea con los monólogos interiores y con los diálogos una atmósfera de la que no es solo que me cueste sino que no quiero abstraerme. Me debato así, sabiéndome rendida de antemano, entre el coloquialismo de sus narraciones y la magia que, de estas, fluye de continuo y a borbotones. Y es que, como le dice a la protagonista del libro que os traigo hoy una compañera de ese trabajo que comparten en ese archivo que acumula una <span style="font-family: georgia;"><i>«marea de […] papeles ajenos adonde acudo a diario a beber olvido»</i></span>, la escritora salmantina dice <span style="font-family: georgia;"><i>«cosas tan raras que no te sigo, pero son de las que te dejan temblando, como la poesía, que de suyo se entiende sólo a medias».</i></span> Así, a entremedias, es como voy yo entendiendo esta historia porque, como le ocurre a la profesora de las gafitas, esa de la que Águeda Soler —tal es el nombre de la protagonista de esta novela— cuenta que <span style="font-family: georgia;"><i>«a mí la pasión por el estudio no había logrado inyectármela nadie hasta que la conocí a ella»</i></span>, como le ocurre, pues, a esa profesora que tanto la marcaría, <span style="font-family: georgia;"><i>«a mí me abruman las totalidades […] y no concibo el conocimiento más que de forma fragmentaria».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Bueno, en realidad, no es que me abrumen las totalidades. Es tan solo que muchas veces no son necesarias, aparte de que nunca se puede abarcar todo en su totalidad. Y tampoco es verdad que no siga esas cosas tan raras que me cuenta Carmen Martín Gaite o Águeda o qué sé yo quién. Al contrario, las sigo demasiado bien. Será que a mí también me gusta <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2018/07/nubosidad-variable-carmen-martin-gaite.html" target="_blank">perder el hilo</a>, hacer lo propio por <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2021/08/el-cuarto-de-atras-carmen-martin-gaite.html" target="_blank">los cerros de Úbeda</a>, <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2019/01/la-reina-de-las-nieves-carmen-martin.html" target="_blank">pegarme con las esquinas</a>. Será que no sé ir al grano porque <span style="font-family: georgia;"><i>«para mí todo es grano». «Me refiero un poco en general a todo, a cómo se me enreda dentro de la cabeza lo que me va pasando a cada momento con lo que me pasó antes, y con historias ajenas de vivos, de muertos, de aparecidos, con escenas de cine, todo revuelto y arrugado».</i></span> Será que soy un poco como ese profesor de la Sorbona que le regaló a Águeda una flor de papel y para el que <span style="font-family: georgia;"><i>«su mayor problema […] era la incapacidad para interesarse solamente por una de las diferentes historias que le salían al paso […], limitarse a buscar lo suyo, […] ¿por qué era suyo?, ¿quién había decidido que lo fuera?; y lo sabía […], que se iba a entretener, a desviarse de la cuestión que le había traído allí por culpa de otras a las que no se resistía a echar un vistazo. […] resulta tan empobrecedor —decía— atenerse de forma rígida a lo que se ha elegido, descartando cualquier otra posibilidad igualmente interesante, y sin embargo hay que contar con ello, nos pasamos la vida decidiendo, por mucho que nos agobie decidir, ésa es nuestra condena, la sed de infinitud chocando contra los barrotes de la jaula; […] </i>«c’est la vie»<i>».</i></span> O (en idioma patrio para que nos entendamos todos) así es la vida, esa vida que nos fuerza <span style="font-family: georgia;"><i>«a tomar opciones excluyentes, entras por una puerta y ya no hay más que un pasillo que se va ensombreciendo con puertas al fondo por las que también hay que pasar, cada vez más estrechas y perentorias».</i></span> Será también que <span style="font-family: georgia;"><i>«simplemente […] lo que me ha pasado es que he sentido sin saber por qué la tentación de bajar al bosque a divagar, a romper lazos con lo previsible».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Pero no, no soy yo la que baja al bosque. O más bien no soy yo la que siente esa necesidad de romper lazos con lo previsible. Si yo bajo al bosque es porque acompaño a Águeda, porque he cogido su mano y no la quiero soltar, porque me arrastra y yo me dejo llevar, porque me reta como a ella la retó ese médico que le despertó el gusto por gustar y que la hizo cómplice al tentarla con un <span style="font-family: georgia;"><i>«depende de su capacidad para apuntarse a los juegos peligrosos».</i></span> Águeda baja al bosque como baja al metro. Bueno, en realidad es al metro a donde baja, pero ella a viajar en metro lo llama bajar al bosque porque en el metro le <span style="font-family: georgia;"><i>«da por pensar mucho, pero además con chasquidos de alto voltaje, relámpagos que generan preguntas sin respuesta y desembocan en la propia pérdida, en los tramos umbríos de ese viaje interior donde se acentúa la desconexión entre la lógica y los terrores».</i></span> Lo hacía mucho de niña —lo de divagar mientras viajaba en metro— cuando <span style="font-family: georgia;"><i>«el desamparo de sentirme viva entre desconocidos quedaba paliado por la referencia incondicional a quien, además de servirme de eslabón con el mundo, sabía mucho de viajes subterráneos: mi madre»</i></span>, es decir, la suya, la de Águeda; es decir, la otra Águeda, esa a la que nuestra Águeda tanto se parece tanto en físico como en voz. En los últimos años, sin embargo, Águeda ha estado evitando viajar en metro o más bien <span style="font-family: georgia;"><i>«bajar al bosque en general, a todos los bosques que proliferaron insensible y progresivamente a partir de aquella primera metáfora infantil».</i></span></p><p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjyf_UrL9Rn-5clXqseYzzgq3wRAzpaTcav64wNQzqyckIhYKZsNxnuatQcK1v9O5Yyld0TW4gOti13-cG04j092sQCNuBzkDXPSlkNQU3c0vn3lExVIpEy0ViReolp4D7Tfaf_E9UW7ZyKy3MqSVgSDcBJEJvq2Q8ArYaRWsarR6V_EtWJXWLaoxAX1gVn/s466/Lo%20raro%20es%20vivir.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="466" data-original-width="307" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjyf_UrL9Rn-5clXqseYzzgq3wRAzpaTcav64wNQzqyckIhYKZsNxnuatQcK1v9O5Yyld0TW4gOti13-cG04j092sQCNuBzkDXPSlkNQU3c0vn3lExVIpEy0ViReolp4D7Tfaf_E9UW7ZyKy3MqSVgSDcBJEJvq2Q8ArYaRWsarR6V_EtWJXWLaoxAX1gVn/w264-h400/Lo%20raro%20es%20vivir.jpg" width="264" /></a></div><div style="text-align: justify;">A Águeda le gustan las metáforas. Las cultiva desde niña. <span style="font-family: georgia;"><i>«Cuando te sale el artista de todo el amasijo de calamidades que eres es cuando te pones a mirar el arte y la literatura desde tus ansias por escapar del infierno, de ahí es de donde sacas el poder de metáfora, transformas lo que dices en camino de luz para los otros».</i></span> Pero no, esa artista no es ella. Eso se lo dirá Águeda a Rosario Tena, que es como se llama la profesora de las gafitas. La novela de la que intento hablaros como se llama (como se titula, más bien) es <i>Lo raro es vivir</i>. Y no quiero ponerme a filosofar sobre si vivir es raro o no, más que nada por no perderme y por intentar ir yo al grano ya que a Águeda le cuesta tanto. Claro que, ahora que lo pienso, lo que sí sería raro es que yo consiguiera poner orden en una reseña. Si es que veo los libros que leo como Águeda ve su <span style="font-family: georgia;"><i>«radiografía interior, como un habitáculo plagado de cajones desordenados y rebosantes que escupían su contenido al suelo en fatal revoltijo».</i></span> Deformación profesional, pensaréis: una archivera —como recordemos que es Águeda— que piensa en cajones y en la necesidad de ordenar. Lo que no sabréis (o probablemente sí, ni que fuera yo la única que ha leído este libro) es que Águeda fue letrista de canciones de entrerrock antes de opositar. Una de sus canciones se titulaba precisamente <i>Lo raro es vivir</i>. Se quedó con esa frase de una de las lecciones con las que la profesora de las gafitas le inyectó la pasión por el estudio. <span style="font-family: georgia;"><i>«Desde que el mundo es mundo, vivir y morir vienen siendo la cara y la cruz de una misma moneda echada al aire, pero si sale cara es todavía más absurdo. Para mí, si quieren que les diga la verdad, lo raro es vivir»</i></span>, le dijo Rosario Tena a una clase de universitarios absorta en sus palabras. <span style="font-family: georgia;"><i>«Lo más llamativo sería escuchar el testimonio de alguien que ya se hubiera muerto, a ver qué decía, pero es difícil porque no vuelven, sólo alguna vez en sueños y no siempre da tiempo a apuntar sus palabras, […]. Ellos son los únicos que saben lo raro que era vivir, lo han entendido cuando ya no pueden contarlo en ningún libro»</i></span>, le dirá Águeda al dueño de un bar una noche en la que siente la necesidad de salir a la calle, pues esta <span style="font-family: georgia;"><i>«abre otra perspectiva, […] da pie para bajar a bosques inexplorados, es calle, pasa gente que también va perdida en su propia espesura».</i></span> Un poco perdido, efectivamente, andaba el hostelero, que <span style="font-family: georgia;"><i>«acababa de cumplir cuarenta y dos años y se sentía muy viejo, echaba de menos la luz, aunque fuera fugitiva, de un momento extraordinario». «[…] lo que echamos de menos todos»</i></span>, vamos.</div><p></p><p style="text-align: justify;">A quien Águeda echa de menos es a la otra Águeda. Tal vez ella no lo ve así porque hacía ya tiempo que la relación tan especial que mantenía con su madre cuando era niña —es decir, cuando esta, experta en viajes subterráneos, le servía de eslabón con el mundo— se había deteriorado. Pero aunque <span style="font-family: georgia;"><i>«no hay ningún caso igual que otro, […] que se te muera la madre es siempre algo tremendo […]. Se van y te dejan mutilada, a partir de ahí es cuando empiezas a envejecer».</i></span> A pensar en eso de lo que la otra Águeda, por su cualidad de fallecida, podría dar testimonio, es decir, a pensar en lo raro que es —que era, para su madre— vivir. <span style="font-family: georgia;"><i>«Lo que más me extrañaba»</i></span>, confiesa Águeda hija, <span style="font-family: georgia;"><i>«era haberme acostumbrado tan pronto a pensar en mi madre como en alguien que nunca más pasaría calor en verano ni se asomaría de noche a mirar las azoteas de Madrid, tan perteneciente al pasado como Vidal y Villalba. Ya no oye —me decía—, ya no puede explicar nada aunque se lo pregunte, ya no puede mentir ni defenderse, se ha ido de puntillas con sus cosas, con su mirada indescifrable, ya no pasa calor, la parte de mi infancia enredada en su ovillo se la llevó con ella. No pensaba «se la llevará», como otras veces al imaginar con sobresalto su ausencia, sino «se la llevó», lo pensaba como algo inexorable. Y el cordón umbilical de las historias pendientes se cubría de herrumbre».</i></span> El de esas historias pendientes sobre las que no merece la pena indagar en la responsabilidad de los errores de cada quien, así como tampoco en las culpas porque, además, <span style="font-family: georgia;"><i>«culpas no hay […] sólo causas»</i></span>, causas —las del deterioro de la relación entre madre e hija— que tal vez no difieren demasiado de esas otras que afectaron a la relación entre los padres de Águeda, en la cual llegó un momento en que <span style="font-family: georgia;"><i>«se acabaron los sueños de vida bohemia y se debió iniciar ese ruido de carcoma que cimenta todas las discusiones a puerta cerrada cuyo gas venenoso se fugaba por la ranura de abajo, argumentos ilógicos, fraguados de mala manera y arrojados al vertedero de mi memoria, un archivo donde nadie ha entrado a poner orden».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Lo del desorden en el archivo mental de Águeda, como veis, viene de lejos. Para más inri, como si no tuviera bastante con los recuerdos y con lo que el presente va sumando, a Águeda le gusta inventar, a veces hasta mentir. Esto último, además, últimamente le sale solo. <span style="font-family: georgia;"><i>«¿Verdad que cuando nos conocimos te gusté porque divagaba y cosía la verdad con hilos de mentira?»</i></span>, le pregunta a su pareja, la misma que para definir a Águeda le dice a esta que parece <span style="font-family: georgia;"><i>«que provocas preguntas, que estás deseando que te las hagan, las mendigas casi. Y luego te enfadas si entra uno en tu juego».</i></span> Sí, ese es un buen resumen del <i>tarannà</i> de Águeda. <i>Taranná</i>, <i>taranná</i>. Qué bonita palabra. Dan ganas de tararearla. Es catalana y significa carácter. Aunque a mí (y a Águeda también) me suena más a tarambana. <i>Taranná</i>, <i>taranná</i>. Qué carácter tan tarambana tiene Águeda, pensaréis. Qué maravillosa locuela es, os confirmo yo. Porque <span style="font-family: georgia;"><i>«todo consiste en cómo</i></span> [se] <span style="font-family: georgia;"><i>pronuncia la palabra loca, […]; según el lugar del alma de donde […] salga, la siento como una caricia o como una amenaza sombría, aquella noche sabía a cóctel de champán».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Pensaréis también que la que me he bebido el cóctel de champán soy yo. Pues sí, me bebo todo lo que me cuenta Águeda y todo lo que escribe Carmen Martín Gaite. Aunque lo del desorden en mis reseñas reconozco que es algo crónico y no efecto de la borrachera literaria. La resaca literaria, además, a veces es engañosa y dañina. Y es que <span style="font-family: georgia;"><i>«qué cara estamos pagando la exclusiva sublimación de lo sombrío y tortuoso, la excursión literaria por la boca del lobo». «¡Cuánta literatura sobre las tinieblas!, y en general qué mala, pura pacotilla»</i></span>, cuando en cambio<span style="font-family: georgia;"><i> «la luz la damos por normal, la dejamos resbalar sin prestarle los cuidados que merece, que ruede, que se la trague el sumidero de los desperdicios». </i></span></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://flickr.com/photos/37667416@N04/6754123975" target="_blank"><img border="0" data-original-height="553" data-original-width="800" height="442" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEinhyphenhyphenm4sNgK6raKp9ux_Fhn7gzBSkc3xPaJcavItuBo9gXD6b1GKOKl0NTndLi6pDdepEqyb0Yojns99JgD5a-WIRH8Rpi390BVc2VZIRJbTnDsfUbfO_cZKhq4Tfz85vagk0PSzy2E1ck1tD0GWX80BU9qEyEw5VLFZG6wdLJZRDkwjSPsowxxFvZ5ngDb/w640-h442/6754123975_8b7bfd712f_c.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="background-color: white; color: black; font-family: times;"><a href="https://flickr.com/photos/37667416@N04/6754123975" target="_blank">Clavileño</a>, ilustración de la obra: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha / por Miguel de Cervantes Saavedra ; edición adornada con más de 350 acuarelas de Salvador Tusell, sacadas de las célebres composiciones de Gustave Doré.- Barcelona : Luis Tasso, [1894?]<br />Fuente: <a href="https://flickr.com/photos/fdctsevilla/" target="_blank">Fondo Antiguo de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla</a>. Trabajo en <a href="https://creativecommons.org/publicdomain/mark/1.0/" target="_blank">Dominio público</a>. </span></td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;">Venga, va, voy a intentar poner un poco de orden en esta reseña. Voy a intentar iluminar este embrollo de ideas para que esta entrada no la trague el sumidero de los desperdicios. Si pudiera recurrirse al <i>taranná</i> para hablar de las novelas, yo diría que <i>Lo raro es vivir</i> tiene un carácter como de cuento de hadas. Sí, sí, me estáis leyendo bien. Qué es sino el deambular de Águeda Soler por sus páginas. Y es que, como a ella misma no le queda más remedio que reconocer, <span style="font-family: georgia;"><i>«algo me estaba pasando, algo profundo y oscuro como un corrimiento de tierras cuya amenaza aún imprecisa obliga a soñar con un puerto donde dormir al resguardo de todo vaivén; anclarse, ¿pero dónde?»</i></span> Para llegar a ese dónde Águeda se interna en sus bosques una y otra vez. O tal vez lo hace en diferentes vericuetos de un mismo bosque. Todos llevamos un bosque dentro con su ramaje, arboleda y fauna particular. En el de Águeda le salen al paso diferentes personajes con pistas o llaves para desbrozar un nuevo trecho del bosque. Que si el hostelero existencialista con sed de novelas, que si la compañera-amiga del archivo, que si un amor del pasado, que si la madre, si el padre, si el hermano, que si unos personajes históricos con cierto <i>taranná</i> quijotesco, … Sí, sí, me estáis leyendo bien, unos personajes del siglo XVIII, allá por los primeros brotes de independencia de las colonias americanas. Oye, a mí no mi pidáis explicaciones. Que esto sale de un cajón del archivo mental de Águeda. Que este no es mi bosque. Lo que si os puedo aclarar es que <span style="font-family: georgia;"><i>«hurgar en el pasado remoto puede ser un lenitivo. El cercano hace más daño».</i></span> Así que dejad a Águeda con sus cosas, pobrecilla. Os recuerdo que algo le está pasando.</div><p></p><p style="text-align: justify;">Vale, me gusta más una metáfora que a un personaje de una novela de Carmen Martín Gaite. Lo admito. A ver si os gusta más este perfil de Águeda Soler. Mujer supongo que en la treintena, probablemente más cerca de los cuarenta que de los treinta. El tiempo actual es el del Madrid de los años noventa. En su juventud (presumiblemente en los ochenta), Águeda se atuvo <span><i style="font-family: georgia;">«a las recetas de rigor para sacar partido de ser joven, y supe que casi todas las personas de mi edad […] teníamos problemas parecidos pero nos gustaba contar otros, disfrazarnos de algo que no éramos aún o no seríamos nunca, y en aquel baile de disfraces sólo podía resistirse bebiendo, exhibiendo descaro y desconfianza en el amor para siempre de las películas».</i><span style="font-family: inherit;"> Y es que </span><i style="font-family: georgia;">«qué difícil es buscar la propia ración de aire, aguantar el aire libre cuando te has aficionado a los paños calientes, abandonar la cueva sin rencor y sin daño, resignarse a olvidar lo que no se ha entendido»</i></span>. Se miente, se miente y se sigue mintiendo (y sobre todo mintiéndose a uno mismo) y disfrazándose de lo que no se es. <span style="font-family: georgia;"><i>«Se miente por incapacidad de pedir a gritos que los demás te acepten como eres. Cuando te resistes a confesar el desamparo de tu vida, ya te estás disfrazando de otra cosa, le coges el tranquillo al invento y de ahí en adelante es el puro extravío, no paras de dar tumbos con la careta puesta, alejándote del camino que podría llevarte a saber quién eres. […] sed de aprecio, o como lo quieras llamar».</i></span> Para retomar el camino y averiguar quién eres no queda otra que bajar al bosque, hacer el ejercicio de intentar aplacar la sed con el agua que se desprende de la humedad engañosa de este y descifrar el reflejo que devuelven las gotas de rocío que amenazantemente penden de las hojas de sus árboles. Hay que tomar el metro tanto tiempo sin tomar. Hay que salir intempestivamente a la calle y cerrar un bar. Hay que emprender camino hacia la nueva casa del padre. Hay que sincerarse con esa compañera de trabajo a la que no siempre hemos valorado como merecía. Hay que afrontar la postergada visita a la profesora de las gafitas. Para encontrarse hay que perderse. Hay que bajar al bosque y desde su oscuridad emerger a la superficie con nuevos ojos que vean la luz y permitan detectar ese dónde (quizás incluso ya conocido) en el que anclarse. Hay que bajar al infierno, como le enseñó a Águeda años atrás la profesora de las gafitas con esa clase magistral sobre <i>La divina comedia</i>, <span style="font-family: georgia;"><i>«y desde la selva oscura donde se encuentra extraviado el poeta, sin saber cómo ha llegado allí, Virgilio a Dante y a mí Rosario Tena</i></span> [y a esta que aquí escribe Carmen Martín Gaite] <span style="font-family: georgia;"><i>nos iban guiando primero por un inmenso y terrible embudo empotrado en el centro de la tierra y luego camino arriba de una montaña formada por las rocas que desplazó Lucifer en su caída, hasta llegar por fin, franqueando siete cornisas, a la ansiada cumbre de los jardines del Edén donde el poeta va a encontrar a Beatriz mirando al sol con ojos de águila y que le dice: </i></span><span style="font-family: georgia;">«Te crea confusiones / tu falso imaginar, y no estás viendo / lo que verías libre de ilusiones»<i>, un mundo transparente pero al mismo tiempo difícil de entender porque nos pilla desprevenidos, porque estamos acostumbrados al mal, un espacio algo frío tal vez, como lo es el ejercicio agudo de la inteligencia, pero tan dantesco como el que se acostumbra a calificar así por sus espantos». «No eran sólo cuevas, ríos subterráneos, seres retorcidos por el tormento y lagunas tenebrosas lo que Virgilio y Rosario nos mostraban, sino también la brisa fría percibida al salir del encierro a la luz, una luz lejana e inabarcable de astros que laten en otro hemisferio y nos mandan sus rayos de esperanza. Pero son pausas, y hay que saberlo, cuya esencia reside en su misma fugacidad, el dolor está ahí, detrás de cualquier risco con las fauces abiertas, y eso no hay que olvidarlo, Dante no permite que lo olvidemos. En el Paraíso nunca se deja de hacer referencias a nuestra condición mortal, de la misma manera que se encuentran rastros de placer en el Infierno y en el Purgatorio; en eso consistía el mensaje cifrado, en hacernos notar cómo a lo largo del viaje emprendido se iban revelando aspectos complementarios del friso de la vida y de la muerte, del horror y la bienaventuranza, de lo cercano y lo distante; </i>La divina comedia<i> era sobre todo eso, un libro de viaje con ilustraciones. Y ella, Rosario Tena, nuestro Virgilio, veía en aquellas ilustraciones la aventura del hombre capaz de afilar su inteligencia y vencer su cobardía para buscar salvación en el seno del caos, pero sin prescindir de él, porque es tarea vana y pretensión soberbia la lucha contra el caos».</i></span> Así, pues, no seré yo quien luche contra él. Permitidme, por tanto, cierta dosis de caos en mis reseñas y hacedme (haceos) un favor: abrazad ya no solo lo raro que es vivir sino esos momentos de luz que nos regala la vida que, aunque fugaces, no son tan raros como solemos pensar.</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Par_31.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="708" data-original-width="512" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgL-VdzIO0RqelVvCxkCm-y7AOkG8MX9WdJcz3asXYAybJSBTut0SXS5dzs-6uri3Zw1voSSqnRvpI0Wb55FqhGj-tCT9VeJvFelk4Quc5XM2y44ZVsZtCdiR5yguOvhScmXPRr9r-O2FtrlbYQc-Ml1dgyYkUip1mk0-YXj9agpSgbUgcGw-7E6dwdtmxP/s16000/512px-Par_31.jpg" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Par_31.jpg" target="_blank">Dante y Beatriz contemplando El Empíreo</a> (el más alto de los cielos según la teología católica medieval),<br /> ilustración de <a href="https://en.wikipedia.org/wiki/Gustave_Dor%C3%A9" target="_blank">Gustave Doré</a> para</span> <cite class="book" id="Reference-Alighieri-1892" style="background-color: white; text-align: start;"><span style="font-family: times;"><span style="font-style: normal;">Alighieri, Dante; Cary, Henry Francis (ed) (1892) "Canto XXXI" in<br /></span><i style="font-style: normal;"><a class="external text" href="http://www.gutenberg.org/etext/8789" rel="nofollow" style="background-attachment: initial; background-clip: initial; background-image: url("/w/skins/Vector/resources/skins.vector.styles.legacy/images/link-external-small-ltr-progressive.svg?30a3a"); background-origin: initial; background-position: right center; background-repeat: no-repeat; background-size: 0.857em; overflow-wrap: break-word; padding-right: 1em; text-decoration-line: none;" target="_blank">The Divine Comedy by Dante, Illustrated, Hell, Complete</a>, </i><span style="font-style: normal;">London, Paris & Melbourne: </span><span style="font-style: normal;">Cassell &<br />Company Retrieved on 13 July 2009. Fuente: </span><a href="https://www.rositour.it/Arte/Dor%C3%A9%20Gustave/Paradiso/Paradiso.htm" style="font-style: normal;" target="_blank">RosiTour Art Gallery</a><span style="font-style: normal;">. Trabajo en dominio público.</span></span></cite></td></tr></tbody></table><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Pues eso. Que venía a confesaros algo. Que Carmen Martín Gaite siempre me enreda y a mí bien que me gusta dejarme enredar.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;"><u>Ficha del libro:</u></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Título: <a href="https://www.anagrama-ed.es/libro/compactos/lo-raro-es-vivir/9788433978233/CM_200" target="_blank">Lo raro es vivir</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Autora: <a href="https://www.anagrama-ed.es/autor/martin-gaite-carmen-697" target="_blank">Carmen Martín Gaite</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Editorial: Anagrama</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Año de publicación: 2006 (1996)</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Nº de páginas: 240</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">ISBN: 978-84-339-7823-3</span></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Si te ha gustado...</div><div style="text-align: justify;">¿Compartes?</div><div style="text-align: justify;"> ↓</div>Lorena Álvarez Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/12912455925584013270noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-3756166230240849946.post-34173202746243288102023-11-27T08:00:00.000+01:002023-11-27T08:00:00.132+01:00El año del pensamiento mágico y Noches azules - Joan Didion<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«En ciertas latitudes hay un lapso de tiempo, al acercarse el solsticio de verano y los días posteriores, unas semanas como mucho, en que los crepúsculos se vuelven largos y azules. Este periodo de las noches azules no tiene lugar en la California subtropical, donde yo viví durante gran parte del tiempo del que voy a hablar aquí y donde el final de la luz del día es brusco y queda perdido en el resplandor del sol poniente, pero sí que ocurre en Nueva York, que es donde vivo ahora. Se puede ver ya a finales de abril y principios de mayo, un cambio de estación, no es exactamente que afloje el frío —de hecho, el frío no afloja para nada— y sin embargo de repente el verano parece próximo, una posibilidad, una promesa incluso. Pasas por delante de una ventana, paseas hasta Central Park y te encuentras bañada en el color azul: la luz en sí es azul, y al cabo de una hora más o menos este azul se acentúa, se intensifica aun mientras se oscurece y se apaga y se aproxima finalmente al azul del cristal en un día despejado en Chartres, o al de la radiación de Cherenkov que emiten las varas de combustible de las piscinas de los reactores nucleares. Los franceses llaman a esta hora del día «l’heure bleue». Nosotros la llamamos «el crepúsculo». La misma palabra «crepúsculo» reverbera, despierta ecos —crepitación, crescendo, corpúsculo, crisálida—, lleva en sus consonantes las imágenes de persianas que se cierran, de jardines que se oscurecen, de ríos flanqueados de hierba que se deslizan entre las sombras. Durante las noches azules uno piensa que el día no se va a acabar nunca. A medida que las noches azules se acercan a su fin (y lo hacen, lo hacen siempre) uno experimenta un escalofrío literal, una visión de enfermedad, en el mismo momento de darse cuenta: la luz azul se está yendo, los días ya se están acortando, el verano se ha ido. Este libro se titula «Noches azules» porque en la época en que lo empecé a escribir sorprendí a mi mente volviéndose cada vez más hacia la enfermedad, hacia la muerte de las promesas, el acortamiento de los días, lo inevitable del apagamiento, la muerte de la luz. Las noches azules son lo contrario de la muerte de la luz, pero al mismo tiempo son su premonición».</span></p></blockquote><p></p><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></div><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Recuerdo un pasaje de una novela que escribí a mediados de los años noventa, <i>The Last Thing He Wanted</i>:</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: trebuchet; font-size: medium;">Por supuesto, no nos hacían falta aquellas últimas seis notas para saber de qué trataban los sueños de Elena.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: trebuchet; font-size: medium;">Los sueños de Elena trataban de morir.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: trebuchet; font-size: medium;">Los sueños de Elena trataban de envejecer.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: trebuchet; font-size: medium;">Aquí no hay nadie que no haya tenido (o no vaya a tener) los sueños de Elena.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: trebuchet; font-size: medium;">Todos lo sabemos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: trebuchet; font-size: medium;">La cuestión es que Elena no lo sabía.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: trebuchet; font-size: medium;">La cuestión es que Elena se mantenía distante principalmente de ella misma, una agente clandestina que había compartimentado con tanto éxito su operación que había perdido el acceso a sus propios cortacircuitos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Me doy cuenta de que la situación de Elena es la mía».</span></div></blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><p style="text-align: justify;">La cuestión es que <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Joan%20Didion" target="_blank">Joan Didion</a> no lo sabía. La cuestión es que Joan Didion, <span style="font-family: georgia;"><i>«en algún nivel [...] ya había comprendido, porque era una persona que había nacido con miedo, que en la vida había cosas que [...] nunca tendría capacidad para controlar o dirigir». «Desde niña me habían enseñado»</i></span>, cuenta, <span style="font-family: georgia;"><i>«que, cada vez que surgían problemas, había que leer, aprender, resolver los interrogantes y acudir a la literatura especializada. La información era control».</i></span> Comenta también —en este caso en la película documental <i>El centro cederá</i> dirigida en 2017 por su sobrino político Griffin Dunne— que las novelas también tratan de cosas que da miedo no poder gestionar; que una novela es como un aviso, si puedes resolverla bien puedes evitar que eso suceda (no entrecomillo porque son notas que he tomado a vuelapluma durante el visionado del documental y no estoy segura, pues, de su textualidad). Siempre he sabido —argumenta— que si examinas algo te aterra menos</p><p style="text-align: justify;">La cuestión es que<i> aquí no hay nadie que no haya tenido (o no vaya a tener) los sueños de Elena</i>. La cuestión es que hay sueños (es que hay miedos) que, inevitablemente, en algún momento, más tarde o más temprano se harán (se hacen) realidad.</p><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></div><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«La vida cambia deprisa.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">La vida cambia en un instante.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba».</span></div></blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></div><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia;"></span></div><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«A grandes rasgos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Ahora, cuando me pongo a escribir esto, es el 4 de octubre de 2004 por la tarde.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Hace nueve meses y cinco días, sobre las nueve en punto de la noche del 30 de diciembre de 2003, mi marido, John Gregory Dunne, pareció experimentar (o experimentó), sentado a la mesa donde los dos nos disponíamos a cenar en la sala de estar de nuestro apartamento de Nueva York, un infarto masivo y repentino que le causó la muerte. Nuestra única hija, Quintana, llevaba cinco noches inconsciente en una unidad de cuidados intensivos de la División Singer del Centro Médico Beth Israel, un hospital que había por entonces en la avenida East End (cerró en agosto de 2004), conocido más habitualmente como «el Beth Israel Norte» o «el antiguo Doctors’ Hospital», donde lo que había parecido un simple caso de gripe estacional lo bastante grave como para hacerla ir a urgencias el día de Navidad por la mañana se había agravado espectacularmente hasta convertirse en neumonía y choque séptico. Este es mi intento de asimilar el período que vino a continuación: las semanas y después los meses que se llevaron por delante cualquier idea fija que yo pudiera tener de la muerte, de la enfermedad, de la probabilidad y de la suerte, tanto buena como mala; del matrimonio, los hijos y los recuerdos; del dolor y las formas en que la gente afronta y no afronta el hecho de que la vida se termina; de lo superficial que es la cordura, de la vida en sí misma».</span></div></blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia;"></span></div><p></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="float: left; margin-right: 1em; text-align: left;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhyJUAvOVPoGtqW6sg56TdfOQ3vZkdPS0hy_oUf6byd4rAEUGc8CtyOU2RUCuN52toF_JQHBvmboWYSVfonnwBoYzoI6ogQshbZnTgmu_z4CQKttL8RMJVYbj84rKlwdQzY26uShp72wtuYnqeOJvOxwYWWtLbNbniqdTkkvZheUS8Rn7rLUnhETB8i7xzu/s1698/el-ano-del-pensamiento-magico.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1698" data-original-width="996" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhyJUAvOVPoGtqW6sg56TdfOQ3vZkdPS0hy_oUf6byd4rAEUGc8CtyOU2RUCuN52toF_JQHBvmboWYSVfonnwBoYzoI6ogQshbZnTgmu_z4CQKttL8RMJVYbj84rKlwdQzY26uShp72wtuYnqeOJvOxwYWWtLbNbniqdTkkvZheUS8Rn7rLUnhETB8i7xzu/w235-h400/el-ano-del-pensamiento-magico.jpg" width="235" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"></td></tr></tbody></table><div style="text-align: left;"></div><div style="text-align: justify;">Eso que se pone a escribir Joan Didion (que se puso, pues falleció el 23 de diciembre de 2021 a los ochenta y siete años de edad) el 4 de octubre de 2004 es <i>El año del pensamiento mágico</i>. El inicio de esta entrada, en cambio, pertenece a <i>Noches azules</i>. En concreto, se trata del primer capítulo íntegro de ese libro. Breve para ser un capítulo, cierto es. Extenso para constituir una cita, lo asumo. Pero me cuesta. Me cuesta cortar. Me cuesta escindir. Me cuesta mutilar. La prosa de Didion es una noche azul interminable de la que no quiero despertar. Una noche azul que me regala la belleza de esa luz mágica que me embelesa, pero también la alerta de esa persiana crepuscular cuya amenaza se cierne sobre mi orbe particular como si fuera la sombra del filo de una guillotina.</div><p></p><p style="text-align: justify;"><i>La vida cambia deprisa.<br />La vida cambia en un instante.<br />Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba.</i><br /><strike>Te metes en la ducha y la vida que conocías se acaba.<br /></strike>Te metes en la ducha y la vida que conocías podría haberse acabado.</p><p style="text-align: justify;">Hay novelas que te preparan —pienso en ocasiones—, que, como escribí en mi reseña de la novela de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Juan%20Tall%C3%B3n" target="_blank">Juan Tallón</a> titulada <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2021/01/rewind-juan-tallon.html" target="_blank">Rewind</a></i>, «<span style="background-color: white; font-family: Lora, serif; font-size: 16px;">te arrojan un peso ajeno para que, tal vez, si algún día te llega el propio, te resulte más liviano» porque, como pensaba Joan Didion, <i>si examinas algo te aterra menos.</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="background-color: white; font-family: Lora, serif; font-size: 16px;">La cuestión es que soy una ingenua. La cuestión es que aquí no hay nadie a quien no se le hayan (no se le vayan a hacer) realidad los sueños (los miedos).</span></p><p style="text-align: justify;"><i>Leer, aprender, resolver los interrogantes y acudir a la literatura [...]. La información es control.</i> O un espejismo que nos permite pensar que mantenemos la situación bajo control.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><span style="font-family: georgia; font-size: large;">««¿Por qué siempre necesitas tener razón?», recuerdo que me decía John.<br />[...]<br />Él nunca entendió que en mi mente yo nunca tenía razón».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Una vez, cuando todavía asistía a la Westlake School for Girls, Quintana me habló de lo que al parecer ella consideraba la distribución injusta de las malas noticias. En noveno curso había vuelto a casa de unas colonias en Yosemite para enterarse de que su tío Stephen se había suicidado. En undécimo curso se había despertado en casa de Susan a las seis y media de una mañana y se había enterado de que habían asesinado a Dominique.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">—La mayoría de la gente a la que conozco en la Westlake ni siquiera conocen a nadie que haya muerto —dijo ella—, y desde que estoy aquí yo ya he tenido un asesinato y un suicidio en mi familia.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">—Al final todo se compensa —dijo John, una respuesta que a mí me dejó perpleja (¿qué quería decir?, ¿no se le había ocurrido nada mejor?), pero que a ella pareció satisfacerla.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Varios años más tarde, después de que los padres de Susan murieran los dos con un año de diferencia, Susan me preguntó si me acordaba de que John le había dicho a Quintana que al final todo se compensaba. Yo le dije que sí que me acordaba.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">—Pues tenía razón —dijo Susan—. Se ha compensado.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Recuerdo que me quedé escandalizada. A mí jamás se me había ocurrido que John hubiera querido decir que las malas noticias nos acababan alcanzando a todos por igual. O bien Susan o bien Quintana debían de haberlo entendido mal. Le expliqué a Susan que lo que John había querido decir era algo completamente distinto: había querido decir que la gente que recibe malas noticias acaba recibiendo las buenas que se merecen a cambio.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">—Eso no es lo que quise decir, para nada —dijo John.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">—Yo ya lo había entendido —dijo Susan.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">¿Acaso yo no había entendido nada?»</span></div></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Estás viviendo cosas que no te corresponden vivir a tu edad, me dijo hace años un médico. Y soy tan idiota que pienso que por haber pasado unos años malos me he merecido los últimos más tranquilos. Y soy tan idiota que creo que he conjurado el inevitable destino que nos espera a todos, que estoy exenta de él, que, si hay justicia divina, tendré una apacible vejez (cuando ni siquiera tengo asegurado el hecho de llegar a la vejez).</p><p style="text-align: justify;">Acaso la cuestión es que yo tampoco he entendido nada.</p><p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgQaFreIvP4e5Ol3knOKHsp-K-PFTD0Km4g4Psa3I8t0uohjmxEbon0iuTSQC0dcLEKWbj5sk0KhXUR9u7tNc46ie3bj4hKa-S7burc5xWol5J-ty2U2Q1lQbtrjyC0mWrp9SvfOckwwIVLbT6B-E02RpUnPBvEfmIeCB4NlFx_6DTA14xatJX-2SmaU0tq/s1698/noches-azules.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1698" data-original-width="1001" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgQaFreIvP4e5Ol3knOKHsp-K-PFTD0Km4g4Psa3I8t0uohjmxEbon0iuTSQC0dcLEKWbj5sk0KhXUR9u7tNc46ie3bj4hKa-S7burc5xWol5J-ty2U2Q1lQbtrjyC0mWrp9SvfOckwwIVLbT6B-E02RpUnPBvEfmIeCB4NlFx_6DTA14xatJX-2SmaU0tq/w236-h400/noches-azules.jpg" width="236" /></a></div><div style="text-align: justify;">La segunda cita de esta entrada, la que sigue inmediatamente a la de las noches azules, es decir, la de Elena, pertenece, en cambio, a <i>El año del pensamiento mágico</i>. Fijaos en la natural transición que se obra al leer las dos seguidas, en lo bien que ligan, que hilvanan. Entended, pues, lo indisolubles que son para mí estas dos lecturas; la, en realidad, única lectura que supone para mí la fusión de las dos. Dos libros con un fuerte componente memorialístico. Dos libros que no renuncian a cierta vertiente ensayística: Joan Didion, que reflexiona y ordena sus ideas; Joan Didion, a la que desde niña le habían dicho <i>que, cada vez que surgían problemas, había que leer, aprender, resolver los interrogantes y acudir a la literatura especializada,</i> que <i>la información era control</i>; Joan Didion, que se aferra a la ilusión de mantener el control, como si así pudiese evitar que se desmoronase lo que ya se había desmoronado, como si así pudiese impedir que se desmoronara lo que se estaba desmoronando ante sus ojos.</div><p></p><p style="text-align: justify;">La cuestión es que hay que desmoronarse para entender algo.<br /><i>La cuestión es que Elena no lo sabía.</i> La cuestión es que Elena tenía que desmoronarse para saber.<br /><i>Me doy cuenta de que la situación de Elena es la mía.</i></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«El dolor por la pérdida de un ser querido resulta ser una situación que nadie conoce hasta que llega a ella. Nos imaginamos (sabemos) que alguien cercano a nosotros podría morir, pero no nos planteamos más que los pocos días o semanas inmediatamente posteriores a esa muerte imaginada. Y hasta malinterpretamos la naturaleza de esos pocos días o semanas. Si la muerte es repentina, podemos suponer que nos quedaremos en shock. Pero no nos esperamos que ese shock sea aniquilador, que nos trastorne tanto el cuerpo como la mente. Podemos suponer que nos quedaremos postrados, inconsolables, enloquecidos por la pérdida. Pero no esperamos enloquecer literalmente, convertirnos en «mujeres muy fuertes» que están convencidas de que su marido va a regresar y le van a hacer falta sus zapatos. En la versión del dolor por la pérdida de un ser querido que nos imaginamos, el modelo es la «curación». En ella siempre prevalece cierto progreso. Los peores días serán los primeros. Nos imaginamos que el momento que nos supondrá la prueba más dura será el funeral y que después vendrá esa hipotética curación. Cuando nos imaginamos el funeral, nos preguntamos si acaso conseguiremos «superarlo», si estaremos a la altura de la situación, si mostraremos esa «fortaleza» que invariablemente se menciona como la reacción correcta a la muerte. Suponemos que tendremos que echarle agallas a ese momento: ¿seré capaz de saludar a la gente, seré capaz de salir de escena, seré capaz siquiera de vestirme ese día? No tenemos forma de saber que el problema no será ese. No tenemos forma de saber que el funeral en sí será anodino, una especie de regresión narcótica en la cual nos veremos envueltos en el cariño de los demás y en la gravedad y el sentido de la ocasión. Ni tampoco podemos conocer por anticipado (y aquí reside la diferencia esencial entre el dolor por la muerte de un ser querido tal como nos lo imaginamos y tal como es en realidad) la ausencia interminable que vendrá después, el vacío, que es justamente lo contrario del sentido, la sucesión implacable de momentos durante los cuales afrontaremos la experiencia del sinsentido mismo».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">El sinsentido mismo que experimenta Joan Didion durante el año que sigue a la muerte de su marido es ese pensamiento mágico de que este puede regresar en cualquier momento. Es ese no ser capaz de desprenderse de sus zapatos porque, si John vuelve, los va a necesitar. Ella, que asistió como protagonista al <i>Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba</i>. Ella, que llamó a emergencias. Ella, que en el hospital se escuchó diciéndole al médico: <span style="font-family: georgia;"><i>«Ha muerto, ¿verdad?»</i></span> Ella, que autorizó la autopsia sin parpadear. Ella, <span style="font-family: georgia;"><i>«la mujer fuerte».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><i>La vida cambia deprisa.<br /></i><i>La vida cambia en un instante.<br /></i>Te enjuagas la boca tras cepillarte los dientes y la vida que conocías podría haberse acabado.</p><p style="text-align: justify;">Me sorprende la frialdad con la que reacciono a ciertas situaciones como algunas que he vivido en los últimos tiempos y que afortunadamente se han quedado en inocuos sustos de los que poder reírse y hacer bromas. Como si la risa y la broma fuesen otro modo de tenerlo todo bajo control. Como si la risa y la broma actuaran como conjuros que convirtieran en inocuo lo que podría ser aviso, alerta, premonición.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Los supervivientes miran hacia atrás y ven presagios, mensajes que se perdieron».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Me acuerdo de que John y yo adoptamos puntos de vista distintos sobre lo que había sucedido en 1987. Tal como lo veía él, le habían dictado una sentencia de muerte, que permanecía temporalmente suspendida. Después de la angioplastia de 1987, a menudo me decía que ya sabía cómo iba a morir. Tal como lo veía yo, el episodio se había producido en un momento providencial, la intervención había sido un éxito, el problema se había resuelto y el mecanismo se había arreglado. No tienes más idea de cómo te vas a morir que yo o cualquiera, recuerdo que le dije. Ahora me doy cuenta de que la perspectiva más realista era la de él».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Me asusta mi frialdad.<br />Yo, <i>la mujer fuerte</i>.<br />Y una mierda.</p><p style="text-align: justify;"></p><div style="text-align: justify;"><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://www.flickr.com/photos/85546319@N04/13969478392/" target="_blank"><img border="0" data-original-height="587" data-original-width="800" height="470" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgFIBF21JtyqwwOzGiuqKFLZ0ddMQeByYKGtgiDYBKtuUKiPNgXNXS16j5OrUlhBgXcfRwZQOP0mEwSXAWM26ZCcqXIUDjwAJTU5MVZ3eIxdrzYB3-bEMdpPQJGmApK9WoPA2Q2prm5yJKkwgGrVRYA5W-qV_3Sk40KQfjHJRrmQphDuN5oWm89MN3k9Dj2/w640-h470/13969478392_dc62b6e564_c.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://www.flickr.com/photos/85546319@N04/13969478392/" target="_blank">Shoes</a>, fotografía de <a href="https://www.flickr.com/photos/85546319@N04/" target="_blank">Robert Sheie</a> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by/2.0/" target="_blank">CC BY 2.0 DEED</a></span></td></tr></tbody></table><br />Joan Didion y John Gregory Dunne estuvieron casados durante casi cuarenta años. Como escritores que eran, trabajaban en casa. Formaban un matrimonio que, en cierto modo me recuerda al que <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Joyce%20Carol%20Oates" target="_blank">Joyce Carol Oates</a> me deja entrever en su duelo particular que relata en <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2022/02/memorias-de-una-viuda-joyce-carol-oates.html" target="_blank">Memorias de una viuda</a></i>. Joan y John, pues, pasaban prácticamente veinticuatro horas al día juntos. Escribieron conjuntamente guiones de cine. No hay artículo, crónica periodística ni novela que Joan escribiera sin que se la diera a leer a John. Joan <span style="font-family: georgia;"><i>«no podía contar las veces durante un día normal y corriente en que surgía algo que [...] necesitaba contarle a John. Y este impulso no acabó con su muerte. Lo que terminó fue toda posibilidad de respuesta».</i></span> Me gusta la imagen que me regala Didion de ese matrimonio que solía ir a pasear a primera hora de la mañana por Central Park. <span style="font-family: georgia;"><i>«No siempre juntos, porque nos gustaban rutas distintas, pero teníamos en mente la ruta del otro y volvíamos a cruzarnos antes de salir del parque».</i></span> Y por supuesto que no soy tan ingenua como para creer que el formado por Didion y Dunne fuera un matrimonio idílico o perfecto, pues no creo que eso exista, pero no se me ocurre mejor definición para un matrimonio —entendiéndose uno de larga duración; de los de toda la vida, si se quiere— que el que me ofrece la autora al decir que <span style="font-family: georgia;"><i>«el matrimonio es memoria y el matrimonio es tiempo».</i></span></div><p></p><p style="text-align: justify;">El 30 de diciembre de 2003 la memoria y el tiempo de Joan Didion se fueron por el sumidero. El pensamiento mágico que durante un año sucede a ese irrevocable hecho es una desesperada entelequia, un estéril intento por taponar el contenedor de esa memoria y ese tiempo.</p><p style="text-align: justify;">El 30 de diciembre de 2003 Quintana Roo Dunne, hija de Joan Didion y John Dunne, yace inconsciente en una cama de la unidad de cuidados intensivos del Centro Médico Beth Israel. </p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«¿Cómo se convierte una «gripe» en una infección que afecta al cuerpo entero?»</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«¿Cómo ha podido pasar esto cuando todo era normal?»</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Cabría preguntarse qué es lo que entendemos por normal. Cabría atreverse a admitir que consideramos anormal lo que creemos que está destinado a los otros y que a nosotros no nos va a tocar (asumiendo la dual acepción tanto física como fortuita del verbo tocar). Pero aquí no hay nadie a quien los sueños (los miedos) no se le hayan (no se le vayan a hacer) realidad.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">En un abrir y cerrar de ojos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">O en unos ojos que ya no se abren».</span></div></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"><i>Leer, aprender, resolver los interrogantes y acudir a la literatura especializada. La información es control. </i></p><p style="text-align: justify;">En una de esas lecturas especializadas Didion lee que una de las situaciones en las que puede darse un duelo con complicaciones o patológico <span style="font-family: georgia;"><i>«es aquella en que el proceso del duelo es interrumpido por «factores circunstanciales», como por ejemplo «la postergación del funeral» o bien «una enfermedad o una segunda muerte en la familia»».</i></span></p><p style="text-align: justify;"></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«John había puesto un tornado en su novela <i>Nothing Lost</i>. Yo me acordé de que había leído las últimas galeradas en la habitación de Quintana en el Presbyterian y había llorado al llegar al pasaje del tornado. Los protagonistas, J. J. McClure y Teresa Kean, ven el tornado «muy a lo lejos, negro primero y después lechoso al darle el sol, moviéndose como una enorme serpiente vertical y reticulada». J. J. le dice a Teresa que no se preocupe, que aquella zona ya había sufrido un tornado, y que los tornados nunca pasan dos veces por el mismo sitio.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: trebuchet; font-size: medium;">Por fin el tornado perdió fuerza sin causar incidentes nada más cruzar la frontera de Wyoming. Aquella noche en el Step Right Inn, en el cruce entre Higginson y Higgins, Teresa le preguntó si era verdad que los tornados nunca pasaban dos veces por el mismo sitio. «Pues no lo sé —dijo J. J.—. Me ha parecido lógico. Igual que los relámpagos. Y tú estabas preocupada. No quería verte preocupada». Era lo más parecido a una declaración de amor que J. J. era capaz de hacer».</span></div></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Escucho a Joan Didion en <i>El centro cederá</i> decir de John que estaba entre el mundo y ella, que era su deflector.</p><p style="text-align: justify;">¿Cómo se sobrelleva tal sucesión de tornados? ¿Cómo se sobrevive a dos tornados superpuestos de tal magnitud como los que pasaron por Joan Didion?</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia;"><i>«Únicamente los supervivientes de una muerte se quedan solos de verdad».</i></span> Territorios devastados por tornados.</p><p style="text-align: justify;">La muerte no le sucede a quien muere. La muerte acontece para el que se queda.</p><p style="text-align: justify;">La estancia de Quintana en el Beth Israel a finales de 2003 y principios de 2004 fue <span style="font-family: georgia;"><i>«la primera de una cascada de crisis médicas que terminaría con su muerte veinte meses más tarde. Veinte meses durante los cuales ella tal vez solo tuvo fuerzas suficientes para caminar por sí misma durante un mes en total».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Quintana muere en 2005. La editora de Didion comenta en <i>El centro cederá que</i> cuando la escritora le entrega <i>El año del pensamiento mágico</i> Quintana ya había muerto. Nada, sin embargo, se dice en ese libro de su muerte.</p><p style="text-align: justify;">¿Cómo se sobrevive a la muerte de un hijo?</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://www.flickr.com/photos/photosbylanty/29689446774/" target="_blank"><img border="0" data-original-height="533" data-original-width="799" height="426" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg-ri5hZc7s_OvRPg0fkyp4BMMrSDnPOEC18cir0m7tPlHSTRlyQs4JnCCpNagXTFD6YO5yruAr8g5hnktej4VHokRp_AMJhyphenhyphenJaz2E0Z-uMEe0Xf8CSsrm6o7nJgwBjl-miOLBi4iPFQmQzT5yQu3mBD22V6qE6ukEm9PsAxllrPCKtYVxFBmRd3oNGxzW-/w640-h426/29689446774_27e2142c4d_c.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://www.flickr.com/photos/photosbylanty/29689446774/" target="_blank">Christian Louboutin wedding shoes</a>, fotografía de <a href="https://www.flickr.com/photos/photosbylanty/" target="_blank">Photos by Lanty</a> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by/2.0/" target="_blank">CC BY 2.0 DEED</a></span></td></tr></tbody></table><br /><p></p><div style="text-align: justify;">Nada cuenta Joan Didion de la muerte de Quintana en <i>El año del pensamiento mágico</i>. Sí que habla en él bastante de ella, así como de sus estancias hospitalarias. Tal vez, aunque aún no hubiera dado el libro a leer a su editora, para cuando falleció su hija ya lo hubiera terminado. No lo sé. Lo desconozco. Lo que sí sé es que transcurren cinco años entre la muerte de Quintana y la redacción de <i>Noches azules</i>, y, sin embargo, tampoco en ese libro parece que Didion hable (o al menos directamente, o tan directamente como lo hace de la muerte de John) de su muerte. <i>El año del pensamiento mágico</i>, escrito en el año que siguió a la muerte del marido, se centra más en el duelo; <i>Noches azules</i>, en la maternidad, la rememoración de la Quintana niña y la asunción del envejecimiento. Y, sin embargo y como ya he dicho, ambos comparten cadencia, ambos son afluentes uno del otro.</div><p></p><p style="text-align: justify;">¿Cómo se sobrevive a la muerte de un hijo?</p><p style="text-align: justify;">Como no soy madre, estoy exonerada de verme en la tesitura de tener que responder a esa pregunta. No la temo y, por lo tanto, no la sueño.</p><p style="text-align: justify;">No he vivido nunca un duelo. No, al menos, como el que (como los que) vivió Didion. He perdido abuelos. He perdido abuelas. He perdido un perro con una muerte que, además, me pareció cruel e injusta (habrá quien no entienda que saque aquí a colación un perro, pero me da igual). He <span style="font-family: georgia;"><i>«pasado por el dolor, pero no por el duelo. El dolor era algo pasivo. El dolor era algo que te pasaba. Pero el duelo, el acto de lidiar con el dolor, requería atención».</i></span></p><p style="text-align: justify;">No he lidiado aún con el duelo, pero bien sé ya que aquí no hay nadie que no haya tenido (o no vaya a tener) los sueños de Elena. Aunque de algunos sueños (de algunos miedos) algunos nos libramos.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«En cuanto nació ella, ya nunca dejé de tener miedo».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Joan Didion, <i>la mujer fuerte</i>, dixit.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Ella, o por lo menos eso había imaginado yo, pertenecía a nuestra vida «privada». También me había imaginado que nuestra vida «privada» era algo aparte, dulce y sin contaminar».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Quintana Roo fue ese <i>bebé precioso</i> que Joan Didion y John Dunne fueron a recoger el 3 de marzo de 1966 al Saint John’s Hospital de Santa Mónica. Quintana Roo fue esa hermosa niña que nos mira cariacontecida desde la imagen de cubierta de <i>Noches azules</i>. Miradla. Parece adorable. Dan ganas de llevársela a casa. Una niñita perfecta para una vida de ensueño. La de los Dunne a muchos podría parecerles una vida de cine. De hotel en hotel y de proyecto en proyecto con su niñita perfecta. Parientes y amigos que eran personalidades dentro del mundo del cine que se dejaban caer por las diferentes casas que habitaron. Más bebidas alcohólicas de lo aconsejable, según recuerda a posteriori Didion en estos libros, aunque por entonces no fuera consciente de que <span style="font-family: georgia;"><i>«todos bebíamos más de la cuenta».</i></span> Alguna fiesta que, como cuenta en <i>El centro cederá</i>, se desmandó. La criada hispana que solo hablaba español. Los dos vestidos de bautizo de Quintana y los sesenta vestidos que la preciosa bebita que era recibió de amigos y familiares como regalo de bienvenida. Esa infancia privilegiada y tan poco normal que se podría pensar tuvo Quintana.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Lo de «privilegiada» ya es harina de otro costal.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Lo de «privilegiada» es un juicio.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Lo de «privilegiada» es una opinión.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Lo de «privilegiada» es una acusación».</span></div></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Tampoco voy a entrar en el tema de si tuvo una infancia «normal», aunque no estoy completamente segura de que alguien la tenga».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Escucho sobre aquellos años en <i>El centro cederá</i> a una Joan Didion confesando sentirse radicalmente separada de la mayoría de ideas que parecían interesar a otras personas, diciendo que ha perdido la poca fe en el contrato social. Sé por esa misma película documental sobre su vida de la Didion periodista que escribió un vanagloriado ensayo sobre los hippies, de la que viajó convencida a un El Salvador en guerra, de la que escribió un reputado artículo sobre el mismo caso en el que se basa la magnífica miniserie <i>Así nos ven</i> (también, al igual que <i>El centro cederá</i>, disponible en Netflix).</p><p style="text-align: justify;">Quintana Roo fue esa preciosa niña que escribió un poema escolar titulado <i>El mundo</i> que comienza así: <span style="font-family: georgia;"><i>«En el mundo / no hay más / que mañana / y noche / no hay / día ni almuerzo / o sea que este mundo / es pobre y desértido».</i></span> La misma que también de niña escribió en Malibú otro poema sobre los vientos de Santa Ana que una de sus primas leerá en su funeral y que reza de esta manera: <span style="font-family: georgia;"><i>«Los jardines han muerto / Nadie da de comer a los animales / Las flores no huelen / El pozo está seco / Las carreras de la gente se hunden / El cerebro se revuelve en el cráneo / La gente balbucea mientras las hojas crujen / Las cenizas vuelan».</i></span> Esa en la que su madre observará años más tarde en su rostro, al contemplar fotografías antiguas, <span style="font-family: georgia;"><i>«las asombrosas profundidades y bajíos de sus expresiones, sus vertiginosos cambios de estado de ánimo».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«¿Cómo pude no ver algo que estaba allí tan claramente?»</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«No conozco a muchas personas que crean haber sido buenos padres».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://digital.library.ucla.edu/catalog/ark:/21198/zz0002w3wq" target="_blank"><img border="0" data-original-height="509" data-original-width="512" height="636" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgXuFnI1uS38PReQdIWM1Sl9mW6KymxkvoESHj6kj4XH44P1x-QVpFRAksu0cBZn1sxZw8_z20doVlCzuc3YN9lq9qX12Q3KYNMe6-vO8J2H6_pikxCi9p9gh2fE1dsH77hdElWTR60AP6Lq5C2vM39g4UapCq1ZnYqbKnQYOtI1yJskqv8UsOLPm8eI3Pw/w640-h636/Didion1970.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://digital.library.ucla.edu/catalog/ark:/21198/zz0002w3wq" target="_blank">Joan Didion en 1970</a>, fotografía de <a href="https://digital.library.ucla.edu/catalog?f%5Bphotographer_sim%5D%5B%5D=Ballard%2C+Kathleen&sort=title_alpha_numeric_ssort+asc" target="_blank">Kathleen Ballard</a> para <i><a href="https://digital.library.ucla.edu/catalog?f%5Bmember_of_collections_ssim%5D%5B%5D=Los+Angeles+Times+Photographic+Collection&sort=title_alpha_numeric_ssort+asc" target="_blank">Los Angeles Times</a></i> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/" target="_blank">CC BY 4.0 DEED</a></span></td></tr></tbody></table><br />«Hoy me encuentro a mí misma hojeando por primera vez un diario que ella escribió en primavera de 1984, un ejercicio para la clase de lengua y literatura de su último curso en la Westlake School for Girls. «He tenido una revelación emocionante mientras estudiaba un poema de Keats —empieza un volumen del diario, en una página con fecha del 7 de marzo de 1984, la entrada número 117 desde que empezó a escribir su diario en septiembre de 1983—. En el poema “Endimión” hay un verso que parece referir el miedo que le tengo actualmente a la vida: “Adentrarse en la nada”.»</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">La entrada del 7 de marzo de 1984 sigue con un análisis de Jean-Paul Sartre y Martin Heidegger y sus respectivas nociones del abismo, pero yo dejo de seguir el argumento: de forma automática, sin pensarlo, atrozmente, como si ella todavía estuviera asistiendo a la Westlake School y me hubiera pedido que le echara un vistazo a su ejercicio, se lo estoy corrigiendo».</span></div></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Pienso en la primera historia que escribió Joan Didion siendo aún una niña. Lo hizo en un cuaderno que le regaló su madre. Lo cuenta casi al principio de <i>El centro cederá</i>. Es la historia de una mujer que cree congelarse en el hielo pero se despierta en un desierto y muere a causa del calor.</p><p style="text-align: justify;">Pienso en John Gregory Dunne leyendo y corrigiendo la primera columna que escribió su esposa para la revista <i>Life</i> —como durante cuarenta años leyó y corrigió todo lo que ella escribió—. Era un texto de presentación para los lectores de esa publicación. <span style="font-family: georgia;"><i>«Por entonces me parecieron ochocientas palabras perfectamente anodinas y del género encargado, y sin embargo al final del segundo párrafo había una línea tan fuera de lugar en el típico modo de presentarse a uno mismo en Life que perfectamente podría haber sido fruto de una abducción extraterrestre: «En lugar de pedir el divorcio estamos en esta isla en medio del Pacífico».</i></span> Pienso en esa frase fuera de lugar dentro de ese anodino texto. En John en Nueva York —a donde la pareja fue al cabo de una semana— siendo por muchos interpelado con un <span style="font-family: georgia;"><i>««¿Tú sabías que estaba escribiendo eso?» ¿Si sabía él que yo estaba escribiendo aquello? Él lo había corregido. Él se había llevado a Quintana al zoo de Honolulú para que yo pudiera reescribirlo. Él me había llevado en coche a la oficina que tenía la Western Union en el centro de Honolulú para que lo pudiera mandar. En la oficina de la Western Union él había escrito SALUDOS, DIDION al final del texto. Era lo que se escribía siempre al final de los telegramas, me dijo. ¿Por qué?, le pregunté yo. Pues porque sí, me dijo él».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Así manteníamos nuestra vida «privada» separada de nuestra vida «profesional»».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Joan Didion afirma ser una persona que había nacido con miedo. Quintana, desde que tuvo uso de razón, sintió cerniéndose sobre ella la afilada sombra del abandono. </p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«La adopción, tal como yo iba a descubrir, aunque no de inmediato, es algo que cuesta de gestionar bien.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">En tanto que concepto, incluso la que por entonces era la explicación más ampliamente aprobada suponía una mala noticia: si alguien te «elegía», ¿qué significaba eso para ti?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">¿Acaso no significaba que estabas disponible para ser elegido?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">¿Acaso no significaba, a fin de cuentas, que en el mundo solo había dos personas?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">¿La que te «elegía»?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">¿Y la que no?»</span></div></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">La vejez, la fragilidad, la dependencia, la asunción de la inseguridad que provoca un cuerpo traidor es algo que cuesta de gestionar bien. De eso también habla Joan Didion en estos dos libros.</p><p style="text-align: justify;"><i>Los sueños de Elena trataban de morir.<br />Los sueños de Elena trataban de envejecer.<br />La cuestión es que Elena no lo sabía.</i><br />La cuestión es que Joan Didion ya lo sabe.<br />La cuestión es que los sueños están aquí y ya no hay transición que valga entre el sueño y la vigilia.</p><p style="text-align: justify;">Contemplo a Joan Didion en <i>El centro cederá</i>. Observo la extrema delgadez de un cuerpo que, como la crepitación que reverbera del crepúsculo que son esas noches azules preludio de muerte y oscuridad, como la representación de esa imagen de persianas que caen y se cierran, parece a punto de quebrarse. La danza incoreógrafa (perdón por la invención del palabrejo) que orquestan sus brazos me embelesa. Hay una expresividad inaudita, teniendo en cuenta la llamativa por menuda osamenta de la que esta se desprende, que inunda la pantalla y que me rapta. Detecto, además, picardía en su mirada. Aún la veo. Pienso en Joan Didion y veo a una mujer joven y bella con cierta áurea de melancolía. Pienso en Joan Didion y veo a una mujer vieja de ojos pícaros. Y me cuesta asumir que ya no está. Me cuesta asumir que ya no es.</p><p style="text-align: justify;"><i>Desde niña me habían enseñado que, cada vez que surgían problemas, había que leer, aprender, resolver los interrogantes y acudir a la literatura especializada. La información era control.</i></p><p style="text-align: justify;">No es a la literatura especializada a la que acude Didion en primer lugar cuando muere su marido. Si recurre a ella es porque apenas encuentra literatura sin especializar al respecto. <span style="font-family: georgia;"><i>«Teniendo en cuenta que el dolor por la muerte de un ser querido sigue siendo la más general de las aflicciones</i></span> [(que <i>aquí no hay nadie que no haya tenido (o no vaya a tener) los sueños de Elena</i>)],<span style="font-family: georgia;"><i> me sorprendió encontrar tan poca literatura al respecto»</i></span>, comenta. Ahora, además de esa poca literatura que menciona, la tenemos a ella, a Joan Didion. Y, adelantándome a lo que podáis objetar aquellos de vosotros que no gustéis de lecturas de esas que sospecháis os pueden doler, añado que hay escritora más allá de la Joan Didion temerosa y doliente. Lo comprobé con <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2020/03/rio-revuelto-joan-didion.html" target="_blank">Río revuelto</a></i> y pienso seguir reafirmándolo con otros libros suyos que quiero leer, uno de tantos infinitos planes lectores que hago con la osadía y la falsa sensación de seguridad de quien aún siente lejana la cuestión de los sueños de Elena.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«<i>El tiempo pasa.</i></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">¿Es posible que yo jamás me lo hubiera creído?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">¿Acaso me creía que las noches azules podían durar para siempre?»</span></div></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Sigo creyendo que las emergencias les suceden a los demás.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Digo que lo sigo creyendo, pero sé que no es verdad».</span></div></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Conozco la fragilidad y conozco el miedo».</span></blockquote><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgcfnK69Nc3092YQe9CXfFepFJ9f4AykjGJTE1qt99JAxhoUv7QtiRSWevry4zimw_saBBwAxDwsz0ihh0qW6D4AQdbYhJMEEqyHrkgokCjtznuiDf48LWeyaO1qgA8s1MEMPnebRN1r5b6DK5TLBZq18gftkyVVfMWYYr4uYy5wHSsTLCr94fWWBKQuN_m/s1384/Videoframe_20231113_211716_com.huawei.himovie.overseas.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1384" data-original-width="1080" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgcfnK69Nc3092YQe9CXfFepFJ9f4AykjGJTE1qt99JAxhoUv7QtiRSWevry4zimw_saBBwAxDwsz0ihh0qW6D4AQdbYhJMEEqyHrkgokCjtznuiDf48LWeyaO1qgA8s1MEMPnebRN1r5b6DK5TLBZq18gftkyVVfMWYYr4uYy5wHSsTLCr94fWWBKQuN_m/s16000/Videoframe_20231113_211716_com.huawei.himovie.overseas.jpg" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;">Noche azul sobre el Cantábrico, fotograma de vídeo propio grabado en 2021 desde el paseo de la playa de San Lorenzo de Gijón </span></td></tr></tbody></table><br /><br /><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><span style="font-family: courier;"><u>Ficha de los libros:</u></span><div><span style="font-family: courier;">Títulos: <a href="https://www.penguinlibros.com/es/biografias/36831-libro-el-ano-del-pensamiento-magico-9788439729075" target="_blank">El año del pensamiento mágico</a> / <a href="https://www.penguinlibros.com/es/biografias/37186-libro-noches-azules-9788439736585" target="_blank">Noches azules</a></span></div><div><span style="font-family: courier;">Autora: <a href="https://www.penguinlibros.com/es/1359-joan-didion" target="_blank">Joan Didion</a></span></div><div><span style="font-family: courier;">Traductor: Javier Calvo Perales</span></div><div><span style="font-family: courier;">Editorial: Literatura Random House</span></div><div><span style="font-family: courier;">Año de publicación: 2015 (2005) / 2019 (2011)</span></div><div><span style="font-family: courier;">Nº de páginas: 192 / 160</span></div><div><span style="font-family: courier;">ISBN: <span style="background-color: white;">978-84-397-2907-5 / </span><span style="background-color: white;">978-84-397-2633-3</span></span></div><div><span style="background-color: white;"><span style="font-family: courier;">Comienza a leer <a href="https://www.penguinlibros.com/es/biografias/36831-libro-el-ano-del-pensamiento-magico-9788439729075/fragmento" target="_blank">aquí</a> y <a href="https://www.penguinlibros.com/es/biografias/37186-libro-noches-azules-9788439736585/fragmento" target="_blank">aquí</a></span></span></div><div><span style="font-family: inherit;"><span style="background-color: white;"><br /></span></span></div><div><span style="font-family: inherit;"><span style="background-color: white;"><br /></span></span></div><div><span style="font-family: inherit;"><span style="background-color: white;"><br /></span></span></div><div><span style="font-family: inherit;"><span style="background-color: white;"><br /></span></span></div><div><span style="font-family: inherit;"><span style="background-color: white;"><br /></span></span></div><div><span style="font-family: inherit;"><span style="background-color: white;">Si te ha gustado...</span></span></div><div><span style="font-family: inherit;"><span style="background-color: white;">¿Compartes?</span></span></div><div><span style="font-family: inherit;"><span style="background-color: white;"> ↓</span></span></div></div>Lorena Álvarez Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/12912455925584013270noreply@blogger.com10tag:blogger.com,1999:blog-3756166230240849946.post-23417669156145022112023-11-13T08:00:00.002+01:002023-11-13T12:26:06.182+01:00Una trilogía palestina - Gasán Kanafani<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«El sol estaba en el cénit y dibujaba, en el cielo del desierto, una blanca cúpula de fuego. La estela de polvo reverberaba bajo aquella luz intensa y deslumbraba la vista. Contaban que fulano no había vuelto de Kuwait. Había muerto allí de una insolación. Cavaba la tierra con la azada cuando cayó desplomado al suelo. ¿Y qué? Lo había matado una insolación. Que lo entierren aquí o allí… Eso fue todo, una insolación. ¿No era genial el que había inventado aquella expresión? Como si de aquella inmensidad surgiera un gigante misterioso que azotara sus cabezas con un látigo de fuego y alquitrán ardiendo. ¿Pero cómo iba el sol a matarlos así y a matar todo el ímpetu que encerraban sus pechos?»</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Nos aclara en nota a pie de página María Rosa de Madariaga, traductora y encargada de la edición del libro que os traigo hoy, que en árabe, al igual que en inglés o en francés, insolación se dice literalmente golpe de calor. Es a esa expresión a la que hace referencia la cita anterior. Es ese golpe el que azota al pueblo palestino. Es un golpe que lleva tantos años oprimiendo que no se siente como tal. No había —por la fecha en la que se escribió el fragmento sobre estas líneas— acción y reacción, pues; solo el letargo al que conduce ese calor despiadado, inmisericorde e inclemente que procede del astro que aún reina sobre tierras palestinas y que mata en vida al abrasar todo el ímpetu de un pueblo conduciéndolo así a la humillación.</p><p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgSfLSrJMG0VXWXo5EiG823ZUovoKPtNgzX8dm5rJmdlWuGuDf4ebWr1gQ1tW2trbi3NpxxDrSpO4TplFz3qqgcV0YmIdzrWjhha9G65tfBG2jJ3RwZ-W4uKOvvnr9WZ2xu54R0HM6rhcS48949FHbzr2amlEovKNMf8zN3H5UptesmXQ6b2KaJd0LV9hcg/s589/Una%20trilog%C3%ADa%20palestina.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="589" data-original-width="403" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgSfLSrJMG0VXWXo5EiG823ZUovoKPtNgzX8dm5rJmdlWuGuDf4ebWr1gQ1tW2trbi3NpxxDrSpO4TplFz3qqgcV0YmIdzrWjhha9G65tfBG2jJ3RwZ-W4uKOvvnr9WZ2xu54R0HM6rhcS48949FHbzr2amlEovKNMf8zN3H5UptesmXQ6b2KaJd0LV9hcg/w274-h400/Una%20trilog%C3%ADa%20palestina.jpg" width="274" /></a></div><div style="text-align: justify;">El sol es testigo, enemigo y cómplice en las tres narraciones que componen la lectura que os traigo hoy. No solo en <i>Hombres en el sol (1963)</i>, novela de la cual procede la cita inaugural de esta entrada y en la que la sed y los nocivos efectos del calor son físicamente palpables, sino también en <i>Lo que os queda</i> (1966), en la que el sol se alza sobre un desierto que es como un ser vivo, así como en <i>Um Saad</i> (1969), historia que comienza una mañana triste en la que <span style="font-family: georgia;"><i>«el sol brillaba como una bola de fuego incandescente suspendida en la cúpula del espacio»</i></span> y en la que —según leo a continuación— <span style="font-family: georgia;"><i>«nos replegábamos en nosotros mismos como banderas arriadas».</i></span></div><p></p><p style="text-align: justify;">Gasán Kanafani (1936-1972) —recurro a la misma grafía para su nombre utilizada por <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Hoja%20de%20Lata" target="_blank">Hoja de Lata</a> para la presente edición— no se replegó. Por ello, quien sufriera de niño el exilio y de adulto se convirtiera en periodista y escritor, así como en cofundador del Frente Popular para la Liberación Palestina, murió asesinado con tan solo treinta y seis años en un atentado con coche bomba perpetrado por los servicios secretos israelíes. Gasán Kanafani luchó con el arma que era su pluma por que su pueblo no se replegara. Por ello, su contribución a la literatura se vio enriquecida por su experiencia vital como palestino y por sus convicciones políticas, pero también, en cierta medida, replegada.</p><p style="text-align: justify;">No sé cómo describiros la prosa de Kanafani. Hay algo tosco en ella. Algo primitivo, quizás. Tal vez una extrañeza cultural, un código diferente al conocido que me deja una sensación parecida a la de cuando intuyes que te están contando un chiste pero no lo pillas. Y aun así, todo es fácilmente comprensible en lo que comienzo a leer. No hay doblez. No hay equívoco en el camino. Hay en el chiste (siento lo inoportuno y desacertado de la comparación, pero no se me ocurre otra mejor) cierta ingenuidad infantil. Sin embargo, ese terreno abrasado por el sol que es la prosa del escritor palestino es una tierra fértil. El agua cristalina de los ríos de sus palabras abre surcos en la aridez y riega los brotes verdes que salpimientan su narración. Las joyas preciosas de las imágenes que crea con su poeticidad dejan una estela de brillo en un terreno desértico compuesto con material de calidad pero al que las circunstancias y los factores externos no le permitieron crecer y desarrollarse. </p><p style="text-align: justify;">La propia de Madariaga considera desigual la producción literaria del autor y advierte en su obra cierta improvisación e inmadurez. <span style="font-family: georgia;"><i>«¿Qué habría dado de sí Kanafani si su vida no se hubiera visto truncada a los treinta y seis años?»</i></span> —se pregunta la traductora—. <span style="font-family: georgia;"><i>«Es difícil saberlo»</i></span> —se responde a sí misma—, <span style="font-family: georgia;"><i>«pero su extraordinaria capacidad creadora, sus grandes dotes narrativas, sus múltiples intuiciones y aciertos, sus bellas metáforas, extrañas y originales»</i></span> —continúa—, esas <span style="font-family: georgia;"><i>«metáforas audaces, originales, totalmente nuevas en la literatura árabe»</i></span> —añade más adelante—, con las que, <span style="font-family: georgia;"><i>«a diferencia de muchos autores con tendencia a utilizar la imagen convencional, manoseada, Kanafani crea nuevas imágenes, las fuerza al extremo, lo que hace a veces difícil encontrar su equivalente en otro idioma» «permiten pensar que su escritura se habría perfeccionado, habría madurado y evolucionado a formas de expresión más depuradas. Porque hay un hecho innegable: Kanafani tenía verdadera madera de escritor»</i></span> —concluye la traductora su exposición inicial—, algo con lo que estoy absolutamente de acuerdo. Aun así, no creo que esas contradicciones que se dan en la valoración global de su obra sean debidas a la falta de tiempo sino, más bien, al espacio que le tocó habitar. Pienso ahora en el espacio que es ese desierto con voz propia y en el tiempo que marca ese reloj de pared que recuerda un ataúd en <i>Lo que os queda</i>.</p><p style="text-align: justify;">Quiero destacar esta segunda novela de esta <i>Una trilogía palestina</i>, título bajo el que la editorial Hoja de Lata decidió en 2015 reeditar estas tres novelas cortas de Gasán Kanafani manteniendo la traducción original al español de de Madariaga de 1991, así como el estudio de esta sobre el autor palestino, a los que añade tan solo un prólogo, también a cargo de la traductora, para actualizar y refrescar los acontecimientos en el eterno conflicto israelí-palestino en los veinticuatro años que han mediado entre ambas ediciones.</p><p style="text-align: justify;">Si <i>Hombres en el sol</i> narra la historia de tres hombres de diferentes generaciones que intentan cruzar desde Basora a Kuwait en el interior de un camión cisterna y <i>Um Saad</i> debe su título al nombre de una mujer <span style="font-family: georgia;"><i>«más sólida que una roca. Más tenaz que la tenacidad misma»</i></span>, <i>Lo que os queda</i> relata los destinos divergentes de dos hermanos —hombre y mujer— que, por el inmenso talento narrativo de Gasán Kanafani, se desarrollan en una simbiótica fusión y terminan en una maravillosa convergencia. Si los personajes de la primera y tercera novela de este libro parecen en ocasiones supeditarse al mensaje que quiere transmitir su autor, los sentimientos y pensamientos de los dos protagonistas de la segunda de ellas, lejos de permanecer encorsetados, fluyen y se derraman hasta empapar al lector. Si en <i>Hombres en el sol</i> nos encontramos con una progresión lineal y tradicional en la trama y <i>Um Saad</i>, más que una novela en sí, es la plasmación de varios encuentros y conversaciones entre la mujer del título y el autor, <i>Lo que os queda supone</i> literariamente, por su mayor elaboración, originalidad y complejidad estilística, un gran paso más allá. Si las otras dos las he leído con interés, tanto por el contexto en el que se desarrollan como por esos destellos que son las virutas que se desprenden de la madera de escritor que había en Kanafani, esta que tanto alabo, sin necesidad de compararla con el resto de la obra de su autor o de encuadrarla dentro de la literatura árabe o de cualquier otra procedencia, es decir, por sí sola, me ha parecido una auténtica joyita. <i>Lo que os queda</i> se me antoja el diamante en bruto de un escritor que renunció a pulirse porque fue palestino antes que escritor, porque sacrificó la patria de la literatura para reivindicar aquella otra que le habían arrebatado.</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Shatt_Al_Arab.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="341" data-original-width="512" height="426" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEinWJ_HySNQIJSJ8wANrijQeG4f4_X03O7eB_CEqNBkzQhCWQxCCfLxnr5PXlgarlif-i3bDbypItn88cN9JVWnsET9mDk3wJLJG6LCKXNm5RVzrjMvJLJl5UndTQsNJCrNHyV8wo4o0bM9Em84b1FIMQwCfe0sCrBqphuDSKiCrvc95sjGsKgJQDi0Fnou/w640-h426/Shatt_Al_Arab.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Shatt_Al_Arab.jpg" target="_blank">Shatt Al Arab</a>, fotografía de Mohammed Abdul Hussein bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0/deed.en" target="_blank">CC BY-SA 4.0 DEED</a><br /></span><br /><span style="font-family: verdana; font-size: x-small;">«Al otro lado del Chott, tan solo al otro lado, se encuentra todo lo que te quitaron. [...].<br />Lo que viviste con la imaginación, como en un sueño, existe allí…»<br /><i>Hombres en el sol</i></span><br /></td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;">Gasán Kanafani fue un buen conocedor de la literatura occidental. En su análisis sobre el autor María Rosa de Madariaga argumenta que <i>Lo que os queda</i> tiene influencias de escritores como James Joyce, Marcel Proust y, especialmente, <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/William%20Faulkner" target="_blank">William Faulkner</a>. De hecho, llega a comparar la novela del palestino con <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2023/08/el-ruido-y-la-furia-william-faulkner.html" target="_blank">El ruido y la furia</a></i> (comparación que entiendo, pues ambas tienen elementos comunes, si bien, a su vez, son muy diferentes, así como la de Kanafani mucho más fácil de descifrar). Cuenta la traductora en ese análisis que el estilo utilizado por Kanafani en esta novela era nuevo en la literatura árabe y no fue, por tanto, del todo bien acogido. El mismo autor manifestó en una entrevista sus dudas al respecto al preguntarse: <span style="font-family: georgia;"><i>«¿Para quién escribo? De los lectores árabes, solo una minoría podrá comprender esta novela. ¿Escribo para que un crítico diga en una revista cualquiera que he escrito una novela excelente, o escribo para llegar a la gente?»</i></span> Y es que —tal y como explica de Madariaga— <span style="font-family: georgia;"><i>«por tratarse de un estilo difícil, intrincado y, por tanto, no accesible a todas las categorías de lectores árabes, la mayoría no habituados a un lenguaje narrativo ajeno a su tradición literaria, Kanafani temía que la realidad expresada en esta novela y el mensaje que encerraba solo fueran comprendidos por una minoría intelectual».</i></span> Probablemente fuera por ello por lo que Kanafani volviese en <i>Um Saad</i> al que se conoce como estilo realista.</div><p></p><p style="text-align: justify;">También advierte la traductora de que <span style="font-family: georgia;"><i>«sería pecar de eurocentrismo o de «colonialismo literario» condenar un estilo que, si bien para muchos estaba ya superado en Occidente, seguía o sigue siendo válido para los escritores de otras sociedades. Este estilo corresponde a una etapa histórica determinada que no coincide necesariamente con la de Occidente. En la actualidad</i></span> [recordemos que esto está escrito en 1991]<span style="font-family: georgia;"><i>, muchos autores del Tercer Mundo han evolucionado hacia otras formas de expresión y superado el realismo puro, que aparece con frecuencia diluido y asociado a otros estilos, ya sea su origen occidental o bien inspirados en las respectivas tradiciones literarias nacionales. Quizá Kanafani habría seguido también la vía de muchos de estos novelistas. Su muerte prematura nos impide saber cómo habría evolucionado su escritura».</i></span> Y mi subjetividad de lectora europea que lee a este escritor árabe más de medio siglo después de que este escribiera estas novelas me impide aparcar ese colonialismo literario del que me han advertido. ¿Para quién escribo?, se preguntó el escritor palestino. Me gustaría responderle que un escritor no debería escribir ni para recibir el elogio de la crítica ni para ser comprendido por los lectores; me gustaría decirle que un escritor debería escribir para sí mismo, pero, como vuelve a advertirme María Rosa de Madariaga, <span style="font-family: georgia;"><i>«hay momentos históricos, situaciones límite, en los que el escritor no puede aislarse en su torre de marfil y permanecer indiferente a lo que le rodea. Su deber de intelectual es testimoniar».</i></span></p><p style="text-align: justify;">¿Para quién testimonió, pues, Gasán Kanafani? La renuncia a sus influencias más evidentes de la literatura occidental hace sospechar que sus letras no apelaban a la sensibilidad de la comunidad internacional. La lectura de estas tres novelas no deja lugar a dudas de que empuñó la pluma con la esperanza de hacer despertar a sus compatriotas del letargo de humillación y resignación en que malvivían sumidos. Um Saad, en su novela homónima, insta al autor en más de una ocasión a que él que ha estudiado, él que sabe escribir, él que tiene las palabras escriba ese sentir que comparte con ella mientras que ella misma no puede evitar alegrarse de que sean otras armas diferentes a la pluma las que por fin se están empuñando. Es la orgullosa madre de un <i>feday</i> (fedayín, como me ilustra una vez más María Rosa de Madariaga, <span style="font-family: georgia;"><i>«corresponde, en realidad, al plural de la palabra árabe, a partir de la cual se ha formado un nuevo plural en español, fedayines, participio activo de la raíz verbal </i>fadaa<i>, «rescatar, redimir» (con su sangre) o «sacrificarse» y que significa, pues, «el que rescata, el que redime, el que sacrifica su vida»»</i></span>) y para ella, para Um Saad, <span style="font-family: georgia;"><i>«el fusil es como el sarampión, contagioso. Entre nosotros, en la aldea, cuando un niño había tenido el sarampión, decíamos que era como si empezara a vivir y que ya quedaba bien «armado»».</i></span> Es alzándose en armas —se puede desprender de lo anterior— como el pueblo palestino puede volver a la vida y recobrar, por tanto, su dignidad. <span style="font-family: georgia;"><i>«Quizá fuera mejor que pasaras el resto de tu vida ahí de rodillas, prosternado con la frente en el suelo y el cuerpo carcomido por la vergüenza, como por la roña, esperando que una patada te enderezara. Pero lo que aquí buscas es la mirada de Salem, que sigue removiéndote las entrañas, esa mirada de adiós a tu vergüenza eterna. Eso es lo que aquí buscas»</i></span>, leo en <i>Lo que os queda</i>. Lo que Gasán Kanafani buscaba —no puedo evitar pensar— es que que sus compatriotas buscaran precisamente eso al leerlo.</p><p style="text-align: justify;">Si en el estilo narrativo del escritor árabe se detecta durante la lectura de estas tres novelas una evolución sucedida de una involución, en cuanto a su contenido político no puede negarse una progresión. Del silencio mortífero de <i>Hombres en el sol</i> pasamos al grito que es <i>Lo que os queda</i>. Asistimos, pues, a una toma de conciencia del pueblo palestino con su situación que fructifica en la acción que brota de la ira. Sin embargo, en esta segunda novela esa acción sucede de manera aislada al manifestarse de forma individual. No es hasta <i>Um Saad</i> que el autor plasma cómo el movimiento colectivo permite la irrupción de brotes de esperanza en los yermos campos de refugiados. Asimismo —y a pesar de la diferencia estilística entre estas tres novelas con una narración más lineal, realista y tradicional en la primera y la última frente a la fusión de espacios, tiempos y personajes de la central—, los elementos, personajes y palabras simbólicas son una constante a lo largo de esta trilogía.</p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://www.flickr.com/photos/leyeti/15211468006/" target="_blank"><img border="0" data-original-height="600" data-original-width="800" height="480" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEitw5oGI7zuODe6o8GTNGNK4vLBnE1dFkgVQGG49csCJ-dG6MN2_9NlwMs8JJ7y0_peSqkv1p3S238IY-zBAwV9LJVFE64WqjUlVja_JDYubgLEyKv0pDU3j7NXGM4Nq8nlr3hVl2fpWOihZuT2jVFQHLlg9XAPYBOHN3YA4dr0dsSSfbv3DTNtIho4gIyd/w640-h480/15211468006_262ce2023a_c.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://www.flickr.com/photos/leyeti/15211468006/" target="_blank">Puesta de sol en el desierto del Néguev</a>, fotografía de <a href="https://www.flickr.com/photos/leyeti/" target="_blank">Anthony Jauneaud</a> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-nc/2.0/" target="_blank">CC BY-NC 2.0 DEED</a></span><br /><br /><span style="font-family: verdana; font-size: x-small;">«Y de pronto apareció el desierto. Inmenso, hasta donde alcanzaba la vista. Por primera vez lo veía respirar como un ser vivo, misterioso, terrible y manso a la vez, y cambiar bajo las ondas de luz cenicientas hasta retroceder poco a poco tras el manto negro del cielo que descendía. Inmenso, oscuro. Demasiado grande para amar como para odiar. Nunca silencioso. Lo sentía respirar como un cuerpo monstruoso. A medida que se hundía en él le entraba vértigo. El cielo se cerraba sobre él sin ruido y detrás la ciudad se iba alejando hasta no ser más que un punto negro perdido en el horizonte».<br /><i>Lo que os queda</i></span></td></tr></tbody></table><p></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></blockquote><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«¡Pero por todos los cielos!, ¿qué es lo que ha ido a hacer en Jordania? ¿Quiere atravesar todo ese desierto solo para llorar en el regazo de su madre? ¡Pobrecito, era como un niño grande! Vivió toda su vida ante una sombra protectora que se había creado durante más de quince años sin refugiarse en ella, esperando que un día ocurriese una calamidad cualquiera. Había hecho de su madre lejana un refugio al que acudiría en la desgracia. Aquella sombra la había agrandado y recreado hasta tal punto que se había olvidado de hacer de sí mismo un hombre que no necesitara de ningún refugio en los momentos de adversidad. ¿Pero qué es lo que te creías, pobrecito Hamed, que esta tierra fértil iba a seguir siempre virgen sin que a ningún arado le fuera dado penetrarla?, ¿que iba a pasarme la vida mirando tus pantalones colgados y pensando en un tal Fathi de Jafa que hubiera estado ausente durante todos estos años trabajando callada y honradamente para reunir una dote digna de la hija de Abu Hamed? Pero Jafa está perdida, desgraciado, perdida, perdida, como Fathi, como todo. Fuiste tú mismo quien colgó frente a mí ese ataúd para que me repitiera incansable día y noche esa verdad trágica, tú quien me presentó a Zacarías, tú quien hizo de nuestra madre una obsesión».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">En <i>Lo que os queda</i>, por ejemplo, la madre de los dos hermanos protagonistas simboliza a la Palestina idealizada de antaño mientras que la hermana es la Palestina mancillada. De esta última <span style="font-family: georgia;"><i>«dirán: la tuvo gratis, es joven, ardiente, y tiene una casa con dos habitaciones, dos camas y todo lo necesario. Consiguió echar de casa a su hermano pequeño y nunca más nos volvieron a dar noticias suyas».</i></span> Igualmente, esa inmensa mujer que es Um Saad es como la madre patria de la que el autor mismo dice que, <span style="font-family: georgia;"><i>«al ver aquel brazo sólido, moreno como el color de la tierra, comprendí que las madres pudieran echar al mundo hijos combatientes».</i></span> Es él mismo quien, en la breve introducción a esa novela protagonizada por esa totémica y titánica mujer, explica que <span style="font-family: georgia;"><i>«Um Saad no es solo una mujer. Si no encarnara en cuerpo y alma el sufrimiento de las masas, sus penas cotidianas, no sería lo que es. Su voz es, para mí, la de esa clase de palestinos que pagaron caro el precio de la derrota y que hoy, bajo techos miserables y en la vanguardia de la lucha, siguen pagando aún más caro que todos los demás».</i></span> Asimismo, no es casualidad que los tres hombres que viajan en el interior del camión cisterna en <i>Hombres al sol</i> pertenezcan a diferentes generaciones, así como tampoco la apariencia y el esbozo biográfico del complejo y contradictorio oportunista Abuljaizarán —tal es el nombre del hombre que conduce el camión— están elegidos al azar. </p><p style="text-align: justify;">Hay más cosas, por supuesto. No abundo en ellas por no desentramar estas tres novelas, así como por no tratarse esta de una reseña individual de una única novela sino de la de un conjunto de tres. Conjunto —eso sí— que ofrece el panorama de un pueblo encarcelado en busca de la llave que le conduzca a la libertad.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«—Y ahora, ¿qué va a hacer Saad? ¿No sería mejor que saliera de la cárcel?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Se calló y después me miró y esbozó una sonrisa en las comisuras de la boca.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">—¡De acuerdo! Pero tú, ¿acaso no estás preso? ¿Y qué es lo que haces?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">[...]</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">—¿Crees que no vivimos en la cárcel ahora? ¿Qué hacemos nosotros en el campo más que movernos dentro de una prisión extraña? ¡Cárceles las hay de todas clases, hijo mío! De todas. El campo es una cárcel, tu casa otra, y el periódico, la radio, el autobús, la calle, los ojos de la gente… Nuestra edad también es una prisión, y los veinte años que acabamos de pasar. El mujtar. Todo son cárceles. ¿Y hablas de cárcel? Pero si toda tu vida estás preso… ¿Te crees, hijito, que los barrotes tras los que vives son arriates de flores? Cárceles, cárceles, cárceles. Tú mismo eres una cárcel. ¿Por qué va a ser Saad solo el preso? ¿Por qué no firmó ese papel y prometió que sería buen chico? ¡Buen chico! ¿Quién de nosotros es buen chico? Todos hemos firmado ese papel de una u otra manera, pero eso no nos impide estar presos…»</span></div></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Han pasado cincuenta y cuatro años desde la publicación original de la más reciente de estas tres novelas. Siguen sin soplar vientos nuevos que alivien del <span style="font-family: georgia;"><i>látigo de fuego y alquitrán ardiendo</i></span>. No hay nuevo y benigno sol para esa nueva (o tristemente ya vieja) Palestina que —como la hermana de <i>Lo que os queda</i>— para Gasán Kanafani era <span style="font-family: georgia;"><i>«una tierra fértil sembrada de ilusiones y de incógnitas».</i></span> Mucho me temo que sobre ella se ciernen más incógnitas que ilusiones.</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://www.flickr.com/photos/amadeu/131370926/" target="_blank"><img border="0" data-original-height="600" data-original-width="800" height="480" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjkFUdc8hgmvqWnxsJ1IoXBay5O_0104QI4CV5a-ukWgqAU4JTUqUPTF5HBqQ_1zZAhAaLGL4Zv4Bnfg-s-L9vKOgdTvVFl5dJCelM7-q1i3qghgCvtrqrxF_O8kc3b-laysvjN-ZrL6IH7KXRcJVrqk12QGVGRZbd3hZmapWbsC0PhrWT4kQJgHTXLKtEh/w640-h480/131370926_3aaac67e71_c.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="text-align: justify;"><span style="font-family: times;"><i><a href="https://www.flickr.com/photos/amadeu/131370926/" target="_blank">Vitis vinifera</a></i>, fotografía de <a href="https://www.flickr.com/photos/amadeu/" target="_blank">Amadeu Sanz</a> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/2.0/" target="_blank">CC BY-NC-SA 2.0 DEED</a></span><br /><br /><span style="font-family: verdana; font-size: x-small;">«—Parece que no sabes lo que es la viña. Es una planta que da fruto y que no necesita más que un poco de agua, no mucha, que si no, se pudre. Me dirás que cómo es eso, pues te lo diré. Hay siempre humedad en la tierra y en el cielo, pues de ellas saca el agua que necesita y, después, da fruto sin parar.</span></span><span style="font-family: verdana; font-size: x-small;"><br style="text-align: justify;" /><span style="text-align: justify;">—Pero si no es más que un palo seco.</span><br style="text-align: justify;" /><span style="text-align: justify;">—Eso es lo que parece, pero es un trozo de viña».<br /><i>Um Saad</i></span></span></td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;"><u>Ficha del libro:</u> </span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Título: <a href="https://www.hojadelata.net/tienda/una-trilogia-palestina/" target="_blank">Una trilogía palestina</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Autor: <a href="https://www.hojadelata.net/featured_item/gasan-kanafani/" target="_blank">Gasán Kanafani</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Traducción y edición a cargo de: María Rosa de Madariaga</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Editorial: Hoja de Lata</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Año de publicación: 2015</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Nº de páginas: 272</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">ISBN: 978-84-942805-4-2</span></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Si te ha gustado...</div><div style="text-align: justify;">¿Compartes?</div><div style="text-align: justify;"> ↓</div><p></p>Lorena Álvarez Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/12912455925584013270noreply@blogger.com12tag:blogger.com,1999:blog-3756166230240849946.post-71380402692635626092023-10-30T08:00:00.001+01:002023-10-30T08:00:00.215+01:00La más recóndita memoria de los hombres - Mohamed Mbougar Sarr<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Te voy a dar un consejo: nunca intentes decir de qué habla un gran libro. O, si lo haces, te digo la única respuesta posible: de nada. Un gran libro no habla nunca de otra cosa que de nada, y sin embargo está todo en él. No vuelvas a caer en la trampa de querer decir de qué habla un libro que percibes que es grande. Esa trampa es la que te tiende la opinión. La gente quiere que un libro hable necesariamente de algo. La verdad, Diégane, es que solo un libro mediocre o malo o banal habla de algo. Un gran libro no tiene tema y no habla de nada, solamente busca decir o descubrir algo, pero este solamente ya lo es todo, y este algo también lo es todo».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Caigo en la trampa una y otra vez. Las mamotréticas reseñas que aquí publico, las miles de palabras estériles y condenadas al fracaso que componen cada una de ellas no son sino un patético intento de responder a esa pregunta que yo mismo detesto: <span style="font-family: georgia;"><i>«¿De qué va?»</i></span> Pregunta que —según leo en el libro que os traigo hoy— <span style="font-family: georgia;"><i>«encarna el Mal en literatura»</i></span>, pues no hay cosa <span style="font-family: georgia;"><i>«peor que una obra que se explica, se avisa, da pistas para que la comprendan o la absuelvan de ser lo que es».</i></span> Así, cuando alguien me hace la maldita pregunta sobre tal o cual libro, balbuceo una escueta respuesta para salir del paso, la cual no ofrece satisfacción a mi interlocutor y a mí me deja con la vergonzante sensación de haber cometido un sacrilegio. Cuánto más preferiría un elocuente silencio por respuesta. Gana, en cambio, el no querer parecer una idiota que no sabe decir de qué va un libro que ha leído cuando lo que en realidad estoy pensando es que el idiota es quien plantea tan superficial a la par que inabarcable cuestión. Pero la pasión me desborda. <span style="font-family: georgia;"><i>«Deseo absoluto, certeza de la nada: he aquí la ecuación de la creación».</i></span> Ardo, pues, en la necesidad de gritar a los cuatro vientos lo que me ha dado y lo que me ha quitado esta o aquella lectura. Y es que, como escribí en mi reseña de <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2021/01/rewind-juan-tallon.html" target="_blank">Rewind</a></i>, de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Juan%20Tall%C3%B3n" target="_blank">Juan Tallón</a>, hay lecturas que cargan y descargan, que te llenan y te dejan vacía. Es que, como leo en esta <i>La recóndita memoria de los hombres</i> que nos ocupa ahora, <span style="font-family: georgia;"><i>«las grandes obras empobrecen y siempre deben empobrecer. Nos quitan lo superfluo. De su lectura, uno siempre sale despojado: enriquecido, pero enriquecido por sustracción».</i></span> Así que heme aquí una vez más, arrastrada a orquestar una cacofonía de palabras cuando lo más sensato y cercano a hacerle justicia a esta novela de Mohamed Mbougar Sarr sería optar por la omisión. En mi descargo ante el ultraje que me dispongo a perpetrar diré que <span style="font-family: georgia;"><i>«hasta el deseo de la nada puede ser una vanidad…»</i></span></p><p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjZ34KukOYCBnZ26nwcn6b-go6i5vNFUGGXg3X2loK11l1yt2CkP1OaknPQNWnrh3fgBlcCbFUxLGUIZ-bRN2QMAfmfq4kHmSYdrxaXlthS5QTjQxNRiVLW8MudwOMm0sxHiIWBs8j5_gLtz1-EhNQ8U37ovsHi_VTfXhkxzgZ3PXIaiGe2_F-Pkir8qg3q/s2593/La%20m%C3%A1s%20rec%C3%B3ndita%20memoria%20de%20los%20hombres.jpeg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2593" data-original-width="1664" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjZ34KukOYCBnZ26nwcn6b-go6i5vNFUGGXg3X2loK11l1yt2CkP1OaknPQNWnrh3fgBlcCbFUxLGUIZ-bRN2QMAfmfq4kHmSYdrxaXlthS5QTjQxNRiVLW8MudwOMm0sxHiIWBs8j5_gLtz1-EhNQ8U37ovsHi_VTfXhkxzgZ3PXIaiGe2_F-Pkir8qg3q/w256-h400/La%20m%C3%A1s%20rec%C3%B3ndita%20memoria%20de%20los%20hombres.jpeg" width="256" /></a></div><div style="text-align: justify;">Bien consciente soy de que no es lo que diría si alguien me preguntara, pero a vosotros, sorriesgo de que me toméis aún por más idiota o loca de que si por el silencio optara, os diré que <i>La más recóndita memoria de los hombres</i> va de una búsqueda. Hala, ya está, ya lo he soltado. Ahora, si pensara en este libro más de lo que pienso en mí misma, debería poner el punto final a esta reseña, pero... cómo hacerlo cuando <span style="font-family: georgia;"><i>«este libro iba dirigido a mí. Como siempre se dirige a nosotros un libro esencial».</i></span> Bien sabéis, lectores como sois, que los libros esenciales no existen. Bien conscientes sois, precisamente por ser lectores, de que cada uno de nosotros tiene los suyos.</div><p></p><p style="text-align: justify;">Os preguntaréis ahora, curiosos como también sois (pues por algo sois lectores), qué es lo que se busca en este libro. <span style="font-family: georgia;"><i>«Lo que buscamos, [...], no puede ser nunca la verdad como revelación, sino la verdad como posibilidad, resplandor al fondo de la mina donde cavamos desde siempre sin linterna frontal. Lo que persigo yo es la intensidad de un sueño, el fuego de una ilusión, la pasión de lo posible. ¿Qué hay al fondo de la mina? Otra vez la mina: la gigantesca muralla de hulla, y nuestra hacha, y nuestros golpes, y nuestros suspiros. Ahí está el oro».</i></span> Ahí está, en la búsqueda y no en lo que se busca, lo que se encuentra o lo que probablemente no se halle nunca. <span style="font-family: georgia;"><i>«Buscar la literatura siempre es perseguir una ilusión».</i></span></p><p style="text-align: justify;">A quien Diégane, ese joven aspirante a escritor al que aconsejan no intentar decir de qué va un gran libro, persigue en <i>La más recóndita memoria de los hombres</i> es a un escritor maldito. T. C. Elimane, autor de un solo libro, publicó décadas atrás una novela titulada <i>El laberinto de lo inhumano</i>. Alabado en un primer momento por la crítica y denostado y vilipendiado poco después, sintiéndose incomprendido entre otras cosas por las continuas acusaciones de plagio, el escritor decide desaparecer y su novela termina por caer en el olvido, así como por convertirse, para los poquísimos que a lo largo de los años han tenido acceso a ella y han tenido por tanto la oportunidad de caer en sus redes, en una obra de culto. Abro aquí un breve inciso para señalar que tanto los ficticios Elimane y Diégane como el real Mohamed Mbougar Sarr son africanos, en concreto senegaleses, pero que los tres terminaron por trasladarse a Francia y por escribir en esa lengua adoptiva que también es la suya que es el francés. Cerrado el inciso, confirmo que <i>El laberinto de lo inhumano</i> es para Diégane el Libro con mayúsculas. Si bien, lectores como somos, sabemos que tal cosa no existe, que <span style="font-family: georgia;"><i>«todos los grandes textos son epitafios posibles del mundo».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Cuando leo en la novela de Sarr sobre que las novelas no deben explicarse a sí mismas y sobre ese mal de intentar explicar de qué va un gran libro no puedo evitar acordarme de cierta conversación entre dos personajes de la novela <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2023/03/montevideo-enrique-vila-matas.html" target="_blank">Montevideo</a></i>. De hecho, me acuerdo mucho de esa novela de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Enrique%20Vila-Matas" target="_blank">Enrique Vila-Matas</a> durante mi lectura de <i>La más recóndita memoria de los hombres,</i> así como de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2021/12/2666-roberto-bolano.html" target="_blank">2666</a> de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Roberto%20Bola%C3%B1o" target="_blank">Roberto Bolaño</a> (tal vez la novela del senegalés recuerde más a <i>Los detectives salvajes</i>, pero, como esta última aún no la he leído, no puedo opinar al respecto). La primera de las varias partes del libro que nos ocupa es para mí una maravillosa simbiosis entre ambas novelas, amén de una historia con identidad propia. Cierto es que muy al principio me costó detectar esa identidad, que el recuerdo de las dos lecturas que he mencionado y de sus dos autores pesaban más que lo que estaba leyendo, que incluso en algún momento he llegado a acordarme de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Mircea%20C%C4%83rt%C4%83rescu" target="_blank">Mircea <span style="background-color: white; font-family: Lora, serif; font-size: 16px;">Cărtărescu</span></a>, y eso que para mí <span style="background-color: white; font-family: Lora, serif; font-size: 16px;">Cărtărescu</span> es único. Fue con la risa como Mohamed Mbougar Sarr me ganó. Su novela no está exenta de crítica. Es más, contiene un fuerte contenido crítico hacia escritores, lectores, editores y críticos literarios. Con unos dudosos inicios que me parecían un tanto presuntuosos, la inesperada silenciosa carcajada que me provocó uno de sus comentarios y la humildad que se desprende del saber reírse de uno mismo comenzaron a captarme con un genuino interés. Fue poco después, haciéndome reír nuevamente con una escena absolutamente absurda que podría haber resultado inverosímil pero que tuvo la habilidad de hacer convincente, que me ganó definitivamente. A partir de ahí —y aunque ya no me vuelve a hacer reír— comienzo a escuchar la voz de Mohamed Mbougar Sarr sin por ello tener que renunciar ni a sus referencias literarias ni a las mías. Y es que no ha de sorprenderme el recuerdo de Bolaño en una novela que toma el título de una frase de su novela <i>Los detectives salvajes</i>, pero sí que me sorprende el recuerdo de una novela como <i>Montevideo</i>, la cual se publica en 2022, mismo año que nos llega <i>La más recóndita memoria de los hombres</i>, la cual, ya el año anterior, entre otros premios, había merecido (y bien merecido) el prestigioso premio <i>Goncourt</i>. Imposible, pues, que la novela del catalán influyese sobre la del senegalés. Por convergencia o divergencia, como ríos que beben unos de otros o que llegan para enriquecer a ese otro gran río que es la literatura, los grandes libros se dan la mano por caminos inesperados. Y es que, <span style="font-family: georgia;"><i>«¿acaso toda la historia de la literatura no es sino la historia de un gran plagio? […] Tal vez el verdadero problema es la palabra «plagio». Sin duda, las cosas se habrían desarrollado de otra manera si en lugar de eso se hubiese empleado el término más literario, más erudito, más noble, en apariencia al menos, de «innutrición». […]. Ese es su pecado. Puede que ser un gran escritor no consista más que en el arte de saber disimular […] plagios y referencias […]».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Ese, precisamente, fue el pecado de Elimane o al menos uno de ellos: no haber sabido disimular sus plagios y referencias. Otro de ellos pudo haber sido creerse en potestad de un derecho que no le correspondía. Cabría preguntarse quién se arroga el derecho de decidir quién queda excluido de un derecho, aunque bien sabemos la respuesta.</p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Elimane era aquello en lo que no deberíamos convertirnos y en lo que nos convertimos lentamente. Era una advertencia que no se supo interpretar. Esa advertencia nos decía a los escritores africanos: inventad vuestra propia tradición, fundad vuestra historia literaria, descubrid vuestras propias formas, probadlas en vuestros espacios, fecundad vuestro imaginario profundo, tened una tierra vuestra, porque solo ahí existiréis para vosotros, pero también para los demás. En el fondo, ¿quién era Elimane? <table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="float: right; margin-left: 1em; text-align: right;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhP5ChI8WjdDyt_ro2ohRa3CBb0ntRRySU9Cp6bjYVTWb1ZkBPKCq5VYYNCD9rnWSc1j3CKKV-npVSyaAJZ1X4WArENCgDPYWRveq_f_9JwG07gfrojsUJmze6GnlNURlR54xWy9DqzyDqV-gAtwqjFUgYjcPlZmXCNOrOACeZhIo8YAqZL-Faps4Ca5_ux/s530/Dessin_Yambo_Ouologuem.jpg" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="530" data-original-width="512" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhP5ChI8WjdDyt_ro2ohRa3CBb0ntRRySU9Cp6bjYVTWb1ZkBPKCq5VYYNCD9rnWSc1j3CKKV-npVSyaAJZ1X4WArENCgDPYWRveq_f_9JwG07gfrojsUJmze6GnlNURlR54xWy9DqzyDqV-gAtwqjFUgYjcPlZmXCNOrOACeZhIo8YAqZL-Faps4Ca5_ux/s320/Dessin_Yambo_Ouologuem.jpg" width="309" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="text-align: justify;"><span style="font-family: times;">El personaje de C. T. Elimane está inspirado en el escritor<br />maliense Yambo Ouologuem (1940-2017), el cual publicó<br />en 1968 </span></span><span style="color: #202122; text-align: start;"><span style="font-family: times;"><i style="background-color: white;">Le Devoir de violence</i><span style="background-color: white;">, novela que fue bien recibida<br />por la crítica pero que después fue acusada de plagio.<br />El dibujo es de </span></span></span><span style="background-color: white; color: #202122; text-align: -webkit-left;"><span style="font-family: times; vertical-align: inherit;">KAG1LP2MDIAKITE y<br />está bajo licencia CC BY-SA 4.0 DEED.</span></span></td></tr></tbody></table><br />El producto más logrado y trágico de la colonización. El triunfo más esplendoroso de esta empresa, más que las carreteras asfaltadas, el hospital y la catequesis. ¡Más que nuestros antepasados los galos! ¡Menudo crimen de leso Jules Ferry! Pero Elimane simbolizaba también lo que la misma colonización había destruido con su horror natural hacia los pueblos que la sufrieron. Elimane quiso convertirse en blanco y le recordaron no solo que no lo era, sino que jamás lo sería a pesar de todo su talento. Pagó todos los peajes culturales de la blanquitud y solo consiguió que lo mandasen de vuelta a su negritud. Probablemente, dominaba Europa mejor que los europeos. ¿Y dónde acabó? En el anonimato, la desaparición, el ninguneo. Tú lo sabes: la colonización siembra entre los colonizados la desolación, la muerte, el caos. Pero también siembra en ellos —y es su triunfo más diabólico— el deseo de convertirse en quien los destruye. Fíjate en Elimane: toda la tristeza de la alienación».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Fíjate en Elimane, le dice un buen amigo también escritor a Diégane, quien, sin embargo, siempre ha <span style="font-family: georgia;"><i>«considerado que nuestra ambigüedad cultural era nuestro verdadero espacio, nuestra morada, y que debíamos habitarla lo mejor posible, como trágicos conscientes, como bastardos civilizacionales, bastardía de bastardía, bastardos nacidos de la violación de nuestra historia a manos de otra historia carnicera».</i></span> Quien, quizás, siempre ha considerado que esa ambigüedad que aporta el mestizaje cultural tiene la misma capacidad dadora y sustractora que la literatura.</p><p style="text-align: justify;">Diégane se me antoja un alter ego de Mohamed Mbougar Sarr. A saber si tienen algo más en común que el hecho de ser dos jóvenes escritores senegaleses que viven en Francia, pero yo no puedo evitar hacer del autor los pensamientos, sentimientos y dudas del personaje. No puedo resistirme a trasladar a Mohamed Mbougar Sarr la tortuosa, tambaleante e irrenunciable fe de Diégane en la literatura.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«La literatura se me apareció bajo los rasgos de una mujer de aterradora belleza. Le dije con un tartamudeo que la estaba buscando. Ella se rio con crueldad y dijo que no le pertenecía a nadie. Me puse de rodillas y le supliqué: Pasa una noche conmigo, una mísera noche solo. Ella desapareció sin decir palabra. Me puse a perseguirla, lleno de determinación y de desprecio: ¡Te atraparé, te sentaré en mi regazo, te obligaré a mirarme a los ojos, seré escritor! Pero siempre llega ese momento terrible, en mitad del camino, en plena noche, en que retumba una voz y te alcanza como un rayo; y la voz te revela, o te recuerda, que la voluntad no basta, que el talento no basta, que la ambición no basta, que tener una buena pluma no basta, que haber leído mucho no basta, que ser famoso no basta, que tener una vasta cultura no basta, que ser sensato no basta, que el compromiso no basta, que la paciencia no basta, que emborracharse de pura vida no basta, que apartarse de la vida no basta, que creer en tus sueños no basta, que descomponer la realidad no basta, que la inteligencia no basta, que emocionarse no basta, que la estrategia no basta, que la comunicación no basta, que ni siquiera basta con tener cosas que decir, igual que tampoco basta el trabajo apasionado; y la voz dice además que todo esto puede ser, y a menudo es, una condición, una ventaja, un atributo, una fuerza, sí, pero la voz añade enseguida que, en esencia, ninguna de estas cualidades basta nunca cuando se trata de literatura, ya que escribir exige siempre otra cosa, otra cosa, otra cosa. Luego la voz se calla y te deja solo, en mitad del camino, con el eco de otra cosa, otra cosa, que rebota y se escapa, otra cosa ante ti, escribir exige siempre otra cosa, en esta noche sin amanecer seguro».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Mohamed Mbougar Sarr, como lo es Diégane, es un <span style="font-family: georgia;"><i>«contador de cuentos»</i></span>, un consumado fabulador. Y a mí, que <span style="font-family: georgia;"><i>«me importa un comino la realidad»</i></span> porque <span style="font-family: georgia;"><i>«siempre es demasiado pobre comparada con la verdad»</i></span>, consigue embaucarme sin remedio con esa historia hecha de historias que es <i>La más recóndita memoria de los hombres</i> en la cual Diégane no es el único narrador. Otros perseguidores de Elimane se alternan y se suceden para reconstruir su rastro, amalgamándose todas esas voces e historias en una sinfonía fascinante en torno a la historia troncal. Viajamos por el espacio y el tiempo por Francia, Ámsterdam, Buenos Aires y Senegal. El avance a través de las páginas de esta novela es un vaivén entre la búsqueda de Elimane, la crítica al circuito editorial, el desarraigo surgido en torno a la inmigración y el exilio, la colonización cultural y la futilidad de la literatura, que además cuenta con cierto toque en un momento dado de thriller literario y que tampoco está exento de ese mismo compromiso que a Diégane, como voz africana en el mundo occidental, se le exige en forma de novela política.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«La discusión se hundió en la noche, áspera, apasionada, sin concesiones. Me dije que un mundo en el que aún se podía discutir así de un libro hasta las tantas no estaba perdido, aunque fuese consciente de lo que tenía de cómico, vano, ridículo, quizá hasta de irresponsable, un grupo de personas charlando de literatura toda una velada. Había conflictos que causaban estragos, el planeta se asfixiaba, los muertos de hambre y los sedientos la diñaban, los huérfanos contemplaban el cadáver de sus padres; había toda una población de vidas minúsculas, de microbios, de ratas, el pueblo del sumidero prometido a la eternidad pestilencial de tuberías inmundas y embozadas; estaba la realidad; estaba todo ese océano de mierda fuera, y nosotros, escritores africanos cuyo continente nadaba por dentro, hablábamos de <i>El laberinto de lo inhumano</i> en lugar de luchar concretamente para salir de él».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia;"><i></i></span></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:La_Place_Clichy._Fortepan_23060.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="449" data-original-width="512" height="562" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgM8EeyHyUv7l2yOCx73HiDWCJszKz_R1jyYVC60Ek2Ey1_jmgGUF0Vx99yYN4Ay-olC3DyNT9mH77RQXcuvM7PcS5Uhs4DLTfwXaUDoWP7kpfgYjTzLyuPINs6V_iGS0_wSx_39pbW6QX6X70q_fSgT6AifBiUApvld8FV6Q6YsxZGAPpqZneCrmiP_A5M/w640-h562/La_Place_Clichy._Fortepan_23060.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:La_Place_Clichy._Fortepan_23060.jpg" target="_blank">La Place Clichy, París, 1939</a>. Fotografía de <a href="https://fortepan.hu/hu/photos/?donor=Saly%20No%C3%A9mi" target="_blank">Saly Noémi</a> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/deed.en" target="_blank">CC BY 3.0 DEED</a>. Fuente: <a href="https://fortepan.hu/hu/photos/?id=32228" target="_blank">Fortepan ID 32228</a>.</span></td></tr></tbody></table><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: georgia;"><i></i></span></div><span><br /><div style="text-align: justify;"><span><i><span style="font-family: georgia;">«Solo</span></i><i style="font-family: georgia;"> quiero escribir un buen libro, [...], un libro que me dispense de hacer otros, que me libere de la literatura, un libro como </i><span style="font-family: georgia;">El laberinto de lo inhumano</span><i style="font-family: georgia;">, ¿entiendes?»</i></span>, le confiesa Diégane a su compañero de piso, ese traductor polaco que le hace a la novela de T. C. Elimane lo que para él se corresponde con el máximo elogio hacia una obra al decir de ella que es <span style="font-family: georgia;"><i>«difícilmente traducible»</i></span>. Mohamed Mbougar Sarr lleva escritas (o más bien publicadas) cuatro novelas, de las que, que yo sepa, hasta la fecha solo <i>La más recóndita memoria de los hombres</i> ha sido traducida al español. No sé cómo son las otras tres. No sé si es un escritor como el ficticio Elimane, que <span style="font-family: georgia;"><i>«tal vez solo llevaba dentro una obra; una única y gran obra. Tal vez, en el fondo, cada escritor no lleva dentro más que un libro esencial, una obra fundamental por escribir, entre dos vacíos».</i></span> Si sé que Sarr no es Bolaño, que tampoco es Vila-Matas. Sé que no me atrevo a decir que esté a la altura de estos dos grandísimos escritores, pero tampoco me atrevo a afirmar lo contrario. Sé que lo mejor que le puede pasar como escritor es ser Mohamed Mbougar Sarr. Sé lo mucho que he disfrutado esta novela; lo feliz que he sido leyéndola, la tristeza que me ha provocado tener tan poco tiempo para leer como el que estoy teniendo y no haber podido, por tanto, avanzar en esta lectura al ritmo que hubiera querido; sé de ese deseo de, ya que tengo poco tiempo para leer, por favor, por favor, que todo lo que lea sea así. Sé que <i>La más recóndita memoria de los hombres</i> va a ser una de mis lecturas de este 2023 que ya se acerca a su fin. Así que solo me queda deciros, decirte a ti, que has tenido la perseverancia y la curiosidad de llegar hasta aquí: <span style="font-family: georgia;"><i>«Vete, vete a leerlo. Te llevará tu tiempo. Te envidio. Vas a descubrir este libro. Pero también te compadezco». «Te envidio significa: vas a bajar una escalera cuyos escalones se hunden en las regiones más profundas de tu humanidad. Te compadezco significa: cerca del secreto, la escalera se perderá en la sombra y estarás solo, privado del deseo de subir de nuevo porque se te habrá mostrado la vanidad de la superficie, e incapaz de bajar porque la noche habrá sepultado los escalones que conducen a la revelación».</i></span> Sí, lo sé, me he venido arriba y estoy exagerando, pero sí que no exagero si os digo que todo lo que busquéis en este libro está condenado al fracaso, pues <span style="font-family: georgia;"><i>«la literatura es un féretro sospechoso, negro y brillante, pero es posible que no tenga dentro ningún cadáver»</i></span>, y cualquier esperanza, por tanto, de desentrañar con ella algún misterio oculto no es más que un ilusorio intento tan pueril como el de encontrarle sentido a la vida. Esa es la única revelación. La única pregunta que cabe, pues, hacerse es: <span style="font-family: georgia;"><i>«¿Todo este camino, estas noches de insomnio y de lectura, esas noches de interrogatorios, esas noches de sueño, esas noches de escuchar y de borrachera y de desesperación, para llegar a esta banalidad: la muerte? ¿Así que la muerte y nada más, esa es la decepcionante verdad de toda vida?»</i></span> Exacto, esa es. Y sin embargo...</div></span><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia;"><i>«Me pregunto, mientras avanzo por esta pista estrecha, qué se ha podido escribir en algún sitio, hace mucho tiempo, para que hoy yo esté yendo hacia la aldea de Elimane, vecina de la mía; su aldea, de donde salió, quizá, </i>El laberinto de lo inhumano<i>, que descubrí y leí lejos de aquí, como quien descubre una cosa decisiva para uno, una cosa cuya importancia proviene menos de la certeza de que contará algo para nuestra vida futura que de la intuición de que en realidad cuenta desde siempre, antes incluso de que la encontrase, quizá antes de nacer, como si nos hubiese esperado y atraído hacia ella»</i></span>, se preguntará Diégane. Me pregunto yo ahora, mientras escribo estas palabras, qué se ha podido escribir en una país vecino al mío, pero que no podría haberse escrito si quien empuñó la pluma que le dio tinta no hubiera nacido y crecido en un lugar tan lejano geográfica, política, económica y culturalmente al que se escribió, para que hoy esté aquí sentada frente a la pantalla de mi ordenador, robándole a mi escaso tiempo de lectura unas preciosas horas, como si con mis palabras descubriera algo decisivo para alguien, pero con la certeza de que las de Mohamed Mbougar Sarr son mucho más precisas para manifestar las ideas que quisiera expresar y mucho más fascinadoras para dejarme envolver en las historias que me gusta escuchar. Y aquí estamos, el escritor africano europeizado y la lectora europea que pocas veces se acerca a África pero que siempre vuelve de ella subyugada. Así estamos: él, temiendo la venganza de un fantasma que le <span style="font-family: georgia;"><i>«murmurará los términos de la terrible alternativa existencial que fue el dilema de su vida; la alternativa ante la que vacila el corazón de toda persona obsesionada con la literatura: escribir, no escribir»</i></span>; yo, ante la dicotomía que me supone la dolorosa tentación de dejar dormir al blog el sueño de los justos y dedicar el tiempo que en él invierto a la mucha más placentera actividad de leer. Estamos los dos, colonizado y colonizadora a la que el colonizado coloniza con sus historias, habitando, por obra y gracia de la literatura, una misma patria: la patria que ambos hemos elegido y reivindicamos como nuestra.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Entonces ¿cuál es esta patria? Tú la conoces: evidentemente, es la patria de los libros: los libros leídos y amados, los libros leídos y despreciados, los libros que soñamos con escribir, los libros insignificantes que hemos olvidado y que ya no sabemos siquiera si llegamos a abrir alguna vez, los libros que fingimos haber leído, los libros que no leeremos nunca pero de los que no nos separaríamos por nada del mundo, los libros que esperan su hora en una noche paciente, antes del crepúsculo deslumbrante de las lecturas del amanecer. Sí, dije, sí: seré ciudadana de esa patria, seré leal a ese reino, el reino de la biblioteca».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:%E0%A4%86%E0%A4%82%E0%A4%AC%E0%A4%BE_%E0%A4%B5%E0%A5%83%E0%A4%95%E0%A5%8D%E0%A4%B7,_%E0%A4%95%E0%A4%BF%E0%A4%A8%E0%A5%80_%E0%A4%B8%E0%A5%8B%E0%A4%AF%E0%A4%97%E0%A4%BE%E0%A4%B5_%E0%A4%9C%E0%A4%BF.%E0%A4%94%E0%A4%B0%E0%A4%82%E0%A4%97%E0%A4%BE%E0%A4%AC%E0%A4%BE%E0%A4%A6_Magno_Tree,_Kini_Soyegoan_Aurangabad_(Mangifera_Indica).jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="384" data-original-width="512" height="480" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg9ewCb10uT6vbZ7MGwVlrfMnZ_wFrRTh4eDwv6IYQkw2JnlBt37jps82pkTpFYr1e5naDlytahffXkdSNIObcViB9d4PMq91a4e5YE0rTQjx3TOvNj72hK9p54Au0mSjlYMJSCPi66N5RIvWyYJH6iiqoghvq1qcZctPMqxMg4DASRYflhKcjdCbotj4wy/w640-h480/%E0%A4%86%E0%A4%82%E0%A4%AC%E0%A4%BE_%E0%A4%B5%E0%A5%83%E0%A4%95%E0%A5%8D%E0%A4%B7,_%E0%A4%95%E0%A4%BF%E0%A4%A8%E0%A5%80_%E0%A4%B8%E0%A5%8B%E0%A4%AF%E0%A4%97%E0%A4%BE%E0%A4%B5_%E0%A4%9C%E0%A4%BF.%E0%A4%94%E0%A4%B0%E0%A4%82%E0%A4%97%E0%A4%BE%E0%A4%AC%E0%A4%BE%E0%A4%A6_Magno_Tree,_Kini_Soyegoan_Aurangabad_(Mangifera_Indica).jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:%E0%A4%86%E0%A4%82%E0%A4%AC%E0%A4%BE_%E0%A4%B5%E0%A5%83%E0%A4%95%E0%A5%8D%E0%A4%B7,_%E0%A4%95%E0%A4%BF%E0%A4%A8%E0%A5%80_%E0%A4%B8%E0%A5%8B%E0%A4%AF%E0%A4%97%E0%A4%BE%E0%A4%B5_%E0%A4%9C%E0%A4%BF.%E0%A4%94%E0%A4%B0%E0%A4%82%E0%A4%97%E0%A4%BE%E0%A4%AC%E0%A4%BE%E0%A4%A6_Magno_Tree,_Kini_Soyegoan_Aurangabad_(Mangifera_Indica).jpg" target="_blank">Árbol de Mango</a>, fotografía de MGB CEE bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0/deed.en" target="_blank">CC BY-SA 4.0 DEED</a></span></td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;"><u>Ficha del libro:</u></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Título: <a href="https://www.anagrama-ed.es/libro/panorama-de-narrativas/la-mas-recondita-memoria-de-los-hombres/9788433981257/PN_1083" target="_blank">La más recóndita memoria de los hombres</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Autor: <a href="https://www.anagrama-ed.es/autor/mbougar-sarr-mohamed-2610" target="_blank">Mohamed Mbougar Sarr</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Traductor: Rubén Martín Giráldez</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Editorial: Anagrama</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Año de publicación: 2022</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Nº de páginas: 456</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">ISBN: 978-84-339-8125-7</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Comienza a leer <a href="https://www.anagrama-ed.es/noticias/empieza-a-leer/empieza-a-leer-la-mas-recondita-memoria-de-los-hombres-de-mohamed-mbougar-sarr-784" target="_blank">aquí</a></span></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Si te ha gustado...</div><div style="text-align: justify;">¿Compartes?</div><div style="text-align: justify;"> ↓</div>Lorena Álvarez Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/12912455925584013270noreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-3756166230240849946.post-66472132195655249952023-10-16T08:00:00.001+02:002023-10-16T08:00:00.140+02:00La marca del agua - Montserrat Iglesias<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Noble sabe que el agua no es un problema. Son los de fuera los que han convencido a todos de que hay que cercarla como a las gallinas para que no nos dé mal vivir. Pero Noble no escucha lo que dicen los funcionarios del Gobierno y jamás aceptará esa mentira. Los del pueblo tampoco entienden a los que llegan trajeados de Madrid o de Segovia, sueltan su discurso y regresan a unas casas que nadie se atrevería a inundar, pero han preferido resignarse: «Ellos sabrán más, que tienen estudios», dicen. Como si no tener estudios te arrancara los ojos de la cara... Lo parece... Hace tiempo que dejaron de ver el agua como la ve Noble: tan clara que no nos daríamos cuenta de que está ahí si no parloteara a su paso; tan fría que, de solo pensarla llegando al gaznate, alivia; tan suya que adelgaza y engorda cuando le da la gana porque ha nacido para no estar sujeta. Es lo que les da rabia a los de fuera. Ellos quieren que el agua sea obediente y eso es imposible, a no ser que la conviertas en ese maldito cangrejo oscuro que inunda el pueblo».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgH_ZZWl6wUtN2k8ORo0AMNnjYHl7lmpdVSw40HL_NLG7EigbN7XMN9DZ99dDsEIsmxktwiKDSl8L7ukd9r5DC832BWORQuHvFtbwqqQGDntmsWP1rKGyO7sFRlgwpgUFpvCjOXlFzYXozz9Rra2_iQKZjXY0M64sj7k3_e55Xtz4GQv2FvVAHOglZmITmQ/s500/La%20marca%20del%20agua.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="500" data-original-width="329" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgH_ZZWl6wUtN2k8ORo0AMNnjYHl7lmpdVSw40HL_NLG7EigbN7XMN9DZ99dDsEIsmxktwiKDSl8L7ukd9r5DC832BWORQuHvFtbwqqQGDntmsWP1rKGyO7sFRlgwpgUFpvCjOXlFzYXozz9Rra2_iQKZjXY0M64sj7k3_e55Xtz4GQv2FvVAHOglZmITmQ/w264-h400/La%20marca%20del%20agua.jpg" width="264" /></a></div><div style="text-align: justify;">Sara, como el agua, tampoco ha nacido para estar sujeta. Por ello se cuelga de un machón de la cuadra esa noche. Esa noche que precede a esa madrugada en la que Marcos descubre el cuerpo inerte de su hermana colgado. Esa madrugada de ese día en el que el agua alcanza la marca en la piedra que anuncia que en diez días la casa será agua. Ese día en el que Marcos, junto con Noble, el mejor caballo que haya tenido jamás, inicia el camino desde el pueblo condenado al pueblo nuevo con el cadáver de Sara porque allí «no será nada. Algo sumergido bajo el agua no es un sitio». «Aquí todo se lo acabará tragando el agua y todo el pueblo será ningún sitio: el agua no es un lugar, es el agua». El agua que será ese pueblo que Marcos sintió suyo cuando llegó a él con diez años, su madre y la bebé que entonces era Sara. Tentada estoy de decir que desde entonces Sara ya era un río que necesitaba fluir, recorrer y ver, pero, como bien sabe Marcos, <span style="font-family: georgia;"><i>«Sara no fue un río, sino un temblor que resquebrajó la tierra entre madre y yo. Casi treinta y un años así, como las paredes de los cortados, una frente a la otra, pero cerca, sin separarnos del todo, pues los dos taludes necesitaban estar próximos de lo que los ha separado y unido eternamente».</i></span></div><p></p><p style="text-align: justify;">Pero Sara sí era un río, como río somos todos y por eso somos y no somos los mismos con el trascurso del tiempo. Bien lo comprobó Marcos cuando volvió de la mili, <span style="font-family: georgia;"><i>«que habíamos cambiado. Madre, Sara, yo. Nos habíamos hecho más nosotros mismos queriendo cosas que yo supe desde el principio que no podrían vivir juntas».</i></span> Será por esas cosas que se quieren por las que se toman decisiones sin sospechar que estas <span style="font-family: georgia;"><i>«son como las piedras que se desprenden del talud. Podrán quedarse durante un tiempo en un hueco de la pared, pero su destino final siempre es el suelo».</i></span> Y así el talud se vuelve un poco más amenazante y la piedra en el suelo entorpece el camino.</p><p style="text-align: justify;">Marcos fue a la mili porque en aquellos tiempos los hombres iban a la mili y después fue a la guerra porque pocos se libraron de ir. Y, como a todas partes, uno va porque quiere o porque lo obligan; no hay más. Así, en Hontanar, ese pueblo sobre el que ya se cernía entonces la amenaza del agua, unos fueron a la guerra y otros a hacer la guerra. Porque <span style="font-family: georgia;"><i>«las guerras se declaran en uno cuando hay un motivo para hacerlas. De otra forma, alguien puede ponerte en las manos un fusil, pero no estás haciendo una guerra. Eso lo supe antes de alistarme […]. Sin embargo, lo que descubrí mucho después, […], es que las guerras tampoco acaban hasta que desaparece el motivo».</i></span></p><p style="text-align: justify;">De las guerras, sin embargo, cada uno vuelve como puede. Y ni siquiera los que vuelven como héroes tienen un grato regreso porque <span style="font-family: georgia;"><i>«no sé si eres un héroe si lo único que deseas es reparar un daño».</i></span></p><p style="text-align: justify;">En Hontanar, así como en la familia de Marcos, al igual que con las guerras, cada uno tiene sus motivos para actuar como actúa. Eso lo voy descubriendo a medida que ese hombre de pocas palabras que es Marcos va rememorando su historia y la de su familia. Eso tardo en notarlo porque esta primera novela larga de Montserrat Iglesias, cual si de un mandato de su título se tratara, tiene una marca para mí a partir de la cual comienzo a escuchar el susurro de su agua. Esa marca es Sara y una escena en concreto en la que la empiezo a ver y a sentir. A partir de esa gota, todo comienza a desbordarse lentamente y cada nueva gota es un alivio y una bendición para mi sed lectora. Así, comienzo también a ver y a sentir a Marcos. Así, comienzo también a ver a don Rufino, a Gabriel, a la Vitoria, …</p><p style="text-align: justify;">Cuando descubrí la existencia de <i>La marca del agua</i> en lo primero que pensé fue en <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2015/11/distintas-formas-de-mirar-el-agua-julio.html" target="_blank">Distintas formas de mirar el agua</a></i>, esa novela también sobre un pueblo desaparecido por la construcción de un pantano de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Julio%20Llamazares" target="_blank">Julio Llamazares</a> que fue para mí una promesa truncada. Cuando comienzo a leerla y asisto al peregrinaje de Marcos con el cadáver de su hermana, bien podría haberme acordado de los Bundren recorriendo las tierras bañadas por el Mississippi con el cuerpo inerte de la esposa y madre, pero nada tiene que ver <i>La marca del agua</i> con <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2016/04/mientras-agonizo-william-faulkner.html" target="_blank">Mientras agonizo</a></i> ni Montserrat Iglesias con <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/William%20Faulkner" target="_blank">William Faulkner</a>. De quien inesperadamente me acuerdo, sin embargo, es un poco de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Elvira%20Valga%C3%B1%C3%B3n" target="_blank">Elvira Valgañón</a> y su <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2019/01/invierno-elvira-valganon.html" target="_blank">Invierno</a></i> y un bastante de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Elisa%20Levi" target="_blank">Elisa Levi</a> y su <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2022/03/yo-no-se-de-otras-cosas-elisa-levi.html" target="_blank">Yo no sé de otras cosas</a></i>. Supongo que ello es por la poeticidad que comparten las tres narraciones, así como por el hecho de que las tres se circunscriben a historias chiquitas que suceden en sitios olvidados. Supongo en el caso de <i>Yo no sé de otras cosas</i> que porque la historia que narra, al igual que la narrada en <i>La marca del agua</i>, comienza a contarse por el día final para luego ir constantemente retrotrayéndose en el tiempo e ir desgranándose poco a poco. Me falta en la novela de Iglesias, sin embargo, la fuerte e inmediata empatía que sentí por la protagonista de Levi. Me da rabia que una prosa tan cuidada y trabajada como la de Iglesias me deje tan fría durante aproximadamente el primer tercio de su novela. Asimismo, me sorprende relacionar dos novelas que, aunque con escenarios similares, me cuentan dos historias opuestas: la de quien sufre por sentirse atada al pueblo y la de quien sufre por verse desterrado de él. Entonces empiezo a sentir la desgana provocada por el agua cercada que es Sara y comienzo a comprender que los opuestos no son sino imágenes especulares de una misma cosa.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Había sacado su libreta más grande y la caja de latón donde guarda esas barritas, más negras que sarmientos quemados, que utiliza para pintar. «¿Nunca usa colores?», pregunté. «Con las sombras los colores se sienten mejor, aunque no se vean»; eso me dijo, sentado en el centro de la grada, casi en el mismo sitio en el que estoy ahora, sin dejar de mirar la ermita y el papel en blanco. «A veces me dan tanta envidia...». «¿Las sombras?». «Ustedes». La sorpresa me dejó la mano inmóvil entre las orejas de Noble. «Tienen todo esto», trazaba líneas largas sobre la hoja, pero tan poco marcadas que desde mi sitio al pie de la fuente no podía distinguirlas. Cerré el puño sobre las crines del caballo. «Nada es nuestro ya desde que firmamos las indemnizaciones». Me miró solo un instante antes de empezar a tiznar en negro las líneas invisibles, y fue entonces cuando supe que me entendía, aunque no conociera que Marcos Cristóbal no había existido nunca ni supiese que estaba frente a otro hombre llamado Marcos Valle. «No se trata de que un sitio te pertenezca, sino de ser parte de un sitio. De que ese sitio te diga: “Tú eres mío”. Eso es lo que ustedes tienen que yo no he tenido jamás»».</span></blockquote><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://www.flickr.com/photos/27521955@N08/21377026964/" target="_blank"><img border="0" data-original-height="533" data-original-width="799" height="426" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjAbHFFSXxXQYMT9VM5gWAki0muqbejQojMluxmTxUeyZFDsHI_J8sgvmMFduxIkuBHnovUJc-CcsbkleITdnpjcZqp_jCup7tuVvnAJWbejGEp5ocuNCjklvcBIjQPWdIvRSPnHO8MKHOdcQv8q5qiejebkY2Q9FtTebT1fOg5zSNjbGFsJiqcEcoN97yl/w640-h426/21377026964_94c18d5882_c.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://www.flickr.com/photos/27521955@N08/21377026964/" target="_blank">Presa de Linares de los Arroyos</a>, que conserva el nombre del extinto pueblo de la familia paterna de Montserrat Iglesias anegado por las aguas del pantano. Fotografía de <a href="https://www.flickr.com/photos/27521955@N08/" target="_blank">Felipe Cuenca Diaz</a> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/2.0/" target="_blank">CC BY-NC-SA 2.0 DEED</a>.</span></td></tr></tbody></table><br /><p></p><div style="text-align: justify;">Eso es de lo que trata esta novela, de sitios a los que se pertenece y a los que no, de la suerte que es habitar el lugar de uno en el mundo, del dolor que causa no estar en ese lugar o sentir que te lo arrebatan, de las personas que son lugares amados, de lo que cuesta perder, de lo que desgarra dejar ir.</div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«¿Qué es nostalgia, don Gabriel?». «Cuando se echa de menos algo que te gustaba mucho». «Y si te gusta tanto, ¿por qué no te lo quedas?». «No es tan fácil, Juan. A veces hay que dejar las cosas. Tú echarás de menos Hontanar cuando os marchéis, ¿lo entiendes?». La mano de Gabriel se movía cada vez más rápido y ya no dibujaba solo con esa especie de barrita de regaliz gorda, sino que también utilizaba las yemas de los dedos. «Pero yo ya no podré volver a Hontanar y su madre sí que podía volver a su pueblo. ¿O también pusieron un pantano allí? ¿Fue eso?»</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">De cuando somos un pantano que anega la dicha ajena. De cuando esa dicha es la de quien más queremos.</p><p style="text-align: justify;">Montserrat Iglesias rescata con <i>La marca del agua</i> la memoria de tantos pueblos españoles que, como el ficticio Hontanar, fueron sacrificados y ahogados en la década de los cincuenta del pasado siglo en beneficio del progreso y del bien común. Con una prosa intimista, limpia y ligada a la tierra da voz a los protagonistas anónimos de esas historias chiquitas que fueron sepultadas y arrasadas por <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2017/07/la-gravedad-de-las-circunstancias.html" target="_blank">esa otra historia más grande y más conocida que tantas veces funciona como apisonadora de vidas anónimas</a>. Su valor está en saber mirar lo que no está y en tener la destreza de hacérnoslo ver.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«No sé lo que vio el Basilio, yo solo me acuerdo de lo que no vi. No había casi sangre. Pensé que siete hombres muertos dejarían mucha sangre, pero solo quedaba un rastro de manchas negras, pequeñas, no del todo redondas, como el centro de un charco de agua la mañana siguiente a una tormenta. ¿Dónde habría muerto el Cantamañanas, dónde el señor Riaño, el tío Cirilo, el capataz de la mina? Esperé encontrar algo que me lo dijera. No sé si también era lo que buscaba el Basilio mientras arrastraba los pies por la tierra. Las gafas del señor Riaño, el chisquero de su padre, la navaja del señor Honorato. Sin embargo, nada distinguía una mancha de otra. Todo estaba casi como si no hubiese pasado nada. El día era caluroso y los buitres ya habían encontrado las corrientes de aire caliente para dibujar sus círculos. A los que murieron allí, ni se les concedió ver por última vez a los buitres. A mí me hubiese gustado al menos caer boca arriba y contemplar la espiral del cielo. Cualquier hijo de Hontanar se merece algo así, contemplar por última vez a esas criaturas más grandes que cualquier hombre y más recias que la propia roca. Sin embargo, solo verían un cielo cuajado de estrellas que no pertenece a nadie y sentirían el ulular del gran duque, pero qué consuelo podría darles un animal escondido cuando ellos no habían podido escaparse. «¿Dónde están los cuerpos?». «Dicen que los enterraron por la finca de Maluque». «¿Nadie ha ido a ver?». No supe qué contestar».</span></blockquote><p style="text-align: justify;"></p><div style="text-align: justify;"><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://www.flickr.com/photos/deibiz4/28026536750/" target="_blank"><img border="0" data-original-height="533" data-original-width="800" height="426" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgrOcfgw6BljWGd3WNSu-8tLMTC4tVgfeHUCNQIGnPLIm-7M-QxZGmnHYjelt4nvibT0PeJXO_kAMkWqBG8cw6h8cs1jiXu7M2LIq4KNiCxhromyb1jKc489wME_-9nVc8A8E2macwrnvnCHq8JcOUwrA3pofUeuAWDqkJbvS6HlxXP56NqkBk5TRNRRvuL/w640-h426/28026536750_fd2230cecf_c.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://www.flickr.com/photos/deibiz4/28026536750/" target="_blank">Buitre</a>, fotografía de <a href="https://www.flickr.com/photos/deibiz4/" target="_blank">David Mejias</a> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by/2.0/" target="_blank">CC BY 2.0 DEED</a></span></td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;"><u>Ficha del libro:</u></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Título: <a href="https://www.penguinlibros.com/es/literatura-contemporanea/258305-libro-la-marca-del-agua-9788426410436" target="_blank">La marca del agua</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Autora: <a href="https://www.penguinlibros.com/es/literatura-contemporanea/258305-libro-la-marca-del-agua-9788426410436/fragmento" target="_blank">Montserrat Iglesias</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Editorial: Lumen</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Año de publicación: 2021</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Nº de páginas: 272</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">ISBN: 978-84-264-1043-6</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Comienza a leer <a href="https://www.penguinlibros.com/es/literatura-contemporanea/258305-libro-la-marca-del-agua-9788426410436/fragmento" target="_blank">aquí</a></span></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Si te ha gustado...</div><div style="text-align: justify;">¿Compartes?</div><div style="text-align: justify;"> ↓</div></div><p></p>Lorena Álvarez Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/12912455925584013270noreply@blogger.com14tag:blogger.com,1999:blog-3756166230240849946.post-30264921378113269432023-10-06T08:00:00.003+02:002023-10-06T11:02:04.216+02:00El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde - Robert Louis Stevenson<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«No es fácil describirlo. Hay algo raro en su apariencia, algo desagradable, algo directamente detestable. Nunca he visto un hombre que me pareciera tan repulsivo, y al mismo tiempo, no sé por qué. Debe de tener alguna deformidad. Da la sensación de que tiene alguna deformidad, pero no sabría decir cuál. Tiene un aspecto muy extraño y al mismo tiempo en realidad no puedo señalar nada que se salga de lo normal. No, señor. No veo por dónde cogerlo. No puedo describirlo. Y no es por falta de memoria, pues te aseguro que ahora mismo lo estoy viendo».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgqnvpLm91oGI_MNpKDZ7CwWrw1GE3Cijap-WI7TcueUZWXukIgCdLHtF7H1aRmmlCqSXbeAibOx-ivWmQjVyhQI5yHXW9XjD3cIlrCrnTiIRr-LOuGBRWLKxCGepuUwB7bjywVXU8DT71Au6YiNRP3ysdQSxsPhmQpy7rUtG9dBgr1EQ-xJ5fAh3kh5Xln/s550/el-extrano-caso-del-doctor-jekyll-y-el-senor-hyde-alba-editorial.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="550" data-original-width="369" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgqnvpLm91oGI_MNpKDZ7CwWrw1GE3Cijap-WI7TcueUZWXukIgCdLHtF7H1aRmmlCqSXbeAibOx-ivWmQjVyhQI5yHXW9XjD3cIlrCrnTiIRr-LOuGBRWLKxCGepuUwB7bjywVXU8DT71Au6YiNRP3ysdQSxsPhmQpy7rUtG9dBgr1EQ-xJ5fAh3kh5Xln/w269-h400/el-extrano-caso-del-doctor-jekyll-y-el-senor-hyde-alba-editorial.jpg" width="269" /></a></div><div style="text-align: justify;">Así le describe el señor Enfield a su buen amigo el abogado Utterson, además de narrador de la historia que os traigo hoy, al señor Hyde. Es más, el perturbado caballero añade lo siguiente a su descripción: <span style="font-family: georgia;"><i>«Tiene que haber algo más [...]. Hay algo más, pero no soy capaz de nombrarlo».</i></span> La misma sensación se aloja en el bueno del señor Utterson, así como en todos aquellos otros que con tal execrable individuo se cruzan, cuando tenga la oportunidad de conocer a Edward Hyde. El mismo Hyde no es ajeno a ese malestar e incertidumbre que va provocando a su paso.</div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«He observado que, cuando cobraba la apariencia de Edward Hyde, nadie era capaz de acercarse a mí al principio sin experimentar un visible escalofrío. Esto, supongo, ocurría porque todos los seres humanos con los que nos cruzamos son una mezcla de bien y mal, mientras que Edward Hyde, único en su especie, era pura maldad».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">O quizá debería de haber dicho que el propio doctor Jekyll no es ajeno a la aversión que produce Edward Hyde entre sus conciudadanos. Pero bien sabido es que ambos son la misma persona, motivo por el cual y dado que, como bien apunta Robert Mighall en el último de los dos apéndices a <i>El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde</i> de la edición que he leído, <span style="font-family: georgia;"><i>«tal vez la principal influencia del relato de Stevenson sea el modo en que Jekyll y Hyde son un concepto, además de una obra de ficción, y cómo pasaron a formar parte de la leyenda popular»</i></span>, me tomo la libertad de hacer un spoiler de los gordos y desvelar así el misterio que Robert Louis Stevenson regaló a sus coetáneos, pero que a los lectores actuales, debido a esa vida independiente al papel, las pantallas o los escenarios de su dual protagonista, nos ha sido negado.</p><p style="text-align: justify;">Igualmente, es buena cosa conocer el origen y el germen de conceptos tan indisolubles de nuestra cultura común. Así como fue para mí una maravilla leer <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2020/12/lo-que-el-viento-se-llevo-margaret.html" target="_blank">Lo que el viento se llevó</a></i> y toda una grata sorpresa descubrir <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2022/03/frankenstein-o-el-moderno-prometeo-mary.html" target="_blank">Frankenstein o el moderno Prometeo</a></i>, también la lectura que nos ocupa me ha resultado enriquecedora. Cierto es que en este caso me ha faltado esa tensión resolutiva a lo largo de la narración que ya no se puede disfrutar, pero al lector contemporáneo aún le queda como acicate la excelsa prosa de Robert Louis Stevenson en una novela corta con sabor a relato largo que en estilo narrativo tanto me ha recordado a la del <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Nathaniel%20Hawthorne" target="_blank">Nathaniel Hawthorne</a> de <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2020/04/wakefield-nathaniel-hawthorne.html" target="_blank">Wakefield</a></i> o la del <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Herman%20Melville" target="_blank">Herman Melville</a> de <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2023/06/bartleby-el-escribiente-herman-melville.html" target="_blank">Bartleby, el escribiente</a></i>. Le queda ese maravilloso capítulo final que no tiene desperdicio con la declaración completa de Henry Jekyll. Le queda —si elige para acercarse al origen de este mito popular la misma edición de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Alba%20Editorial" target="_blank">Alba</a> que he escogido yo— esos dos regalazos que son los dos apéndices de este libro.</p><p style="text-align: justify;">El primero de esos apéndices es un artículo del propio Stevenson. Se incluye en la edición porque el autor comenta en él cómo surgió la idea de escribir la historia de Jekyll y Hyde, algo que, por otra parte, no deja de ser una mera anécdota en dicho artículo. Lo interesante de ese texto es la visión de la cualidad dual del escritor a través de lo que Stevenson da en llamar sus duendecillos o genios, los cuales sueñan para él historias y son coautores de sus narraciones. Lo maravilloso es esa estructura casi de cajas chinas en cuyo interior el autor me deja una de esas historias que sus geniecillos imaginan por él. Es realmente extraordinario cómo está contada esa historia. Me encantaría saber si tiene continuación, si el escritor escocés llegó a publicarla, si está traducida al español y donde podría encontrarla, … pero me temo que me voy a quedar con las dudas y las ganas. Aprovecho para recordar que del autor había leído ya a finales del año pasado un cuento titulado <i>Markheim</i>, en el que ya queda patente el interés por la dualidad entre el bien y el mal de su autor. En la reseña del volumen <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2022/12/cuentos-de-navidad-vv-aa.html" target="_blank">Cuentos de Navidad</a></i> —también de la editorial Alba— lo incluí entre mis siete imprescindibles de los treinta y ocho cuentos que componen esa selección. Me da que más allá de títulos señera del imaginario colectivo y de la literatura universal como pueden ser el que nos ocupa o, por ejemplo, <i>La isla del tesoro</i>, hay mucho Robert Louis Stevenson aún por descubrir. </p><p style="text-align: justify;">El segundo apéndice corre a cargo, como ya os he comentado, de Robert Mighall y constituye en sus propias palabras <span style="font-family: georgia;"><i>«un breve ensayo sobre los textos psiquiátricos, criminológicos y sexológicos del final del período victoriano, pensados para que el lector moderno pueda comprender las especulaciones «psicológicas» de Stevenson en su marco histórico, para lo cual se ofrecerán amplias anotaciones a los pasajes más relevantes del texto. Confío en que los lectores encuentren estas notas, además de útiles para iluminar el relato de Stevenson, de interés histórico por sí mismas».</i></span> Puede confiar el señor Mighall en que la lectora que aquí escribe ha encontrado sus aportes sumamente interesantes por sí mismos, así como que considera que los mismos han contribuido a enriquecer una lectura ya de por sí con mucho contenido en cuanto a puntos de reflexión se refiere.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Cada día, y con ambas partes de mi inteligencia, la moral y la intelectual, me fui así acercando progresivamente a esa verdad cuyo descubrimiento parcial me ha condenado a este terrible naufragio: el de saber que el hombre en realidad no es uno sino dos. Digo dos porque mis conocimientos no han llegado más allá de ese punto. Otros vendrán después, otros que me superarán en las mismas experiencias, y me aventuro a afirmar que el ser humano será en última instancia conocido por la pluralidad de personalidades incongruentes e independientes que en él habitan».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Jekyll.and.Hyde.Ch6.Drawing1.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="417" data-original-width="512" height="326" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiFUfqMeD8zqT3_EL4MGTmkBbiTvohraIUzHUevO9SX_gvapoG3oq6usnPkzh9LWqMQKP25ElcWaqiHLASgSlsKfpQxr1G7fDGxSSUcjsfVNMAV-MZaVBF4UT6I4T7dtZ_R1WYNfFpGhriICvrMqfJJaHkwwvRqj09Qvv6y2PNIW03p1pG_zdDfd2LzxJqQ/w400-h326/Jekyll.and.Hyde.Ch6.Drawing1.jpg" width="400" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Jekyll.and.Hyde.Ch6.Drawing1.jpg" target="_blank">Ilustración de Charles Raymond Macauley para la edición de <br />New York Scott-Thaw de 1904 de <i>The strange case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde</i>. </a><br />Trabajo en dominio público. Fuente: <a href="https://archive.org/details/strangecaseofdr00stevuoft" target="_blank">Internet Archive</a>.</span></td></tr></tbody></table><br /><p></p><div style="text-align: justify;">Sin ir más lejos —y como hace escasos meses os comentaba— en 1928, cuarenta y dos años después de la publicación original de <i>El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde</i>, <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Virginia%20Woolf" target="_blank">Virginia Woolf</a> hacía alusión a la variación de yoes que cohabitaban en su queridísima Vita Sackville-West reconvertida para la ficción en <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2023/07/orlando-una-biografia-virginia-woolf.html" target="_blank">Orlando</a></i>. Todos, según el contexto público, privado, íntimo, personal o profesional en el que nos desenvolvamos en un momento dado, según ante qué persona nos encontremos y el sustrato de la relación que se haya establecido con ella mostramos diferentes caras que aparentemente pueden resultar incongruentes e independientes. Afortunadamente, a la mayoría de nosotros ninguna de nuestras 'personalidades' nos lleva a cometer ningún acto criminal. No así ocurre con Edward Hyde, esa cara oculta de Henry Jekyll cuya siniestra morada no da sino a la entrada trasera de la casa del respetado doctor.</div><p></p><p style="text-align: justify;">Bien está que Stevenson nos relate el crimen que perpetra el señor Hyde porque hasta entonces su maldad está descrita de forma un tanto ambigua. Cabe pensar por lo tanto que en el tiempo actual quizás podríamos ser más indulgentes con el comportamiento del señor Hyde de lo que se era en la época de su creador. Al hilo de esto es muy interesante lo que nos cuenta Robert Mighall en su citado apéndice acerca del concepto de demencia moral que <span style="font-family: georgia;"><i>«se utilizó para «patologizar» conductas excéntricas o no aceptadas».</i></span> Respecto a Hyde, leo en dicho apéndice que <span style="font-family: georgia;"><i>«lo que hace de él un caso de estudio es también su compulsión de actuar de una manera contraria a su identidad de clase»</i></span> y más cercana a alguien que perteneciera a los bajos fondos y no a un respetable caballero como era el doctor Jekyll, el cual es un ser torturado que nada entre las dos aguas que son la autoexigencia de cumplir con lo que se espera de un hombre de su posición y las llamemos bajas pulsiones que desde bien joven le perturban.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Fue por tanto la exigente naturaleza de mis aspiraciones, más que una particular degradación de mis defectos, lo que me llevó a ser lo que era y lo que abrió dentro de mí una brecha más honda que en la mayoría de los hombres, entre las provincias del bien y el mal que dividen y conforman la naturaleza dual del ser humano. Todo ello me llevó a la inveterada costumbre de reflexionar profundamente sobre esa dura ley de la vida que se encuentra en la raíz de la religión y constituye una de las principales fuentes de angustia. Pese a mi profunda dualidad, yo no era en absoluto un hipócrita. Ambas partes de mi ser eran igualmente sinceras. Igual de yo era cuando, ajeno a toda limitación, me zambullía en la vergüenza, como cuando a la vista de todos me esforzaba en ampliar mis conocimientos o aliviar la tristeza y el sufrimiento».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="background-color: white;"><span style="font-family: georgia;"><i>«No pienses que la persona tiene tanta fuerza como para llevar cualquier tipo de vida y continuar con ella. Hasta cortar los propios defectos puede ser peligroso —nunca se sabe cuál es el defecto que sustenta nuestro equilibrio interno—».</i></span><span style="font-family: inherit;"> Así reza una cita de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Clarice%20Lispector" target="_blank">Clarice Lispector</a>, esa indescifrable descifradora de las máscaras que todos elegimos ponernos, que leí en la maravillosa biografía literaria titulada <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2018/03/clarice-una-vida-que-se-cuenta-nadia.html" target="_blank">Clarice, una vida que se cuenta</a></i> que sobre ella escribió su compatriota <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/N%C3%A1dia%20Batella%20Gotlib" target="_blank">Nádia Batella Gotlib</a>. Bien que lamento desde dicha lectura no haber tomado nota no solo —como así hice— de una cita que me impactó en su momento y me sigue impactando por la terrible a la par que consoladora verdad que encierra sino también del texto público o privado del que procede. Pues bien, en la lectura que nos ocupa, Jekyll opta por ese corte, por, dentro de esa dicotomía entre el bien y el mal que lo asola, la escisión del segundo respecto al primero. El desequilibrio creado por el desligamiento de esas dos partes que le definen en la misma medida como persona será su perdición. Podría haber optado por la conciliación de sus dos yoes, por la sana y difícil de conseguir convivencia de lo que simbolizan Jekyll y Hyde, pero no hay que obviar, como acabamos de ver que el propio doctor Jekyll incide, </span><span style="font-family: georgia;"><i>«</i></span></span><span style="font-family: georgia;"><i>esa dura ley de la vida que se encuentra en la raíz de la religión y constituye una de las principales fuentes de angustia»</i></span>, así como esa otra fuente de angustia (que en muchas ocasiones se nutre de esa misma raíz de la religión) que son las convenciones sociales y la moralidad de una época. Es difícil deshacerse de cadenas tan férreas. Conseguirlo sin duda ha de ser liberador, aunque tampoco algo exento de peligro.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="float: right; margin-left: 1em; text-align: right;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Jekyll.and.Hyde.Ch10.Drawing2.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="795" data-original-width="512" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhOuS9E4OH75fw8eWB4DqobhZC_ObHjYJpIRcrU1G9VVl2E61HLZL9VjsO3o-41Sb7z7JeR8e4BO9TTkJolsVE4gnbhPPd_PpA-ljrLFkN1c6tPwg4FXhgPhRj3PEo4ySXOqXuph7JEc3GS8un6d2ff2s7eq2peyb1ok9YllV5IF2RXFchxcYqmX9yniaxc/w258-h400/Jekyll.and.Hyde.Ch10.Drawing2.jpg" width="258" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Jekyll.and.Hyde.Ch10.Drawing2.jpg" target="_blank"><span style="font-family: times;">Ilustración de Charles Raymond Macauley para<br />la edición de New York Scott-Thaw de 1904 <br />de </span><i style="font-family: times;">The strange case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde</i></a><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Jekyll.and.Hyde.Ch10.Drawing2.jpg" target="_blank">. </a><br />Trabajo en dominio público. Fuente: </span><a href="https://archive.org/details/strangecaseofdr00stevuoft" style="font-family: times;" target="_blank">Internet Archive</a><span style="font-family: times;">.</span></td></tr></tbody></table><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Había en mis sensaciones algo extraño, algo indescriptiblemente inédito y, por su misma novedad, increíblemente dulce. Me sentía más joven, más ligero, más feliz físicamente; experimentaba una temeridad embriagadora; una corriente de desordenadas imágenes sensuales atravesaba mi imaginación a una velocidad de vértigo, a la vez que los vínculos de mis obligaciones se disolvían y me invadía una desconocida, aunque no inocente, libertad del espíritu. Supe, al respirar por vez primera esta nueva vida, que era más perverso, diez veces más perverso, un esclavo vendido a mi maldad original. Y, en aquel instante, la idea me animó y me deleitó como el vino. Extendí las manos, exultante en la frescura de estas sensaciones, y de pronto caí en la cuenta de que mi estatura había menguado».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">No he podido evitar al leer en esta novela fragmentos como el anterior acordarme de algún que otro pasaje de esa terrorífica maravilla que es <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2021/03/el-corazon-de-las-tinieblas-joseph.html" target="_blank">El corazón de las tinieblas</a></i> de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Joseph%20Conrad" target="_blank">Joseph Conrad</a>. Con la liberación de esa parte de sí que es Edward Hyde se desata una especie de estado de salvajismo. Robert Mighall habla en su ensayo sobre ciertos tintes atávicos en el comportamiento de ese personaje y ahonda en la idea de regresión moral e involución como especie que este podría reflejar. Personalmente ya me había llamado la atención durante la lectura del relato de Stevenson la descripción del personaje de Edward Hyde. Físicamente no solo se le presenta con una estatura menguada respecto a la de Henry Jekyll en clara alusión a su más baja catadura moral, sino que se redunda en su fealdad y rasgos simiescos como si estos fueran reflejo de su ferocidad, salvajismo, crueldad y animalidad. Ver la lucha de los humanos por escindir esa animalidad que, como animales que somos, forma parte de nosotros es algo que siempre me resulta muy curioso. Asimismo, tendemos a considerar como rasgos definitorios humanos tan solo los correspondientes a la parte más noble que albergamos. Olvidamos que cohabita en nosotros la misma dualidad que en el depredador que podríamos ver en un documental atacando sin piedad ni contemplaciones a su presa y que en la escena siguiente nos conmueve y nos rebosa de ternura con, por ejemplo, el cuidado que procura a sus crías.</p><p style="text-align: justify;">Otra cosa que suele llamarme la atención y que creo que inconscientemente se ha colado en nuestra percepción es las innumerables veces que se asocia la fealdad física y los malos modos con la maldad y, por oposición, la belleza y los buenos modales con la bondad. Robert Mighall nos cuenta cómo el polímata Francis Galtón trató, a través de un estudio mediante fotografías, de captar la esencia visual del mal. <span style="font-family: georgia;"><i>«He elaborado multitud de imágenes mixtas de diversos grupos de convictos, que han demostrado ser interesantes en el aspecto negativo más que en el positivo. El resultado han sido rostros corrientes, en los que no va inscrita la maldad. Sí hay bastante maldad en los rostros individuales, pero es una maldad de otra clase y, al combinarse las imágenes, las singularidades de cada individuo desaparecen, dejando solo una suerte de humanidad común de rango inferior»</i></span>, no tuvo más remedio que concluir el entre otras muchas cosas genetista. No albergo duda alguna de que esa humanidad común es ese algo más que el señor Enfiel fue incapaz de describir a su buen amigo Utterson, de que es lo mismo que horrorizaba a todo aquel que se cruzaba con el señor Hyde, lo mismo que el doctor Jekyll contemplaba frente al espejo que instaló en su laboratorio cada vez que se transformaba en su peor yo. Edward Hyde, para todos los que abominan de él, no es sino un espejo que nos devuelve una imagen de nosotros mismos tan distorsionada como real.</p><p style="text-align: justify;">En la cultura popular se suele echar mano de Jekyll y Hyde para hacer alusión de manera coloquial y nada científica a que alguien tiene doble personalidad. No obstante, no creo que el propósito de Robert Louis Stevenson al escribir esta novela tuviera ninguna connotación clínica. Sin duda, debía de sentir curiosidad por el contexto científico de la época que tan bien ha sabido explicar Robert Mighall en su apéndice. Además, como la propia esposa de Stevenson recordaría tiempo después de que este escribiera esta novela, quedó <span style="font-family: georgia;"><i>«profundamente impresionado por un artículo sobre el subconsciente, leído en una publicación científica francesa, que le proporcionó el germen de la idea».</i></span> Personalmente, no he encontrado en el comportamiento de Edward Hyde nada que pueda considerar patológico a excepción tal vez del placer que obtiene infligiendo daño. Me inclino más por la vertiente filosófica y psicológica de esta lectura más que por la médica o científica, si bien, evidentemente, esta novela no es ni lo uno ni lo otro, pues lo que el escritor escocés hace en ella es desbrozar caminos y allá cada lector con la senda que quiera recorrer. Lo que es cierto es que, como dice el propio Henry Jekyll (y motivo también por el cual algunas de las lecturas y autores que he ido citando han acudido a mi mente durante esta lectura y mi reflexión sobre la misma), <span style="font-family: georgia;"><i>«por extrañas que fueran mis circunstancias, los elementos del debate son tan antiguos y tan comunes como el hombre mismo».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Termino con una cita del alienista Edward Charles Spitzka recogida en el ensayo de Robert Mighall:</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«La bestia salvaje […] duerme dentro de todos nosotros. No siempre es necesario referirse a la locura para explicar su despertar».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Jekyll-mansfield.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="600" data-original-width="399" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjG4Gr6IrWY4Jcc_Le5JVrQoHW4f8E1VsyCQ9de1xOoF3AS6LGnCgELK-4KlDirqhSMjt1I8vfLjGCEj8eDs33G16oRmbIb8W2Jp6Hk2Df7z_0-TOfo59RDHB4M9Z12Q4F7qQ69wsigHS17EH6iSu3XNRkj0Ie-oOEHhcl40R6JTPNi5fVz4NmTtNZKWQGM/s16000/Jekyll-mansfield.jpg" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Jekyll-mansfield.jpg" target="_blank">Doble exposición que muestra al actor Richard Mansfield representando <br />tanto al doctor Jekyll como al señor Hyde para las adaptaciones <br />teatrales de Nueva York y Londres que se estrenaron respectivamente <br />en 1887 y 1888.</a> Trabajo en dominio público de </span><a href="https://en.wikipedia.org/wiki/Henry_Van_der_Weyde" target="_blank"><span style="font-family: times;">Henry Van der Weyde.</span></a></td></tr></tbody></table><br /><br /><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><span style="font-family: courier;"><u>Ficha del libro: </u></span><div><span style="font-family: courier;">Título: <a href="https://www.albaeditorial.es/clasicos/alba-clasica/el-extrano-caso-del-doctor-jekyll-y-el-senor-hyde/" target="_blank">El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde</a></span></div><div><span style="font-family: courier;">Autor: <a href="https://www.albaeditorial.es/autores/robert-louis-stevenson/" target="_blank">Robert Louis Stevenson</a></span></div><div><span style="font-family: courier;">Ilustrador: Mervyn Peake</span></div><div><span style="font-family: courier;">Traductora: Catalina Martínez Muñoz</span></div><div><span style="font-family: courier;">Apéndice de Robert Mighall</span></div><div><span style="font-family: courier;">Editorial: Alba</span></div><div><span style="font-family: courier;">Año de publicación: 2015 (1886)</span></div><div><span style="font-family: courier;">Nº de páginas: 176</span></div><div><span style="font-family: courier;">ISBN: 978-84-9065-061-5</span></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div>Si te ha gustado...</div><div>¿Compartes?</div><div> ↓</div><div><br /></div><div><br /></div></div>Lorena Álvarez Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/12912455925584013270noreply@blogger.com17tag:blogger.com,1999:blog-3756166230240849946.post-51242551852207272632023-09-27T08:00:00.001+02:002023-09-27T08:00:00.151+02:00Sinsonte - Walter Tevis<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Cuando en la pantalla aparecen palabras impresas, detengo el proyector y las leo en voz alta ante la grabadora. A veces esto no requiere más que un instante, por ejemplo, en casos como «¡No!» o «Fin», donde solo vacilo un poco antes de pronunciarlas. Pero otras veces aparecen frases más complejas, con combinaciones difíciles de letras, y entonces las debo estudiar largo rato para estar seguro de cómo se pronuncian. Una de las más difíciles estaba en uno de los fondos negros que aparecen en la pantalla, después de una escena muy emotiva donde una joven había manifestado preocupación. Leí, sin pausas: «Si el doctor Carrothers no llega pronto, madre se volverá loca». ¡No cuesta mucho imaginar los problemas que me dio! Y otra: «Solo el sinsonte canta en la linde del bosque», esta se la dice un anciano a una niña.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">[...] Por supuesto, no sé lo que es un «sinsonte». Ni lo que significa «doctor». Pero hay algo que me desconcierta y me altera más incluso que la extrañeza y la impresión de antigüedad que desprende el tipo de vida que muestran. Se trata de las manifestaciones de unas emociones que para mí son completamente desconocidas; emociones que todos y cada uno de los integrantes del antiguo público de las películas sentían y que ahora se hallan perdidas para siempre. Tristeza es lo que siento con más frecuencia. Tristeza. «Solo el sinsonte canta en la linde del bosque». Tristeza».</span></div></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Tampoco yo sabía lo que era un sinsonte hasta que me encontré con el libro que os traigo hoy. Ahora ya lo sé. Lo que sigo desconociendo es el significado de esa frase. Aun así, estoy firmemente convencida de la irrefutable verdad que encierra. Es extraño. Es perturbador y maravilloso a la vez. <span style="font-family: georgia;"><i>«Te hace sentir algo y no sabes lo que es». «Te causa una fuerte emoción». «Tristeza. Pero es una tristeza beneficiosa para ti».</i></span></p><p style="text-align: justify;">¿Cómo puede ser la tristeza beneficiosa para alguien, os preguntaréis? Supongo que porque puede ser una fiel compañera enemiga del olvido. Porque la tristeza es prima hermana de la melancolía y esta es un grado superior a la tristeza. Porque de la melancolía aún podemos escalar a la añoranza. Porque añoramos lo perdido pero también a veces lo que nunca hemos tenido.</p><p style="text-align: justify;">Recuerdo la magistral clase de etimología que el recientemente fallecido <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Milan%20Kundera" target="_blank">Milan Kundera</a> me diera hace cinco años en <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2018/09/la-ignorancia-milan-kundera.html" target="_blank">La ignorancia</a></i>, el único libro que he leído hasta la fecha del escritor checo. Reproduzco de mi reseña de esa novela parte de esa lección: <span style="font-family: georgia;"><i><span style="background-color: white; font-size: 16px;">«En español, «añoranza» proviene del verbo «añorar», que proviene a su vez del catalán </span><span style="background-color: white; font-size: 16px;">enyorar</span><span style="background-color: white; font-size: 16px;">, derivado del verbo latino </span><span style="background-color: white; font-size: 16px;">ignorare</span></i></span><span style="background-color: white; font-size: 16px;"><i style="font-family: georgia;"> (ignorar, no saber de algo). A la luz de esta etimología, la nostalgia se nos revela como el dolor de la ignorancia»</i><span style="font-family: inherit;">, escribía Kundera en esa novela.</span> «</span><span style="background-color: white; font-family: Lora, serif; font-size: 16px;">Sin embargo», y continúo ahora como mis propias palabras rescatadas de esa reseña, «es el francés el idioma original en el que está escrito [el citado libro de Kundera] y, en dicha lengua, añoranza se dice </span><i style="background-color: white; font-family: Lora, serif; font-size: 16px;">nostalgie</i><span style="background-color: white; font-family: Lora, serif; font-size: 16px;">, que proviene del griego </span><i style="background-color: white; font-family: Lora, serif; font-size: 16px;">nostos</i><span style="background-color: white; font-family: Lora, serif; font-size: 16px;"> (regreso) y </span><i style="background-color: white; font-family: Lora, serif; font-size: 16px;">algos</i><span style="background-color: white; font-family: Lora, serif; font-size: 16px;"> (sufrimiento)». Así, pues, la nostalgia se revela no solo como el dolor que causa la ignorancia sino también como el sufrimiento implícito que hay en lo que regresa, es decir, en lo que se deja de ignorar. Eso canta para mí el sinsonte en la linde del bosque. Y es que, como </span>rezan unos versos —según he podido averiguar de Robert Frost— que uno de los personajes de este libro (del que vengo a hablaros, no del de Kundera) no consigue recordar,<span style="background-color: white; font-family: Lora, serif; font-size: 16px;"> </span><span style="font-family: georgia;"><i>«¿De quién son estos bosques que creo conocer?»</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Yo no podía despegar la vista de él, y por mucho que me esforzaba, su belleza física no me permitía ver ninguna fealdad. Era bello, y su tristeza era una droga para mí. Él estaba allí, con el torso desnudo y salpicado de pintura, y algo muy dentro de mí suplicaba por él. Era el objeto más hermoso que yo había visto nunca, y mi asombro y mi cólera hacían que su belleza resplandeciera alrededor del cuerpo fuerte y relajado, de su asexuado cuerpo, de su cuerpo increíblemente viejo e increíblemente joven».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgB3xbMMgEDXn0UZKgQaF6iCgzlKSzpJcKaIqMCLRb8zyt-GusukI_jchjCo_LyVqyStulqtuWrU_5ldpx7_vRKTantCslqJSWTlvSVdUzjlJmPVyTak-TUfnwiB0cejSQhuaF60VBiY5Zv-_F4F4kU_EGLE5RwKlMEQhMZBUkALWXxZntWuRohvL4qdmnh/s2362/SINSONTE_TEVIS_RGB.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2362" data-original-width="1535" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgB3xbMMgEDXn0UZKgQaF6iCgzlKSzpJcKaIqMCLRb8zyt-GusukI_jchjCo_LyVqyStulqtuWrU_5ldpx7_vRKTantCslqJSWTlvSVdUzjlJmPVyTak-TUfnwiB0cejSQhuaF60VBiY5Zv-_F4F4kU_EGLE5RwKlMEQhMZBUkALWXxZntWuRohvL4qdmnh/w260-h400/SINSONTE_TEVIS_RGB.jpg" width="260" /></a></div><div style="text-align: justify;">Ese verso de Frost y esa frase del sinsonte que otro de los protagonistas de esta novela se repite como un mantra a lo largo de la misma son para mí de una belleza de la que no consigo desprenderme. También la belleza de la portada de <i>Sinsonte</i> me atrapó sin remedio, y eso que <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Impedimenta" target="_blank">Impedimenta</a> se pone a sí misma el listón muy alto en cuanto a portadas hermosas (y no solo a eso) se refiere. Encontrarme en la misma con el nombre de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Jon%20Bilbao" target="_blank">Jon Bilbao</a>, viejo conocido de este blog, como autor de la nueva traducción al español de esta novela de Walter Tevis fue un último empujón que me llevó hacia su lectura. Y por si a alguno, como me ocurría a mí, el nombre de Walter Tevis no le suena de nada, diré que películas que a todos nos suenan como <i>El buscavidas</i> o <i>El color del dinero</i>, así como la más reciente serie de Netflix <i>Gambito de Dama</i>, están basadas en novelas de su autoría. Pero antes de ese nombre desconocido para mí de Walter Tevis y de ese otro en cambio conocido de Jon Bilbao lo primero que leo en esa portada es su título. Como he dicho, desconocía por entonces lo que es un sinsonte. Sin embargo, por mucho que la extrañeza y lo desconocido sean tantas veces fuente de rechazo, no debemos despreciar su en ocasiones irresistible poder de atracción.</div><p></p><p style="text-align: justify;">Nos anuncia ya la propia editorial Impedimenta que <i>Sinsonte</i> es una novela con ecos de <span style="font-family: inherit;"><span style="background: rgb(255, 255, 255); border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: left; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><i>Fahrenheit 451</i></span><span style="background-color: white; text-align: left;">, </span><span style="background: rgb(255, 255, 255); border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: left; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><i>Un mundo feliz</i></span><span style="background-color: white; text-align: left;"> o </span><span style="background: rgb(255, 255, 255); border: 0px; box-sizing: border-box; margin: 0px; outline: 0px; padding: 0px; text-align: left; text-size-adjust: 100%; vertical-align: baseline;"><i>Blade Runner</i>. S</span></span><span style="background-color: white; text-align: left;">i bien he barajado hacerlo en alguna ocasión (aunque ahora haya venido <i>Sinsonte</i> a colarse por la cara), n</span><span style="background-color: white; font-family: inherit; text-align: left;">o he leído ninguno de los dos primeros títulos mencionados, así como tampoco he visto el tercero de ellos ni leído <i>¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?</i>, novela en la que se basa la película que responde a ese tercer título. No obstante, y basándome en la idea que tengo de esos tres referentes de la ciencia ficción, aventuro que en este caso no estamos ante un cebo promocional y que, aunque con identidad y peso propio, no está exenta la novela de Walter Tevis de cierta reminiscencia a tres libros que presumo que su autor habría leído. De ser así, ello fue posible porque el escritor estadounidense tenía la capacidad de leer y de, a través de una cultura y un conocimiento común, entablar relaciones con el pasado. Es por lo mismo que yo he podido recordar leyendo <i>Sinsonte</i> </span><span style="background-color: white; text-align: left;">una novela leída hace años</span><span style="background-color: white; font-family: inherit; text-align: left;">, así como traer de vuelta la relación entre la ignorancia y la añoranza que en ella descubrí. </span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«La cama era cómoda pero no dormí bien. Me desperté varias veces a lo largo de la noche y me quedé tumbado, escuchando el ruido de las ruedas sobre el asfalto y deseando conciliar el sueño. Después de despertarme por tercera o cuarta vez, noté una tirantez incómoda en el estómago y que mi cabeza, lejos de hallarse relajada, era presa de una desazón para la que, pese a serme familiar, no tenía nombre. En la oscuridad, oyendo el suave ruido del autobús, poco a poco lo fui viendo claro: estaba solo. Estaba dolorosamente solo, y hasta entonces ni siquiera me había dado cuenta.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Me senté en la cama. ¡Dios mío! Era así de simple. Me estaba empezando a enfadar. ¿De qué servían la Intimidad, la Autosuficiencia y la Libertad si me sentía de esta manera? Me hallaba en un estado de anhelo permanente, y llevaba años así. No era feliz, casi nunca había sido feliz.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«¡Es horrible!», pensé. ¡Cuántas mentiras! Me sentí físicamente enfermo al comprenderlo, al recordarme como un niño plantado delante de la televisión, al recordar las clases en las que los profesores robot nos enseñaban que el «desarrollo interior» era el principal propósito en la vida, que «el sexo rápido es el mejor», que la única realidad residía en mi consciencia y que podía alterarse químicamente. Lo que yo había querido, lo que había anhelado incluso entonces, era ser amado y amar. Y ni siquiera me habían enseñado esa palabra».</span></div></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Quien así se expresa es Paul Bentley. Es él quien, en una película muda, lee la frase Solo el sinsonte canta en la linde del bosque; él quien vuelve a ella una y otra vez. Acaba de descubrir el corrosivo poder de lo incomprensible, de esa droga que está a punto de sustituir para él esa otra con la que la sociedad a la que pertenece vive en un permanente estado de sopor. Suma nuevas palabras cada día a su vocabulario. Las lee en ese bosque de palabras que para él es el diccionario. <span style="font-family: georgia;"><i>«A veces eso me ayuda a conciliar el sueño. Pero otras veces encuentro palabras que me emocionan muchísimo. Con frecuencia son palabras cuya definición se me escapa, como «enfermedad» o «álgebra». Les doy vueltas en la cabeza y releo la definición. Pero esta casi siempre contiene otras palabras incomprensibles, que me emocionan más aún».</i></span> Paul tiene alrededor de treinta años y acaba de aprender a leer. De la frase que acabo de escribir lo más extraño no es que un hombre de treinta años no sepa leer, sino el hecho de que alguien lea en un mundo en el que nadie sabe hacerlo y en el que cada vez van quedando menos que alguna vez supieron siquiera el significado de ese verbo. Y es que <span style="font-family: georgia;"><i>«cuando el alfabetismo murió, también lo hizo la historia».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«—Enseñar a leer es un crimen. Podría ir a prisión por eso.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">[...]</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">—Leer es algo muy íntimo —dijo—. Te acerca demasiado a las emociones y a las ideas de los demás. Te altera y te confunde.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">[...]</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">—¿Por qué ha de ser un crimen sentirse alterado y confuso? ¿Y conocer lo que otros piensan y sienten?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Spofforth me miró fijamente.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">—¿No quiere ser feliz? —dijo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">[...]</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">—Las personas que no leen se están suicidando, se queman vivas. ¿Son ellas felices?»</span></div></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://www.flickr.com/photos/116153022@N02/15180957937/" target="_blank"><img border="0" data-original-height="576" data-original-width="787" height="468" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgNEKjNKHCvVkmYwywO0Z17WF8Gvgu5wQhc219s2yO4yV7d2MB4DSjx-WztxsZq7Wj_BwYOrQIs4j-hMxpQ15VQ3M7sAIfjE3RBDfs43MDB48k7s5Uo5EnZkDYvOVww6POyLot8FNv5OIFfAmZkiM77zBn7amNvPt4X7KbThhKaJxCGQLQIhrRP22sEzw9e/w640-h468/15180957937_90e5ac8978_c.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://www.flickr.com/photos/116153022@N02/15180957937/" target="_blank">King Kong</a>, fotografía de <a href="https://www.flickr.com/photos/116153022@N02/" target="_blank">Breve Storia del Cinema</a> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-nc/2.0/" target="_blank">CC BY-NC 2.0</a></span></td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;">Nadie es feliz en el mundo en el que vive Paul Bentley. Tan solo Paul ha comenzado a experimentar destellos de felicidad, lo cual es algo que le admira a la vez que le abomina, pues en ello <span style="font-family: georgia;"><i>«hay regocijo, pero la sensación de riesgo es casi terrorífica».</i></span></div><p></p><p style="text-align: justify;">Tampoco es feliz Robert Spofforth. No tengo palabras para expresar lo que he llegado a querer a este personaje, a esa figura solitaria en lo alto del Empire State cargando sobre sus hombros el peso del dolor de una especie humana anestesiada. <span style="font-family: georgia;"><i>«Qué extraño es que este robot se convirtiera en el depósito de tanto amor y melancolía; sentimientos tan poderosos que la humanidad se ha deshecho de ellos».</i></span> Sí, quiero a un robot y no me avergüenza reconocer que parte de ese sentimiento está provocado por esa belleza descrita en la cita que he dejado más arriba. De decir he también que Spofforth no es un robot cualquiera sino el último de los Máquinas Nueve, todos ellos fabricados a partir de copias modificadas del cerebro vivo de un mismo hombre elegido por su sobresaliente inteligencia pero en las que <span style="font-family: georgia;"><i>«fue inevitable que [...] pervivieran fragmentos de viejos sueños, de anhelos y de angustias»</i></span>, pues <span style="font-family: georgia;"><i>«no existía modo de erradicarlos [...] sin dañar otras funciones».</i></span> Sin embargo, Sporfforth no es un Máquina Nueve cualquiera, sino que <span style="font-family: georgia;"><i>«había sido diseñado para vivir eternamente, y había sido diseñado para no olvidar nada. Los responsables de tal diseño no se detuvieron a considerar cómo sería una vida semejante».</i></span> Spofforth, sin embargo, no olvida cómo es esa vida. No puede. <span style="font-family: georgia;"><i>«Al igual que al monstruo de Frankenstein, se le dotó de vida y de movimiento mediante una descarga eléctrica; emergió del tanque completamente desarrollado y con la capacidad de hablar»</i></span>, y, al igual que hiciera el doctor <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2022/03/frankenstein-o-el-moderno-prometeo-mary.html" target="_blank">Frankenstein</a> con su 'monstruo', sus creadores se desatendieron tras su creación de la responsabilidad hacia su criatura. Spofforth es otro moderno Prometeo al que, al igual que en el mito griego original, se le tortura sin otorgarle el consuelo de la muerte.</p><p style="text-align: justify;">Es precisamente esa desolación que desprende ese personaje ligada a su belleza física la que obra en mí ese <span style="font-family: georgia;"><i>«sentimiento de expansión, de felicidad dolorosa, en el pecho»</i></span> con el que leo el primer capítulo de esta novela, ese sentimiento de ensanchamiento que nos provoca la lectura de esos libros en los que somos felices. Seguiré empatizando con Spofforth y deseándole calma para su alma y consuelo, pero nunca lo querré como lo he querido en ese primer capítulo. Seguiré sintiendo momentos de expansión y de felicidad dolorosa en el pecho durante esta lectura, pero no los viviré de la mano de Spofforth sino de la de Paul, al que sin embargo nunca voy a querer tanto como he querido a Spofforth y al que, si bien es cierto que esta historia se sustenta sobre tres personajes, considero el verdadero protagonista de esta novela. </p><p style="text-align: justify;">La tercera de esos tres personajes es Mary Lou Borne, una mujer que, por cuestionarla, vive al margen de la sociedad. En un mundo en el que la curiosidad es fuertemente desterrada desde la temprana educación con un reiterativo <span style="font-family: georgia;"><i>«No preguntes, relájate»</i></span>, Mary Lou sorprende por su alta inteligencia. Es un acicate en el camino de aprendizaje y descubrimiento que Paul acaba de emprender, una Eva bíblica que le arroja el fruto prohibido del árbol de conocimiento.</p><p style="text-align: justify;">La metáfora anterior no ha sido una elección casual por mi parte. No es solo que Mary Lou le lance literalmente una manzana a Paul en una escena de esta novela, sino que la <i>Santa Biblia</i> será uno de los libros con los que Paul consiga hacerse y sus ocurrencias acerca de Cristo y la religión no tienen desperdicio.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Es extraño. Pienso que ellos confiaban en que sucediera algo milagroso cuando me oyeron recitar en voz alta las palabras de la Biblia, cuando el misterio les fuera desvelado: el mensaje de un libro inescrutable que habían llegado a reverenciar. Pero no aconteció milagro alguno, y pronto perdieron el interés. Creo que comprender lo que decían esas palabras requería una atención y una devoción que ninguno poseía realmente [...]. Estaban deseosos de aceptar la piedad severa y el silencio y el autodominio sexual albergados en ellas, aceptarlo de manera irreflexiva, junto con un puñado de lugares comunes sobre Jesús, Moisés y Noé; no obstante, se sentían superados por el esfuerzo que requería comprender la literatura que, en el fondo, era la fuente verdadera de su religión».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Walter Tevis fue profesor de Literatura Inglesa y Escritura Creativa en la Universidad de Ohio entre 1965 y 1978. Durante esa experiencia profesional pudo advertir en sus estudiantes una alarmante bajada del nivel literario. Esa observación fue el germen de su novela <i>Sinsonte</i>, que se publicaría en 1980. Ambientada en los Estados Unidos de América, mayoritariamente en la ciudad de Nueva York, de un futuro 2467, el escritor recrea en ella un mundo en el que imperan los <span style="font-family: georgia;"><i>Principios de Individualismo e Intimidad</i></span> y en el que la <span style="font-family: georgia;"><i>Cortesía Preceptiva</i></span> actúa como aislante en las relaciones humanas. El hecho de que sea el visionado de películas mudas lo que haya llevado a Paul a aprender a leer se debe a un trabajo que está realizando, pues, para los coetáneos de este personaje el cine clásico está formado por películas porno, nada que haya de resultarnos extraño si tenemos en cuenta que estamos hablando de una generación a la que se le ha enseñado que <span style="font-family: georgia;"><i>«el sexo rápido es el mejor»</i></span> porque <span style="font-family: georgia;"><i>«el sexo rápido nos protege»</i></span> del contacto, afecto y relaciones con otras personas y por tanto de la decepción y dolor que estas pueden provocar. Se niega así a esas últimas generaciones de una humanidad en serio peligro de extinción la comprensión que procura la compañía y el aprendizaje emocional de entender que sentimientos habitualmente considerados negativos como la ira o la tristeza son necesarios tanto para el desarrollo individual como para la supervivencia de la especie.</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="goog_1855903814"><img border="0" data-original-height="534" data-original-width="800" height="428" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgJhxhnrQN61TgOjbv-PwNap8HmNQv9kM5Se7kktP_kU72RhUMjDsQFgumkC43z7W4V5NZaHIZjV4u0-cZqnMITuems3B63MjvR7Gic4S3HaJLR7XkVEDx8TGr7XlujwgXzYaHDMQzkr-qo8OUxs5UXoBB4W6zBYwVvZDguYIp83OKIzCFbxO2r7-Pat_r6/w640-h428/4858901722_d26f249404_c.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://www.flickr.com/photos/huckfunn/4858901722/" target="_blank">20100718_bronx.zoo_115</a>, fotografía de <a href="https://www.flickr.com/photos/huckfunn/" target="_blank">Joe Schulz</a> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-nc/2.0/" target="_blank">CC BY-NC 2.0</a></span></td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;">Tevis no solo debía de estar preocupado por la bajada del nivel literario de la juventud sino también por la creciente mecanización de todo tipo de trabajos, así como por el avance de la tecnología. En la distopía que plantea en su novela son los robots los encargados de casi todo. Han sido creados por el hombre para su comodidad y perfeccionados hasta alcanzar su máximo exponente en la figura atlética, imperturbable y conmovedora de Sporfforth, pero ha sido esa misma comodidad la que ha conducido a la especie humana a un mundo de dejadez en el que nadie se ocupa del mantenimiento y supervisión de esos robots que, a imagen y semejanza de sus hacedores, se desenvuelven con la misma desgana y falta de eficacia. No puedo evitar preguntarme cómo hubiera visto el escritor estadounidense el despegue de Internet y su uso masivo y cotidiano, así como el impacto de las redes sociales en la forma de comunicarse de una sociedad que nunca ha tenido a su alcance más vías de comunicación y de información y que, sin embargo, nunca ha estado más incomunicada y desinformada. Sin embargo, sin haber vivido esto, el autor inventa situaciones para el siglo XXV que ya estamos viviendo en el siglo XXI. Su descripción de Nueva York como una ciudad muerta y de <span style="font-family: georgia;"><i>«los estúpidos seres vivos que se desplazaban aturdidos por las calles agonizantes: pétreas expresiones de introspección, seres vivos con mentes que apenas funcionaban, seres vivos que eran como yo lo había sido en el pasado, indignos de seguir respirando. Una sociedad acechada por la muerte y no lo bastante viva como para percatarse de nada»</i></span> me hace pensar en los zombis víctimas de la epidemia del fentanilo que pululan en la actualidad por las calles del país de Walter Tevis. Los constantes suicidios que se producen en esa sociedad de ficción en la que el vacío al que conduce la indolencia provoca más dolor que el que el nombre de esa cualidad da a entender me recuerda a esa otra epidemia silenciosa que es el suicidio y al preocupante aumento de este en nuestros jóvenes y adolescentes.</div><p></p><p style="text-align: justify;">No soy agorera. Pienso que las preocupaciones de Tevis plasmadas en esta novela son comunes a todas las épocas, que cuando el avance inexorable de la sociedad nos deja estancados un paso más atrás tendemos a mitificar nuestro tiempo y a considerarlo mejor que el que está por venir y vemos asomar amenazante por el horizonte e incluso que el que ya está aquí. La tecnología no es mala. Lo malo o bueno es el uso que se haga de ella. No obstante, no puedo evitar detectar en el devenir actual de la sociedad un cierto retroceso. No se lee en profundidad. Se lee en diagonal y de forma fragmentaria. El nivel de comprensión de textos con cierta complejidad deja mucho que desear. Y, lo que es peor, no se quiere desentrañar esa complejidad; no interesa. Como los oyentes de la biblia en esta novela, se opta por abrazar la aceptación irreflexiva de lugares comunes y por rechazar el esfuerzo que requiere comprender la literatura, la cual <span style="font-family: georgia;"><i>«aumenta mi consciencia del pasado [...], la expansión de mis gustos y afinidades más allá del raquítico egocentrismo inculcado [...], así como su crecimiento hacia atrás en el tiempo, abarcando generaciones y generaciones de personas que habitaron esta tierra igual que lo hago yo».</i></span> Y no solo la literatura, sino también la música, el cine y la escritura. <span style="font-family: georgia;"><i>«Poner estas palabras sobre el papel, a diferencia de limitarme a decirlas ante una grabadora, es un acto mental»,</i></span> leo en esta novela, así como <span style="font-family: georgia;"><i>«esta poderosa percepción de mi nuevo ser debe proceder tanto de la lectura como de la escritura»</i></span>, y no puedo evitar pensar en el gradual cambio operado en mí a lo largo de estos ya nueve años que llevo escribiendo en este blog.</p><p style="text-align: justify;">Paul lee todo lo que es capaz de encontrar y de llevar a sus manos y a su mente: libros que comprende mejor o peor, novelas, libros de historia, guías, manuales, … Todos los libros, nos aporten más o menos, contribuyen a preservar todo el conocimiento de nuestro mundo y de nuestra historia. Como se confiesa a sí mismo Paul, <span style="font-family: georgia;"><i>«todos esos libros —incluidos los aburridos y los casi incomprensibles— me han hecho comprender más claramente lo que significa ser humano. Y valoro asimismo el temor reverencial que experimento al sentir que entro en contacto con la mente de otra persona, fallecida hace mucho tiempo, y que me hace saber que no estoy solo en este mundo. Ha habido otros que sintieron lo mismo que yo, y que, en ocasiones, acertaron a expresar lo inexpresable».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Coincidiréis conmigo en que no hay nada como la lectura para obrar ese milagro de comunicación inexpresable. Es por ello por lo que una novela como <i>Sinsonte</i>, que plantea un panorama devastador, resulta sin embargo ser una lectura esperanzadora, luminosa y acogedora. Leer <i>Sinsonte</i> es como no sentirse nunca solo, es como participar en una conversación continua con alguien que sabe exactamente cómo te sientes y que además es capaz de ponerlo en palabras. Y sé que <span style="font-family: georgia;"><i>«si no fuera lector[a] no podría sentirme así. Al margen de lo que vaya a ser de mí, doy gracias [...] por poder leer, por haber entrado en contacto con la mente de otras personas».</i></span> Con la mente de Walter Tevis, que lleva casi cuarenta años muerto. Con la mente de Paul, Sporfforth y Mary Lou, que han sido tan reales y han estado tan vivos para mí en ese vasto e inescrutable océano en el que la literatura y la vida se dan la mano y en el que a los más privilegiados nos llega, desde la linde de ese bosque que creo conocer, el indescifrable, hermoso y triste canto del sinsonte.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«El océano debe de ser muy vasto; connota libertad y posibilidades. Provoca que algo misterioso se abra dentro de mi cabeza, al igual que lo consiguen algunas cosas que leo en los libros, haciéndome sentir más vivo de lo que nunca pensé que podría sentirme, y más humano.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Uno de mis libros dice que hubo un tiempo en el que las personas adoraron el océano como a un dios. No me cuesta entenderlo. Claro que sí.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Pero los Baleen nunca habrían comprendido algo semejante; habrían calificado la idea de «blasfema». El dios al que adoran es una entidad abstracta y de una moralidad implacable, como un ordenador. Y a Jesús, aquel rabino convincente y místico, lo han transformado en una especie de Detector moral. A mí no me interesa nada de eso, y tampoco Jehová y el Libro de Job.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Puede que yo sea un adorador del océano. Cuando leía el Nuevo Testamento a los Baleen, desarrollé una gran admiración por Jesús, como profeta triste y enormemente sabio, un hombre que había comprendido un aspecto muy importante de la vida y que había tratado de compartirlo con los demás, y que, en gran medida, había fracasado. Siento una suerte de amor, inspirado por él mismo y por el hecho de haberlo intentado, como cuando dice: «El Reino de los Cielos se halla en vuestro interior»; creo que ahora, mientras miro por la ventanilla del autobús mental la plácida y gris superficie del océano Atlántico con el sol a punto de asomar por el horizonte, atisbo lo que quería decir.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Pero no alcanzo a concretar en palabras su significado. Aun así, lo que él decía me inspira mucha más confianza que todas las memeces que me enseñaron de niño.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">El cielo sobre el océano gris se ha aclarado mucho más. El sol se prepara para salir. Voy a interrumpir la grabación, a detener el autobús, a apearme y ver cómo el sol sale sobre el océano.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Dios mío, qué bello puede ser el mundo».</span></div></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Pieter_Bruegel_de_Oude_-_De_val_van_Icarus.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="327" data-original-width="512" height="408" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhrFpHXgTa2IA1aWtdjcW_japJFlBcB5Anu0TI27ok61Le3k7vexVV-cGZ9cj8Lakd84Be0LoeyEHEqMaFXCsqGWhnNGExxe1a814evNcxBHgPMuiZ09DdgoV4k7PamjGDJnARf_XbDmKb0BzKE6oLJPJawAOM2jgBpCAD4tJ1o6N8tSq3F00NsPiiyyuwO/w640-h408/Pieter_Bruegel_de_Oude_-_De_val_van_Icarus.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><i><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Pieter_Bruegel_de_Oude_-_De_val_van_Icarus.jpg" target="_blank">Paisaje con la caída de Ícaro</a></i>, óleo sobre lienzo de <a href="https://en.wikipedia.org/wiki/Pieter_Bruegel_the_Elder" target="_blank">Pieter Brueghel el Viejo</a> perteneciente<br />a la colección del <a href="https://fine-arts-museum.be/nl/de-collectie/pieter-i-bruegel-de-val-van-icarus?artist=bruegel-brueghel-pieter-i-1" target="_blank">Royal Museums of Fine Arts of Belgium</a>. Trabajo en dominio público.</span></td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;"><u>Ficha del libro:</u></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Título: <a href="https://impedimenta.es/producto/sinsonte" target="_blank">Sinsonte</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Autor: <a href="https://impedimenta.es/archivos/28343" target="_blank">Walter Tevis</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Traductor: Jon Bilbao</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Editorial: Impedimenta</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Año de publicación: 2022 (1980)</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Nº de páginas: 352</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">ISBN: 978-84-18668-37-1</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Comienza a leer <a href="https://impedimenta.es/wp-content/uploads/primeras-paginas_SINSONTE_TEVIS.pdf" target="_blank">aquí</a></span></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Si te ha gustado...</div><div style="text-align: justify;">¿Compartes?</div><div style="text-align: justify;"> ↓</div>Lorena Álvarez Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/12912455925584013270noreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-3756166230240849946.post-21163570232197675912023-09-18T08:00:00.001+02:002023-09-18T08:00:00.150+02:00Sacrificios humanos - María Fernanda Ampuero<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Sabíamos, claro que sabíamos, que ni los más desesperados, ni los obesos, ni los nerds, ni los oscuros se nos acercarían. A las chicas como nosotras solo se acercan otras chicas como nosotras. ¿Para qué intentarlo? Éramos libres de ir a cualquier sitio y odiábamos eso: queríamos tener la falta de libertad de las hermosas, que los brazos de los novios nos doblegaran como yuntas, coger en el cuartito de la piscina, al apuro y sin preservativo, que nos dejaran la marca de sus dedos gordos de jugar béisbol en las nalgas con celulitis. Queríamos que nos penetraran a la fuerza y gritar en cada embestida sus nombres bellos de hombres bellos. Queríamos despernancarnos para ellos y agarrarnos de sus melenas perfectas en el orgasmo, quedarnos con matojitos de pelo color arena entre los puños cerradísimos. Queríamos hacer con el néctar de sus sexos dulces cocteles, pócimas de brujería. Queríamos desaparecerlas a ellas, rebanarles la cabeza con machetes de fuego. Queríamos entrar entre truenos y voces y relámpagos y terremotos a esas fiestas privadas montadas en yeguas voladoras y hacer caer sobre esas idiotas preciosas un mar de grillos y serpientes. Queríamos que las niñas bonitas se arrodillaran ante nosotras, amazonas poderosísimas, y que vieran con impotencia a sus hombres subiéndose arrobados y dóciles a la grupa de nuestros animales. Queríamos, queríamos, queríamos. Éramos puro querer.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Y pura ira».</span></div></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Quieren las muchachas de <i>Elegidas</i> lo que saben que no pueden tener. Lo saben casi como si nacieran sabiéndolo. Lo saben porque llevan toda su corta vida escuchándolo en las miradas de los demás. <span style="font-family: georgia;"><i>«Qué diferente ser amante de ser perdedora»</i></span>, <span style="font-family: georgia;"><i>«pero somos lo que somos y lo que somos es casi siempre brutal»</i></span>, se lamentan. Les queda la ira, el resentimiento contra aquellas otras que desearían fueran el reflejo que les devolviera el espejo, el odio y la rabia que es un acicate para no caer en el autodesprecio y la conmiseración hacia sí mismas, para revelarse contra —tal y como lo define la narradora adolescente de <i>Hermanita</i>— ese <span style="font-family: georgia;"><i>«lugar en el mundo»</i></span> que <span style="font-family: georgia;"><i>«era ese cuchitril que nos daba en préstamo la gente como mi prima con la condición de que les riéramos todas las gracias. [...] ese espacio desprovisto de toda dignidad, [...]. Aunque nos dé miedo, aunque nos hunda, aunque nos inflame los órganos de vergüenza, aunque nos haga odiarnos a nosotras mismas: la segundona debe servir su cabeza en una bandeja para que la bella hurgue en sus ojos, en las fosas de la nariz, en la boca y finalmente diga qué asco».</i></span></p><p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiteG2-OHRWd5l2-P_81gn3thzr2mVqvCd5VkkC74urD6DuBAJJ_oF7qBBb3XcSnn_KvjyKptFPkAjMIMlfTay1-vv2Ak4BiQhG8o9c4MpVsqUBmIpwPzr-Sp9gml1-VG_rit61qtdg7B4YLfHa7bFKnrdEDn3kma7aF20SzSmkjvVtMV7_muUTVL0N3sDp/s3000/Sacrificios%20humanos.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="3000" data-original-width="1875" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiteG2-OHRWd5l2-P_81gn3thzr2mVqvCd5VkkC74urD6DuBAJJ_oF7qBBb3XcSnn_KvjyKptFPkAjMIMlfTay1-vv2Ak4BiQhG8o9c4MpVsqUBmIpwPzr-Sp9gml1-VG_rit61qtdg7B4YLfHa7bFKnrdEDn3kma7aF20SzSmkjvVtMV7_muUTVL0N3sDp/w250-h400/Sacrificios%20humanos.jpg" width="250" /></a></div><div style="text-align: justify;">Las protagonistas (opto por el femenino por abundar las mujeres frente a los hombres) de las historias que os traigo hoy son segundonas, <i>terceronas</i>, las últimas de una cola infinita que, de tan lejanas —por tanto que queremos alejar de nosotros esa posición—, se difuminan hasta tornarse invisibles. Molestan a la vista como molesta la pobreza en el barrio de nueva creación de <i>Invasiones</i>. Son como los insectos —último eslabón de las plagas que azotan ese barrio comido al estero— que la familia protagonista erradica con esa lámpara exterminadora a la que han dado en llamar la silla eléctrica. Son los seres más insignificantes de una pirámide trófica en la que el fuerte se come al débil, pero en la que —como sucede en <i>Invasiones</i>— ni el más asustado a la par que envalentonado depredador tiene el puesto asegurado. Son —como la protagonista de<i> Biografía</i>, el cuento que inaugura este libro de la ecuatoriana María Fernanda Ampuero— <span style="font-family: georgia;"><i>«poquita cosa para el mundo, sacrificio humano, nada».</i></span> Pero también nos dice esa protagonista de otras que son como ellas: <span style="font-family: georgia;"><i>«Véanlas, véanlas. Al costado del camino, como sombras, me ven pasar y sonríen, hermanas de la migración. Susurran: cuenta nuestra historia, cuenta nuestra historia, cuenta nuestra historia».</i></span> Y eso es lo que hace María Fernanda Ampuero en los cuentos reunidos en el libro que os traigo hoy, contar las historias de los que no tienen voz. Como desvela <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Clarice%20Lispector" target="_blank">Clarice Lispector</a> en el epígrafe de este libro, <span style="font-family: georgia;"><i>«Escribir es también bendecir una vida que no ha sido bendecida».</i></span> Amén.</div><p></p><p style="text-align: justify;">Abundan en las vidas bendecidas por María Fernanda Ampuero las de corta edad. A las de los primeros dos cuentos mencionados hay que sumar el Julito de <i>Sanguijuelas</i>, cuento en el que el narrador desprecia como impuesto compañero de juegos al tal Julito, del cual la madre de uno de sus amigos no se corta en decir: <span style="font-family: georgia;"><i>«¿Cómo te va a mandar dios eso? El que lo mandó fue el otro»</i></span>. También le reconcomen a ese joven narrador los celos porque ni él ni ninguno de sus amigos obtienen de sus madres el cariño, atención y devoción que Julito recibe de la suya. Niña es también la narradora de <i>Creyentes</i>, la misma que en un callejón cercano a la casa de su abuela, a la que sus padres la han llevado al estallar una huelga con tintes apocalípticos, le <i style="font-family: georgia;">«dieron ganas de llorar, pero no de dolor, sino de miedo. Fue la primera vez que pensé en mi propia muerte y la muerte era exactamente eso: estar sola en un callejón al que nunca le da el sol y que nadie, nunca, te vaya a buscar. Fue también la primera vez que pensé en que tendría que vivir conmigo, una voz cansona, teatrera, insistente, toda mi vida». </i><span style="font-family: inherit;">Y es que, </span>tal y como se nos dice en <i>Hermanita</i>,<span style="font-family: inherit;"> </span><i style="font-family: georgia;">«la edad de la inocencia es la edad de la violencia»</i>, y para muestra los volcanes a punto de erupcionar de esas <span style="font-family: georgia;"><i>«islas que éramos: tres criaturas solas que aprendían a ser mujeres sin la bondad de nadie»</i></span>, de esas <span style="font-family: georgia;"><i>«adolescentes, ese otro tipo de recién nacido, llorábamos y llorábamos de todas las formas posibles por un poco de consuelo».</i></span> Parece que <span style="font-family: georgia;"><i>«hay una edad en la que te pierdes o te ganas».</i></span> Parece que hay quien nace con la mano de cartas idónea para perder. Y, así, con esa partida perdida de antemano, resulta que <span style="font-family: georgia;"><i>«las niñas gordas se alimentan de decepciones. Las niñas famélicas se alimentan de impotencia. Las niñas solitarias se alimentan de dolor. Las niñas siempre, siempre, siempre, comen abismos».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Pero los abismos a los que nos asoma este libro no son tan solo aquellos que indigestan a las niñas feas, gordas, acomplejadas y señaladas. El racismo y la xenofobia campan a sus anchas en estos cuentos de María Fernanda Ampuero. Se presentan abiertamente en la historia de esa caperucita roja que por no tener donde meterse se mete ella sola en la boca del lobo que es la inmigrante del ya mencionado <i>Biografía</i>, esa cuya <span style="font-family: georgia;"><i>«angustia me trepaba por el cogote como una criatura negra, helada, crujiente, con aguijón. ¿Conocen a ese animal? Es difícil explicar cómo hace su nido en tu espalda. Es como morir y quedar viva. Como intentar respirar debajo del agua. Como estar maldita».</i></span> Y maldita está porque hay caperucitas a las que ningún leñador viene a rescatar y que se pierden definitivamente en el bosque. Brutal es su historia y brutales son también los insultos y desprecios racistas que le dirige a la latinoamericana Lorena en su cuento homónimo ese gringo de piel blanca que es su flamante esposo. Lorena no puede creer su suerte cuando se casa y tal vez por esa falsa seguridad olvida lo que la protagonista de <i>Biografía</i> tiene siempre presente, pues, tal y como nos cuenta, <span style="font-family: georgia;"><i>«aprendí muy chica a no importunar al hombre enojado, al hombre bebido, al hombre desconocido, al hombre. Aprendí a no decir esta boca es mía porque nunca lo ha sido».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia;"><i>«Ninguna recién casada cree que va a ser otra cosa que feliz»</i></span>, confiesa Lorena cuando la infelicidad toca a su puerta. Eso mismo debió de pensar la madre de la narradora de <i>Silba</i>. La hija se extraña de que la madre cuente historias de todo tipo pero nunca de terror. Ignora aún que el mayor terror es el cotidiano, que el día a día puede dar más miedo que la más truculenta de las historias. Aún es demasiado niña y cuando crece y va paulatinamente aprendiendo no quiere <span style="font-family: georgia;"><i>«formular las preguntas que harían que mamá se avergonzara de su vida entera, de darle el lado derecho de la cama y el mejor trozo de pavo –la carne blanca en filetitos– a su verdugo, del emborronamiento de su amor propio, de su condición de mujer miserable y prisionera, de su callar por miedo a que papá la abandonara, un silencio brutal, como una mano enorme de verdugo que te tapa la nariz y la boca mientras silba». «Mamá sabía, claro que sabía, pero nunca abrió la boca. La voz empujada a la oscuridad de la garganta, como un rehén de terroristas».</i></span> Ignoró lo que le advirtiera su abuela de no escuchar al que silba. Cuando llegó el momento el silbido la embrujó y, desvanecido el influjo benefactor de la abuela, se olvidó de lo que ya sonaba a cuento de viejas.</p><p style="text-align: justify;">Podría decirse que los <i>Sacrificios humanos</i> de Ampurio son, como los que demandaba la niña de <i>Silba</i>, cuentos de terror. Abundan en ellos los actos violentos porque para algunos, como para la Edith del cuento homónimo de la que os hablaré en breve, <span style="font-family: georgia;"><i>«la violencia era la única constante en su vida. La única certeza hora tras hora y día tras día. Lo infalible».</i></span> Como infalible es la escritora ecuatoriana con los finales de sus cuentos. No son finales abiertos al uso en el sentido de que sean abruptos o inconclusos, sino que lo que la autora hace es guiar la imaginación del lector hacia una única y cruda resolución.</p><p style="text-align: justify;">El final que más me ha impresionado es el de <i>Pietà</i>. Es este un cuento que muestra un claro clasismo en el que la clase a la que se pertenece, como tantas veces ocurre, viene determinado por la gradación del color de la piel. Si los creyentes de <i>Los Creyentes</i> <span style="font-family: georgia;"><i>«eran hermosos, rubios como el Niño Dios»</i></span>, el niño al que cuida la empleada del hogar de <i>Pietà</i>, ese al que se lo consiente todo porque es más su niño que su propio hijo, es <span style="font-family: georgia;"><i>«blancorubiojosazules». «Qué bonito es, con ese pelo de miel con mantequilla, qué limpia y qué bien planchada su ropa siempre, qué perfumado, un príncipe [...]. Así se pone el mundo a su alrededor. Toda la gente nada más con verlo ya está a su servicio aunque él no haya abierto la boca todavía»</i></span>, adora la mujer a su niño.</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://www.flickr.com/photos/justinwkern/6648509603/" target="_blank"><img border="0" data-original-height="532" data-original-width="799" height="426" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEisePL9GGdRqvVrJNh3Oyfv_7zFEX849cX51YC7GBB7EVVS659Eg5eqDfu8rEKxLQgodgX8teyVvBcl8B309bOKahP_HIdcTZBKbbvs27yE_wOZUbB__bMumgP4QakRFBwX8H_BcGrlWWEaowndnhcuLFVAI_YUE-27TA5CvLodnlhqwmROyV-iTkagAICn/w640-h426/6648509603_0cddf984fa_c.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://www.flickr.com/photos/justinwkern/6648509603/" target="_blank">Andromeda an the Milky Way above the Oregon Tree</a>, fotografía de <a href="https://www.flickr.com/photos/justinwkern/" target="_blank">Justin Kern</a> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.0/" target="_blank">CC BY-NC-ND 2.0</a></span></td></tr></tbody></table><br /><p></p><div style="text-align: justify;">A quien nadie adora es a Edith. Nadie la llora, tal y como preconiza <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2022/07/un-amor-al-alba-elisabeth-barille.html" target="_blank">Anna Ajmátova</a> en el epígrafe del cuento que protagoniza esa mujer no llorada. Nadie tampoco la había nombrado hasta que llegó él. <span style="font-family: georgia;"><i>«En el orgasmo él decía su nombre: Edith. Era el único que la nombraba y renombraba con la lengua, con el sexo, con el gemido. Edith, Edith, Edith. Ya no era la mujer de ni la madre de ni la hija de. Era ese nombre que su amante decía durante el éxtasis y que la penetraba por todos lados. Era esa mujer que se llamaba Edith y por lo tanto existía».</i></span> Existía para ir al encuentro de ese hombre que la mantenía alejada de la violencia de su casa, de la impotencia de mirar hacia otro lado negando así el consuelo a quien es aún más vulnerable que ella porque la violencia es como una concha de caracol que se lleva a cuestas y pesa, porque la violencia muchas veces, como la piel oscura o los ojos azules, se hereda. Y <span style="font-family: georgia;"><i>«no era por el sexo. O sí. Por el sexo. ¿Qué era el sexo? ¿Juntarse, frotarse, expeler líquidos densos? No. ¿Qué era entonces? Que te acaricien el lomo cuando te sientes solo y no entiendes qué te pasa. Que te elijan la estrella de entre todos los niños. Que te digan que eso, cualquier cosa, lo haces mejor que nadie. Que te tomen la temperatura. Que sorprendida en una tormenta de arena una mano amiga salga de algún lado y te refugie. Que escondan tras la espalda la mejor fruta confitada para ti. Ser otra cosa: no una mujer casada con un hombre casi anciano, madre de dos hijas, obligada a moverse de un lado a otro, de cargar con la vida como si la vida en el hogar propio no pesara lo suficiente. Una nómada y una esclava y una muda [...]».</i></span></div><p></p><p style="text-align: justify;">A Lorena, de la que ya os he hablado, el señuelo y el placebo del sexo la pierden. <span style="font-family: georgia;"><i>«No sé si a todas las mujeres les pasa»</i></span>, nos cuenta, <span style="font-family: georgia;"><i>«pero yo después de coger siento el amor vivito, como si pudiera estirar mis manos y agarrarlo y abrazarlo como a un globo de helio y salir flotando. A veces imagino que nos veo a los dos ahí abajo, sudados y brillosos de tanto sexo, y me encanta la imagen de mi cuerpo junto al suyo».</i></span> Le encanta hasta que la cara que acompaña ese cuerpo se convierte de un día para otro <span style="font-family: georgia;"><i>«en una cara trastornada de ojos verdes, una cara que si se te apareciera en un callejón te paralizaría de terror. El callejón es mi cocina y el atacante lleva un anillo con mi nombre grabado en él».</i></span> Con ese nombre que es de los pocos que, de los innombrables bendecidos por María Fernanda Ampuero en este libro, conocemos. La escritora ecuatoriana dedica el cuento que protagonizan Lorena y su gringo a Lorena Gallo. Al principio no le doy importancia a este detalle, pero no puedo, sin embargo, dejar de pensar en lo que destacan <i>Edith</i> y <i>Lorena</i> en el índice de este libro por lo contundentes que son esos nombres propios y solitarios reconvertidos en títulos. Edith necesita, por exigencias del relato, un nombre para ser nombrada, pero ¿y Lorena? Un rápido googleo de Lorena Gallo me ofrece el apellido de su gringo por el que todos la conocemos.</p><p style="text-align: justify;">La autora de <i>Sacrificios humanos</i> pertenece a esa cantera de escritoras hispanoamericanas que llevan ya tiempo pisando fuerte. Son plumas que nos traen la violencia, el machismo, la desigualdad, el dolor y el grito mudo de sus tierras envueltos en puñetazos y cuchillos de prosa poética que golpean, hieren y cercenan. María Fernanda Ampuero, en concreto, se me ha revelado en estos cuentos como una mezcla de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Liliana%20Colanzi" target="_blank">Liliana Colanzi</a> y <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Patricia%20Esteban%20Erl%C3%A9s" target="_blank">Patricia Esteban Erlés</a> con un poco de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Mariana%20Enr%C3%ADquez" target="_blank">Mariana Enríquez</a> y lejanas reminiscencias a Gustavo Martín Garzo y a <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2019/12/quemar-las-naves-angela-carter.html" target="_blank">Angela Carter</a>.</p><p style="text-align: justify;">De un cuento de esta última o de una historia de mi admirada <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Carson%20McCullers" target="_blank">Carson McCullers</a> parece estar sacada la feria en la que el niño y narrador de <i>Freaks</i> conoce a ese hermano más hermano que los propios que es el Cabezón. Es este un cuento con un estilo narrativo peculiar con el que la autora consigue obrar una auténtica maravilla. Está íntegramente compuesto por frases que comienzan con un verbo en tiempo infinitivo mediante las cuales el niño protagonista nos va contando sus acciones y sentimientos, así como el mundo que lo rodea. </p><p style="text-align: justify;">Otro recurso interesante es el que Ampuero utiliza en <i>Sacrificios</i>. Todo este cuento es un diálogo entre un matrimonio que, al salir del cine, no consigue encontrar el automóvil que han dejado en el —en término local— parqueadero. Lo que inicialmente podría resultar una situación cómica en el que más de uno (me incluyo) podría verse reconocido se torna una experiencia angustiante. Se quedan encerrados y solos en el parking del centro comercial incapaces de descifrar el laberinto de letras, colores y niveles ni la procedencia del sonido de la alarma cada vez que la hacen sonar para intentar localizar el coche. La autora crea así una atmósfera inquietante que va incrementándose a la par que las inseguridades de los miembros del matrimonio y las grietas de este van quedando al descubierto.</p><p style="text-align: justify;">Lo que María Fernanda Ampuero deja al descubierto en los doce cuentos que componen este libro son las miserias de una sociedad que va dejando, en el paso a la consecución de ese bienestar cuyos implícitos sacrificados deberían causarnos malestar, los cadáveres de sus miembros más vulnerables cuya vulnerabilidad crea ella misma con sus leyes no escritas. Sus historias son como piedrecitas blancas que marcan el rastro de sus personajes en un mundo que devora migas de pan por su precariedad. Y con la magia de sus palabras consigue que las vidas que bendice brillen como lo hacen las estrellas en la noche más oscura de la protagonista de <i>Biografía</i>. <span style="font-family: georgia;"><i>«Brillan como no brillan en la ciudad, todopoderosas, exageradas. Recuerdo que alguien me dijo que las estrellas que vemos llevan mucho tiempo muertas y pienso que ojalá así refulgieran las desaparecidas, con esa misma luz cegadora, para que sea más fácil encontrarlas».</i></span> Para que sea más fácil crear entornos seguros y que el bosque no de miedo. Para que la cabaña (léase las cuatro paredes que habitamos o el pequeño lugar sobre el que cada uno posa sus pies en este mundo) en ese bosque que a veces es tan feroz, por endeble, pobre o humilde que aparente, sea como la casa de la abuela de la mujer de <i>Silba</i> que <span style="font-family: georgia;"><i>«Mamá se llenaba de poesía al describirla, como la casa de una abuela de cuento, pero sabía que era una fantasía. Los lugares donde una ha sido feliz siempre se recuerdan hermosos».</i></span> Para que esa fantasía de inalcanzable felicidad se haga realidad y para que los cuentos de terror sean solo cuentos cuyas advertencias podemos olvidar sin miedo a que por ello se tornen verdad.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Era un mundo autosuficiente, un mundo sin miedo, un mundo feliz. Lo que quiere decir exactamente que [...] eran autosuficientes, sin miedo, felices».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Amén.</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0/" target="_blank"><img border="0" data-original-height="534" data-original-width="800" height="428" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjgQG6ij9kkYdtRy7lms3nHhPJoUbMeqFZPIqpDcchhJFj7zZ3jyAc7gTv3Via9sSf3tn-MNzNsWEACqd1A7tgvc_V0j4ofDZmxwORy3su-OtMMVb4Rnbh7I1ZzJ4JD9w_MmrxzpoQGchKhdZ-IMTDnRIG6pftfGRMpb6UmS1RRfSFfRu5Fs60T7hJ3XP3u/w640-h428/125294967_5e53376b8b_c.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://www.flickr.com/photos/jenni61/125294967/" target="_blank">Fairy Tale Home</a>, fotografía de <a href="https://www.flickr.com/photos/jenni61/" target="_blank">Jenni</a> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0/" target="_blank">CC BY-SA 2.0</a></span></td></tr></tbody></table><br /><p></p><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;"><u>Ficha del libro:</u></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Título: <a href="https://paginasdeespuma.com/catalogo/sacrificios-humanos/" target="_blank">Sacrificios humanos</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Autora: <a href="https://paginasdeespuma.com/autores/maria-fernanda-ampuero/" target="_blank">María Fernanda Ampuero</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Editorial: Páginas de Espuma</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Año de publicación: 2021</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Nº de páginas: 144</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">ISBN: 978-84-8393-289-6</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Comienza a leer <a href="https://paginasdeespuma.com/wp-content/files_mf/1612971217AMPUERO_SHI_extracto.pdf" target="_blank">aquí</a></span></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Si te ha gustado...</div><div style="text-align: justify;">¿Compartes?</div><div style="text-align: justify;"> ↓</div><p></p>Lorena Álvarez Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/12912455925584013270noreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-3756166230240849946.post-23269584899797994072023-09-08T08:00:00.001+02:002023-09-08T08:00:00.142+02:00La casa eterna - Yuri Slezkine<p style="text-align: justify;">En agosto de 1939 el joven Liova Fedótov recibe la visita de sus familiares de Leningrado. La recordará como unos de los días más felices de su vida y se lamentará por ello de no haber dejado constancia de la misma en su diario. Será entonces cuando tome la decisión de dejar registrado por escrito todo lo que tenga que ver con su vida. Se aplicará a ello —al igual que a cualquier de las otras actividades que acometía— con dedicación y esmero.</p><p style="text-align: justify;">Puede que, al igual que hiciera Liova en un primer momento con la visita de sus familiares, pensemos que las cuitas de un adolescente anónimo carezcan del suficiente interés como para ser inmortalizadas sobre el papel. Si nos percatamos de que ese adolescente vivió en el Moscú de la era soviética, tal vez ese contexto histórico sea considerado por algunos un aditivo a su vida; para otros, acaso esta siga careciendo de interés. Yo, en cambio, leo de la obsesión de Liova por reproducir por escrito hasta la más nimia conversación y me acuerdo de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Walter%20Kempowski" target="_blank">Walter Kempowski</a>, autor de la novela <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2021/09/todo-en-vano-walter-kempowski.html" target="_blank">Todo en vano</a></i> que leí hace un par de años. En la reseña de la misma os hablé de su titánica obra <i>Das Echolot</i> para cuya concepción había solicitado a gente anónima, a través de anuncios en el diario alemán <i>Die Zeit</i>, material biográfico sobre la Segunda Guerra Mundial. Numerosos fueron los diarios, cartas, fotografías, etc. que recibió.</p><p style="text-align: justify;">Cuantiosas han de ser también las memorias, diarios, cartas, novelas, etc. que ha leído el escritor estadounidense de origen ruso Yuri Slezkine para la concepción del libro que os traigo hoy; ingente y admirable su labor de documentación. <i>La casa eterna</i> no consta de diez volúmenes ni fue publicada a lo largo de veinte años como es el caso de <i>Das Echolot</i>. No obstante, su único volumen de 1600 páginas no deja lugar a dudas de su carácter aglutinador. Sobre el resultado no puedo decir sino que es abrumador.</p><p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiIdZg2mw0MxPs0pGwG8PJWRb6I-e502EhxzVN5PgnW5qBSmuMVAtGAOFdb2Y-9YBZaF9pca0usKjVW62M5rg1pl1NcRPyM7Mb_Jg-wsiUDal6veDBP0nR1D-5PSSwqgbOiSdP9qVjdLcufzptr2GGwatolcNvA9oXVgG79t1281hfc3cuRetgOZ9ssZeG7/s2480/La-casa-eterna-COB.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2480" data-original-width="1571" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiIdZg2mw0MxPs0pGwG8PJWRb6I-e502EhxzVN5PgnW5qBSmuMVAtGAOFdb2Y-9YBZaF9pca0usKjVW62M5rg1pl1NcRPyM7Mb_Jg-wsiUDal6veDBP0nR1D-5PSSwqgbOiSdP9qVjdLcufzptr2GGwatolcNvA9oXVgG79t1281hfc3cuRetgOZ9ssZeG7/w254-h400/La-casa-eterna-COB.jpg" width="254" /></a></div><div style="text-align: justify;">La casa eterna que protagoniza esta monumental obra de Slezkine se llamó oficialmente Casa del Comité Ejecutivo Central y del Consejo de Comisarios del Pueblo, aunque era más conocida como Casa de Gobierno o, debido a su ubicación en una plaza llamada Ciénaga, frente al Kremlin y bañada por el río Mosca, como Casa del Malecón o del Embarcadero. Albergaba quinientos apartamentos, amén de otros servicios como teatro, biblioteca, peluquería, guardería, ambulatorio, etc. y llegó a tener más de dos millares de inquilinos entre funcionarios estatales, miembros del gobierno, familiares, sirvientes y empleados.</div><p></p><p style="text-align: justify;">Sin embargo, lo que era la Casa de Gobierno para la clase dirigente del nuevo sistema sin clases para sus hijos, esa generación que terminaría con la revolución que iniciaron sus padres, fue el hogar de su infancia. Más allá de ese lugar mágico que en todo apartamento de la Casa de Gobierno era para los niños el despacho del padre con la correspondiente colección de armas y las bellas enciclopedias encuadernadas en cuero y doradas en los bordes, cada una del resto de habitaciones, imbuidas de olor a alfombras y libros viejos, contenían sus propios misterios. La casa era como una fortaleza que se erigía sobre una isla. La casa, para Yuri Trífonov, por la sempiterna humedad de los patios y el olor a río de los dormitorios, era la casa del agua.</p><p style="text-align: justify;">Liova Fedótov y Yuri Trífonov fueron amigos y ambos pasaron su infancia en esa casa eterna. Liova fue uno de los niños más emblemáticos que vivieron allí. Dibujante, gran lector (como lo fueron todos sus contemporáneos), fue ante todo —como lo describió su amigo Yuri— un científico y un cronista convencido. Vivía de lo que escribía y lo que leía en busca de la plenitud del tiempo y de una absoluta autoconciencia. Era hijo de Fiodor Fedótov, antiguo instructor del Comité Central cuyo cuerpo se encontró en 1933 en un pantano cercano a la granja estatal que dirigía. Liova contaba por entonces diez años y vivía con su madre en un pequeño apartamento del primer piso de la Casa de Gobierno.</p><p style="text-align: justify;">Su amigo Yuri era hijo de Valentin Trífonov, importante activista bolchevique que desempeñó un papel fundamental en el dominio soviético sobre el territorio de los cosacos del Don. Sus servicios al Partido Comunista no le sirvieron, sin embargo, para evitar ser arrestado el 21 de junio de 1937 durante la Gran Purga. Un Yuri de once años describiría ese día como el peor de su vida, aunque probablemente por entonces ni sospechara que aquel había sido tan solo el primero de muchos peores. En abril del año siguiente detendrían a su madre. Para entonces el padre ya había sido ejecutado.</p><p style="text-align: justify;">Como muchos de los niños de la Casa del Gobierno, Liova muere durante la Gran Guerra Patria —tal es el nombre con el que la Unión Soviética llamó a la guerra contra la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial—. Su profundo patriotismo, que no era sino un reflejo del exacerbado nacionalismo dominante en el ambiente, lo llevan a alistarse con convencimiento el invierno de 1942-1943. El 14 de junio de 1943 escribe una postal a su madre instándola a no preocuparse y manifestando lo orgulloso y feliz que está de servir en la primera línea de una unidad de combate. Su muerte se produciría tan solo once días después.</p><p style="text-align: justify;">Yuri, en cambio, forma parte de los niños criados en la Casa de Gobierno que sobreviven a la guerra. Escritor precoz, llegará a convertirse en una figura destacada de la llamada prosa urbana soviética. Una de sus obras más célebres es <i>La casa del malecón</i>, en la que hay un personaje inspirado por su amigo de infancia Liova Fedótov. </p><p style="text-align: justify;">En todas las novelas y cuentos de Yuri Trífonov hay alguien cuyo cometido es recordar, bien sea un historiador, un novelista o un narrador inmerso en sus recuerdos. A la carga <i>memorialística</i> de la obra literaria de Yuri Trífonov y al vacío consistente en no detenerse a analizar nuestros rastros dedica Yuri Slezkine el epílogo de su libro sobre la casa que su tocayo convirtió en eterna en los suyos.</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Rembrandt-Belsazar.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="408" data-original-width="512" height="510" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgJrmCRXVhFP5q4twffEb0mABKTC9l-QLBulZgtHWx10x0whougGgsoWqVxzWKxf-ZLoV57zojFSdkbIdM3z7GSliZaPZcXN2PTVNNQ08dVVqWPApsIrSDtHqH6xBstkG35vzDWBcc9Z1Po8II9pp-5e24oXVwuAHe-G8FXIp4QueR4Eq14EV3leLwEaQE6/w640-h510/Rembrandt-Belsazar.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><i><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Rembrandt-Belsazar.jpg" target="_blank">El festín de Baltasar</a>,</i> óleo sobre lienzo de <a href="https://en.wikipedia.org/wiki/Rembrandt" target="_blank">Rembrandt</a>. Fuente: <a href="https://www.nationalgallery.org.uk/paintings/rembrandt-belshazzars-feast" target="_blank">National Gallery</a>. Trabajo en dominio público.<br />La obra representa un episodio narrada en el <i>Libro de Daniel</i> en el que Baltasar, rey de Babilonia, celebra un banquete con los cuencos y vasos saqueados al Templo de Jerusalén. Una misteriosa mano irrumpe en medio del festín dejando una escritura ininteligible en la pared. Tan solo el profeta Daniel es capaz de descifrarla. Lo que anuncia es el castigo del rey Baltasar con su muerte y la caída de su reino. Baltasar fue asesinado esa misma noche.<br />Días después de que el zar Nicolás II y su familia fuesen asesinados por los bolcheviques, se descubrió en una de las paredes manchadas de sangre del sótano de Ekaterimburgo en el que se produjo la matanza la reproducción de unos versos del poema <i>Belsazar</i> de Heinrich Heine inspirado por la historia bíblica de la muerte del rey de Babilonia y que rezan así: <i>«Baltazar, sin embargo, esa misma noche, a manos de sus lacayos, perdió la vida».</i><br />La referencia por parte de Yuri Slezkine a Babilonia como una amenaza y como el enemigo a batir por los bolcheviques es una constante en <i>La casa eterna</i>.<br /></span></td></tr></tbody></table><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Estoy empezando por el final, pensaréis. Hablo de los hijos de la Revolución en lugar de comenzar hablando de los padres. Hago referencia al epílogo del libro del que vengo a hablaros sin mencionar siquiera las partes precedentes. Tiro de hilos porque la memoria es así. De fibras, como diría uno de los personajes de los libros de Trífonov. Y es que, como decía ese personaje, la vida está hecha de miles de fibras cada una de ellas arrancadas de una herida en carne viva. Así, pues, he cogido una de las infinitas fibras que componen este libro de vidas malogradas y he tirado de ella. Lo único que lamento es no ser capaz de abarcar todo el tapiz. Mi limitada memoria me ha impedido trenzar cabos soltados con cabos retomados de una misma fibra y asistir así al completo y complejo entramado que es este libro de Yuri Slezkine en toda su magnitud. Mea culpa. Lo que a cambio tengo en mi cabeza es una maravillosa red con agujeros. Me emplazo para retejerlos a una relectura que sé improbable y no porque <i>La casa eterna</i> no la merezca sino porque bien sé que —al menos en mi caso— en la pugna por ser leídos los libros sin leer ganan siempre a los ya leídos.</div><p></p><p style="text-align: justify;">Antes del mencionado epílogo (voy a intentar poner un poco de orden) tenemos tres libros, seis partes y treinta y tres capítulos. En cada uno de esos libros, partes y capítulos se van entrelazando de forma transversal tres ramas. Una de ellas es una suerte de saga familiar de diferentes familias que vivieron en la Casa de Gobierno sobre la cual ya nos avisa el autor en el prefacio de este libro que podemos reconocer o no a los diversos personajes o incluso habernos olvidado de alguno de ellos. Así, pues, constato que la finitud de mi memoria no es inferior a lo esperado por el autor de estas páginas, pero, aunque ello no deja de ser un consuelo, no puedo evitar que, como <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2023/05/nostalgia-mircea-cartarescu.html" target="_blank">lectora del todo</a>, como chupóptera de ese encomiable trabajo que realizan ese selecto club de recopiladores al que pertenecen Liova Fedótov, Walter Kempowski y el propio Yuri Slezkine, no puedo evitar, como iba diciendo, que me de rabia.</p><p style="text-align: justify;">Otra de esas tres ramas es un interesantísimo análisis sobre el bolchevismo. La analogía que establece el autor entre este y las sectas milenaristas, las religiones en general y el cristianismo en particular es una constante en la obra que nos ocupa. Seguimos así el recorrido soviético desde la forja de la Revolución de Octubre, pasando por la guerra civil, la industrialización, la instauración del Gran Terror, …</p><p style="text-align: justify;">Una de las fibras vitales que he ido retomando con agrado y horror a lo largo de esta lectura es la de Serguéi Mirónov. No recuerdo en qué momento la agarré porque tenía agarrada la de otro Mirónov de nombre Filipp y al principio las confundí. Podría haber sido Filipp uno de esos personajes que han pasado por este libro ante mis ojos y mi memoria con mucha pena y efímera gloria, pero el caso es que no me he olvidado de él y bien que me alegro de que haya sido así.</p><p style="text-align: justify;">De Serguéi Mirónov (en adelante Mirónov a secas) sabemos fundamentalmente por lo que su esposa Agnessa contó de su vida en común. El primer Plan Quinquenal para revitalizar la economía de la creciente Unión Soviética se centró en la construcción y la industrialización. La falta de mano de obra pronto se convirtió en el principal escollo para cumplir los objetivos del plan. La solución al respecto fue tan obvia como innovadora: el empleo masivo de presos. Con ello no solo se multiplicaron los campos de trabajo existentes (en 1929 tan solo existía el de las Islas Solovki) sino que el crecimiento de detenidos fue exponencial. Sin embargo, en un país mayoritariamente agrario como era la Unión Soviética, para acometer la industrialización soñada primero debía llevarse a cabo una completa reforma agraria. Así, la verdadera revolución tuvo lugar en el campo cuando Stalin emprendió lo que ningún estado había intentado jamás en siglos de historia: transformar a toda la población de las zonas rurales en empleados estatales a tiempo completo. La implementación inflexible de planes productivos excesivamente ambiciosos provocó una hambruna que se cobró entre 4,6 y 8 millones de víctimas. Los responsables de la colectivización debían demostrar firmeza sin cometer excesos, pero el límite entre la firmeza y el exceso fue tan fluido como invisible. Tampoco fue extraño que alguno de esos responsables combinara la inflexibilidad y dureza en público con pedidos de clemencia en privado, aunque siempre sin resultados para sus súplicas e incluso en algunos casos con represalias. En Ucrania, una de las zonas más azotadas por la hambruna, uno de los responsables de cumplir los objetivos de la colectivización agraria fue Mirónov. </p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Dom_na_nab03.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="484" data-original-width="700" height="442" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjLkvPLeGf7ZNxqgLNG1qdM17ksc00jPrjWYFzGbSTZ5ineCNWCt3qhWlitcNxYVaDacXAeasMc7v6GkHaTLvv861YdazHOxdV-2C7VSKrjTlEL8P_HBd1bAaEZnjspWpmzeXNM70zMLk0UqinUeIr69qSsMRoy-c7XM0UuMx1omoyBms3znQTGXiG5WFN9/w640-h442/Dom_na_nab03.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Dom_na_nab03.jpg" target="_blank">Casa del Embarcadero durante su construcción</a>. Fotografía de autor desconocido y en dominio público. Fuente: <a href="https://ru-sovarch.livejournal.com/274679.html" target="_blank">LJ community ru_sovarch</a>.<br />Al fondo podía verse aún en pie la catedral de Cristo Salvador de Moscú, la cual fue derruida en 1931 para ocupar su lugar con el Palacio de los Sóviets, un impresionante proyecto arquitectónico sin precedentes que sería edificio administrativo, así como el monumento supremo del estado socialista, y que estaría coronado por una colosal estatua de Lenin. El concurso arquitectónico fue ganado por Borís Iofán, el mismo arquitecto que se encargó de proyectar y supervisar la construcción de la Casa del Malecón. La construcción del Palacio de los Sóviets nunca llegó a término y la catedral de Cristo Salvador volvió a ser consagrada en el año 2000 tras su reconstrucción durante la década de 1990.</span><br /><br /></td></tr></tbody></table><div style="text-align: justify;">Agnessa relata que Mirónov tuvo dos vidas: la privada, que pasó con ella, y la profesional, de la cual le dejó muy claro que quería mantener al margen. Así, mientras tomaba decisiones y seguía órdenes que llevaron a la inanición a miles de personas, en su seno familiar se acogió tanto a familiares hambrientos de su mujer como a una sobrina de su criada. La Casa de Gobierno, cuyos inquilinos llevaban de puertas para adentro una vida aburguesada en las antípodas de los valores que predicaban, fue una pequeña isla en medio de un océano de hambre. Sin embargo, sus habitantes no fueron ciegos a los escuálidos seres procedentes de ese océano que llegaron a sus orillas. Los Mirónov no fueron lo únicos en este sentido. A veces, la colectivización tomaba literalmente cuerpo y su presencia física no podía escapar a los residentes de la Casa de Gobierno. </div><p></p><p style="text-align: justify;">Ser bolchevique implicaba disolver la personalidad propia en la voluntad colectiva del proletariado. Como apuntó ese otro Mirónov de nombre Filipp, para el bolcheviquismo no había individuos sino clases, no había seres humanos sino humanidad y su cometido era exterminar a los seres humanos de hoy en nombre de la felicidad de la humanidad del mañana. No voy a detenerme en las circunstancias vitales e históricas de Filipp Mirónov por no hacer esta reseña más extensa de lo que ya va a ser. Tan solo diré de él que dentro del Partido Comunista fue un hombre con criterio propio, así como con muchas dudas. A mí me gusta la gente que duda y por eso he sentido simpatía por Filipp Mirónov. Líbreme ese dios del que no espero que me libre de nada de las personas que enarbolan verdades inamovibles. Líbreme mi escepticismo de esos Dzhugashvili de nombre impronunciable que adoptan nombres tan inflexibles como el acero tales como el de Stalin.</p><p style="text-align: justify;">Lamentablemente, los hombres que no dudan son aupados y sostenidos por los hombres que dudan. Si bien el bolchevismo fue un movimiento inflexible, los bolcheviques como individuos independientes fueron hombres que dudaron en algún momento aunque solo fuera íntimamente. Por eso todos fueron cayendo en ese sálvese quien pueda que desencadenó el asesinato del peso pesado del gobierno soviético Serguéi Kírov, en esa rueda de arrestos, interrogatorios y confesiones que daban lugar a nuevas detenciones. Todos corrieron el riesgo de convertirse en un chivo expiatorio, figura —la del chivo expiatorio— de la que Yuri Slezkine hace un interesante análisis pasando por diferentes tiempos y lugares. Como explicó Nikolái Bujarin, principal ideólogo de la nueva economía soviética, uno de los principios más fundamentales del Partido Bolchevique era la lealtad absoluta a sus instituciones gobernantes. Os imaginaréis que tal grado de exigencia fue harto difícil de cumplir.</p><p style="text-align: justify;">La mayor parte del entramado del operativo de la Gran Purga se llevó a cabo en secreto. Los números y objetivos exigidos ahora conocidos y que Yuri Slezkine ofrece en este libro son abominables. El mero hecho de que existiesen objetivos cuantificables es en sí repugnante. En Siberia Occidental, el encargado de desenmascarar al buscado enemigo fue nuestro viejo conocido Serguéi Mirónov. Tomó su cargo como jefe de la dirección en ese territorio de la NKVD a finales de 1936. Destacó por su interés en la resolución de algunos 'aspectos técnicos'. También supo ser indulgente con el comportamiento dubitativo de alguno de sus subordinados. Su esposa Agnessa apuesta en su testimonio por exonerarlo del papel de torturador en primera persona. No puede, sin embargo, evitar la duda. Lo que sí queda fuera de toda duda es su cumplido papel de inquisidor jefe en Siberia Occidental. Por su desempeño en el mismo fue reconocido por el Partido con el cargo de embajador en Mongolia. Pero lo que ni siquiera un hombre tan útil para la causa pudo conseguir fue librarse de la Gran Purga.</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:GolodomorKharkiv.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="381" data-original-width="512" height="476" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj05tXqlfvCRPHkrZe0OjubqlYOpGkQHzvU_iO5rrIjJDP48FSJNPk3RDXVPMx_gav9tkqntKPRjo4r7kWQUmE0J5KJnVrWvcF2jbZ6HsjM2FWfE24yuTecb8T1YIq_tn1iyOG79NrLSPUP5YUD53qphtOzdD10fnzkkLVS-_Q2Nbl1kRcTSunuz3yIDrW1/w640-h476/GolodomorKharkiv.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="background-color: white; font-family: times;"><span style="text-align: start;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:GolodomorKharkiv.jpg" target="_blank">Campesinos hambrientos en una calle de Kharkiv, Ucrania, en 1933.</a><br />La hambruna que azotó a Ucrania como consecuencia de la extremas medidas tomadas durante la colectivización agraria se conoce en ese país como Holodomor, cuya traducción literal del término original ucraniano es matar de hambre.<br />La fotografía, de <a href="https://en.wikipedia.org/wiki/Alexander_Wienerberger" target="_blank">Alexander Weinerberger</a> y en dominio público, pertenece a </span><i style="text-align: start;">Famine in the Soviet Ukraine, 1932–1933: a memorial exhibition, Widener Library, Harvard University</i><span style="text-align: start;">. Cambridge, Mass.: Harvard College Library: Distribuido por Harvard University Press, 1986. Procyk, Oksana. Heretz, Leonid. Mace, James E. (James Earnest). ISBN: 0674294262. Page 35. Inicalmente publicado en </span></span><span style="font-family: times;">Muss Russland Hungern? [Must Russia Starve?], publicado por Wilhelm Braumüller, Wien [Vienna] 1935. Fuente: Diocesan Archive of Vienna (Diözesanarchiv Wien)/BA Innitzer</span></td></tr></tbody></table><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La tercera rama imbricada en la narración de esta titánica obra es literaria. No hay revolución que se precie sin revolución cultural y la bolchevique no fue ajena al intento de forjar una corriente literaria y artística que educara en sus ideas ni al control y censura de todo aquello que se alejara de estas. Con todo, tampoco faltaron las dudas en quienes cayó la responsabilidad de ser los artífices de esa corriente cultural afín al Partido. Así, no he podido evitar retomar con cierta simpatía la fibra de Fyodor Nikolayevich Kaverin, quien fuera director del teatro de la Casa de Gobierno, cada vez que me la he encontrado a lo largo de esta lectura. </div><p></p><p style="text-align: justify;">Kaverin fue un personaje singular. Rouben Simonov, director del Teatro Vakhtangov, dijo de él que para interpretar a Don Quijote tan solo tenía que pensar en Kaverin. Era un enamorado del teatro. Lo adoraba y le hacía sufrir a partes iguales. Le atormentaba la idea de que el teatro fuera algo absurdo e inútil al que solo las personas inútiles podían tomarlo en serio. Bien es cierto que para los dirigentes soviéticos poca utilidad podía tener alguien que aspiraba a trabajar según el dictado de su conciencia. Fue por ello por lo que Kaverin tuvo que rediseñar ese trabajo y consiguió, de hecho, cierto éxito en el empeño, algo que no debió de ser fácil para alguien que en 1924 había dejada plasmada en su diario la idea de que el teatro debía de hablar al público y ser el nervio de su tiempo y de su entorno.</p><p style="text-align: justify;">Otro personaje controvertido, y por tanto víctima propiciatoria para la Gran Purga como terminó siendo, fue Aleksandr Voronski, quien fuera el crítico literario bolchevique
más influyente así como supervisor de literatura del Partido soviético en la década de 1920. Fue precisamente cuando asesinaron a Kírov que Voronski se encontraba trabajando en un libro sobre Nikolái Gógol. Según su hija Galina estaba completamente absorto en ese trabajo. Para el escritor y crítico la clave del genio de Gógol era su naturaleza dual y consideraba su cuento <i>Viy</i> como un punto de inflexión en el autor. Para Voronski la del artista era una condición maldita, pues solo su pincel es capaz de pintar las legiones de demonios —como Gógol en el citado cuento— en su horrible y pintoresca monstruosidad. Para él los verdaderos artistas eran profetas dotados del don especial de la clarividencia.</p><p style="text-align: justify;">Me acuerdo de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Marina%20Tsviet%C3%A1ieva" target="_blank">Marina Tsvietáieva</a>, mi rusa favorita (el nombre de su hija <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2017/10/marina-la-voz-dominando-la-oscuridad.html" target="_blank">Ariadna Efrón</a> —recordemos que fue arrestada por la NKVD y condenada a trabajos forzados— aparece, por cierto, en una ocasión en el libro de Slezkine, pero esto es algo puramente anecdótico). Me acuerdo de ella y de su ensayo <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2017/06/marina-profeta-del-tiempo.html" target="_blank">El poeta y el tiempo</a></i> al hilo de la idea sobre la finalidad del teatro de Kaverin. Leo las ideas de Voronski desprendidas de su análisis sobre la obra de Gógol y tengo la sospecha de que he leído hace poco algo similar en alguna parte. Miento, en realidad tengo la certeza de que he leído justamente lo contrario. Es solo que los contrarios muchas veces tienen la facultad de ser la misma cosa.</p><p style="text-align: justify;">Mi memoria, que aunque queso gruyer a veces es también una milagrosa y azarosa bendición, me apunta que es en el prólogo de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Enrique%20Vila-Matas" target="_blank">Enrique Vila-Matas</a> a la edición de <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2023/06/bartleby-el-escribiente-herman-melville.html" target="_blank">Bartleby, el escribiente</a></i> que leí hace escasos meses donde lo he leído, así que para allá me voy a confirmar mis sospechas y, efectivamente, constato que el escritor barcelonés niega allí la cualidad visionaria de su admirado <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Herman%20Melville" target="_blank">Herman Melville</a>. <span style="font-family: georgia;"><i>«Nada más absurdo que pensar que profetizó algo»</i></span>, nos dice en ese prólogo. <span style="font-family: georgia;"><i>«Lo que sucede»</i></span>, continúa, <span style="font-family: georgia;"><i>«es que algunos escritores tienen muy desarrollado el sentido de la percepción».</i></span> Y para explicar esto recurre a una entrevista a Jordi Llovet en <i>Barcelona Review</i> en la que el crítico habla de Franz Kafka y comenta esa impresión que tenía el escritor austriaco de ser como un espejo que se adelantaba. Es curioso. Me doy cuenta al releer esa parte del prólogo de Vila-Matas de que ya sabía de esa idea que tenía Kafka de sí mismo y a la vez estoy segura de no saberlo ni por Vila-Matas ni por Jordi Llovet sino que lo sabía de antes. Es más, ni siquiera recordaba esa parte del prólogo y eso que es inmediatamente posterior a la recordada que me llevó a ella. Es más (y en breve recojo los hilos ajenos (o no) al libro que nos ocupa y levo anclas para volver a este), tampoco recordaba haber leído las siguientes palabras que siguen a esa idea y que Vila-Matas toma de la citada entrevista a Jordi Llovet: <span style="font-family: georgia;"><i>«Pero en Kafka no había profecías, se trataba de percepción, que es una cosa muy distinta y que suele ser mucho más habitual en los escritores que las profecías; ¡eso sí lo son los escritores!, muy perceptivos. Y en este sentido creo que Kafka ha sido el más perceptivo de los escritores del siglo veinte. O sea, el hombre que vio hacia dónde evolucionaría la distancia entre estado e individuo, máquina de poder e individuo, singularidad y colectividad, masa y ser ciudadano. Kafka ve el panorama más allá en la evolución».</i></span> Toma ya.</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Execute_346_Politburo_passes.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="322" data-original-width="430" height="480" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgmZ1WDsF2fIUfjLaraEr5IfkpIFnaDkkXjeIZlY09zEwTHs2Kb_B5CY9VvuFwdiSxbCxVA5b-mDKNGZz1iyZx5Gi_QyIDrNse7hwfXXFVVXj6lyvit9mxYAKTTQP_I71BVyToqacK6klZf1xBtcyv_RK8pCiOYFlLsfVsu9w67OKQjbuKvvnJaxJJajZoy/w640-h480/Execute_346_Politburo_passes.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Execute_346_Politburo_passes.jpg" target="_blank">Extracto del acta de la reunión del Politburó del 17 de enero de 1940</a> en la que se ordena transferir a 457 participantes activos en organizaciones contrarrevolucionarias, troskistas de derecha y conspirativas a la Sala Militar del Tribunal Supremo de la URSS. La sentencia consta en el mismo acta: 346 de los acusados serán ejecutados y los 111 restantes serán enviados a campos de trabajo durante al menos 15 años. El documento está exento de copyright.</span></td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;">Es obvio que los bolcheviques no debieron de leer a Kafka. Sí leyeron, por supuesto, esa biblia que era para ellos <i>El capital</i>. No así sus hijos. No así esos hijos de la revolución que cavaron la tumba de la revolución que iniciaron sus padres. Nombres como el de Marx, Engels o Lenin representaban para ellos mitos a los que nunca se acercaron. Sus lecturas habituales, aquellas que más influyeron en su formación y en su crecimiento personal fueron otras. Liova, Yuri y sus coetáneos no leían literatura soviética. Para su generación la literatura rusa era <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2022/09/guerra-y-paz-liev-tolstoi.html" target="_blank">Guerra y Paz</a></i>, su idolatrado Pushkin (<a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2017/04/la-marina-encantada-adoptaunaautora3.html" target="_blank">mi Pushkin</a> ya sabéis que es el de Marina, como <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2023/08/mi-padre-y-su-museo-marina-tsvietaieva.html" target="_blank">os conté hace poco</a>) y poco más. Leían mayoritariamente clásicos extranjeros: <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2022/12/cuentos-de-navidad-vv-aa.html" target="_blank">Dickens</a>, <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2020/03/eugenie-grandet-honore-de-balzac.html" target="_blank">Balzac</a>, … Es curioso cómo un sistema que extendió sus tentáculos hasta límites insospechados descuidó tanto lo que podría haber sido una educación sesgada y dirigida para sus retoños y cómo infravaloró el poder de la ficción de la que estos se nutrían con placentera gula. La familia o lo que ocurría en ellas de puertas para adentro fue el gran talón de Aquiles del bolcheviquismo. Nunca supo cómo solventar el gran peligro que esta representaba para la causa, para la adhesión sin fisuras exigida ante la cual la familia fue un silencioso rival. Al hilo de esto, el análisis que Slezkine plantea en este libro acerca de cómo las sectas milenaristas con las que compara a los bolcheviques afrontaron el problema de la familia es revelador.</div><p></p><p style="text-align: justify;">Los niños de la Casa de Gobierno fueron unos jóvenes románticos ardientemente patrióticos y amantes de la autorreflexión y el autoconocimiento. Fueron lectores voraces que vivían en el pasado y en los países extranjeros de las novelas que devoraban. Sus padres, en cambio, miraban hacia el futuro, hacia ese mundo que una vez soñaron y que ahora estaba en construcción. Los hijos respetaban y veneraban a sus padres, pero, en el fondo, la revolución de estos, por mucho que se enorgullecieran de ella, no debía de ser para ellos más que una idea tan romántica como la que se desprendía de los libros que leían. En una sola generación, los camaradas se transformaron en amigos y la primera lealtad se trasladó del Partido hacia uno mismo.</p><p style="text-align: justify;">Durante el Gran Terror no pasó una noche sin que los cuervos negros (así es como eran llamados los agentes de la NKVD) se llevaran a alguien de la Casa de Gobierno. Se sellaron apartamentos. Se reubicaron inquilinos. Los familiares de un detenido eran trasladados a otro apartamento que debían compartir con los familiares de algún otro detenido (eso si no eran también arrestados o, en el caso de los niños, enviados a orfanatos si no tenían la suerte de tener algún familiar ajeno a la Casa con el que irse a vivir). En 1941, ante la inminente llegada de las tropas alemanas a Moscú, se evacuaron a los residentes restantes. Algunos de ellos volvieron y la Casa volvió a ser repoblada, pero la mayoría de los nuevos inquilinos no eran altos funcionarios y la Casa de Gobierno, por tanto, dejó de ser la casa del gobierno. Actualmente el mastodóntico edificio sigue en pie. El teatro, el cine y la tienda de comestibles continúan estando en el mismo lugar y la mayoría de apartamentos son residencias privadas. La plaza delantera vuelve a llamarse plaza de la Ciénaga como si fuera una broma macabra, una testigo muda de que los bolcheviques sacaron al pueblo ruso de la ciénaga del imperio zarista para terminar revolcándolo por el fango, un recordatorio de lo cíclica que es la historia.</p><p style="text-align: justify;">Si hay alguna obra literaria que se acercó a lo que el Partido Comunista pedía a sus escritores esa fue <i>Camino hacia el océano</i>, de Leonid Léonov. Sin embargo, ni siquiera la considerada gran novela bolchevique alcanzó cien por cien los estándares exigidos. En 1935 Máximo Gorki le escribe a Léonov en relación a su novela para afearle que la sombra trise y malévola de Dostoieski se cerniera sobre toda la trama (a los socialistas rusos las dudas inherentes al existencialismo de uno de sus escritores más insignes no debían de hacerles mucha gracia). En 1971 será Leonov quien le escriba a un amigo en relación a una nueva novela. Se trata de <i>La pirámide</i>, obra concebida en 1940 y que estaba aún inconclusa cuando se publicó la primera edición rusa en 1994, año de fallecimiento de su autor. En esa carta Léonov le explica a su amigo que él y Dostoievski se encuentran en el lado opuesto de la montaña y que desde allí puede ver las cosas que este temía. En la década de los noventa, cuando se publica <i>La pirámide</i>, por fin se puede escribir (y leer) sin miedo bajo la enorme sombra de Dostoievski. Y hablando de sombras, en el epílogo de <i>La casa eterna</i>, a raíz de uno de los libros de Yuri Trífonov y de uno de sus personajes, su tocayo Slezkine señala que vivir en la oscuridad es vivir sin sombra, significa no dejar rastro y tener que apoyarse en la memoria de los demás. Y es que solo los que no temen mirar al pasado pueden entender sus orígenes, aligerar el presente y encarar el futuro. La sombra es inherente a la luz, así como el presente lo es al pasado. Con una cita de <i>La pirámide</i> cierro las puertas —aunque dejo la llave puesta por si alguien quiere entrar a deshilachar fibras y descubrir nuevos recovecos— de mi visita y mi estancia en esta casa eterna.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«¿No fue la misión histórica de Rusia estrellarse contra el suelo, ante los ojos del mundo, desde la altura de mil años de grandeza, para advertir a las generaciones futuras contra los repetidos intentos de crear un paraíso en la Tierra?»</span></blockquote><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Variety_Theatre_-_Moscow,_Russia_-_panoramio.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="525" data-original-width="510" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEitn-CApmHO81ENYeOGw1YFBOXK0K0DJXqrajNXdkL1qmYkFpM3H2qWML8T7i1lrj5RMEZY14ST3nbfIemTpA27dyYCKUz6Dtp0yPCQJpqgfsq7xFUrf1KLcGT0jKpxpOEG6WKe_KwemnPI7xW9uSMKNfaEAhJd9odKPFqG1F_2Xifrgl3OfujPjxWq2Grf/w622-h640/512px-Variety_Theatre_-_Moscow,_Russia_-_panoramio.jpg" width="622" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Variety_Theatre_-_Moscow,_Russia_-_panoramio.jpg" target="_blank">Casa de Gobierno</a>, fotografía del edificio que la albergó tomada en 2004 por <a href="https://web.archive.org/web/20161010042307/http://www.panoramio.com/user/31742?with_photo_id=7419220" target="_blank">Sergey Ashmarin</a> y bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/deed.en" target="_blank">CC BY-SA 3.0</a>.<br />Fuente original: <a href="https://web.archive.org/web/20161010042305/http://www.panoramio.com/photo/7419220" target="_blank">Panoramio</a>.</span></td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;"><u>Ficha del libro:</u></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Título: <a href="https://www.acantilado.es/catalogo/la-casa-eterna/" target="_blank">La casa eterna: Saga de la Revolución Rusa</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Autor: <a href="https://www.acantilado.es/persona/yuri-slezkine/" target="_blank">Yuri Slezkine</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Traductor: Miguel Temprano García</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Editorial: Acantilado</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Año de publicación: 2021</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Nº de páginas: 1632</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">ISBN: 978-84-18370-22-9</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Comienza a leer <a href="https://www.acantilado.es/wp-content/uploads/Extracto-La-casa-eterna.pdf" target="_blank">aquí</a></span></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Si te ha gustado...</div><div style="text-align: justify;">¿Compartes?</div><div style="text-align: justify;"> ↓</div><p></p><p style="text-align: justify;"><br /></p>Lorena Álvarez Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/12912455925584013270noreply@blogger.com10tag:blogger.com,1999:blog-3756166230240849946.post-70075534890108440712023-08-30T08:00:00.001+02:002023-08-30T08:00:00.142+02:00El ruido y la furia - William Faulkner<p style="text-align: justify;">Comenzaré hablando de Dilsey. Porque por algo o por alguien hay que empezar. Porque una misma historia puede contarse de muchas maneras, con lo cual la historia en cuestión tal vez nunca es la misma. Porque yo elijo —no lo niego— una forma fácil. Y es que de la forma difícil ya se ocupó <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/William%20Faulkner" target="_blank">William Faulkner</a>.</p><p style="text-align: justify;">Pero no escojo a Dilsey tan solo por no meterme en un berenjenal del que no sé si sabría salir airosa. Ni siquiera es ese el motivo que más peso ha tenido en mi elección. Escojo a Dilsey porque es como la tierra surcada por generaciones de la familia a la que ni se sabe los años que lleva sirviendo, porque —como ella misma piensa en voz alta—: <span style="font-family: georgia;"><i>«He visto al primero y al último». «He visto el principio y ahora veo el final».</i></span> Escojo a Dilsey por <span style="font-family: georgia;"><i>«su milenario rostro abatido»</i></span>, por su <span style="font-family: georgia;"><i>«terrible y dolorosa lentitud»</i></span>, porque <span style="font-family: georgia;"><i>«había sido una mujer grande pero ahora se evidenciaba su esqueleto, holgadamente envuelto por una piel ajada que se tensaba sobre un vientre casi hidrópico, como si músculo y tejido hubieran sido valor y fortaleza que con los días o con los años se hubiesen consumido hasta que solamente el indomable esqueleto se erigiese como una ruina o un poste desde sus somnolientas e impenetrables entrañas»</i></span>, porque ese esqueleto sigue siendo —aun por poco tiempo—cimiento y sostén.</p><p style="text-align: justify;">La pequeña parcela de tierra que aún se sostiene sobre el frágil y viejo esqueleto de Dilsey se encuentra en Yoknapatawpha, el ficticio condado bañado por el Mississippi sobre el cual se asienta buena parte del universo literario de William Faulkner. Una tierra en decadencia en la que la población negra desciende de esclavos y la blanca de propietarios de esclavos y de la que, por tanto, hasta no hace demasiado su cimiento y sostén era el sistema esclavista. Una tierra en la que hay hombres blancos que se lamentan de que <span style="font-family: georgia;"><i>«por aquí nadie se mata a trabajar, aparte de los gorgojos del algodón»</i></span>, y que piensan que <span style="font-family: georgia;"><i>«ese es el problema de tener criados negros, que cuando llevan mucho tiempo contigo se dan tanta importancia que no valen para nada. Se creen que mandan en toda la familia».</i></span> Y es que los negros han adquirido generación tras generación su propia estrategia de supervivencia, <span style="font-family: georgia;"><i>«esa mezcla de diligente incompetencia infantil y de paradójica precisión que firmemente los atiende y protege y les zafa de responsabilidades y obligaciones por medios demasiado evidentes para denominar subterfugios [...], y por otra parte una afectuosa y perceptible tolerancia para con las extravagancias de los blancos como un abuelo hacia los niños caprichosos e impertinentes».</i></span></p><p style="text-align: justify;">El principio y el final que ve Dilsey es el de los Compson, una familia que <span style="font-family: georgia;"><i>«poseía esclavos cuando todos vosotros teníais unas tiendecillas de mierda y unas tierras que ni los negros querrían trabajar a medias»</i></span>; una familia que palpita al ritmo del <span style="font-family: georgia;"><i>«agonizante latir de la decadente mansión»</i></span> que habitan, la cual tal pareciera estar a merced de alguna maldición, pues <span style="font-family: georgia;"><i>«no puede haber buena suerte en una casa donde nunca se pronuncia el nombre de uno de los hijos»</i></span> y en la que se cría <span style="font-family: georgia;"><i>«a una niña sin que sepa el nombre de su propia madre».</i></span></p><p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh_JLzQ_6YlmTEQA6Z086cK2l-kxGkXxsdXcu6UdAL4KSoNCUkzkPw2RaG77QA_CA3WCfn1hpYEQ4H9_zBvMvwO0w8NMng_QUDSrydghMkIVxr8kB8YsEwIlVu4RfLGhcpWQ5m9P7lKAshatPox2TKQ5N_hz6lJYKgHV9wUIJUDA_Bp1K1anhtqZY-bprS3/s871/El%20ruido%20y%20la%20furia.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="871" data-original-width="552" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh_JLzQ_6YlmTEQA6Z086cK2l-kxGkXxsdXcu6UdAL4KSoNCUkzkPw2RaG77QA_CA3WCfn1hpYEQ4H9_zBvMvwO0w8NMng_QUDSrydghMkIVxr8kB8YsEwIlVu4RfLGhcpWQ5m9P7lKAshatPox2TKQ5N_hz6lJYKgHV9wUIJUDA_Bp1K1anhtqZY-bprS3/w254-h400/El%20ruido%20y%20la%20furia.jpg" width="254" /></a></div><div style="text-align: justify;">Lo que William Faulkner nos cuenta en el libro que os traigo hoy es el final de los Compson. Los últimos Compson son: Benjy, Quentin y Jason. Bueno, y también Caddy. Y también la hija de aquella cuyo nombre no se puede pronunciar en la casa de los Compson. Pero, como bien es sabido, <span style="font-family: georgia;"><i>«desde el instante en que el óvulo al dividirse determinó su sexo»</i></span>, es asumible que el nombre de los Compson morirá en ellas. Que nadie piense por ello que las mujeres no tienen importancia en esta historia ni que Faulkner no nos regala grandiosos personajes femeninos en esta novela, así como que no sabe mostrar la potencial condición de víctima inherente al hecho de ser mujer incluso (o precisamente) en aquellas mujeres que ostentan una mayor rebeldía y fortaleza.</div><p></p><p style="text-align: justify;">El penúltimo Compson es Padre (Jason padre), a quien ni toda su filosofía le sirve para salvar a sus vástagos y que opta por ahogar la misma en alcohol. Y luego también está Madre (Caroline), pero ella no es una Compson sino una Bascomb. Y parece ser (o así lo entiende ella) que ser una Bascomb no está a la altura de ser un Compson, pero sin embargo el orgullo de ella está a la altura del de todos los Compson juntos y le sobra para instalarse en la queja, el lamento y la inactividad, pues es maestra absoluta en ver y mirar hacia otro lado.</p><p style="text-align: justify;">Y hay más personajes, pero <span style="font-family: georgia;"><i>«estos otros no eran Compson. Eran negros».</i></span> Claro que tampoco hacía tanto que los negros que pisaban esas tierras eran conocidos por el nombre de sus amos. Claro que al igual que generaciones de Compson se sucedieron en la casa y tierras de los Compson también generaciones de negros se sucedieron sirviéndoles. Pero sí, eran negros. La perpetuidad del nombre de los Compson no dependía de ellos.</p><p style="text-align: justify;">Concedamos, pues, que los últimos Compson fueron Benjy, Quentin y Jason. Concedámoslo aunque sea solo por simplificar. Aunque sea porque son sus conciencias las que nos cuentan esta historia. Por todos es conocido que Faulkner es reconocido por el uso de técnicas narrativas poco usuales en los años veinte y treinta del siglo XX tales como el flujo de conciencia, el monólogo interior, la incorporación de varios narradores, perspectivas y puntos de vista y los saltos en el tiempo. Cierto es que los lectores actuales estamos más que acostumbrados a estas técnicas, pero es precisamente por ello por lo que no deja de ser admirable que las mismas sigan brillando como lo hacen cada vez que se lee al escritor sureño, así como que, en concreto en la novela que nos ocupa, las diferencias entre las tres voces narrativas en función de las diferentes personalidades y condiciones de los tres narradores sea un absoluto alarde de virtuosismo y prodigio.</p><p style="text-align: justify;">Faulkner comienza por Benjy. Faulkner comienza por lo más difícil de hacer. De decir he que la lectura de <i>El ruido y la furia</i> no me ha resultado una lectura costosa. No seré yo quien considere a William Faulkner un escritor fácil, pero pelearme con él ya lo hice con <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2016/03/las-palmeras-salvajes-william-faulkner.html" target="_blank">Las palmeras salvajes</a></i>; la sensación de pequeñez ante él ya la experimenté —y ello a pesar de ser considerada una de sus novelas más asequibles— con <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2016/04/mientras-agonizo-william-faulkner.html" target="_blank">Mientras agonizo</a>. También es cierto que han trascurrido siete años desde esas dos lecturas y que una se curte, una tiene callo de lectora. Lo que sí me ha resultado <i>El ruido y la furia</i> es una lectura confusa. Es la confusión de esta novela una confusión que va de más a menos, así como una confusión buscada. Esto que a algunos lectores tal vez les puede disuadir de continuar con una lectura, en mí, en cambio, actúa como un acicate y un aliciente. Presiento que esta vez no se trata, como ocurrió en mi primer encuentro con el autor, de que yo no esté a la altura de lo leído sino que lo que simplemente sucede es que me están invitando a jugar. Y yo juego. Y confío. Porque sé que estoy en buenas manos. </p><p style="text-align: justify;">Así, pues, tenemos a Benjy el siete de abril de 1928 que <span style="font-family: georgia;"><i>««Treinta y tres hace esta mañana». «O sea que hace treinta años que cumplió tres»».</i></span> Y es que ese hombre de treinta y tres años encierra en su cuerpo a un niño de tres. O eso piensan quienes se encargan de él con más o menos delicadeza o paciencia; con más o menos hartazgo y vergüenza. Quién sabe, en realidad, lo que encierra un hombre que tiene tan limitada la comunicación, que lo único que hace es gritar, berrear y gemir, que pareciera a veces que lo que emite es <span style="font-family: georgia;"><i>«el sonido grave y profundo de toda la muda miseria existente bajo el sol».</i></span> Faulkner sabe. Faulkner nos lo muestra. En la narración, Benjy puede tener tres, treinta y tres o cualquier otra edad entre estas dos. No os fieis de los engañosos títulos de los cuatro largos capítulos que componen esta novela. No os penséis que el tiempo es tan manso como para circunscribirse a las fechas que anuncian esos títulos. Como le dice el padre de los tres últimos Compsons a Quentin, <span style="font-family: georgia;"><i>«tu desgracia es el tiempo [...]. Una gaviota atrapada por un hilo invisible arrastrada por el espacio. Hacia la eternidad arrastras el símbolo de tu frustración».</i></span> Benjy, en cambio, no sufre la desgracia del tiempo porque es inmune a su paso. Benji ama tres cosas: a Caddy, un prado que la familia vendió y el resplandor del fuego. De esas tres conservará solo el resplandor del fuego. A Caddy, que <span style="font-family: georgia;"><i>«carece de todo lo que se puede perder que merezca la pena perderse»</i></span>, ya la ha perdido ese siete de abril de 1928 y el prado lo perderá tras la conclusión de esta historia. Sin embargo, nada es lo que pierde Benjy, pues de Caddy y del prado solo recuerda y recordará la pérdida.</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://www.flickr.com/photos/josepha/2359169704" target="_blank"><img border="0" data-original-height="600" data-original-width="800" height="480" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj_xSR8Vr8_tCUtB17g0AJwdYQL7PNT2twW_Gt925poBG8N0byuq3RjkoST6UyKIlyL57b3_OWTNgu-8aHEdKeyCNws2djUhYncUHAdC-1jn_xYAJA7_-VqldW_BbMGDIjoHwW2DcGWnERu_4mwn1AzpEVfrj5XebD-x70bUCFfyMsl5bZwzt0vRR-3Jwrz/w640-h480/2359169704_ba40fd958c_c.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://www.flickr.com/photos/josepha/2359169704" target="_blank">Magnolia Grove, en Oxford, Mississippi</a>, ciudad en la que William Faulkner vivió intermitentemente desde los cinco años, es una casa construida alrededor de 1860 en la que el escritor sureño se inspiró para crear la mansión de los Compson. El nombre de la familia protagonista de <i>El ruido y la furia</i> evoca a la fusión de los nombres de dos propietarios que tuvo la construcción: Thompson y Chandler. El escritor sureño se inspiró en el hijo menor de los Chandler, discapacitado mental, para construir el personaje de Benjy. La casa tenía una cerca que actualmente ya no existe y por la que el joven Chandler solía observar a los transeúntes. Asimismo, en la novela reseñada Benji tiene su propia relación especial con la cerca de la casa de los Compson. La imagen es una <a href="https://www.flickr.com/photos/josepha/2359169704" target="_blank">fotografía</a> de <a href="https://www.flickr.com/photos/josepha/" target="_blank">Joseph</a> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/2.0/" target="_blank">CC BY-NC-SA 2.0</a>.</span></td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;">Yo no me pierdo, pero me confundo. Tardo en identificar personajes, en saber quién es niño o adulto, quién es negro o blanco. El trasvase temporal es continuo y resulta complicado delimitar secuencias a pesar de que hay fragmentos diferenciados en cursiva. Me vuelvo loca con el nombre de un personaje que tan pronto tiene tratamiento masculino como femenino. Barajo erratas de edición, algo que me extraña y, para que no haya lugar a dudas al respecto, he de señalar que mi extrañeza apunta bien. Toda la historia está contada en ese primer capítulo. Todo nos lo cuenta Benjy. Ganas dan de volver a él tras concluir la novela, de que esta vez no se nos escape nada. Esta es una novela en la que los objetos hablan y tienen su significado. En la que incluso las sombras hablan y tienen entidad propia.</div><p></p><p style="text-align: justify;">Toda la historia se cuenta en ese primer capítulo, pero yo llego al segundo y por tanto al encuentro con Quentin sin conocer la historia. Eso sí, llego cargada de sensaciones e impresiones. Quentin añade algo de orden a tanta confusión, pero el segundo hermano, y también el más intelectual y sensible, es un ser atormentado y pronto sus cuitas invaden la narración. Sí, eso son sus delirios, vegetación invasora en un terreno que prometía ser un camino despejado. Irrumpen sin avisar, como palabras encadenadas a las que una escasa puntación apenas se atreve a desbrozar. Quentin confunde <span style="font-family: georgia;"><i>«el pecado con la moral».</i></span> Vive atormentado por un amor indebido, un deseo contenido y unos celos enloquecedores.<span style="font-family: georgia;"><i> «La pureza es un estado negativo y por tanto contrario a la naturaleza. Es la naturaleza quien te hace daño»</i></span>, le dice el padre. Pero él no puede aceptar esa idea porque <span style="font-family: georgia;"><i>«si era así de sencillo [...] nada significaría, y si no era nada, qué era yo».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Qué es no Quentin sino esta historia aún no lo sé del todo, aunque sí que empiezo a saber algunas cosas y a intuir otras y así es como llegó al tercer capítulo de esta novela y salgo por tanto al encuentro de Jason. Me gustaría decir que con él llega la calma, pero lo cierto es que, entre el ruido y la furia que azota la mente de los tres hermanos, la auténtica furia le pertenece a Jason. Sin embargo, supongo que porque es el más práctico, su narración es la más clara. Sí, Jason es práctico, pero también egoísta, mezquino, misógino, xenófobo y racista. Es el <span style="font-family: georgia;"><i>«estéril solterón en el que terminaba aquella larga fila de hombres que habían albergado algo de decencia y orgullo incluso después de que su integridad hubiese comenzado a fallar y el orgullo se hubo convertido casi en autoconmiseración».</i></span> Está amargado y actúa como si todo el mundo le debiera algo. Será porque se cree merecedor de ese lugar que se le ha negado en el mundo por lo que es el encargado de ubicarnos en esta historia.</p><p style="text-align: justify;">El desenlace de la misma lo conocemos en el cuarto y último capítulo. En este caso es un narrador omnisciente quien nos lo cuenta, si bien es a la buena de Dilsey a la que acompañamos en su mayor parte. De todas formas, por si hay algún despistado al que se le haya escapado algún detalle, al término de la novela se nos ofrece un apéndice final. La perseverancia de los lectores es recompensada y, además, dicho apéndice nos brinda la oportunidad de saber de los primeros Compsons y de situar un poco esta saga familiar en relación con otras familias de otras novelas del autor pertenecientes al universo literario de Yoknapatawpha.</p><p style="text-align: justify;"><i>El ruido y la furia</i> es una tragedia. Una tragedia con cierta justicia poética. Si se quiere, una tragedia shakespeariana. De hecho, su título procede de una cita de <i>Macbeth</i>, en concreto de una del acto 5 escena 5 que dice así: <span style="font-family: georgia;"><i>«<span style="background-color: white; font-size: 16.1px;">La vida no es más que una sombra [...] Una historia narrada por un necio, llena de ruido y furia, que nada significa».</span></i></span><span style="background-color: white; font-family: inherit;"> Ese necio en ocasiones se ha traducido como idiota y hay quien lo asocia con el personaje de Benjy, si bien no creo que necesariamente tenga por qué ser así. De hecho, más bien pienso que necios somos todos. Y es que quién podría ser tan aguerrido como para aprehender esa sombra que es la vida, ese </span><span style="font-family: georgia;"><i><span style="background-color: white; font-size: 16.1px;">«</span>reducto absurdum de toda experiencia humana»</i></span>; quién si <span style="font-family: georgia;"><i>«todos los hombres»</i></span> no <span style="font-family: georgia;"><i>«son»</i></span> sino <span style="font-family: georgia;"><i>«acumulaciones muñecos rellenos de serrín recogido de los basureros a los que habían sido arrojados»</i></span>; quién si <span style="font-family: georgia;"><i>«lo extraño es que el hombre que es concebido por accidente y de quien cada aliento es como lanzar los dados previamente cargados contra uno mismo no se enfrentará con la apuesta final que conoce de antemano ha de hacerla frente sin intentar otros recursos desde la violencia hasta trampas mezquinas que no engañarían ni a un niño hasta que algún día verdaderamente asqueado arriesgue todo a una sola carta nadie hace eso por la rabia de la desesperación o por remordimiento o por aflicción solamente lo hace cuando se ha dado cuenta de que ni la desesperación ni el remordimiento ni la aflicción son especialmente importantes para el tahúr vestido de negro».</i></span> Quién se atreve a aventurar de la vida algo más de lo que se desprende del inconexo monólogo de Benji. Quién como él no vive instalado en la pérdida. Quién como Quentin no sucumbe ante esta. Quién como Jason no vive como reacción a ella. Quién.</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://www.flickr.com/photos/smilla4/3587251464/" target="_blank"><img border="0" data-original-height="600" data-original-width="800" height="480" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiD8f8FPE_1B6ls8aSIDW44ecbErCbE03-vQFDMZ9dc3bavf-j0pAHO4kTwbDnywjTzvUOKqCxQwVsmzQAR_yBdeo8rlY7r-rtgWMSP_CVnpd8VpwhhfhAqeo8cjHoftRGUG5fM6bx6DcBVXXKLEG6n9QkMc49h7YCmWp7XAJsNHZV0bjJ3XMhu0jqPBELd/w640-h480/3587251464_392d01db16_c.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://www.flickr.com/photos/smilla4/3587251464/" target="_blank">Pear blossoms on a gnarled old tree</a>, fotografía de <a href="https://www.flickr.com/photos/smilla4/" target="_blank">smilla4</a> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-nc/2.0/" target="_blank">CC BY-NC 2.0</a></span></td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;">Terminaré hablando de un olor. Porque por algo o por alguien hay que terminar. No porque me sea más o menos fácil en este caso, sino porque se me antoja hacerlo así. Podría terminar con algo visual, con algunos de esos detalles y objetos que se repiten en la narración y que cada vez van cobrando mayor significado. Podría hacerlo aludiendo al <span style="font-family: georgia;"><i>«jaquemate de polvo y deseo»</i></span> y frustración que es esta novela. Podría reivindicar una vez más el ruido y martilleo constante que se prodiga por esta historia, ese ruido que es como si <span style="font-family: georgia;"><i>«mediante una conjunción planetaria todo el tiempo y la injusticia y el dolor se hicieran oír por un instante».</i></span> Pero <span style="font-family: inherit;"><i>El ruido y la furia</i></span> es también una novela de sensaciones, de sentimientos, pasiones, dolor, culpa, vergüenza, … Es también, por tanto, una novela de olores, pues el olfato es el más primitivo de nuestros sentidos, así como el más ligado a nuestra memoria y por ende a nuestro subjetivo y limitado tiempo vital, a nuestro escacharrado reloj que nos ata y nos sirve para bien poco. Para Benjy, por ejemplo, <span style="font-family: georgia;"><i>«Caddy olía como los árboles».</i></span> Para mí, inevitablemente, <i>El ruido y la furia</i> huele a madreselva. Porque <span style="font-family: georgia;"><i>«creo que el de la madreselva es el más triste de los olores».</i></span> Porque su aroma es dulzón, agobiante, pegajoso y resacoso. Porque es el suyo un olor nocturno, confuso y enloquecedor.</div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Entonces apareció la madreselva. En cuanto apagaba la luz e intentaba dormirme empezaba a entrar en la habitación en oleadas sucesivas hasta que yo tenía que jadear para poder encontrar aire hasta que acababa levantándome y saliendo a tientas como cuando era pequeño <i>las manos ven al tocar formando en la mente la puerta no vista Puerta ahora nada las manos ven</i> Mi nariz veía la gasolina, el chaleco sobre la cama, la puerta. El pasillo continuaba carente de pisadas de tristes generaciones en busca de agua. <i>pero los ojos ciegos apretados como dientes sin desconfianza dudando incluso de la ausencia de dolor espinilla tobillo rodilla el largo flujo invisible de la barandilla donde un traspiés en la oscuridad preñada de sueño Madre Padre Caddy Jason Maury puerta no tengo miedo sólo Madre Padre Caddy Jason Maury alejándose durmiendo dormiré profundamente cuando puerta Puerta puerta</i> También estaba vacía, las cañerías, la porcelana, las plácidas paredes sucias, el trono de contemplación. Había olvidado el vaso, pero podía <i>las manos ven dedos entumecidos invisible cuello de cisne donde más fino que la vara de Moisés el cristal roce exploratorio para no martilleando cuello estilizado y entumecido martilleando enfriando el metal el vaso lleno rebosante enfriando el cristal los dedos desprendiendo sueño dejando sabor de sueños humedecidos en el largo silencio de la garganta.</i> Regresé por el pasillo, despertando batallones de pisadas dormidas en el silencio, en la gasolina, el reloj contando su rabiosa mentira sobre la mesa oscura. Luego las cortinas respirando en la oscuridad sobre mi rostro, dejando su respiración sobre mi rostro. Todavía un cuarto de hora. Y entonces no seré. Las más pausadas palabras. Más pausadas palabras. <i>Non fui. Sum. Fui. Non sum.</i> En algún lugar una vez escuché campanas. Mississippi o Massachussetts. Fui. No soy. Massachussetts o Mississippi».</span></blockquote><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://www.flickr.com/photos/studiofb/42815669701/" target="_blank"><img border="0" data-original-height="600" data-original-width="800" height="480" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi-rNNb--9kc7QA0WiB-biLzhRjyAiukHUIfZ6FgwTLvqEnSqzubiDepIPQ2veGOGT-lMTAFnkxZzHAl4Bara_NXbCmM5B_6gu2WFGP_G9eeuVQoM8txFPEROebIVfQbITaNZ2EV2W9f-JEi7dW20iFKuYXjozjPtBFWCxdQA7c9glCiS7G17gzBql9EaXk/w640-h480/42815669701_12f5833fbf_c.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://www.flickr.com/photos/studiofb/42815669701/" target="_blank">The swing</a>, fotografía de <a href="https://www.flickr.com/photos/studiofb/" target="_blank">Andrew Beeken</a> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by/2.0/" target="_blank">CC BY 2.0</a></span></td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;"><u>Ficha del libro:</u></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Título: <a href="https://www.penguinlibros.com/es/grandes-clasicos/6241-libro-el-ruido-y-la-furia-9788420406749" target="_blank">El ruido y la furia</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Autor: <a href="https://www.penguinlibros.com/es/414-william-faulkner" target="_blank">William Faulkner</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Traductora: Ana Antón-Pacheco</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Editorial: Alfaguara</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Año de publicación: 2010 (1929)</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Nº de páginas: 328</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">ISBN: 978-84-204-6812-6</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Comienza a leer <a href="https://www.penguinlibros.com/es/grandes-clasicos/6241-libro-el-ruido-y-la-furia-9788420406749/fragmento" target="_blank">aquí</a></span></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Si te ha gustado...</div><div style="text-align: justify;">¿Compartes?</div><div style="text-align: justify;"> ↓</div><p></p>Lorena Álvarez Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/12912455925584013270noreply@blogger.com10tag:blogger.com,1999:blog-3756166230240849946.post-58687741419468842982023-08-21T08:00:00.001+02:002023-08-21T08:00:00.163+02:00Bastarda - Dorothy Allison<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«¿Quién había sido mamá, qué había deseado ser o hacer antes de que yo naciera? Con mi llegada al mundo, sus esperanzas dieron un vuelco, y yo me había encaramado a su vida igual que una flor en busca de un rayo de sol. Con catorce años era una niña asustada, con quince ya era madre, acababa de cumplir veintiuno cuando se casó con Glen. Su vida se había replegado sobre la mía. ¿Cómo sería yo con quince años, con veinte, con treinta? ¿Sería tan fuerte como había sido ella, estaría tan ávida de amor, tan desesperada, tan decidida, tan avergonzada?»</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">La madre de Bone se llama Anne; la de Dorothy Allison, Ruth. Bone es la protagonista de la novela que os traigo hoy; Dorothy Allison, su autora. Si sé el nombre de su madre es porque lo leo en la dedicatoria de esta novela. El de la madre de Bone lo sé, por supuesto, porque lo leo en la propia novela. También es allí donde leo el verdadero nombre de Bone. Se llama Ruth Anne: Anne por su madre y Ruth por la hermana mayor de su madre, la cual casi fue una madre para esta, al menos hasta que tuvo hijos propios.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Por algún motivo, Ruth pensaba que no podía tener hijos. Cuando se quedó embarazada estaba feliz. Para mí era un misterio que le hiciera tanta ilusión la maternidad. Me parecían que era algo que las mujeres hacían a disgusto; Ruth, en cambio, esperaba el nacimiento del bebé, riendo, cantando y haciendo ropita. Hasta que un día le pregunté por qué estaba tan contenta y ella me miró como si me hubiera vuelto loca de remate. Me contestó que era una prueba. Quedarse embarazada era la prueba de que un hombre te consideraba guapa a ratos, y cuantos más hijos tuviera, más se convencería de su propio valor. Me faltó poco para echarme a llorar, y al mismo tiempo me dieron ganas de soltarle un sopapo por decir esas chaladuras, por hablar como si ella no tuviera valor por sí misma. ¡Como si mi amor no bastara para convencerla de su valor!»</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Bone crece en el condado de Greenville, en Carolina del Sur, durante los años cincuenta del pasado siglo. Dorothy Allison también. Pero basta ya de paralelismos entre protagonista y autora. Evidentemente ha de haberlos en una novela de inspiración autobiográfica como la que nos ocupa, pero desconozco en qué puntos del via crucis que fueron sus respectivas infancias los caminos de Bone y Dorothy se bifurcan, se superponen, se reflejan, se retuercen. Igualmente ignoro de cuánta realidad bebe esta ficción.</p><p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgi7zF7F4x6-bIPVGP8NB5fksmfs53gp32bNnlS0YuobuvoAd162OOYMWapOU5NEZV6pir4W-SSg649ZbYnhPVlaf8hafp_6Kakx9Nl7_iCF6yhIH0f8qYdjfo3YlMeEhDjJK_7nJvr2MUFPLV3AN3sg_KvYqhdEM_cbhUQI27r2RwJP7J4HvXoGoB4L5wa/s2539/Bastarda_DEF.png" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2539" data-original-width="1654" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgi7zF7F4x6-bIPVGP8NB5fksmfs53gp32bNnlS0YuobuvoAd162OOYMWapOU5NEZV6pir4W-SSg649ZbYnhPVlaf8hafp_6Kakx9Nl7_iCF6yhIH0f8qYdjfo3YlMeEhDjJK_7nJvr2MUFPLV3AN3sg_KvYqhdEM_cbhUQI27r2RwJP7J4HvXoGoB4L5wa/w260-h400/Bastarda_DEF.png" width="260" /></a></div><div style="text-align: justify;">Hablemos, pues, de Bone. Hablemos de Greenville; pero no de todo Greenville, por supuesto. Hablemos del Greenville de los blancos con pocos recursos económicos, del de la basura blanca, del de aquellos que ocupan un escalón apenas superior al de los negros. El de los hombres que para sentirse hombres se apresuran a dejar embarazadas a sus mujeres y si es de un varón, mejor; que se niegan a que estas trabajen fuera de casa, aunque finalmente no les queda otra que aceptar esto a regañadientes si bien ni aun así consiguen que los números cuadren; que se empechan de frustraciones, fracasos y de su propia pequeñez y no falta, por tanto, quienes vomitan sus miserias en accesos de violencia contra quienes tienen más cerca o contra quienes con su fuerza indómita inconscientemente les hacen sentirse aún más pequeños; que les gustan las mujeres <span style="font-family: georgia;"><i>«jovencitas, [...] bisoñas y desmañadas. [...] las mujeres agradecidas, y más si no tiene que hacer nada para impresionarlas. Y así le va... Señor, es que todas las que me ha presentado me han partido el alma, tan perdidas... Son como fruta al sol, madura y lista para que cualquiera la coja».</i></span> Hablemos también del Greenville de las mujeres que aman a sus hombres como si de bebés se tratasen y así, claro está, cómo van a dejar esos hombres de comportarse como críos; que tal vez por ello algunas quieren más a sus hijos varones que a sus hijas; que tienen críos que serán críos grandes y niñas que serán viejas prematuras; que arrojan sin querer tanto a unos como a otras por un agujero negro con escasa posibilidad de salida.</div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Hacerse mayor era como caer por un agujero. Los chicos dejaban el colegio y tarde o temprano acababan en la cárcel por cualquier gilipollez. Puede que yo no abandonase los estudios, al menos no mientras mamá tuviera la última palabra, pero ¿qué diferencia habría? ¿Qué estaría haciendo al cabo de cinco años? ¿Trabajaría en la fábrica textil? ¿Me colocaría en la cafetería? Todas las posibilidades se me antojaban deprimentes. Con razón la gente perdía la chaveta al hacerse mayor».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Hablemos de los Boatwright, la familia materna de Bone. No podemos hablar de su familia paterna porque no la conocemos. Tampoco ella sabe nada de ellos. Por algo este libro se titula <i>Bastarda</i>. Bone es una Boatwright atípica, pero, en ocasiones, parece la más Boatwright de los Boatwright. Y ojo, no os penséis que ser un Boatwright es cualquier cosa. Ser un Boatwright tiene algo de temerario y legendario. Los Boatwright son toda una institución en Greenville.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Mis tías trataban a mis tíos como a niños grandes, adolescentes revoltosos cuyas payasadas eran más motivo de guasa que de preocupación; y ellos se veían a sí mismos de igual modo. Tenían un aire juvenil; incluso Nevil, que se había quedado sin dientes en una pelea. En cambio, las tías —Ruth, Raylene, Alma y hasta mamá—, nacidas para parir, amamantar y limpiar lo que ensuciaban los hombres, estaban avejentadas, castigas y enlentecidas.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Los hombres podían hacer de todo, y todo lo que hacían, por violento o incorrecto que fuera, se aceptaba con humor y comprensión. Cuando el <i>sheriff</i> los metía en el calabozo por liarse a tiros desde las ventanas de sus respectivas casas, o por echar carreras con las camionetas por las vías del tren, o por moler a puñetazos al camarero de Rhythm Ranch, mis tías simplemente se encogían de hombros y se aseguraban de que los niños estuvieran en casa. Cosas de hombres, sin más. Algunos días me rechinaban los dientes de tanto como deseaba haber sido chico».</span></div></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Hablemos de la infancia de Bone, que pudo haber sido feliz. Hablemos de esa infancia que también tuvo sus momentos felices. Hablemos de esas familias que extienden el núcleo padre-madre-hijos a tíos-tías-primos, de esos niños que se despiertan indistintamente en una u otra casa. Hablemos de la herencia familiar que se teje distorsionada y agigantada en las historias que cuenta la abuela.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«El mundo que nos llegaba a través de la radio era vasto y remoto y no nos atañía en absoluto. Vivíamos en los porches todo el verano, riéndonos de Pequeño Earle, chinchando a los chicos y pelando habas, escuchando historias o las delicadas melodías de los grillos. Cuando rememoro aquellos tiempos, el hecho de dormir con alguna de mis tías tan a gusto como en nuestra casa, el olor del cuello de mamá cuando se agachaba para abrazarnos en la oscuridad, las carcajadas de Pequeño Earle o los escupitajos de la abuela contra el suelo reseco, y aquella música <i>country</i> en sordina por todos lados, tan parte de la noche como los grillos y la luz de la luna, me siento de nuevo a salvo. Ningún otro lugar me ha parecido nunca tan dulce y apacible, en ningún otro lugar me he sentido tan como en casa».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Hablemos del sol que calienta esos porches, sí, pero hablemos también de la fría penumbra que hay lejos de ellos. Hablemos por tanto de las casas en las que sucesivamente va viviendo Bone, de esas casas en las que, como le dice una de sus primas, <span style="font-family: georgia;"><i>«falta amor [...]. Vuestro padre siempre encuentra casas en las que nadie ha querido vivir nunca, o eso parece. Ésta es como si sus habitantes hubieran estado de paso y se hubieran largado cuando pudieron».</i></span> La familia de Bone, en cambio, se larga una y otra vez cuando deja de poder quedarse, transmitiendo progresivamente a la pequeña con cada nueva mudanza <span style="font-family: georgia;"><i>«la noción del carácter escurridizo del tiempo y las cosas, como si no hubiera forma de aferrarse a nada. Me hacían sentir espectral, irreal e insignificante, como un objeto que se extravía y luego aparece pero tú ya te has dado cuenta de que no lo necesitabas».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Hablemos de hambre, pero no de esa hambre que la madre de Bone se juró no pasarían sus hijas, que también, sino de esa oscuridad interna que devora a Bone y que es más negra aún que el pelo que la diferencia de los pálidos Boatwright.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Y me asaltó un hambre intensa y terrible, un temblor en lo más hondo de mí, como si mi furia hubiera consumido todo lo que había comido a lo largo de mi vida.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">[...] me embargaba esa hambre desesperada y vertiginosa al borde del odio, así como el deseo apremiante de partirle el espinazo a alguien. [...] Era un hambre en la garganta, no en la tripa, un vacío resonante que ansiaba liberar un grito».</span></div></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://www.flickr.com/photos/tomhilton/3503922669/in/album-72157604532512072/" target="_blank"><img border="0" data-original-height="556" data-original-width="800" height="444" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEix75YoG2tNNA7PSZuALg8min0xIe86RDzaLvoY4-sb3mkxHljAJWdcd1TZgIE9UP8v2bJYEoq_rzl2ipAqWzA3rnSRoaAyjhOzVcY6RH8Waid32QYqb-XRhK2SS8G3CT3UuQZ-fuQwsE62mwmVYKgUuFX66l_c9rnWIVm5JdpSRLgV5C--kPJdUQygZowj/w640-h444/3503922669_e27ee3ab8b_c.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://www.flickr.com/photos/tomhilton/3503922669/in/album-72157604532512072/" target="_blank">Greenville, 1966</a>. Fotografía de <a href="https://www.flickr.com/photos/tomhilton/" target="_blank">Tom Hilton</a> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by/2.0/" target="_blank">CC BY 2.0</a>.</span></td></tr></tbody></table><br /><p></p><div style="text-align: justify;">Hablemos de lo que alimenta la furia que late en Bone.</div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Nunca me ordenó: «No le cuentes nada de esto a tu madre». No hizo falta. Yo no era capaz de expresar lo que sentía, eso que me asustaba y avergonzaba y, sin embargo, me obligaba a quedarme quieta, inmóvil y desesperada cuando él se restregaba contra mí y hundía la cara en mi cuello. No podía contárselo a mamá. No habría sabido explicar por qué me quedaba allí y dejaba que me tocara. No era sexo, no era como cuando un hombre y una mujer se acariciaban los cuerpos desnudos, pero a la vez era algo parecido, algo poderoso y aterrador que él anhelaba con frenesí y yo no entendía en absoluto. Y lo que es peor, aquél era el único momento en que sus manos eran amables, y cuando me soltaba no me respondían las piernas.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">[...] olía a sudor y a Coca-cola, a loción para después del afeitado y a tabaco, pero sobre todo a algo que yo no sabía nombrar, algo ácido, amargo y punzante. Olía a miedo. Tal vez fuera miedo. Pero no habría sabido decir si era el suyo o el mío. No habría sabido decir nada. Yo sólo sabía que estaba haciendo algo malo, algo terrible. Me repetía: «Me vuelves loco», con una voz extraña y distraída, y yo me estremecía pero lo creía.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Cada vez me daba más miedo [...], las palmas que abofeteaban, los dedos que se clavaban y magullaban, los nudillos con los que a veces me apretaba bajo los ojos, esas manos que temblaban y agarraban y me levantaban hasta que sus ojos y los míos quedaban a la misma altura. Mis manos eran muy pequeñas; mis dedos, finos y frágiles. Deseaba que fueran más grandes, más anchas, más fuertes. Deseaba ser un chico para correr más, para pasar más tiempo fuera de casa, incluso para devolverle los golpes».</span></div></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Hablemos de sexo, pues. Hablemos del sexo que de niños sabemos e intuimos que se da entre adultos, pues, como afirma una de las tías de Bone, <span style="font-family: georgia;"><i>«el amor tenía más que ver con la belleza de un cuerpo de lo que la gente estaba dispuesta a admitir».</i></span> Hablemos de eso que suscita risas, complicidad, peleas, celos y que los niños no terminan de comprender, de eso que les provoca curiosidad a la par que rechazo, pues la fascinación y la repulsión están hermanadas por un halo perturbador. Hablemos de cuando eso se cierne sobre un niño, cuando se le involucra, cuando se le hace partícipe de algo que no entiende, que no sabe manejar ni rechazar porque no sabe si ha hecho algo para merecerlo, si hablando causa acaso más dolor que callando, porque la vergüenza es más poderosa que el dolor, porque la vergüenza es lo más doloroso, porque la culpa que la víctima se crea da alas al verdadero culpable. Hablemos ya, por tanto, de abuso sexual. Hablemos de violencia sexual. Hablemos también de violencia física. </p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Me avergonzaban las cosas que pensaba cuando me metía las manos entre las piernas, me avergonzaba más masturbarme con la fantasía de que me pegaran que las palizas en sí. Vivía en un mundo de vergüenza. Ocultaba los moratones como si fuesen pruebas de un delito cometido por mí. Sabía que era una persona enferma y repugnante. No podía evitar que [...] me pegara, pero la que se masturbaba era yo. Yo hacía aquello; ¿cómo explicar que odiaba las agresiones y, sin embargo, me masturbaba armando una historia en torno a ellas?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Sea como fuere, sólo era capaz de desafiar [...] cuando fantaseaba con que otras personas miraban. Entonces hacía gala de algo de amor propio. Me encantaban aquellas fantasías, aun teniendo la certeza de que eran algo atroz. Tenían que serlo; eran egoístas y me provocaban violentos orgasmos. En ellas yo era alguien muy especial. Me mostraba triunfante, importante. No sentía vergüenza. En las palizas auténticas no había lugar para heroísmos. Sólo azotes hasta cubrirme de mocos y desdicha».</span></div></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Hablemos de lo que sueña Bone con los ojos cerrados, de esos sueños extensión de su miedo <span style="font-family: georgia;"><i>«plagados de dedos largos, de manos que asomaban por detrás de las puertas y se deslizaban por encima del colchón»</i></span>, y hablemos de lo que sueña con los ojos abiertos, de ese anhelo de reconocimiento, de ser verdaderamente buena en algo, de destacar, de ser amada por todos, de que hubiera en la vida algo más que esa vida que era su vida.</p><p style="text-align: justify;">Hablemos de la capacidad autodestructiva de la rabia, pero también de su vinculación con la resistencia y de su importancia como estrategia y mecanismo de supervivencia.</p><p style="text-align: justify;">Hablemos de cuando quien tendría que ser protegido se erige en protector de quien le debería proteger.</p><p style="text-align: justify;">Hablemos de la madre de Bone, que la tuvo casi con la misma edad que tiene Bone cuando termina esta novela; que dejó de ser niña cuando tuvo a su niña; que tal vez nunca dejó de ser niña. Hablemos de que Bone dejó de ser niña cuando se le cayó el mito de su madre. Hablemos de lo que Bone aún no es capaz de entender porque es una niña. Hablemos de lo que la adulta que soy no quiere entender porque entender es en cierta medida disculpar, justificar, y por muchas cosas que pueda entender hay algunas que no quiero justificar.</p><p style="text-align: justify;">Hablemos de la madre de Bone, sí, de esa muchacha hermosa que aún no ha cumplido los treinta y ya es vieja. Hablemos de las mujeres de esta novela. Hablemos, por tanto, de las tías de Bone; de sus cuerpos que a Bone le recuerdan el suyo propio, <span style="font-family: georgia;"><i>«hecho para trabajar hasta desfallecer, para ser consumido y luego descartado. Había leído todo eso en libros y lo había pasado por alto. Las mujeres que morían así, agotadas por exceso de trabajo o víctimas de accidentes absurdos, casi nunca eran las heroínas del relato».</i></span> No, no lo eran. Aunque Bone lee mucho, tarda en percatarse de esto. También tarda en asumir que<span style="font-family: georgia;"><i> «la peor sensación del mundo era desear que fuéramos como las familias de los libros de la biblioteca».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Hablemos del amor de Bone por su madre y del amor de la madre de Bone por Bone. Hablemos del amor; de las pocas veces que este es equilibrado; de las tantas veces que se decanta hacia el egoísmo; de que casi siempre el amor a uno mismo pesa más que el amor al otro; de cuando ese amor a uno mismo ni siquiera es amor propio como sí es en cambio ese grito que ruge dentro de Bone; de cuando ese amor a uno mismo no es sino agujeros que tapar. Hablemos de los tipos duros Boatwright y de las fuertes mujeres Boatwright. Hablemos de los seres débiles que son unos y otras, de cómo se la pasan tapando sus debilidades. Hablemos también de la tía Raylene, probablemente <span style="font-family: georgia;"><i>«la única persona satisfecha con su propia compañía»</i></span> que hay en el entorno de Bone y por lo tanto en esta novela.</p><p style="text-align: justify;">Hablemos, ahora sí, de Dorothy Allison. Hablemos de la Dorothy Allison adulta, pues de la Dorothy Allison niña apenas sé que, al igual que Bone, sufrió abusos sexuales; que tal vez como ella conociera ese chiste que dice:<span style="font-family: georgia;"><i> «¿Qué es una virgen en Carolina del Sur? Una niña de diez años que corre más que tú».</i></span> Ni siquiera sé si tuvo (ojalá) una tía Raylene que le dijera:<span style="font-family: georgia;"><i> «Qué harta estoy de escuchar a la gente quejarse de lo que podría ocurrirle y no aprovechar la oportunidad de hacer algo nuevo. Me alegro mucho de que tú no vayas a ser así, Bone. Confío en que tú saldrás al mundo y harás cosas, niña. Pondrás nervioso al personal y le darás una alegría a tu vieja tía».</i></span> Lo que sí sé es que Dorothy Allison salió de ese mundo cerrado de Greenville y que hizo cosas. Sé que habló a través de su literatura y de su activismo de feminismo, lesbianismo, abuso sexual y abuso en la infancia, prácticas sexuales seguras y prácticas sexuales alternativas. Sé que la familia de su <i>Bastarda</i> no es como la de los libros de la biblioteca que leía Bone. Sé que en sus libros sí hay cabida para que las antiheroínas sean protagonistas. Sé que es porque algunos hablan que a otros les puede resultar menos difícil hablar, porque se conocen relatos en los que verse reflejado que el propio relato puede dejar de parecer un agujero tan negro, tan oscuro, tan sin salida y, sobre todo, tan solitario.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«La familia es la familia, pero ni siquiera el amor puede impedir que las personas se despedacen unas a otras».</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Todos habíamos deseado algo muy sencillo: amar y ser amados, y sentirnos a salvo, pero lo habíamos perdido, y yo no sabía cómo recuperarlo».</span></p></blockquote><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://www.flickr.com/photos/kellywritershouse/16703499067/in/album-72157651462985046/" target="_blank"><img border="0" data-original-height="600" data-original-width="800" height="480" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj2EKa-VSvRujlHprmdXmpyaO9l8fbt4GDK2ApgwLhURD3xMwKFn5Lku3tBtnG9CGAEcnr3l93HYDii5P_JUU38KT49sKRtRO2RYBe3h2oJMZLzfU4LnYbzaOJekHu2-gHpU1F3jyXkKyYb7LpAAGf-E2plj-9eX6iPdyCQdb1EcFEz0KI6H0G5izwxlu2h/w640-h480/16703499067_ca9d90a34b_c.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://www.flickr.com/photos/kellywritershouse/16703499067/in/album-72157651462985046/" target="_blank">Dorothy Allison en una lectura el 23 de marzo de 2015</a>. Fotografía de <a href="https://www.flickr.com/photos/kellywritershouse/" target="_blank">kellywritershouse</a> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by/2.0/" target="_blank">CC BY 2.0</a>.</span></td></tr></tbody></table><br /><p></p><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><u><br /></u></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;"><u>Ficha del libro:</u></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Título: <a href="https://erratanaturae.com/product/bastarda/" target="_blank">Bastarda</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Autora: <a href="https://erratanaturae.com/autores/dorothy-allison/" target="_blank">Dorothy Allison</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Traductora: Regina López Muñoz</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Editorial: Errata naturae</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Nº de páginas: 426</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Año de publicación: 2022</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">ISBN: 978-84-19158-19-2</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Comienza a leer <a href="https://erratanaturae.com/nouveau/wp-content/uploads/2022/10/Extracto_Bastarda.pdf" target="_blank">aquí</a></span></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Si te ha gustado...</div><div style="text-align: justify;">¿Compartes?</div><div style="text-align: justify;"> ↓</div><p></p>Lorena Álvarez Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/12912455925584013270noreply@blogger.com10tag:blogger.com,1999:blog-3756166230240849946.post-16013227710417671972023-08-11T08:00:00.001+02:002023-08-11T08:00:00.149+02:00Me verás caer - Mariana Travacio<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><p> </p><blockquote><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Si te dicen que caí,<br />no vengas<br />a enseñarme aerodinámica revisionista.<br />No me cuentes de los que cayeron venciendo.<br />No vengas a decirme<br />que no crees que haya sido un accidente.<br />En lo único que creo es en el accidente.<br />Lo único que sabe hacer el universo<br />es derrumbarse sin ningún motivo,<br />es desmoronarse porque sí.</span><span style="text-align: left;"> </span></p></blockquote><blockquote><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: small;"> Beatriz Vignoli</span></p></blockquote><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><p style="text-align: justify;"><br /></p><p style="text-align: justify;">Me quedo colgada. Suspendida. Al borde de ese verso que reza <span style="font-family: georgia;"><i>En lo único que creo es en el accidente</i></span>. Atisbando el abismo que me alerta de que <span style="font-family: georgia;"><i>Lo único que sabe hacer el universo es derrumbarse sin ningún motivo, [...] desmoronarse porque sí</i></span>. No me sorprendo, sin embargo. Es como si hubiera asistido a la revelación de algo ya sabido.</p><p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjQ06E1ligVhp1u9DLJMfrFkmqqhwdAtTajJ5FXDJVigplfvS_S0_KvR8QR9Ko8ZW61SO_P7n_9H6JpreFJcVSv1nq6gZxkn4fInmRsw1t-r6NoG6mIqV5TeQ3QdGlN9FWRsLDnENIN5_TwQQf6S5Aw8CpDfPGSfLkqupa7zYHW617Wvlnuzr40ydqR8cfG/s900/me-veras-caer.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="900" data-original-width="600" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjQ06E1ligVhp1u9DLJMfrFkmqqhwdAtTajJ5FXDJVigplfvS_S0_KvR8QR9Ko8ZW61SO_P7n_9H6JpreFJcVSv1nq6gZxkn4fInmRsw1t-r6NoG6mIqV5TeQ3QdGlN9FWRsLDnENIN5_TwQQf6S5Aw8CpDfPGSfLkqupa7zYHW617Wvlnuzr40ydqR8cfG/w266-h400/me-veras-caer.jpg" width="266" /></a></div><div style="text-align: justify;">Me quedo colgada, sí. Suspendida y, por tanto, tardando en voltear esa primera página del libro que os traigo hoy que contiene el poema de la argentina Beatriz Vignoli, el cual preludia los cinco cuentos de su compatriota Mariana Travacio que le siguen. Tendré esa misma sensación muchas veces a lo largo de esta lectura. Me quedo colgada de las frases de Mariana Travacio como de los versos de Beatriz Vignoli porque asisto al mismo derrumbe sin motivo, a la misma inevitabilidad. Las historias que me regala la escritora argentina son vértigo a la vez que quietud. Son detención en el proceso de caída libre. En ellas nunca se termina de tocar fondo y por lo tanto no hay manera de emerger. O tal vez se lleve tanto tiempo transitando por ese fondo que ya no se sabe qué hacer para buscar una vía de escape, para encontrar una salida de emergencia.</div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Me levanto odiándolo en mi soledad y odiándome por invocarlo. Bien podrías, Montes, no aparecer más; podrías irte al mismísimo infierno y no volver. Eso deberías hacer, y dejarme, ya, lejos de tu recuerdo, lejos de nosotros, de nosotros desdibujándonos, año tras año, deshilachándonos, indefectiblemente, derrumbándonos, en cámara lenta, indetenibles. Pero acá estoy, entre estas paredes arruinadas, deseando, con la misma fuerza, que vuelvas y que ya no vuelvas más».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: inherit;">Por donde yo transito es por la geografía narrativa de Mariana Travacio. No es una geografía de lugares sino de objetos que cuentan y callan: una cartera heredara de la madre a la que aferrarse para que infunda algo de dignidad, un despacho sin ventanas que ignora que afuera ya amaneció, una silla ajada en la que para reunir valor para sentarse no queda otra que retrotraerse a aquella otra acomodada de la casa de la infancia </span><span style="font-family: georgia;"><i>«de cuando mis padres todavía me miraban como si yo fuera alguna clase de promesa»</i></span><span style="font-family: inherit;">, </span><span style="text-align: left;">…</span></p><p style="text-align: justify;">La vida, <span style="font-family: georgia;"><i>«esa vida que estaba por delante»</i></span>, también fue alguna vez una clase de promesa. Ahora, sin embargo, tan solo es desvanecimiento, triste fuego de artificio, una amarga decepción. La vida es puro naufragio. Ni siquiera eso: la vida es asistir al descubrimiento de que remamos <span style="font-family: georgia;"><i>«sobre un río de aguas traslúcidas, aguas que no ocultan nada, nada que adivinar, nada que inventar: todo a la vista, y ese todo es tan poca cosa»</i></span> que <span style="font-family: georgia;"><i>«te juro que no es un río. O es un río encerrado».</i></span> O es lo que todos terminamos por ser: ríos encerrados por la realidad y las desilusiones. Coincidiréis conmigo en que un río que no va a ninguna parte más que un río es un lago. Es estancamiento. Es fin. Ni siquiera eso: es la tortura de los puntos suspensivos en lugar del privilegio del punto final.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Cuelgo el vestido, lo dejo chorrear: que se seque, que me muestre la blancura que supo tener: mostrame tu blancura, le digo, mientras mis brazos lo cuelgan y él chorrea, solito, su pena amarillenta de foto antigua. Dale, le digo, relucí tu promesa nívea, tu futuro. Y él no me dice nada, apenas cuelga, del barral, y me chorrea su llanto de agua, que ahora gotea, monótono, sobre las baldosas, mientras voy a buscar un pincel».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Las vidas de las historias que componen este libro son como el vestido de novia de Elena. Son llanto de agua, promesas frustradas que ya no tienen nada que ofrecer. <span style="font-family: georgia;"><i>«Que pasen los vecinos de este pueblo atorado y que me pregunten qué vendo. Les diré que vendo nuestra historia fallida»</i></span>, se envalentona de pronto Elena. También Mariana Travacio me vende historias fallidas, solo que sus historias no fallan sino que me atrapan, me hipnotizan. Son como calima pegajosa que se torna diáfana y transparente.</p><p style="text-align: justify;">Elena va a buscar un pincel. Irresponsable sería por mi parte decir que va a pintar su vida de colores. El pincel es una llave. Lo que Elena busca es una vía de escape. Una salida de emergencia. Pero su huida hacia adelante es en realidad una huida hacia atrás. Y es que Elena no sabe avanzar. No sabe sola. Porque, si lo pensamos bien, ¿hacia dónde vamos cuando avanzamos? Avanzar implica lidiar con la realidad, que es intrínsecamente imperfecta y por tanto reacia a amoldarse a la idea de perfección que atesoran las mujeres de Mariana Travacio, a encajar en esa<span style="font-family: georgia;"><i> «ilusión de que no existe abismo: de que no existe la distancia que los separa del otro. A algunos les pasa. Y eso alienta».</i></span> Alienta <span style="font-family: georgia;"><i>«seguir buscando, tener fe, querer más, [...], sostener la ilusión, creer que se tienen seres enteros al otro lado del mantel, seres que no están dañados, que pueden dar algo, que pueden mirar».</i></span> Alienta sentir que no se está en <span style="font-family: georgia;"><i>«la periferia de la colmena»</i></span> porque lo contrario es estar <span style="font-family: georgia;"><i>«bajo la tormenta [...], mojándose, sin amparo».</i></span> Alienta esa felicidad ilusoria que es la calma que precede a esa tormenta pero que <span style="font-family: georgia;"><i>«solo registra la postal vacía: libre de insectos, libre de vientos, de inclemencias».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Se le dio por la jardinería. Decía que eso que había ahí fuera no era un jardín, que eran puras plantas que crecían a su arbitrio, sin que nadie les viniera a decir cómo tenían que crecer: estas nacen como quieren y crecen como les place, unas sobre otras, enredándose, salvajes. Así me decía. Y que iba a domesticarlas, a convertirlas en adornos, en objetos estéticos».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://www.flickr.com/photos/sofi01/5926895912/" target="_blank"><img border="0" data-original-height="625" data-original-width="800" height="500" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjpD21Me9PvzMy92hJyfaBoJ9ytjx8GnYWAsDuuzFQ17RjZzGECeRc47a52lQXr0ZevKtkKYnHxXQP66aop2CUfllRdNWClyDWtgit5QGgUDLGTU-MlmwI2eXhqVZgocaA_PENZ_DpfNjwtcV7zvwPpm5XKo6F-sB2k0PqBccs72i1UVMfEwhzZ8tqTal0H/w640-h500/5926895912_0cce5b3236_c.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://www.flickr.com/photos/sofi01/5926895912/" target="_blank">The Garden of Adonis - Amoretta and time, pintado por John Dixon Batten</a>. Fotografía de <a href="https://www.flickr.com/photos/sofi01/" target="_blank">Sofi</a> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-nc/2.0/" target="_blank">CC BY-NC 2.0</a>.</span></td></tr></tbody></table><br /><p></p><div style="text-align: justify;">La estética literaria de Mariana Travacio es hermosa porque retrata seres mustios ávidos de luz y agua. Sus cuentos no son un jardín artificial. Son solares yermos con brotes secos. Me paro a contemplarlos con cuidado y mimo para no deteriorarlos aún más, pero no puedo evitar sentirme una falsa y pensar que mi conducta bienintencionada solo guarda buenas intenciones para mí. Pienso también en Amancia, la vecina de Elena siempre al acecho e inmiscuyéndose; ella también simula buena disposición. Pienso en <span style="font-family: georgia;"><i>«esa falsa amabilidad de los que empiezan por ofrecer ayuda solo para después arrogarse el derecho a indagar, hasta cerciorarse de que las desdichas se orientan exclusivamente a la patria de los desdichados y que ellos viven en otra parte, muy lejos, a resguardo de todos los horrores, al amparo de alguna deidad que los socorre infalible y los salva de esa negrura solo destinada a los pobres desgraciados que no supieron prender una vela a tiempo, ni rezar, ni salvarse, como si la desdicha fuera un azar destinado siempre al otro».</i></span> Destinado, pues, a Elena. Destinado a Blanca Nieves, que se casó sin mirar o más bien cubriendo con un velo lo mirado, como si ese velo, más que simbolizar la virginidad de la novia, tuviera por misión ocultar la falta de pureza del novio. Que, después —continúo hablando de Blanca Nieves— <span style="font-family: georgia;"><i>«elige no pensar».</i></span> Que, tal vez por todo ello, cuando un perfecto ramo de flores sale a su encuentro no le escama lo artificial de esa perfección sino que se abraza a ella como quien se agarra a un clavo ardiente, como quien se sube con desesperación al último tren. No, yo no soy Elena, pienso. No soy Blanca Nieves. Pero qué sé yo de la vida de nadie. Qué sé yo qué de mí de estar en la piel y en el lugar de otros. Me engaño. Pienso que no pertenezco a esta tierra yerma. Que estoy aquí de turismo. Soy, sin embargo, una habitante más de esta tierra de desheredados. Puede que haya escapado de ser Elena y de ser Blanca Nieves. Pero nadie puede escapar a la enfermedad, al accidente, al deterioro y derrumbe de la vejez y la muerte. Terminamos siendo como la basura a la que nadie quiere, a la que hay que sacar, quitar de la vista, tirar. Así termina la sobrina de la prima de Blanca Nieves. Apartada. Aislada en un lugar en el que el único indicio de habitabilidad es la basura que los vecinos sacan a la calle dos días por semana. Le pide a Adela, la mujer encargada de cuidarla, esa heredera de un <span style="font-family: georgia;"><i>«linaje de resignaciones»</i></span>, que la ayude a abrir las bolsas para comprobar que realmente no son las únicas habitantes de ese lugar. Adela se niega. Su negativa casi roza la indignación, el escándalo. Es como si le estuvieran pidiendo un sacrilegio. Como si husmear en la basura de otros fuese un ultraje. Cierto es que probablemente no haya nada más íntimo ni más definitorio de nosotros mismos que nuestros deshechos. Lo digo yo, que he husmeado encantada y sin pudor alguno en la intimidad y los despojos de las mujeres de Mariana Travacio.</div><p></p><p style="text-align: justify;">Así termina también la propia Blanca Nieves. Así termina su prima, desconociéndose. Así teme terminar la hija de esa prima que, mientras intenta sobrevivir a una forzada convivencia con su madre, descubre los primeros síntomas de su propio derrumbe. Así tememos terminar todos, sin que se nos conceda el deseo de una caída rápida y una demolición total, habitantes de un desierto que es un lugar ideal para morir pero en el que nunca se termina de morir del todo. La vida, tantas veces frágil, en otras muchas ocasiones es tenaz. Es implacable garrapata. Se engancha y no nos suelta. Nos chupa y nos diseca. No atiende a ruegos ni tiene piedad. Es vil estrategia de supervivencia que mantiene a flote cuerpos que ya no dan más que lástima ni reciben más que conmiseración y desidia. Es como la mosca que enloquece con su obstinación a la sobrina de la prima de Blanca Nieves. Tenaz. Molesta. Inoportuna. Difícil de eliminar como difícil será para mí olvidar este mi primer encuentro con Mariana Travacio.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Pero, que sepas que no tenías razón: no basta con un poco de veneno: tardan en morir. Aunque les tires mucho, se demoran. Como yo, que me andan envenenando y resisto. Hay días que me acuerdo de vos, de mamá, de Octavio: supongo que podríamos derrumbarnos rápido, sin titubeos, una estructura que colapsa y cae, en pedazos inconexos, desentendidos de la lógica que los aglutinaba, resbalándose, unos sobre otros, hasta formar una montaña de restos enloquecidos, pura evidencia de la ruptura, del desplome, del todo vuelto partes. Podríamos derrumbarnos así; un derrumbe clásico, rápido y efectivo: un auténtico disparo. Pero no. Nos despedazamos por etapas, lentamente, en aleteos moribundos, hasta convertirnos en las piezas sueltas de un juguete irreparable».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://www.flickr.com/photos/kickfoto/4097215393/" target="_blank"><img border="0" data-original-height="268" data-original-width="400" height="428" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg5zXqtCXhUSuTchciIjyooY9ntbaIGYhMNK0buJA2lTSC5SnAVBxBRCGBSFQF5Yz011NWGgcqJJpgCQWKI8P-kNoaSZZuZKHk0R-oxJr3BrHXaFb1oTeA7OkvhGjDE7FDBOmSs2cUWrw89Q3abivMvgKG0h3lW5hxjkZJCJA7YpN9HX-yMp0CpiQYjMI_m/w640-h428/4097215393_d1ee755ac3_w.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://www.flickr.com/photos/kickfoto/4097215393/" target="_blank">Flood</a>, fotografía de <a href="https://www.flickr.com/photos/kickfoto/" target="_blank">Kick Stock</a> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by/2.0/" target="_blank">CC BY 2.0</a></span></td></tr></tbody></table><br /><p></p><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;"><u>Ficha del libro:</u></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Título: <a href="https://lasafueras.com/products/me-veras-caer-de-mariana-travacio" target="_blank">Me verás caer</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Autora: <a href="https://www.planetadelibros.com.ar/autor/mariana-travacio/000047815" target="_blank">Mariana Travacio</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Editorial: las afueras</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Año de publicación: 2023</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Nº de páginas: 160</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">ISBN: 978-84-126426-1-2</span></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Si te ha gustado...</div><div style="text-align: justify;">¿Compartes?</div><div style="text-align: justify;"> ↓</div><p></p>Lorena Álvarez Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/12912455925584013270noreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-3756166230240849946.post-40524561890679298292023-08-02T08:00:00.001+02:002023-08-02T08:00:00.130+02:00Mi padre y su museo - Marina Tsvietáieva<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Si estoy orgullosa de algo, es de haber nacido de padres que jamás se aprovecharon de nada- material, y de todo - lo espiritual».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Me fascina todo lo relacionado con <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Marina%20Tsviet%C3%A1ieva" target="_blank">Marina Tsvietáieva</a> (1892-1941). Me fascina ella, su vida, su mirada y pensamiento, su forma de estar en el mundo a través de la escritura. Me fascina todo lo que ha tocado, todos aquellos con los que se ha relacionado, todos y cada uno de los miembros de su familia. Recordaréis —algunos— las entradas que a lo largo de aproximadamente un año le dediqué a esta creadora allá por 2017. Quizás hayáis olvidado su contenido, pero tal vez pueda presumir (¡oh, tonta vanidad!) del pequeño honor de que a algunos os suene el nombre de la poeta rusa por la devoción con la que la venero.</p><p style="text-align: justify;">En Marina Tsvietáieva se aúnan un cruel contexto histórico y político, una vida no exenta de episodios dramáticos, una sensibilidad especial y una forma única de expresarse y vivir a través de la escritura. Todo ello forma una combinación difícil de repetir. No es objeto de esta entrada incidir en la vida y persona de la escritora. A ello ya he dedicado extensas entradas que el que sienta curiosidad puede leer o revisitar <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/%23AdoptaUnaAutora" target="_blank">aquí</a>. Hoy es tiempo y espacio que ceder a un personaje que cuando indagué sobre la poeta se me quedó desdibujado. Hoy Marina y yo le cedemos el protagonismo a su padre, Iván Vlamidirovich Tsvietáiev (1847-1913), quien fuera fundado del Museo de Bellas Artes de Moscú.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Pero el sueño del museo comenzó antes, mucho antes, en aquel tiempo en que mi padre, hijo de un sacerdote pobre del pueblo de Talitsy, del distrito de Sui, de la provincia de Vladímir, enviado al extranjero por la Universidad de Kiev, puso por primera vez su pie de joven filólogo de veintiséis años sobre una piedra romana. Pero me equivoco: en ese momento decidió la creación de un museo así. El sueño del museo comenzó, por supuesto, antes de Roma - en los desbordados jardines de Kiev, pero quizá más allá aún, en el pueblo perdido de Talitsy del distrito de Sui, donde él a la luz de unas virutas encendidas, estudiaba latín y griego. «¡Verlo con mis propios ojos!». Más tarde, cuando ya lo había visto: «¡Que otros —como él descalzos y estudiando "a la luz de unas virutas"—puedan verlo con sus propios ojos!».</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">El sueño de un museo ruso de esculturas nació, lo puedo decir sin temor, el mismo día que mi padre. El año de nacimiento de mi padre - 1846».</span></div></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjvxVO0EfVUXTf8Skzcydx5krOmbb-L8eQMg-c7UC4Gkrb4ckQNdFZ87ys2mdjH4gRfvBN3vC_STeADEiiUHyyZOLuD8NmgAe_TR8UjyZfLu8gmBoZEwYpP2jTHtFAmIxTidGo2z095l1I4SFer0Jb-RTStb4Nk-BlJZ0ZG8uHZt-4e0PujTBJiUWHVX2Gn/s2128/Mi-padre-y-su-museo-cubierta.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2128" data-original-width="1382" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjvxVO0EfVUXTf8Skzcydx5krOmbb-L8eQMg-c7UC4Gkrb4ckQNdFZ87ys2mdjH4gRfvBN3vC_STeADEiiUHyyZOLuD8NmgAe_TR8UjyZfLu8gmBoZEwYpP2jTHtFAmIxTidGo2z095l1I4SFer0Jb-RTStb4Nk-BlJZ0ZG8uHZt-4e0PujTBJiUWHVX2Gn/w260-h400/Mi-padre-y-su-museo-cubierta.jpg" width="260" /></a></div><div style="text-align: justify;">Iván Tsvietáiev nació en realidad en 1847. Este tipo de inexactitudes son características de su hija, la cual creció —tal y como os conté en <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2017/02/pequena-marina-gran-musia.html" target="_blank">la entrada que le dediqué a su infancia</a>— entre dos dicotomías: el museo y la música. Su padre era el museo; su madre (Maria Alexandrovna Mein, 1868-1906), la música. No penséis por ello que el universo paterno y materno reinaban independientemente en la casa. A pesar de la sombra de la primera mujer del padre, Iván y Maria parecían formar un matrimonio bien avenido. Es más, la madre de Marina fue colaboradora necesaria en la materialización del sueño de su marido. Así, <span style="font-family: georgia;"><i>«ayudar al museo era, sobre todo, ayudar espiritualmente a papá: creer en él, y cuando era necesario, también por él. Y así, desde las asideras puertas del obstinado donador hasta las volutas de las columnas, el museo todo - se sostiene sobre la colaboración femenina. Esto debo decirlo yo, testigo infantil de aquellos años, porque nadie lo dirá por mí - ya que nadie lo conoce - así».</i></span></div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="background-color: white; font-family: Lora, serif; font-size: 16px;">En esa misma entrada sobre la infancia de la poeta rusa me lamentaba de lo poco que había podido indagar en la figura paterna. Así me expresaba sobre lo poco que había podido averiguar sobre Iván Tsveitaéiv y su relación con su hija: «Es prácticamente nula la información que he conseguido sobre él. En los relatos que escribió su hija sobre los años de infancia y que he tenido oportunidad de leer es descrito como un hombre dedicado en cuerpo y alma a su proyecto. Me lo imagino como uno de esos genios despistados que resultan, por su cómica </span><span style="background-color: white; font-family: Lora, serif; font-size: 16px;">mezcla de inteligencia e ingenuidad, encantadores</span><span style="background-color: white; font-family: Lora, serif; font-size: 16px;">. Casi siempre es un personaje secundario pero hay una escena en particular en la que demuestra una complicidad y atención hacia Marina que </span><span style="background-color: white; font-family: Lora, serif; font-size: 16px;">desarma por su conmovedora sencillez». Pues bien, tras haber tenido oportunidad de conocer un poco más a este hombre con mi lectura de <i>Mi padre y su mueso</i>, he de decir que sigue desarmándome con su conmovedora sencillez. Si cierro mis ojos, casi casi puedo ver los suyos como una vez los vio su hija: </span><span style="font-family: georgia;"><i><span style="background-color: white; font-size: 16px;">«</span>no simplemente azules, sino absolutamente transparentes, puros, álgidos, absolutamente infantiles».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Tal vez sea porque Iván Tsvietáiev soñó su museo como un niño y como tal se consagró a su sueño (<span style="font-family: georgia;"><i>«y mi padre en su quehacer (¡como cada ser apasionado - en el suyo!) estaba solo»</i></span>) que fuera tan ajeno y reacio a recibir los honores, especialmente si de recompensas materiales hablamos, con los que se suele querer agasajar a los adultos. La sola idea de trasladarse a la vivienda que como fundador del museo le querían otorgar, a tenor de las siguientes palabras que reconstruye su vástago, parecía infundirle temor: <span style="font-family: georgia;"><i>««Morir en el mármol - yo, que nací en una choza... Y además... vosotras os casaréis, os iréis, ¿qué voy a hacer yo solo en esas ocho habitaciones - sin recuerdos?». - «Pero ¿y la electricidad, señor profesor, y el baño?», replicaba nuestra vieja institutriz, ávida de su propia gloria y celosa del bienestar de mi padre. - «¿La electricidad? —Mi padre, soñador—: Ya sé, es muy cómodo, y dicen que se cansan menos los ojos. Pero los míos ya están viejos - y se han mantenido bien desde el pabilo de la isba hasta el día de hoy - y se mantendrán bien los pocos años que me quedan. Y además - no sé - es tan blanca esta luz. Y pensar que si uno se olvida de apagarla - seguirá encendida, siempre - completamente sola en la casa - eternamente...»»</i></span> También es por su ilustre hija por la que sé que rechazó la confección de una levita nueva y que en su lugar quería darle la vuelta a la que ya tenía. Contra todo pronóstico, Marina Tsvietáieva define este comportamiento como avaricia. Atención a la siguiente explicación al respecto que no solo arroja luz sobre la figura paterna sino que da muestra del personal universo reflexivo de mi adorada Marina:</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Entendámonos. No se trataba de avaricia.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Aunque en realidad - sí. Era avaricia en grado<i> superlativo</i>.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Avaricia de hijo de gente pobre que habría tenido remordimientos de gastar, ya que sus padres sufrieron y pasaron penurias hasta su último aliento. Y así, avaricia que era piedad filial. Avaricia de antiguo estudiante pobre que, si gasta, cree robar a los estudiantes pobres de hoy. Y así, fidelidad a su juventud. Avaricia del terrateniente que sabe con cuánta dificultad la tierra se vuelve plata. Y así, fidelidad a la tierra.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Avaricia del asceta que encuentra todo demasiado bueno para él, cuerpo, y nada demasiado bueno para él, espíritu. Que ha elegido entre la materia y el espíritu.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Avaricia de toda persona verdaderamente ocupada y consciente de que cualquier gasto es, ante todo, una pérdida de tiempo (toda adquisición material se paga con tiempo). Avaricia - economía de tiempo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Avaricia de todo ser que tiene una vida espiritual y que simple y sencillamente no necesita nada. (El desapego que Lev Tolstói sentía por todo bien terrestre no es un desapego deseado, sino un desapego natural. Manejar sus bienes es infinitamente más difícil para un escritor que donarlos, y una gran mesa de madera blanca es infinitamente más atractiva que un hermoso escritorio con cajones, quizá llenos de cosa inútiles y que atestan, sobre todo, la cabeza. Y el lujo de Wagner siempre me ha resultado más misteriosos que su genio. Por tano avaricia - espiritualidad).</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Si conozco tan bien estas avaricias, es porque las tengo todas: mi padre me las legó entre muchas otras cosas. Si mañana ganara los tres millones consagrados al museo, no tendría un abrigo de nutria, tendría seguramente un abrigo girado de piel de borrego - no de astrakán, ¡por Dios! - de simple borrego blanco, como los que usan todos nuestros campesinos (<i>ovchina</i>, caliente, durable, ni envida, ni vergüenza, ni remordimientos).</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">Por fin - avaricia de dador: avaro, a fin de poder dar. Porque él dio hasta su último suspiro, porque su último suspiro fue un acto de donación».</span></div></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://en.wikipedia.org/wiki/File:Ivan_tsvetaev.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="497" data-original-width="348" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgEhwkuRf95XOTifXsGOJ29ZUUuHLVZmUwaNEDZk_k4Yu3QrvvCrCerGG12RxV-K8KIHMmIEG1v2_38Xsxaoj5OaB0jc-7U5vRcFBJnCqyWYXwdDguK4mSVnDSGuxYdBZTYUvNzg6oejrSFu5Nz3SYXKaz0J-Z53CXZudDuPtdrQlwsZf6TkoYgPTsqRPDE/w448-h640/Ivan_tsvetaev.jpg" width="448" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://en.wikipedia.org/wiki/File:Ivan_tsvetaev.jpg" target="_blank">Iván Tsvietáeiv en 1913</a>. Fotografía de <a href="https://en.wikipedia.org/wiki/Karl_Fischer_(photographer)" target="_blank">Karl Fisher</a> en dominio público. Fuente: <a href="http://all-photo.ru/portret/index.ru.html?kk=50d5c46267&img=29744&big=on">all-photo.ru</a></span></td></tr></tbody></table><br /><p></p><div style="text-align: justify;">Claudica finalmente Iván Tsvietáiev y estrena uniforme para la inauguración del museo, y ello a pesar de escandalizarse con el coste del mismo. Considera algo inadmisible que se gaste tanto en su persona. Cuando su hija le hace ver que un sastre de la corte no cobra lo mismo que uno ordinario, él no duda en afirmar que <span style="font-family: georgia;"><i>«No hay más que el buen sastre y el malo, y para mí todos son buenos con tal que la levita tenga un par de mangas y los pantalones un par de perneras. ¡Sastre de la corte! ¿Entonces es la palabra </i>corte<i> lo que pago?»</i></span> Es la misma Marina la que tiene mucho que ver en que su padre se enfunde el lujoso traje. Le persuade de que el montante del uniforme no es para él sino para el museo. <span style="font-family: georgia;"><i>«Para honrar tu museo. Tu museo todo nuevo con un uniforme todo nuevo. Tu museo de mármol con un uniforme - de oro». «Ah, ¡tienes la elocuencia de tu madre! Sus palabras - podían todo conmigo»</i></span>, se resigna el bueno de Iván Tsvietáeiv.</div><p></p><p style="text-align: justify;">Tal vez el historiador y filólogo tuviera razón y Marina heredase la elocuencia de su madre. Sin embargo, su influencia en su hija no fue baladí. Rescato un fragmento recogido en <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2017/01/ella-marina-la-elegida.html" target="_blank">Confesiones: vivir en el fuego</a></i> de la respuesta que la poeta diera a un cuestionario que su amigo el también poeta ruso Borís Pasternak le enviara por carta y que da muestra de la influencia en ella de sus dos progenitores: <span style="font-family: georgia;"><span style="font-style: italic;">«</span><span style="background-color: white; font-style: italic;">Influencia principal - la de mi madre (la música, la naturaleza, la poesía, Alemania. La pasión por el judaísmo. Uno contra todos. </span><span style="background-color: white;">Heroica</span><span style="background-color: white; font-style: italic;"><span>). Algo más escondida, pero no menos fuerte, fue la influencia de mi padre (la pasión por el trabajo, la ausencia de arribismo, la sencillez, el </span>aislamiento<span>). La fusión de las influencias paterna y materna: carácter espartano. Dos </span></span><span style="background-color: white;">Leitmotiv<i> en una sola casa: la Música y el Museo. El aire en casa no era burgués ni intelectual, era - caballeresco. La vida se entendía de manera sublime».</i></span></span></p><p style="text-align: justify;">Probablemente fuese la propia Marina quien entendiera la vida de manera sublime. No obstante, y asumiendo que no puedo dar por fidedigno todo lo que Tsvietáieva cuenta, tengo muy clara esa dicotomía entre la influencia materna y la paterna. Mucho más complejo parece el carácter de Maria Mein que el de Iván Tsvietáiev, así como también parece más complicada la relación de Marina con su madre que con su padre. Probablemente, debido a ese segundo plano en el que estaba presente (o semi ausente) en el hogar, el padre influyera en sus hijos sin querer influir. Como señala respecto a Iván Tsvietáiev Selma Ancira en el prólogo a este libro que os traigo hoy (mis infinitas gracias a la traductora mexicana por hacer nuevamente de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2018/02/un-milagro-llamado-marina.html" target="_blank">puente entre Marina y yo</a>): <span style="font-family: georgia;"><i>«Con el tiempo quedó claro que detrás de su aparente desinterés y ensimismamiento se ocultaba un «heroísmo silencioso»».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Ya veis que lo he intentado pero que no lo he conseguido. Me he esforzado por dedicar esta entrada al padre y he terminado —como siempre— hablando de la hija. ¿Y qué queréis que haga si para mí Iván Tsvietáiev existe porque existió Marina Tsvietáieva? ¿Qué, si el hombre que yo imagino es el que su hija sueña para mí? Además, Marina Tsvietáieva está muy presente en estas páginas. Es ella quien las escribe con su mirada y creatividad únicas. Ella es quien vuelve a su infancia, adolescencia y juventud para dar vida a su padre y al museo de este en los textos contenidos en este libro. Marina está para mí hasta en el nombre que terminaría por tener el museo que soñó y materializó su padre.</p><p style="text-align: justify;">El Museo de Bellas Artes de Moscú que fundó Iván Tsvietáiev y que originariamente, cuando se inauguró en 1912, llevó el nombre del emperador Alejandro III se llama actualmente, tras varios cambios de nombre, Museo Pushkin. Siempre me ha llamado la atención el hecho de que un museo dedicado al arte europeo en lugar de llevar por nombre el de algún escultor o pintor lleve en cambio el de un escritor (si bien me imagino que se querría homenajear a dicho escritor aprovechando el centenario de su muerte). Aleksandr Pushkin (1799-1837) es una de las grandes figuras de la literatura rusa. De hecho, se le considera el fundador de la literatura rusa moderna. Para mí, sin embargo, Pushkin es <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2017/04/la-marina-encantada-adoptaunaautora3.html" target="_blank"><i>Mi Pushkin</i> y <i>Pushkin y Pugachov</i></a>. Para mí Aleksandr Pushkin existe porque, nuevamente, existió Marina Tsvietáieva, porque con sus palabras lo creó para mí. E ingenua e ilusoriamente no necesito otra explicación para el nombre que lleva el museo que fundó su padre que un guiño secreto entre la poeta rusa y yo. Me pregunto, eso sí, qué pensaría Tsvietáieva allá por 1937 al saber del nuevo nombre otorgado al museo de su padre. </p><p style="text-align: justify;">Pero esto son cosas mías. Si Marina Tsvietáieva está en este libro no es por mis desvaríos mentales. Lo está porque nos anuncia algo que es clave en ella: <span style="font-family: georgia;"><i>«siempre me distinguí por una curiosidad </i>al revés<i>, es decir, por mi absoluto fatalismo».</i></span> Porque se vislumbra en él la atracción de la poeta por la rebeldía y la oscuridad: <span style="font-family: georgia;"><i>«Y es tan fuerte en mí la atracción por toda valentía solitaria que, conociendo perfectamente los turbios orígenes de esto, no puedo - la contemplo».</i></span> Y, fundamentalmente para mí, está en la anécdota que cuenta en la que junto con su hermana Asia (para mí, como para Marina era, Anastasia Tsvietáieva (1894-1993), cuyas memorias algún día leeré, será siempre Asia) acompaña a su padre en una visita relacionada con la fundación del museo. Como premio por haber caminado tanto, el padre les permite escoger un par de bustos a cada una. La búsqueda y las elecciones de Marina la definen a la perfección. <span style="font-family: georgia;"><i>«Yo todavía no tengo nada, y no tengo nada porque quiero algo muy mío, no escogido, amado a primera vista, predestinado».</i></span> Y así, sabe justo lo que escoger cuando se encuentra frente al busto de una mujer <span style="font-family: georgia;"><i>«tremendamente viva entre estas beldades sin alma». «En todo caso es - mía. Y como no podré encontrar nada más tan mío, y como no quiero otra cosa que no sea ella, le adjunto a toda velocidad una muy formal, de rasgos más bien estúpidos y con algo como una toca en la cabeza - la primera que se atravesó». </i></span>Como ya tiene lo que es suyo y ninguna otra de las figuras se le puede siquiera acercar escoge como segundo busto el primero con el que se encuentra. <span style="font-family: georgia;"><i>«Y así, la mujer de la que me enamoré a primera vista - es la Amazona, la enemiga amante de Aquiles, muerta por él y tan llorada por él - y la otra, la joven tonta y formal - mi «primera que se atravesó» - es Apasia...»</i></span></p><p style="text-align: justify;">Pienso de inmediato al leer esto en el texto que Tsvietáieva escribirá años después titulado <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2017/07/marina-et-la-langue-de-lamour.html" target="_blank">Carta a la Amazona</a></i> (aunque esa amazona no sea la Pentesilea del busto). Pero basta ya de elucubraciones. Justo es reconocer la importancia de Iván Tsvietáiev y no solo como fundador de uno de los museos más importantes de Rusia sino como padre. Marina Tsvietáieva —como todos nosotros— existió porque existieron aquellos que la engendraron y la acompañaron en su crecimiento. Y si su madre le legó esa elocuencia que señalaba el padre, así como el estoicismo, la voluntad férrea, el lirismo y la importancia que la música tendría en su poesía y en su característica forma de escribir, no es menos cierto que lo que le legó su padre no es menos importante ni característico en Marina. <span style="font-family: georgia;"><i>«Yo únicamente cumplí mi más viejo sueño. Dios me lo dio - y la gente me ayudó»</i></span>, se quita importancia sintiéndose incómodo el bueno de Tsvietáiev cuando, la mañana de la inauguración del museo, una amiga de la familia, <span style="font-family: georgia;"><i>«aquella»</i></span> —según cuenta Tsvietáieva—<span style="font-family: georgia;"><i> «a la que de inmediato amamos cuando perdimos a nuestra madre»</i></span>, le obsequia para honrarle por su labor con una corona de laurel. Iván Tsvietáiev soñó. Iván Tisvietáiev vio. Donde nadie más veía, él lo hacía. Porque creer es crear. Y en ese ambiente de construcción de un sueño, creció su hija, Marina Tsvietáieva. Que manejaría como nadie <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2017/05/marina-y-el-lenguaje-de-los-suenos.html" target="_blank">el lenguaje de los sueños</a>. Que vería donde nadie más veía y lo que nadie más veía. Que <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2016/04/diarios-de-la-revolucion-de-1917-marina.html" target="_blank">una primavera de 2016</a>, setenta y cinco años después de su muerte y casi un siglo después de un crudo invierno en su vida y en la historia del país que la vio nacer, me haría ver como nadie más todavía ha conseguido hacerlo. Peregrino desde entonces tras su mirada. Mirar a través de sus ojos es coger altura.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">««Aquí estará tal cosa, aquí pondremos tal otra, de aquí esto se irá - para allá» - ¿dónde ve papá todo eso? (Pero lo ve tan claramente que hasta lo señala con la mano). Abajo, por entre el embrollo de los embalajes - la tierra negra; arriba, por entre ese mismo embrollo - el cielo azul. Desde aquí parece tan fácil caer hacia arriba como hacia abajo. Los bosques del museo. Mi primer despegue de la tierra».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Alexander_III_Museum_of_fine_arts.jpeg?uselang=ru" target="_blank"><img border="0" data-original-height="419" data-original-width="650" height="412" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg0JfINnsL02UNxQhpzctkAE1ALKclor-YjuwQ3E2BlryIXICocxwaSnwTC_8QrEbdW42pLE5DAZSnBXGO91jQWWucNgVNOBOW9ss10NYv-j4j-cU_QUOst_Mwsn2XvTQUDOKi9g2364S8r6uS-saVL_g3jfyhZWLgVWy60wFu0Q8uHkp3hjVDuXwHRM2mt/w640-h412/Alexander_III_Museum_of_fine_arts.jpeg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Alexander_III_Museum_of_fine_arts.jpeg?uselang=ru" target="_blank">Museo de Bellas Artes de Moscú en mayo de 1912</a>, poco antes de su inauguración. Fotografía en dominio público de autor desconocido. Fuente: periódico <i>Tiempo Nuevo</i> de mayo de 1912, nº 12983.</span></td></tr></tbody></table><br /><p></p><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;"><u>Ficha del libro:</u></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Título: <a href="https://www.acantilado.es/catalogo/mi-padre-y-su-museo/" target="_blank">Mi padre y su museo</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Autora: <a href="https://www.acantilado.es/persona/marina-tsvietaieva/" target="_blank">Marina Tsvietáieva</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Prologuista: Selma Ancira</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Traductora: Selma Ancira</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Editorial: Acantilado</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Año de publicación: 2021</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Nº de páginas: 88</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">ISBN: 978-84-18370-16-8</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Comienza a leer <a href="https://www.acantilado.es/wp-content/uploads/Extracto-Mi-padre-y-su-museo.pdf" target="_blank">aquí</a></span></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Si te ha gustado...</div><div style="text-align: justify;">¿Compartes?</div><div style="text-align: justify;"> ↓</div><p></p>Lorena Álvarez Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/12912455925584013270noreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-3756166230240849946.post-71306848436268055782023-07-24T08:00:00.002+02:002023-07-24T16:26:49.839+02:00Orlando. Una biografía - Virginia Woolf<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Vida, vida, ¿qué sois? ¿Luz u oscuridad, el delantal de paño del lacayo o la sombra del estornino en la hierba?»</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">La llamaban Vita. Se llamaba Victoria Mary. La conocemos como Vita Sackville-West. Nos suena su nombre por haber sido amante de <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Virginia%20Woolf" target="_blank">Virginia Woolf</a>. Pero la ilustre escritora británica no fue la única amante —y probablemente ni siquiera la más importante— de la algo menos ilustre también escritora británica que nos ocupa, amén de lo injusto que es el hecho de que sus amoríos extramatrimoniales hayan sido lo que más ha trascendido de ella con el paso del tiempo. De Vita hay que decir que fue poeta y jardinera reputada porque Vita amaba la poesía y la naturaleza. También amaba a su marido, Harold Nicolson. Ambos, así como Virginia y su marido Leonard Woolf, pertenecían al círculo de Bloomsbury, grupo de intelectuales británicos de la época que, entre otras cosas, creían en la libertad sexual y el amor libre. </p><p style="text-align: justify;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjp4Q5WTZ5esD2eh1fExdfNg9L1A_d8qh7o3nehYRvRjCoa3lkv1Sm2UnB9k-mMXqipQbD7YUzD_ICubUA9m8wGYyjNLNROfla124y5LddvdVML6OD5E4GVs1F2Tj72jSHGCoW1Qc7oXnrPJl3EGtpOdUNjCejWmE7OLD1_Nhoyj6kUhcBK63YevsJkenLX/s2560/Orlando.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2560" data-original-width="1625" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjp4Q5WTZ5esD2eh1fExdfNg9L1A_d8qh7o3nehYRvRjCoa3lkv1Sm2UnB9k-mMXqipQbD7YUzD_ICubUA9m8wGYyjNLNROfla124y5LddvdVML6OD5E4GVs1F2Tj72jSHGCoW1Qc7oXnrPJl3EGtpOdUNjCejWmE7OLD1_Nhoyj6kUhcBK63YevsJkenLX/w254-h400/Orlando.jpg" width="254" /></a></div><div style="text-align: justify;">Conocemos, pues, a Vita Sackville-West por haber sido amante de Virginia Woolf, pero, probablemente, la amistad entre ambas, que continuó tras el idilio, haya sido más importante que este. No me queda otra, tras la lectura del libro que os traigo hoy, que pensar así. No me queda otra, tras leer <i>Orlando</i>, que estar convencida que el afecto sincero, la admiración y la complicidad fue un vínculo más duradero entre ellas que la atracción sexual. Orlando es un regalo para Vita Sackville-West y un juego para Virginia Woolf. Cuando la segunda le cuenta a la primera las intenciones que le rondan por la mente, esta le responde en carta fechada a 11 de octubre de 1927: <span style="font-family: georgia;"><i>«Bendito sea Dios, Virginia, nunca he estado tan contenta y aterrorizada como con la idea de verme reflejada en la forma de Orlando. Qué divertido para ti. Qué divertido para mí».</i></span> Su hijo, Nigel Nicolson, se referiría años después a esta obra de Virginia Woolf como <span style="font-family: georgia;"><i>«la carta de amor más larga y encantadora jamás escrita».</i></span></div><p></p><p style="text-align: justify;"><i>Orlando</i> no solo fue divertida para Virginia Woolf, que la escribió, y para Vita Sackville-West, que la inspiró y recibió. Sigue siendo divertida para quien la lee casi cien años después, pues está cargada de encantadora ironía. Sin embargo, no es un divertimento baladí, sino que, debido a las reflexiones que contiene, es un divertimento de alto nivel y, debido a la imaginación que derrocha, es un divertimento de altos vuelos.</p><p style="text-align: justify;">Orlando personaje es Vita Sackville-West, pero <i>Orlando</i> obra literaria no es una biografía de Vita Sackville-West, como podría llevar a pensar su título completo: <i>Orlando. Una biografía</i>. Se trata de una novela que, partiendo de hechos vitales y anécdotas personales de Vita, así como de su ascendencia familiar y de la mansión de Knole —la finca familiar que Vita Sackville-West no pudo heredar en la realidad por ser mujer pero que Virginia Woolf le regaló en la ficción—, urde con grandes dosis de inventiva una paseo por varios siglos en el que Orlando se transmuta de hombre a mujer con una naturalidad incuestionable, pues <span style="font-family: georgia;"><i>«el cambio parecía haberse cumplido sin dolor y por completo de tal forma que la propia Orlando no mostró sorpresa alguna. Muchos, teniendo esto en cuenta, y manteniendo que tal cambio de sexo es contra natura, se han esforzado por probar (1) que Orlando había sido siempre mujer, (2) que Orlando sigue siendo hombre. Dejemos que biólogos y psicólogos lo determinen. Bástenos a nosotros afirmar el simple hecho: Orlando fue hombre hasta la edad de treinta años, en que se convirtió en mujer, y mujer ha seguido siendo desde entonces».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Virginia Woolf deja a los biólogos y psicólogos que determinen lo que para ella no precisa determinación, así como deja en manos de los biógrafos constreñir con las biografías la identidad de los biografiados. Bien sabe que la esencia de una persona escapa a los datos biográficos, que lo que mejor la define queda a la sombra de la luz de los hechos probados. Bien sabemos los lectores —a los que apela Woolf— que no hay nada como la ficción para rozar la aprehensión de lo inexplicable. Es por ello por lo que dudo mucho que ni el más atinado de los biógrafos hubiera podido componer un retrato más fidedigno de Vita Sackville-West que el juego arrebatado de su íntima amiga. Es, precisamente, la ausencia de la torticera precisión y de los engañosos límites, lo que hace del juego, la libertad y la inventiva patrimonio de la ficción literaria algo mucho más fidedigno. Bien, como he dicho antes, sabemos esto los lectores.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></div><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="float: right; margin-left: 1em; text-align: right;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Violet_Trefusis,_1926.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="684" data-original-width="512" height="290" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiFJiE1kwngVDr7Wwm1tEsAJenKwHmb8TeiYmpG1CmbbKHrWZ6nAXa8M_FXurRjU9sdQ0DEWXj0c7TQva0qXkUuRh7yGIQPXAqeCMqFtd2rDPSvYszDctQsAmyXqeV-kNBkQD_jryCxkJo8bzp4bmF8iKU2FqGvVs-BbgL19AAEzt_mahMAe81X6fhsXTKM/w218-h290/Violet_Trefusis,_1926.jpg" width="218" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;">La escritora <a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Violet_Trefusis,_1926.jpg" target="_blank">Violet Trefusis</a> mantuvo una<br />prolongada relación con Vita Sackville-West.<br />Virginia Woolf la metamorfosea en<br /><i>Orlando</i> en el personaje de Sasha.<br />En la imagen, en dominio público, su retrato<br />en óleo pintado por <a href="https://en.wikipedia.org/wiki/Jacques-%C3%89mile_Blanche" target="_blank">Jacques-Emile Blanche</a>.<br />Fuente: <a href="https://www.npg.org.uk/collections/search/portrait/mw06387" target="_blank">NPG 5229</a>.</span></td></tr></tbody></table>«Pues, si bien no son estos asuntos en los que un biógrafo pueda extenderse con beneficio, es bastante evidente para quienes han hecho la tarea del lector reuniendo de meros indicios plantados aquí y allá todo el perímetro de la circunferencia de una persona viva; pueden oír, en lo que sólo susurramos, una voz; pueden ver, a menudo cuando no decimos nada sobre ello, el aspecto exacto que tenía; saben, sin una palabra que los guíe, con precisión lo que pensaba —y es para lectores como éstos para los que escribimos—; es evidente, entonces, para tales lectores que Orlando era una composición extraña de muchos humores: melancolía, indolencia, pasión, amor por la soledad».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="float: right; margin-left: 1em; text-align: justify;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Pepita_de_Oliva_Litho.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="771" data-original-width="512" height="331" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiDrsgYOtgDQ4udLPAInTyHEq45UtBU1By1CU80ApJROsEmkPKiVSSKism6oFj6Pg6s3CaCB82wJEfYW8k-xnPio8fJALaLT89iuEAWldDBGFizBudO5mEsYCuIOegKUOvdA0gur4dEq-SEVcsc4b7XG-Vc5cpBD1rPm54SCsnR_uT0g4l23J7DlsI_UXdj/w220-h331/Pepita_de_Oliva_Litho.jpg" width="220" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;">La malagueña <a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Pepita_de_Oliva_Litho.jpg" target="_blank">Pepita de Oliva</a> fue una famosa<br />bailarina del siglo XIX, así como la abuela<br />materna de Vita Sackville-West. No podía faltar<br />un guiño a tan ilustre antepasado en la novela<br />que Virginia Woolf le regalase a su querida<br />amiga Vita. En la imagen, en dominio público,<br />litografía de la bailarina realizada por<br />Rudolf Hoffmann. Fuente: Eigenes Foto<br />einer Originallithographie der ÖNB (Wien)</span></td></tr></tbody></table><div style="text-align: justify;">Somos esos mismos lectores los que <span style="font-family: georgia;"><i>«¿no suplicamos acaso envolver en un libro algo tan difícil, tan raro, que uno podría jurar que es el significado de la vida?»</i></span> Tarea imposible esta a la que solo algunos escritores de la talla de Virginia Woolf se acercan.</div><p></p><p style="text-align: justify;">Orlando también duda sobre el significado de la vida en esta novela. Vita en latín es vida, y si no sabemos si la vida es luz u oscuridad, el delantal de paño del lacayo o la sombra del estornino en la hierba —tal y como reza la cita inaugural de esta entrada—, tampoco sabemos quién es Vita, tal vez porque, al igual que la vida es tanto una cosa como su opuesta, también las personas y sus vidas están compuestas por múltiples facetas muchas de ellas contradictorias y a priori irreconciliables entre sí, pero que, nuevamente por no explicarlas sino por dejarlas expresarse libremente a su voluntad, resuelven ese puzle distorsionado que todos somos.</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Dado que tenía una gran variedad de yoes a los que llamar, muchos más de los que hemos encontrado espacio para acoger, pues una biografía se puede considerar completa al dar cuenta de sólo seis o siete yoes, mientras que una persona podría bien tener hasta mil. Eligiendo, entonces, sólo entre los yoes para los que hemos encontrado espacio, Orlando podría ahora haber llamado al muchacho que cortaba la cabeza del negro; al muchacho que la volvía a colgar; al muchacho que se sentaba en la colina; al muchacho que vio al poeta; al muchacho que ofreció a la reina una fuente de agua de rosas; o podría haber convocado al joven que se enamoró de Sasha; o al cortesano; o al embajador; o al soldado; o al viajero; o podría haber querido que acudiese la mujer; la gitana; la dama; la ermitaña; la chica enamorada de la vida; la mecenas de las letras; la mujer que llamaba a Mar (queriendo decir baños calientes y fuegos vespertinos) o a Shelmerdine (queriendo decir azafranes en los bosques de otoño) o a Bonthrop (queriendo decir la muerte que vivimos todos los días) o a los tres —lo que significa más cosas de las que tenemos espacio para escribir—; todos eran diferentes y podría haber llamado a cualquiera de ellos».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Sin embargo, Virginia Woolf solo tuvo necesidad de llamar a Orlando y en Orlando vinieron amalgamadas todas las Vitas.</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="float: right; margin-left: 1em; text-align: justify;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:The_Land_by_Vita_Sackville-West.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="635" data-original-width="437" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiMZeFZHr1w2MbodcEpGf1uwa3nfWax9WvceXSEIexD-gHg-0AXklnxu64BXl87Cep_hyeRzVrpIrAoNcoJSxfK2XISw1DRsIKj3rcze4yRwkJsf6NATmT2kHunuAwF-jEh8rzkShkCx1y4n5WaDz4ToGzYh3xj0t7Ja2E07Jutr5ON0wJjbKJ-manK5yUP/s320/The_Land_by_Vita_Sackville-West.jpg" width="220" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><i><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:The_Land_by_Vita_Sackville-West.jpg" target="_blank">The Land</a></i> es un largo poema narrativo escrito<br />por Vita Sackville-West. Asimismo, Orlando<br />es el/la autor/a de <i>El roble</i>, un poema que en<br />la novela de Virgina Woolf es escrito a lo largo<br />de trescientos años. La fotografía, de P.adkins87<br />y bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0/deed.en" target="_blank">CC BY-SA 4.0</a>, muestra la<br />cubierta de la primera edición de <i>The Land</i>.</span></td></tr></tbody></table><div style="text-align: justify;">Orlando es el joven torpe y amante de la soledad que es feliz tumbado a la sombra de un roble. Es el muchacho enamorado de una mujer que le deja abandonado. Es la mujer que vive como una más entre gitanos pero que añora las posesiones familiares y el abolengo aristocrático; a la cual ellos consideran como uno de los suyos, <span style="font-family: georgia;"><i>«lo que es siempre el mayor cumplido que un pueblo puede ofrecer»</i></span>, pero de la que a su vez recelan, pues la observan y sienten que <span style="font-family: georgia;"><i>«aquí hay alguien que duda [...]; aquí hay alguien que no hace las cosas por el hecho de hacerlas; ni mira por el hecho de mirar; aquí hay alguien que no cree ni en el pellejo ni en la cesta; sino que ve [...] algo más».</i></span> La que no podía evitar interpelarse con asuntos como: <span style="font-family: georgia;"><i>«¿era la Naturaleza hermosa o cruel?»</i></span>, así como a continuación preguntarse <span style="font-family: georgia;"><i>«en qué consistía esa belleza; si estaba en las cosas o sólo en ella».</i></span> La que descubre los privilegios y encorsetamientos de su nuevo sexo y se avergüenza y siente pena de los representantes de aquel otro al que pertenecía hasta hacía bien poco. La que parece dejarse amoldar por los ropajes que la visten cual si un disfraz determinase su comportamiento en una noche de carnaval. La que abomina del artificial vínculo del matrimonio y se casa con el convencimiento irracional que dicta el corazón. La que se lanza a una vida social que le devuelve vacío y se refugia en el solar familiar junto a sus perros para descubrir que, por mucha compañía que estos le procuren, necesita de alguien que hable y con quien poder hablar. La que tuvo la osadía de invitar a un poeta a su casa, <span style="font-family: georgia;"><i>«pues si es temerario meterse en el cubil de un león sin armas, temerario navegar el Atlántico en una barca de remos, temerario estar a la pata coja en lo alto de San Pablo, más temerario aún es irse a casa sola con un poeta. Un poeta es Atlántico y león a una. Mientras uno nos ahoga, el otro nos devora. Si sobrevivimos a los dientes, sucumbimos a las olas. Un hombre que puede destruir ilusiones es tanto una bestia como una pleamar. Las ilusiones son al alma lo que la atmósfera a la tierra. Retirad el delicado aire y la planta muere, el color se apaga. La tierra sobre la que caminamos es una carbonilla abrasada. Pisamos marga y adoquines ardientes nos queman los pies. La verdad nos deshace. La vida es sueño. Despertar nos mata. Quien nos roba los sueños nos roba la vida…»</i></span> La buscadora incansable, <span style="font-family: georgia;"><i>«pues, sabe el Cielo por qué, justo cuando hemos perdido la fe en el intercambio humano, una sucesión al azar de graneros y árboles o de un almiar y un carro nos regala un símbolo tan perfecto de lo que es inalcanzable que comenzamos a buscar de nuevo».</i></span> La que hizo un pacto con el espíritu de la época para no ser sepultada por él y así poder <span style="font-family: georgia;"><i>«escribir, y eso hizo. Escribió. Escribió. Escribió».</i></span> El que <span style="font-family: georgia;"><i>«formuló uno de los juramentos más notables de su vida, pues lo obligaba a una servidumbre más estricta que ninguna»</i></span>; el que exclamó, pues: <span style="font-family: georgia;"><i>«Mal rayo me parta [...] si vuelvo a escribir una palabra, o intento escribir una palabra, para satisfacer a Nick Greene o a la Musa. Mala, buena o indiferente, escribiré, desde este día en adelante, para satisfacerme yo»</i></span>, y de repente un día —ya no siendo él sino ella— descubrió la imperiosa necesidad de ser leída.</div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Había pensado, entonces, en el roble aquí en su colina, y qué tiene que ver eso con esto, se había preguntado. ¿Qué tienen los elogios y la fama que ver con la poesía? ¿Qué tienen que ver siete ediciones (el libro había entrado ya en tantas) con su valor? ¿No era escribir poesía una transacción secreta, una voz que respondía a una voz? Así pues, toda esa charla y esos halagos y la culpa y el conocer a gente que la admiraba a una y el conocer a gente que no la admiraba a una era lo más inadecuado para el asunto en sí: una voz que respondía a una voz. ¿Qué podía haber sido más secreto, pensó, más lento y como el intercambio amoroso de dos amantes, que la balbuceante respuesta que había dado todos aquellos años al viejo canturreo de los bosques, y las fincas y los caballos castaños en el portón, cuello con cuello, y la fragua y la cocina y los campos, tan laboriosamente produciendo trigo, nabos, hierba, y el jardín floreciendo en lirios y fritillarias?»</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhVDaolITGE2wB9NPTo5rKCyQywU8JEoxdQYTrJ288DnEGl9IyB6YrDCNpdG1_Iqj8yYJcwwMK5d9aFdyHgkaddMJMTfhHKdrpkfBN2_TSPrbo5vxNbIM4M7jteOfUCaAchJjnPtZ7pF8SceVf0a1H5ihzzUAP-2z7qDweQ_rzvBrXLd9fxmx8XdpwSR-dc/s1748/Dise%C3%B1o%20sin%20t%C3%ADtulo.png" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="1240" data-original-width="1748" height="454" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhVDaolITGE2wB9NPTo5rKCyQywU8JEoxdQYTrJ288DnEGl9IyB6YrDCNpdG1_Iqj8yYJcwwMK5d9aFdyHgkaddMJMTfhHKdrpkfBN2_TSPrbo5vxNbIM4M7jteOfUCaAchJjnPtZ7pF8SceVf0a1H5ihzzUAP-2z7qDweQ_rzvBrXLd9fxmx8XdpwSR-dc/w640-h454/Dise%C3%B1o%20sin%20t%C3%ADtulo.png" width="640" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;">Orlando se casa en la novela de Virginia Woolf con Marmaduke Bonthrop Shelmerdine, una versión romántica de Harold Nicolson, el multifacético político y diplomático que fuera esposo de Vita Sackville-West. En la parte izquierda de la imagen, fotografía extraída de <i>Vita. The Life of V.Sackville-West</i> by Victoria Glendinning en la que <a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Vita_on_her_wedding_day.jpg" target="_blank">Vita posa vestida de novia el día de su boda</a>. En la parte derecha, <a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Harold_Nicolson_-_cropped_from_Vita_Sackville-West_promenade.jpg" target="_blank">Harold Nicolson</a>, cuya imagen está extraída de <a href="https://www.flickr.com/photos/dr_blah/3293095588/" target="_blank">otra fotografía</a>. Las fotografías de ambos cónyuges son de autor desconocido y están en dominio público.</span></td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;">Pero <i>Orlando</i> no es solo Vita Sackville-West. También se puede encontrar en sus páginas —no en personaje sino en pensamiento— a la propia Virginia Woolf. Muchos de los hilos reflexivos presentes en esta novela apuntan temas que la autora desarrollará con mayor holgura en su siguiente obra, su archiconocido ensayo <i><a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2022/08/una-habitacion-propia-virginia-woolf.html" target="_blank">Una habitación propia</a></i>, el cual fue una de las lecturas que más disfruté el pasado 2022.</div><p></p><p style="text-align: justify;">Intentar aprehender una obra como <i>Orlando</i> en una entrada de blog como esta es tarea tan condenada al fracaso como lo es pretender encapsular la esencia de una persona en una biografía. Disto mucho, además, de ser Virginia Woolf para al menos poder aproximarme a ello como ella lo hizo metamorfoseando a Vita Sackville-West en Orlando. Voy, por tanto, a tomar prestadas las palabras de la introducción de Itziar Hernández Rodilla a la edición de esta novela cuya traducción corre también a su cargo, pues me parece muy certero y conciso afirmar que esta novela <span style="font-family: georgia;"><i>«explora cuestiones como el tiempo, la historia, la literatura inglesa, la crítica y los premios literarios, el «espíritu de la época», los roles sexuales, la indumentaria como representación social y cultural, el matrimonio, la sexualidad, el imperialismo o la libertad personal; y lo hace a menudo con grandes dosis de ironía».</i></span> También nos cuenta Hernández Rodilla en esa introducción que <i>Orlando</i> gozó de un gran éxito entre los lectores de la época y que su autora consiguió con ella muchas más ventas que con sus anteriores novelas, pero que, <span style="font-family: georgia;"><i>«en las últimas décadas, sin embargo, varios críticos y expertos en Woolf han tendido a valorar </i>Orlando<i> con menos generosidad que sus lectores originales. Lo tachan de fácil, de entretenimiento, le achacan una narrativa demasiado transparente, con una protagonista más cercana a la novelita sentimental que a la novela seria. Otros opinan que los temas esenciales de Woolf —la androginia, el paso del tiempo, la dedicación artística— son meramente anecdóticos en él; o lo acusan de experimento de resultado negativo, y hasta su autora escribió en su diario el 5 de noviembre de 1929 que no era más que el juego de una niña».</i></span> Destaca también la traductora que la sintaxis de esta novela se aleja <span style="font-family: georgia;"><i>«de la elaborada subordinación a que Woolf acostumbraba»</i></span> y que <span style="font-family: georgia;"><i>«se reduce»</i></span>, en cambio <span style="font-family: georgia;"><i>«a la mera acumulación de una sintaxis sencilla tras otra en larguísimas frases»</i></span>, largura esta con la que, por cierto, la propia Woolf llega a ironizar en un punto de esta novela. Yo leo esto y no puedo más que sonreír al pensar que ya quisieran muchas serias pretensiones literarias adultas acercarse siquiera a este juego de niños escrito por Virgina Woolf, así como que a muchos lectores actuales, más acostumbrados a la imperante sencillez en la sintaxis (y con esto no quiero dar a entender que la sencillez esté reñida con la calidad literaria, sino tan solo señalar cierta tendencia que vengo observando de un tiempo a esta parte), a muchos lectores actuales —como iba diciendo— esa 'mera' acumulación de largas frases de la que tanto he disfrutado les puede suponer un obstáculo infranqueable. En todo caso —y respecto a la opinión de los críticos y expertos— tendré que leer —y bien encantada que estoy con la idea— más novelas de Virginia Woolf —de la que hasta ahora solo he leído su mencionado ensayo y <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/2017/08/kew-gardens-y-otros-cuentos-virginia.html" target="_blank">tres relatos</a>— para formarme una idea propia.</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhDa1W7-g8fUbraF9j4MKoqOeNzcJjuOywstjFEfv2Ju0lAj-gpXDUBOiJSAdN8x_ihJb4pVV5L0IpioXpRzaB9NjUvz-iOPpP_96hjZEJJ62dUt6HuAkQ5FQ3mq97fu18ved8SpX7bjfYyDsBbxJiVTyQZPddpO0k8NKEcTH1buVAaSlo5n1vHDmslBnKX/s2000/Dise%C3%B1o%20sin%20t%C3%ADtulo%20(1).png" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" data-original-height="2000" data-original-width="1414" height="809" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhDa1W7-g8fUbraF9j4MKoqOeNzcJjuOywstjFEfv2Ju0lAj-gpXDUBOiJSAdN8x_ihJb4pVV5L0IpioXpRzaB9NjUvz-iOPpP_96hjZEJJ62dUt6HuAkQ5FQ3mq97fu18ved8SpX7bjfYyDsBbxJiVTyQZPddpO0k8NKEcTH1buVAaSlo5n1vHDmslBnKX/w572-h809/Dise%C3%B1o%20sin%20t%C3%ADtulo%20(1).png" width="572" /></a></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;">Knole House, en Sevenoaks, Kent, una propiedad con su propia historia y que forma parte de la historia narrada en <i>Orlando</i>.<br />En la parte superior de la imagen, fotografía del <a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Knole_House,_Sevenoaks,_Kent.jpg" target="_blank">exterior de Knole House</a> de <a href="https://www.flickr.com/photos/johnwilderphotography/albums" target="_blank">John Wilder</a> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/deed.en" target="_blank">CC BY-SA 3.0</a>.<br />En la parte inferior, fotografía en dominio público de Nathaniel Lloyd de una <a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Knole,_Sevenoaks,_Kent_(interior_view3).jpg" target="_blank">vista interior de la mansión</a>. Fuente:<br /><div style="text-align: center;"><span style="background-color: white; text-align: start;">viewfinder.english-heritage.org.uk</span></div></span></td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;">Barajé varias ediciones de <i>Orlando</i> antes de embarcarme en su lectura. Aunque me tentaba mucho la laudada traducción de Jorge Luis Borges, finalmente me decidí por la edición de Akal con la mencionada traducción de Itziar Hernández Rodilla por estar considerada esta más fiel al texto original de Woolf. Ahora que he dado buena cuenta de ella, he de decir que estoy muy satisfecha con mi elección y no solo por la traducción sino por la contextualización a varios niveles que ofrece su introducción, así como por la luz que arrojan las notas al texto acerca de las conexiones entre el/la ficticio/a Orlando y la real Vita Sackville-West. Y es que poco sabía sobre Vita antes de que me rondara la idea de leer esta novela. Cierto es que antes de embarcarme en su lectura tuve la curiosidad de informarme un poco sobre ella, pero poco importa ahora lo que haya averiguado. Poco importará también lo que por uno u otro camino me pueda llegar en un futuro. Para mí Vita es Orlando. No podría ser otro ni otra. Aun así, recibiré agradecida cuanto me pueda llegar sobre su persona, y no solo por el interés creciente que sobre ella me ha creado esta novela, sino porque también tengo la íntima sospecha de que todo ello no hará sino enriquecer esta lectura, así como admirar aún más este juego y divertimento ideado por mi cada vez más idolatrada Virginia Woolf.</div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«—He encontrado a mi pareja —murmuró—. Es el páramo. Soy la novia de la naturaleza —susurró, entregándose extasiada a los fríos abrazos de la hierba mientras yacía envuelta en su capa en la hondonada junto al estanque—. Aquí yaceré. —Una pluma le cayó sobre la frente—. He encontrado una corona más verde que el laurel. Mi frente estará fresca siempre. Hay plumas de aves silvestres: del búho, de la lechuza. Tendré sueños salvajes. Mis manos no llevarán alianza —continuó, quitándosela del dedo—. Las raíces se enredarán en ellos. ¡Ay! —suspiró, apretando la cabeza voluptuosamente contra su esponjosa almohada—. He buscado la felicidad a lo largo de muchos siglos sin encontrarla; la fama y no di con ella; el amor y no lo he conocido; la vida… y, ¡véase!, es mejor la muerte. He conocido a muchos hombres y a muchas mujeres —continuó—, y no he entendido a ninguno. Es mejor que yazca aquí en paz con solo el cielo sobre mí, como el gitano me dijo hace años. Fue en Turquía».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">Fue en <i>Orlando</i>. Allí te encontré, Vita. Quién como tú tuviera para imaginarnos una amiga como Virginia Woolf.</p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Vita_Sackville-West_at_Monk%27s_House.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="456" data-original-width="512" height="570" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjB_kTAbRr33dAUSbQC3D3hLAUXyRbxXA-cWjfUupIaD8t-tP_bgVPmKhyIgrQ1fhrYViy5rsCzPvRRb4kKUzbSl33fM9Y5j9xAnLFtILieYNtgZM-eS7u87pDN3SSmcYoziv9nrIPLllcPolEJUd1cbFEJSnPSbnH_VaYY98AColfwXkLhzDlyJZFlEaEA/w640-h570/Vita_Sackville-West_at_Monk's_House.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;">Me gustó esta foto de <a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Vita_Sackville-West_at_Monk%27s_House.jpg" target="_blank">Vita Sackville-West</a> en cuanto la vi. Si, en vez de lo que parece un Spaniel en el regazo, Vita hubiera tenido un elkhound a sus pies, podría perfectamente haberse tratado de Orlando. En un primer vistazo pensé que la escritora estaría posando tranquilamente en la intimidad de su hogar, pero la fotografía, de autor desconocido y en dominio público, fue tomada nada más y nada menos que en Monk's House, la casa de los Woolf. Tanto esta como el resto de fotografías de los álbumes de Monk's House han sido digitalizadas por la <a href="https://iiif.lib.harvard.edu/manifests/view/drs:17947671$65i" target="_blank">Harvard University Library</a>.</span></td></tr></tbody></table><br /><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;"><u>Ficha del libro:</u></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Título: <a href="https://www.akal.com/libro/orlando-una-biografia_49219/" target="_blank">Orlando. Una biografía</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Autora: <a href="https://www.akal.com/autor/virginia-woolf/" target="_blank">Virginia Woolf</a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Introducción de: Itziar Hernández Rodilla</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Traductora: Itziar Hernández Rodilla</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Editorial: Akal</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Año de publicación: 2018 (1928)</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">Nº de páginas: 296</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: courier;">ISBN: 978-987-46832-2-9</span></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Si te ha gustado...</div><div style="text-align: justify;">¿Compartes?</div><div style="text-align: justify;"> ↓</div>Lorena Álvarez Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/12912455925584013270noreply@blogger.com10tag:blogger.com,1999:blog-3756166230240849946.post-49663802277126386802023-06-28T08:00:00.027+02:002023-06-28T12:43:35.469+02:00Trilogía de Copenhague - Tove Ditlevsen<p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><span style="text-align: left;"></span></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><span style="text-align: left;">«</span><span style="text-align: left;">Las personas siempre quieren algo unas de otras, y yo siempre he sabido que tú pretendías utilizarme para algo. Al ver mi ademán de protesta, añade: No tiene nada de malo, es lo más natural. Yo también quiero algo de ti. ¿El qué?, pregunto. Nada concreto, contesta mientras se saca la larga pipa de la boca. Simplemente colecciono gente original, personas diferentes, casos especiales. Me gustaría mucho ver tus poemas».</span></span></blockquote><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><span style="text-align: left;"></span></span><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"></span></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="text-align: left;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiz1ZL5F7db3s-8Zc3YAwxBTpfoOqK3kyCypabnNKxqNYvXji1nEbGw3mSE7PRl0dOH6zpOElgtz_3Fwk_bYaphik7eC4H8qfGm9K67b80MbcZ0GEffCrASXJsWvvcgwpeTphmCkUJi_PvxpOT1n_EaeIXrYt-62b3lynZ_eky39LfJ3pu2LxcTe9jcPU01/s3433/trilogia-de-copenhague_tove-ditlevsen_202102231521.jpg" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="3433" data-original-width="2000" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiz1ZL5F7db3s-8Zc3YAwxBTpfoOqK3kyCypabnNKxqNYvXji1nEbGw3mSE7PRl0dOH6zpOElgtz_3Fwk_bYaphik7eC4H8qfGm9K67b80MbcZ0GEffCrASXJsWvvcgwpeTphmCkUJi_PvxpOT1n_EaeIXrYt-62b3lynZ_eky39LfJ3pu2LxcTe9jcPU01/w233-h400/trilogia-de-copenhague_tove-ditlevsen_202102231521.jpg" width="233" /></a></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span>Tove Ditlevsen quiere se poeta. Es así desde que tiene uso de razón. <span style="font-family: georgia;"><i>«L</i></span></span><span style="font-family: georgia; text-align: justify;"><i>levaba las tazas a la cocina mientras en mi interior palabras largas y extrañas se encaramaban por mi alma a modo de película protectora»</i></span><span style="text-align: justify;">, nos cuenta que hacía de niña. Las palabras son un consuelo y un refugio para ella. Recuerda también cuando en una ocasión la dejaron junto con Edvin en casa de sus tíos. Le dijeron que su madre estaba mala de la tripa. Edvin, su hermano, cuatro años mayor que ella, se ríe de su credulidad. Le explica que mamá tenía un niño en la tripa y que se la ha muerto dentro. En el hospital le han abierto la tripa y sacado el niño. Tove nos describe el cubo de fregar lleno de sangre bajo la pila que, tras el regreso a casa, ve todos los días. </span><span style="font-family: georgia; text-align: justify;"><i>«Cada vez que lo pienso, veo una imagen. Sale en los cuentos de Zacharias Nielsen y representa a una mujer muy hermosa que lleva un largo vestido rojo. Tiene una mano blanca y delicada apoyada bajo el pecho y le dice a un caballero vestido con gran elegancia: Llevo un niño debajo del corazón. En los libros esas cosas son bonitas e incruentas, y eso me tranquiliza y me consuela».</i></span></span></div><p></p><p style="text-align: justify;">Tove es —en sus propias palabras— una niña rarita porque lee libros y no sabe jugar. Sobre su infancia nos cuenta lo siguiente:</p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Las personas que tienen una infancia visible, inaceptable tanto por dentro como por fuera, se llaman niños; se las puede tratar como a uno le venga en gana porque no hay nada que temer de ellas. No disponen de armas ni de careta a menos que sean muy ladinas. Yo soy una de esas niñas ladinas y mi careta es la estupidez; siempre llevo buen cuidado de que nadie me la quite. Dejo la boca entreabierta y la mirada perdida, como si mis ojos no vieran más que la nada. Cuando una voz empieza a cantar en mi interior, me esmero para que no se abran fisuras en mi careta. Ningún adulto soporta la canción de mi corazón y las guirnaldas de palabras de mi alma. Aun así, saben que existen porque algunos retazos se me escapan por un conducto secreto que no conozco y por eso no sé cerrar».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;">La infancia de Tove <span style="font-family: georgia;"><i>«la cosieron para otra niña a la que seguro que le habría sentado la mar de bien. Cuando pienso así, mi careta se vuelve aún más estúpida, porque no puedo hablar de estas cosas con nadie y siempre sueño con conocer a alguien extraordinario que me escuche y me comprenda. En los libros he leído que hay personas así, pero no existe ninguna en la calle de la infancia».</i></span></p><p style="text-align: justify;">Es cuando Tove está caminando por el tramo final de esa calle de la infancia que conoce al señor <span style="text-align: left;">Krogh. Para ella es alguien extraordinario que la ve y la hace sentirse comprendida. Es él quien le dice esa verdad que se le queda grabada, eso de que todas las personas quieren algo unas de otras. Y sí, efectivamente, esa chiquilla desgarbada que es Tove Ditlevsen quiere algo del señor </span><span style="text-align: left;">Krogh. Quiere que se interese por sus poemas. Tove no solo siente la necesidad de escribir sino también de que sus escritos sean leídos por otras personas. Por ello desea con fervor ver publicados sus versos.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;">También de su primer marido quiere algo. Este pensamiento le <span style="font-family: georgia;"><i>«</i></span></span><span style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;"><i>duele un poco, porque tampoco es toda la verdad».</i></span> Las relaciones con sus mezclas de deseos, intereses, desigualdades y afectos siempre son complejas. Así es el primer matrimonio de Tove Ditlevsen en el que el marido, siguiendo la máxima del señor Krogh, también quiere algo de ella. A él solo le gustan los artistas y solo quiere tratar con ellos. </span><span style="font-family: georgia; text-align: left;"><i>«</i></span><span style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;"><i>La familia nunca comprende a los artistas, dice, que solamente se tienen unos a otros».</i></span> Por eso Tove desea vehemente dejar atrás, y en este caso más física que metafóricamente, la calle de su infancia.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;">Los escritores quieren lectores. Los lectores queremos escritores. No sé si Tove Ditlevsen hubiera querido una lectora como yo, pero sí sé que yo quiero escritores y escritoras como Tove Ditlevesen. No sé si ese refugio de frases que la escritora danesa armaba en su cabeza y trasladaba al papel es similar al consuelo que me ha procurado la lectura de su trilogía autobiográfica, si es que algunos lectores y escritores también solamente nos tenemos unos a otros. Si tenéis un mal día de esos en los que solo os apetece llorar, coged a Tove trasmutada en papel entre vuestras manos, haceos un ovillo y dejad que os afloje el nudo y os seque las lágrimas. Tiene una mirada y una sensibilidad especial que te reconcilia con el mundo. Como <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Carson%20McCullers" target="_blank">Carson McCullers</a>. Como <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Sylvia%20Plath" target="_blank">Sylvia Plath</a>. Como <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Janet%20Frame" target="_blank">Janet Frame</a>. Las caretas de las que habla cuando se disecciona como niña sospecho que son las mismas de las que tanto sabe <a href="https://elpaxaruverde.blogspot.com/search/label/Clarice%20Lispector" target="_blank">Clarice Lispector</a>.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;">De Janet Frame me acuerdo mucho leyendo sobre la infancia y juventud de Tove Ditlevsen. Eso sí, por mucho que me haya gustado conocer a Tove, no me ha despertado la infinita ternura que sí me provocó y me sigue provocando Janet. Pero eso no es culpa de la danesa, es solo que la neozelandesa es muy muy especial. Como veis, ambas se encuentran en las antípodas la una de la otra geográficamente hablando. Lo que sí comparten es una precaria situación familiar y, aunque con algunos años de distancia, un mismo contexto temporal.</span></p><p style="text-align: justify;"></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:K%C3%B8benhavn--kopenhagen-k%C3%B8benhavns-sporveje-1036946.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="344" data-original-width="512" height="430" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiszQz7HcfxnIgdt-lLHBWTOqYaFM8KQi3fpyoOBqsIw_8J-iR2ZIBRznB_aGYj_HzdRLEn53gMnN4Imy6VyIucZCxIltSx6dEKyjDXzR45rsiI8RgEzI8fZj25gHwqjHKFBEMUB9PcAmanI_uTT2ihdU-nlyJ8tCDWcjssHJ0nB5d2U4yPPnvtmauaBjYs/w640-h430/K%C3%B8benhavn--kopenhagen-k%C3%B8benhavns-sporveje-1036946.jpg" width="640" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:K%C3%B8benhavn--kopenhagen-k%C3%B8benhavns-sporveje-1036946.jpg" target="_blank">Calle Istedgade en Vesterbro, Conpenhague, 1968</a>. Fotografía de <a href="https://www.bahnbilder.de/name/profil/fotograf_id/21073.html" target="_blank">Kurt Rasmussen</a>. Fuente: <a href="https://www.bahnbilder.de/bild/daenemark~stadtverkehr~strasenbahn-kopenhagen/1036946/k248benhavn--kopenhagen-k248benhavns-sporveje-sl.html">bahnbilder.de</a>.</span></td></tr></tbody></table><span style="text-align: left;"></span><p></p><div style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;">Tove Ditlevsen (1917-1976) pasa la infancia en una vivienda de un solo dormitorio (con la falta de intimidad que esto conlleva tanto para padres como para hijos) en un barrio obrero de Copenhague. Su padre pierde el trabajo a una edad en la que es complicado volver a encontrar un puesto fijo. Las esperanzas tanto de él como de la madre están puestas en el hijo varón. Aspiran a que se convierta en un trabajador cualificado, ese brillo de promesa de trabajo estable. De Tove, en cambio, solo se espera que se case. Las mujeres no son más que seres a los que hay que mantener. Sin embargo, mientras las otras chicas de la escalera no piensan más que en casarse y tener hijos e incluso algunas se quedan embarazadas prematuramente, a Tove, aunque también alberga el anhelo de convertirse algún día en madre, pensar en el futuro es algo que la atormenta y angustia.</span></div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large; text-align: left;"><span></span></span></p><blockquote><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large; text-align: left;"><span>«</span><span>Yo no pienso seguir la tradición en ese punto. No pienso hacerlo hasta que encuentre a un hombre al que ame, aunque por el momento ni hombres ni chicos se dignan a mirarme. No quiero «un obrero cualificado con trabajo estable que venga derechito a casa con la paga semanal y que no beba». Para eso, mejor quedarme solterona, algo a lo que mis padres por lo visto se han ido resignando poquito a poco. Mi padre siempre anda hablando de «una colocación fija con derecho a pensión» cuando salga del colegio, pero a mí eso me parece igual de espantoso que lo del obrero. Cuando pienso en el futuro, me doy siempre de cabeza contra un muro, por eso desearía tanto alargar mi infancia. Pero no veo forma de hacerlo».</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;">«Es que no quiero casarme, replico, aunque en este preciso instante estoy considerando esa salida desesperada. Estoy pensando en el fantasma de mi infancia: el obrero cualificado con trabajo estable. No tengo nada contra los obreros, es por la palabra <i>estable</i>, que bloquea cualquier sueño de futuro. Es gris como un cielo lluvioso que ni el rayo de sol más alegre puede atravesar».</span></span></p></blockquote><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"></span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span>La muchacha que no quiere casarse se casa cuatro veces y se divorcia otras tantas. Tiñe el gris de colores con sus frases. Bebe de la realidad para escribir y con las palabras que traza se sustrae a su vez de esa realidad.</span></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><span>La depresión económica tras la Primera Guerra Mundial lastra su infancia. Sin embargo, a la Tove niña la expresión depresión mundial se le antoja <span style="font-family: georgia;"><i>«</i></span></span></span><span style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;"><i>sonora y atractiva. Imagino un mundo entero, sumido en una honda pena, donde todos han bajado las persianas y han apagado la luz mientras la lluvia chorrea desde un cielo gris e inconsolable sin una sola estrella».</i></span> Vivirá después el auge del nacionalsocialismo alemán y la subida de Hitler al poder, el estallido de la Segunda Guerra Mundial y la ocupación nazi. Pero todo esto no es más que un telón de fondo y no solo en las novelas autobiográficas que componen el libro que os traigo hoy sino para la propia Tove Ditlevsen. La escritora, que siempre se ha percatado de que no es una persona corriente y se ha sentido extraña y extranjera entre esa mayoría que sí lo es, que sospecha íntimamente que solo sirve para escribir, siente también que se ha <span style="font-family: georgia;"><i>«</i></span></span><span style="font-family: georgia;"><i><span style="text-align: left;">vuelto incapaz de abrigar sentimientos sinceros y siempre debo fingirlos, imitando las reacciones de los demás. Es como si todo hubiese de dar un rodeo antes de afectarme. Puedo llorar cuando veo en el periódico la foto de una familia que ha tenido la desgracia de verse en la calle, pero esa misma escena, tan cotidiana, vista en la realidad no me conmueve. Los poemas y la prosa poética me emocionan como antes, pero las cosas que se describen me dejan fría por completo. No siento demasiado aprecio por la realidad». </span><span style="text-align: left;">«</span></i></span><span style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;"><i>Reconozco que a veces me veo incapaz de querer a nadie. Es como si solo me viese a mí en este mundo».</i></span> Asimismo, sostiene que <span style="font-family: georgia;"><i>«</i></span></span><span style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;"><i>cuando escribo no respeto a nadie. No puedo».</i></span> A lo cual su amiga Lise le responde argumentando que <span style="font-family: georgia;"><i>«</i></span></span><span style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;"><i>los artistas no tienen más remedio que ser egoístas».</i></span> El derecho (o la obligación) del artista, supongo. Un derecho —imagino— no muy diferente a ese otro del amor al que hace alusión el cuarto marido de Ditlevesen. <span style="font-family: georgia;"><i>«</i></span></span><span style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;"><i>Ese derecho es siempre el derecho a herir a los demás»</i></span>, objeta Tove. </span><span style="font-family: georgia; text-align: left;"><i>«Esto es lo más terrible del amor, decía yo: que cualquier otra persona te resulta indiferente. Sí, coincidía él, y además siempre termina haciendo un daño de mil demonios».</i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"></span></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="float: right; font-style: italic; margin-left: 1em; text-align: left;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:DitlevsenAndreasen1951.jpg" target="_blank"><img border="0" data-original-height="750" data-original-width="512" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgeX18INi8jVC6J4T9oWO3fFvZSe1g50984rMzI3eNvro4bnoJ_7UV7Ri_9dbuHRZtC8PCRfhbtuZMhiMCuhhs-yX60hK-2u7MQpIq-KEJdovpu0FEEQF_XwSXayay51FmKi2mNM2BVjv_eKn_zWyq1snLLwm9yqfyPBKPaZ9bfp3eIRvbXlwtm-tHCNWP7/w273-h400/DitlevsenAndreasen1951.jpg" width="273" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:DitlevsenAndreasen1951.jpg" target="_blank">Tove Ditlevsen y Victor Andreasen recién casados.<br />Himmelbjerget, 1951</a>. Fotografía de autor desconocido<br />en dominio público. Fuente: <a href="https://media.lex.dk/media/26704/standard_compressed_Tove_Ditlevsen.jpg" target="_blank">Media Lex DK</a>.</span></td></tr></tbody></table><p></p><div style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><i>Trilogía de Copenhague</i> alberga las tres novelas autobiográficas de la escritora danesa Tove Ditlevsen. Los títulos originales de las dos primeras son <i>Barndom</i> y <i>Ungdom</i> y se han traducido literalmente al español como <i>Infancia</i> y <i>Juventud</i>. La tercera se ha traducido como <i>Dependencia</i>. No me parece una mala elección para sustituir al vocablo danés <i>Gift</i>. Aunque el término nos pueda evocar su homónimo inglés para regalo, en el idioma natal de Ditlevsen es una palabra polisémica válida tanto para casada como para veneno.</span></div><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;">La noche en que Tove conoce a su tercer marido en una fiesta hubiera sido mejor que se hubiera quedado en casa. Se trata de un encuentro de repercusiones nefastas. Las personas siempre quieren algo unas de otras, como le anunció de jovencita el señor Krogh. Así, la nueva pareja de Tove quiere de ella una mujer sumisa que permanezca a su lado y Tove quiere de él ese líquido que la recorre a través de sus venas y <span style="font-family: georgia;"><i>«</i></span></span><span style="font-family: georgia;"><i><span style="text-align: left;">va extendiendo por todo mi cuerpo una sensación de gozo extremo que nunca he experimentado. La habitación se expande hasta convertirse en una sala radiante y me siento relajada, perezosa y feliz como nunca antes». «</span><span style="text-align: left;">Resuelvo no dejar ir jamás al hombre que puede procurarme un placer tan indescriptible, tan gozoso». «</span><span style="text-align: left;">Quiero vivir así siempre, no [...] regresar a la realidad nunca más». «</span><span style="text-align: left;">No había precio que no estuviera dispuesta a pagar con tal de mantener a raya la insufrible realidad».</span></i></span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large; text-align: left;"></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large; text-align: left;">«¿Y si le dijera la verdad? ¿Y si le contara que me he enamorado del líquido claro del interior de una jeringuilla y no del hombre que era su propietario? Pero no se lo conté, ni a él ni a nadie nunca jamás. Como cuando era niña. Los secretos más dulces se echaban a perder si se los revelabas a los mayores».</span></blockquote><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;">Para mí —y de manera totalmente subjetiva— este libro compuesto de tres libros se divide en dos partes. La primera las formo con las novelas <i>Infancia</i> y <i>Juventud</i> y la primera de las dos partes de <i>Dependencia</i>. La segunda la constituye la segunda parte de esa tercera novela. Esa segunda parte sí que es un auténtico gift si hacemos caso a su significado en inglés, pues la honestidad y la falta de edulcorantes del testimonio de Tove Ditlevson, tan alejado del halo de romanticismo tan dañino que pulula a veces alrededor de la drogodependencia, es un auténtico regalo e incluso considero que hacen de esa parte de la novela una lectura necesaria. Así, asisto a la desnuda experiencia de Tove con una tristeza infinita al contemplar cómo una persona es capaz de destrozarse de tal manera.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;">Tove ya no pinta el mundo gris con los colores de las palabras. </span><span style="text-align: left;"><span style="font-family: georgia;"><i>«He empezado a escribir cuentos y la cortina que me separa de la realidad vuelve a ser densa y segura»</i></span>, manifiesta poco antes de conocer a su tercer marido. La cortina que son las drogas, sin embargo, no le otorgan esa seguridad. Llega a no poder apenas levantarse de la cama y a pesar treinta kilos, pero la</span><span style="text-align: left;"> realidad fea, desnuda y viscosa le resulta insoportable sin ese venenoso aditivo. Se sobrepondrá, pero será una adicta durante el resto de su vida.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;">Intento saber cómo fue ese resto de su vida, saber qué fue de ella tras el fin de <i>Dependencia</i>. Me pasa como con Janet Frame —de la que, por cierto, hace tiempo que de sus pasos vitales se bifurcaron los de Ditlevson—, quiero saberlo todo de ella. También, al igual que de la autora neozelandesa, quiero leerlo todo. Tristemente para mí, pero felizmente para mi lista de pendientes —y nuevamente al igual que de Frame— es muy poco lo que se ha traducido al español de la danesa. Yo quiero de las editoriales que apuesten por escritoras como Tove Ditlevsen y sé que —haberlas, haylas— existen algunas editoriales que quieren de los lectores que busquen en los libros lo que busco yo. Análogo resultado al de Janet Frame en su día han arrojado mis pesquisas vitales sobre Tove Ditlevsen: apenas nada. Sé que murió por sobredosis. Lo leo así en algunos sitios web. Otros, en cambio, matizan tal información al señalar que se suicidó por sobredosis, al parecer de pastillas para dormir. Sé —y esto por experiencia previa— que las frases con las que teñía de colores el gris siguen iluminando la realidad cada vez que sus libros son abiertos y leídos, proporcionando a sus lectores el consuelo de la belleza y la sensibilidad que nos llega a través de su mirada. Literatura por vena, querida Tove. Literatura como veneno inocuo que nos permite evadirnos de la realidad sin renunciar a ella ni a nosotros mismos. Sé —porque así me lo has hecho saber— que tú también conociste el milagro que eso supone.</span></p><p style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><span style="text-align: left;"></span></span></p><blockquote style="text-align: justify;"><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><span style="text-align: left;">«</span><span style="text-align: left;">Una tarde, al entrar, descubro un paquete enorme sobre la mesa y lo abro con las manos temblorosas. ¡Mi libro! Al tenerlo entre mis manos me invade una dicha solemne que no se parece a nada que haya sentido antes. Tove Ditlevsen. <i>Alma de muchacha</i>. Ya no tiene vuelta atrás. Es irreversible. El libro existirá por siempre más allá de cuál sea ya mi suerte. Abro un ejemplar y leo unas líneas. Ahora que las veo impresas, me resultan inexplicablemente lejanas y extrañas. Abro otro porque no acabo de creer que ponga lo mismo en todos. Pero así es. Tal vez mi libro llegue a las bibliotecas. Tal vez una niña que ame en secreto la poesía lo encuentre en una algún día, lea los poemas y al hacerlo sienta algo, algo que quienes la rodean no entenderán. Y esa niña especial no me conoce de nada. No se le ocurrirá que yo soy una chica que trabaja, come y duerme igual que todo el mundo. A mí tampoco se me ocurría cuando de niña leía libros; rara vez recordaba el nombre de quien los había escrito. Mi libro llegará a las bibliotecas y puede que también a los escaparates de las librerías. Han impreso quinientos ejemplares y a mí me han entregado diez. Cuatrocientas noventa personas lo comprarán y lo leerán. Puede que también lo lea su familia y puede que lo presten, igual que el señor Krogh prestaba los suyos. Esperaré hasta mañana para mostrárselo a Viggo F. Esta noche quiero pasarla a solas con mi libro, porque no hay nadie en el mundo que termine de entender el milagro que supone para mí».</span></span></blockquote><span style="font-family: georgia; font-size: large;"><span style="text-align: left;"></span></span><p></p><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"></span></p><table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><tbody><tr><td style="text-align: center;"><span style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><a href="https://www.flickr.com/photos/annindk/28404472589/" target="_blank"><img border="0" data-original-height="799" data-original-width="719" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjV2uv-VSzkMw8RTiVhSU88xx-gdWIuukWHxU6Maz7PQeiCsQIEDP2qCfJ0JgKjSIzfOg6Ctxg8sw7F0bbdYE6dsmt3xkkj3knf56eBf4jkMuuBSe30OFPbeSkBW5UKqNTGkXAU7EaRA7gf2JgIOGYzBNv7XwfYXO_l3moj57fFJL6ff4S-F6WL6OYXj21N/w576-h640/28404472589_186e437b13_c.jpg" width="576" /></a></span></td></tr><tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;"><span style="font-family: times;"><a href="https://www.flickr.com/photos/annindk/28404472589/" target="_blank">Cementerio de Vestre, Copenhague</a>. Fotografía de <a href="https://www.flickr.com/photos/annindk/" target="_blank">Ann Priestley</a> bajo licencia <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/2.0/" target="_blank">CC BY-NC-SA 2.0</a>.</span></td></tr></tbody></table><span style="text-align: left;"><br /><br /></span><div><span style="text-align: left;"><br /></span></div><div><span style="text-align: left;"><br /></span></div><div><span style="text-align: left;"><br /></span></div><div><span style="font-family: courier; text-align: left;"><u>Ficha del libro:</u></span><div><span style="font-family: courier; text-align: left;">Título: <a href="https://www.planetadelibros.com/libro-trilogia-de-copenhague/331038" target="_blank">Trilogía de Copenhague</a></span></div><div><span style="font-family: courier; text-align: left;">Autora: <a href="https://www.planetadelibros.com/autor/tove-ditlevsen/000052536" target="_blank">Tote Ditlevsen</a></span></div><div><span style="font-family: courier; text-align: left;">Traductora: Blanca Ortiz Ostalé</span></div><div><span style="font-family: courier; text-align: left;">Editorial: Seix Barral</span></div><div><span style="font-family: courier; text-align: left;">Año de publicación: 2021 (1967)</span></div><div><span style="font-family: courier; text-align: left;">Nº de páginas: 432</span></div><div><span style="font-family: courier; text-align: left;">ISBN: 978-84-322-3877-2</span></div><div><span style="font-family: courier; text-align: left;">Comienza a leer <a href="https://planetadelibroscom.cdnstatics2.com/libros_contenido_extra/47/46461_Trilogia_de_Copenhague.pdf" target="_blank">aquí</a></span></div><div><span style="text-align: left;"><br /></span></div><div><span style="text-align: left;"><br /></span></div><div><span style="text-align: left;"><br /></span></div><div><span style="text-align: left;"><br /></span></div><div><span style="text-align: left;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><u>Aviso a navegantes:</u> estaré fuera por vacaciones unas dos semanas, por lo que aprovecharé para desconectar de la blogosfera. Intentaré regresar con la periodicidad habitual, pero se avecina cambio laboral, por lo que no prometo nada. Mientras tanto, feliz verano y felices lecturas.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="text-align: left;"><br /></span></div><div><span style="text-align: left;">Si te ha gustado...</span></div><div><span style="text-align: left;">¿Compartes?</span></div><div><span style="text-align: left;"> ↓</span></div></div>Lorena Álvarez Gonzálezhttp://www.blogger.com/profile/12912455925584013270noreply@blogger.com10